El caminante y la dama del monte

Reescritura de la Xtabay

© Dimitry G. Pavlov

“Porque me duelen los pies, porque la vida no tiene sentido, porque sufrir tanto por una pinche vieja no vale la pena” Un güey borracho que al salir del putero decide tomar un atajo a casa, y pomo de aguafuego en mano endereza los pasos al monte, declama las razones por las cuales le suena dulce la idea de morir en este momento “Para no llorar, porque ya me chingué a lo pendejo media quincena, porque a la verga, ya, ya basta de tanto pesar, me cae” A su paso irregular sobre las rocas y al través de arbustos no igualaría en chicoleo si fuese sobre cubierta de barco en medio de una tempestad “¡Pinche Virginia, si serás culera! Pero con tu pan te lo comas, canija” Cuando para para empinarse la botella aprieta los párpados conforme va sintiendo al pulpo de llamas escaldándole la garganta y reanuda su marcha redoblada, zigzagueante “Con los pies por delante, mamacita, por ésta. Solo quiero ver tu jeta cuando me veas muerto” Los ecos de su risa flemosa y cascada en este descampado suenan como alguien pateando a las puertas del infierno, con desesperación “Ave maría, yo no quería, pero Padre nuestro, que bueno está esto” Vuelve a beber, con apremio troglodita, presentando al cielo el fondo de la botella y con el antebrazo enjuga su chorreante barbilla. Piensa, por pizca de sensación, que podría darse cuenta de que no tiene noción de hacia dónde se dirige o seguir payaseando. Agarra luego y se interna por envalentonarlo el descubrir a unos metros un sendero iluminado por luz de luna “¡Cu currú cucú, voy por la vereda tropical!” Y por ahí se va el muy cantor, tan de suyo, siguiendo los vericuetos de la brecha, entregado en espíritu y destino a la guía y magisterio del azar. Inspiradote a causa de una bohemia etílica en el aliento, componiendo endechas para abrirse las venas con el arco de un violín “Si yo te di todo, todo dite yo, sí ¿Vistes cómo me tratas? Pérfida insoluta, me maltratas. Nomás no vuelvo contigo, así que ahueca el ala y vete volando. Amor son obras y tú, tú me sobras ¡Y sé que ahí donde te halles, méndiga, me oyes!” Esas rancheras entona cuando pácatelas, que traba la punta de la chancla en una raíz algo salida y se va de hocico, llevándose de golpe todo el suelo a la nariz, putazo que hasta le hace ver estrellitas y cometas de colores “Mala hora con esta vegetación que ya me jodió el tabique, mal año planta estúpida, estoy sangrando, carajo, también me descoñeté un hombro, mal siglo hierba escasa que faltaste amortiguación a mi caída” Echado a media noche, solo con sus imprecaciones, como un fardo coqueteando a la perdición en el corazón ensombrecido del monte, lo sobrecoge la hueva y antes de poderse incorporar decide aguardar sentado a que pare de temblar la realidad “Aguanta vara, maestro” Inculcándose valor para chupar de fondo la botella “¡Brindo por ti, desgraciada, checa ésto y óyeme bien, brindo por todos los besos que ya no voy a darte jamás de los jamases!” Deja que se barajen por su imaginación las danzas exóticas de las bailarinas del jacalón de donde viene, donde naufragó despechado, a bizquear viendo tetas al aire y caderámenes descubiertos mientras el presente arda el gaznate hasta la última gota “¿Ya te gastates? ¡Uta, qué mierda, no aguantas nada!”

Los ecos de su risa flemosa y cascada en este descampado suenan como alguien pateando a las puertas del infierno, con desesperación “Ave maría, yo no quería, pero Padre nuestro, que bueno está esto” Vuelve a beber, con apremio troglodita, presentando al cielo el fondo de la botella y con el antebrazo enjuga su chorreante barbilla.

Con auténtico rencor la avienta lo más lejos que puede y al caer sobre una roca revienta con estrépito de vidrio, luego, silencio descomunal. Entonces, comprendiendo que la densidad plomiza que sus pies han adquirido al entumírsele ahí mientras yace le impedirá incorporarse, un respingo le muesca los huesos y la maleza comienza de pronto a parecerle siniestra. Si alguien hubiera para preguntarle confesaría que cuando ululó la lechuza estuvo a un tris de pitearse de miedo. Lo amenazante de unos henequenes negros, que crecen silvestres más allá, capta su atención “¿Qué matitas, muy salsas, muy tenebrosas con sus espinitos? Me les pongo en su madre” Encandilada su necedad por el altivo reto de los henequenes lóbregos pretendió erguirse pero sin éxito y termina en cuatro patas, aun sin poder gatear. En pocos minutos de ver con sorna las indiferentes plantas, el pique se le baja por absurdo, al fin y al cabo, piensa, que ni trae sus tijeras de jardinero. Entonces le parece que los matorrales de junto están rebullendo, como si bailaran presas de un misterioso frenesí vegetal. Al principio lo toma por otro sueño alcohólico, pero la recurrencia de la visión le achoca el Jesús en su apestosa boca. Debe tratarse de algún bicho, y nacer esta idea en su cerebro y ver venírsele con las garras por delante a un jaguarundi son mismo instante, que arranca de su oprimido pecho un grito y lo maquilla con la palidez purpurina del cadáver “Puta madre, solo fue alucinación” Casi pudo sentir los colmillos de la fiera descarnándole la cara “Estoy bien” La especie de alivio que le inunda solo es comparable a un siguiente nacer y hasta recupera los bríos necesarios para ponerse de pie “No me pasó nada. Bueno, solo se me bajó la peda” “Oh no, señor, debo estar equivocada” Esa voz a sus espaldas, a pesar de su modal discreto y cortés mesura le aflojó el esfínter “¡Ay, me asustaste!” “No tenga cuidado, y dispense, pero como le decía: que a mi parecer sufro de una parcial dislexia” Frente a él una hermosa muchacha morena entallada en un hipil de cuero de manga larga, descalza como venir al mundo manda y de su cuello colgado un rosario perfumado, que remata en crucifijo de plata invertido, se cruza de brazos y lo mira, despectiva, enarcando una ceja “Responde, imbécil que no tengo toda tu vida para esperar” Ella crispa los labios como si fuesen de ostra “Aun” Él jadea por efecto de su aparición y las conmociones encontradas lo suspenden “¿Y tú eres quién?” Es cuanto su turbación le permite balbucear, mientras observa cómo la mujer le señala un letrero que cuelga de un árbol NO TIRAR BASURA “Supongo que sabes leer, así que recuérdame de favor lo que indican esas palabras ¡Enseguida!” Fue cuando acabó dándole mala espina “Dice no tirar basura” Él responde, reparando en lo largas y torneadas que tiene las piernas la morenaza. Ella saca entonces un objeto que a ojo de buen cubero le recuerda un encendedor, pero cómo iba saber de lo que se trata “Pues otra cosa debiera decir o cómo fue que sabiendo el contenido del mensaje viniste aquí precisamente a olvidar la cáscara de cristal de tu vicio” Atónito por semejante reclamo no acierta contravenir la acusación. Además a la chata no le viene mal ese pronunciado escote donde generosos hemisferios de su pechuga se apelotonan con tanta suculencia y ambas acodadas, en forma por demás pagana, martirizando las axilas del crucifijo. Para cuando reacciona ella lo ve fijo a los ojos con su par de tinta violeta y se le acerca muy despacio, como buscando algo en él “Mi precioso” Le susurra ella quedo y lo contempla muy amorosa, dando suaves pasos felinos hacia sus brazos que titubean entre recibirla o empujar. La primera opción acaba seduciéndolo, cuando media sus rostros la distancia menor a un palmo; a su parecer, esa despampanante jovenzuela se dispone a besarlo, así que procura recordar a Virginia para que los labios de la otra le sepan mejor “Ahora sí, mi reina, usted arrímeseme a su rey papadzul” Pero cuál no fuera su sorpresa cuando la enigmática chica empezó a lambearle allí donde nunca le creció bigote. Qué nena más exótica, piensa, con tantita terapia le arranco hasta el último pudor, a lo macho, se insta, ponte buzo caperuzo y chance remojas el camarón. Ella lame con cadencia en sucesivos lengüetazos, él recibe su aliento de mentol sutilísimo que afiebra. Sintiéndose ya en confiancitas le intenta rodear la cintura para llenarse los dedos con la carne firme de sus nalgas, pero ella se aparta, mirándolo golosa, con una sonrisa de dientes rojos. Luego luego comprende, limpiándose con la mano lo que descubre ser baba mixta con sangre, que la muy perversa succionaba jugo del madrazo que se dio “Eres una zorra calientona” Intenta capturar en un fuerte abrazo a la deseada vampiresa pero su reflejo sobrehumano la lleva de un salto a la copa de una ceiba desde donde, parada de puntitas, revela el uso del aparato empuñado como encendedor ¡Del orificio superior brota un largísimo látigo de luz esmeralda con una estrella de púas en la punta que ondea por sobre su cabeza con el continente amenazador de una valkiria furibunda, flagelando constelaciones! “Al carajo, yo me voy” Emprende una carrera dramática que se ve frustrada por el arma de la dama del monte, quien apunta bajo, lazándole los pies. Y teniéndolo tumbado, a merced, emocionada baja de las alturas en un segundo, lista para infligir tormento a su víctima “Estás parado sobre tierra santa, penitente, prepárate a recibir el castigo que mereces por tu irreverencia” “¿Mejor no puedes pedirme un taxi?” Es el recurso mongol que rebuzna, dándose desahuciado e impacientando a ella “Dudo que puedas pagar uno que vuele y los rodantes no alcanzan estas latitudes ¡Incauto pobretón, ya te cargó la tostada! Nunca le enseñes a Xtabay la espalda” Tras pronunciar tan terminal amenaza lanza un latigazo impío que le cruza la cara, rajándosela. El ojo izquierdo queda colgando y en su mente destella oscilándole la entrepierna. Su alarido parece no tener fin “Bla bla bla. Solo una cosa que hacer antes del adiós. Quiero que recojas tu basura, jala, levanta las astillas de tu botella” “¡Ya me hiciste chop, pendeja!” Reclama encabronadísimo “¡Recógelas y trágatelas una por una! ¿Está claro?” Clama entonces ella, con dos voces superpuestas, una grave de ultratumba y otra cándida de niño. Aprestándolo a cumplir lo arría chicoteándole las pantorrillas mientras él se arrastra como gusano dramático, sufriendo esfuerzos tenaces. Alcanza uno de los cachos de pomo y lo sostiene con pulgar e índice, temblando “¿Por qué debo hacer esto?” Pregunta entre pucheros el infeliz.

Nunca le enseñes a Xtabay la espalda” Tras pronunciar tan terminal amenaza lanza un latigazo impío que le cruza la cara, rajándosela. El ojo izquierdo queda colgando y en su mente destella oscilándole la entrepierna. Su alarido parece no tener fin “Bla bla bla. Solo una cosa que hacer antes del adiós.

La estrella de púas entonces cambia, sufre una metamorfosis: resulta la cabeza de una serpiente viva, que se le va enroscando en la muñeca y lo constriñe a obedecer. La Xtabay, excitada, tira del cuerpo de la víbora que ahora sostiene por fusta “Espero que seas de buen paladar” Direcciona el filo hacia su boca mientras las escamas oprimen los nudillos “¡Y lo anolas, maricón!” Pero un instante antes de cumplir la ominosa orden, puf, una fuerza invisible se manifiesta repeliendo a la sierpe, que chilla retrocediendo por el aire hasta caer pesadamente como una reata inerte “¡Mi precioso látigo de jade!” Entonces el salvado ve aparecer, con su ojo único, al milagroso benefactor: un sujeto mamey de piel amarilla, portando fastuoso un penacho, se muestra equipado con una lanza que duplica su talla “Necesito a este vago” Aclara el recién llegado, levantando a su presa de los cabellos, medio metro del suelo “¡Me las vas a pagar, Kax!” “Yumil Kax para ti, princesa” Le corrige, sin pelarla más por estar catando el daño en la faz del doliente “Gracias caón, esta vieja estuvo a un pelo de darme cran” “Y que lo digas” Haciendo acopio de cólera suprema Xtabay se abalanza contra Yumil Kax, pero éste, mostrándole la palma de su mano la suspende en un campo ingrávido “Eres una muñequita boba” Dice, antes de bajar la palma, con telekinesia que despide violentamente a Xtabay contra la ceiba, colisión que la desintegra, legando en eco una profecía “¡Volveré!” “Pasando a otros asuntos de relevancia ¿Cómo te llamas, criatura ciudadana?” Le pregunta dejándolo caer a sus pies “Pablo, señor, es mi nombre” Apremia la respuesta por agradarle, claro, en vano “¿Qué señor ni qué ocho cuartos? ¡Gran Yumil Kax para ti, sabandija inmunda!” Y prosternado el otro “Sí, grandilocuaz Yumil Kax” Aquel con su basto divinocentrismo “¡Ey, eso me gusta, eres una rata con estilo!” Y éste genuflexionando las rodillas en reverencias cortesanas, con un dejo de ballet “Sí, enormisimisérrimo Yumil Kax, alteza ubérrima del super hiper” Pero cuando ya es harto el blanco de tan melifluos piropos, que le sanbute un uascop “Ya bájale, animal, basta de alharaca. Desde este momento tu alma me pertenece ¿Entiendes?” Pablo se rasca un carrizo con vehemencia, pues no acaba de captar exactamente a qué podría referirse “¿Ahora tengo que pagar tributo o cómo está eso?” Su simpleza mueve a Yumil Kax a risa “Pongámoslo así: tu vida por la de alguien. Mañana debes traer a este lugar a una manceba y ofrendarme con solemne sacrificio su sangre virgen” “Vergas, qué culei” Piensa en voz alta Pablo, arrugando la frente “¡Oh, sí! Pero si llegas a faltar a este contrato…” Yumil Kax despide una luminosidad lechosa, cerúlea, mientras con su pica le cisca “…voy a encargarme de tu absoluto exterminio, célula por célula y te aseguro que vas a experimentar atroces toneladas de dolor irreversible que te ha de aquejar por eras y eternidades” “Haberlo dicho antes, hombre, que puede su majestad considerarme de antemano asiduo al citatorio” Yumil Kax encoge los hombros, mirando con irónico recelo a su nuevo esclavo “Pues ya lo sabes, no me falles porque…” Y posando su hercúlea mano sobre la frente del sumiso Pablo le transmite una imagen donde, atado a un poste, se vislumbra siendo corroído a nivel microscópico por un excipiente bacterial, de adentro hacia fuera en cámara rápida: cómo va quedando chuchul, mustias las mejillas, chupado, ceniza hueca, nada, plop “No diga más, patrón, mañana mero se hace ¿Le comenté que tengo a la persona indicada?” “Conste” La oscuridad ahoga las pupilas de Pablo y éste pierde noción. ®

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Publicado en: Abril 2011, Narrativa

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