Una sociedad plural y democrática tiene muchas exigencias, y una de ellas, primordial, es respetar el derecho a disentir. Ningún demócrata puede imponer su pensamiento y menos descalificar al que de manera válida opina distinto; no se debe ni puede obligarse a nadie a actuar contra sus convicciones.

Disiente quien opone razones a la ideología o a la praxis política dominante. Disiente quien en el ejercicio de su libertad, critica o discrepa de la opinión de un tercero. Disiente quien opone su visión moral de lo que considera justo a lo que estima injusto o a lo que valora como bueno, positivo y beneficioso en contra de lo que cree malo, negativo o perjudicial.
—Alfredo Keller
El contexto democrático se vuelve fútil si se coarta el derecho a diferir; tener una multiplicidad de opiniones implica un incentivo del equilibrio libertario que propicia una democracia fortalecida y moderna, plural e independiente, pero convergente con cualquier ideología o credo.
No obstante, algunos personajes de la élite gobernante no lo consideran así y han iniciado una campaña de persecución contra quienes piensan distinto, típico de las dictaduras; se busca a través de descalificaciones y diatribas obligar a que todas y todos piensen como ellos, ya sea respecto de una iniciativa legislativa para regular un asunto que admite enfoques encontrados o una obra pública.
Al grado tal de condenar, linchar, satanizar, injuriar y pretender exhibir como enemigo de la nación a cualquier persona que se oponga a ello; aun cuando sus argumentos sostengan el porqué de su diferendo, se castiga la opinión distinta, el atrevimiento a disentir.
Lo anterior sólo demuestra una visión absolutista que no reconoce que el derecho a pensar diferente sostiene el principio de igualdad, el cual nos permite a todos no ser discriminados en razón de nuestra individualidad.
Si bien es natural la elección de un grupo afín, siempre tendrá implicaciones negativas cerrarse a los demás y pensar que su realidad es la única válida. La apertura hacia otras realidades vitales propicia la cooperación y la integración.
Por ello, en cualquier gobierno que se asuma liberal y progresista saber respetar a los diferentes resulta toral, ya que ello precisa las semejanzas.
No se puede llamar liberal aquel que se cierra a otras realidades, a otras ideologías, a otros modos de entender la vida. Si bien es natural la elección de un grupo afín, siempre tendrá implicaciones negativas cerrarse a los demás y pensar que su realidad es la única válida. La apertura hacia otras realidades vitales propicia la cooperación y la integración.
Obnubilarse y atacar las posibilidades de otros puntos de vista sólo propicia mayor encono y fomenta la discriminación; toda sociedad que evoluciona camina hacia la diversidad.
Una democracia debe ser capaz de integrar, de consolidarse a través de los diferentes, porque, a pesar de lo que pretendan hacernos creer, opinar o pensar de manera diferente al gobierno nunca puede ni debe considerarse un delito, al contrario: es un derecho.
En una sociedad democrática siempre debe protegerse y defenderse el derecho a opinar sobre lo que uno considera importante sin menoscabo del pleno ejercicio; deben concebirse como valores fundamentales la libertad y el pluralismo.
Desafortunadamente, los partidarios de la dictadura del pensamiento único insisten en la imposición de su creencias, persisten en obligar a los demás a vivir conforme a los que ellos consideran la única axiología.
Ello, desde cualquier óptica, constituye una violación inaceptable de los derechos humanos; no dan margen a disentir, insisten en imponer una visión unilateral que desconoce los derechos humanos más básicos y nunca explican por qué, pero soliviantan a actuar conforme a sus creencias.
Tenemos la obligación de hacer entender que no todo el que piensa diferente es un delincuente que merece la cárcel y, en el mejor de los casos, el destierro por exponer sus ideas y contradecir al régimen.
En la práctica, la presencia de quienes no quieren sumarse al rebaño les sorprende y les causa escozor, de ahí que, como sociedad heterogénea, tenemos la responsabilidad y la urgencia de incorporar ya un enfoque de respeto a la diversidad de pensamiento, lo que sin ninguna duda permitirá contribuir a una sociedad con mayor igualdad y por tanto más fortalecida aun en las diferencias.
Hay que insistir en generar una cultura de respeto al diferente, elevar el debate para solidificar el derecho de la gente que piensa distinto, ello permitirá enriquecer la forma de ver las cosas y también la de tomar decisiones; tenemos la obligación de hacer entender que no todo el que piensa diferente es un delincuente que merece la cárcel y, en el mejor de los casos, el destierro por exponer sus ideas y contradecir al régimen.
En cualquier tópico hay varias formas de ver las cosas, pero ser o pensar diferente no debe nunca llevar aparejada la descalificación, el insulto, la bravuconería, el linchamiento ni la venganza. ®
