Hubo un verano en que el tiempo se suspendía;
no avanzaba, no cedía.

Hubo un verano en que el tiempo se suspendía;
no avanzaba, no cedía.
Sólo el cuerpo filtraba la luz,
como si la respiración fuera un modo de ceder.
El deseo no era piel, ni falta:
era la conciencia de habitarse
en un espacio sin centro,
un umbral sin decisión.
Nada llegó a romperse;
se deshizo por acumulación,
como una palabra repetida
hasta perder su forma.
Ahora abro las ventanas, sí,
pero no para invocar la intemperie,
sino para confirmar que el afuera
sigue sin ofrecer sentido. ®