Nadie puede predecir ni evitar un terremoto, pero sí podemos prevenir y evitar algunas de las consecuencias desastrosas. Porque dependen de lo que hemos hecho y de lo que dejamos de hacer.
En memoria de mi amigo Martín Vélez Tenorio.
No necesitamos recordar que un terremoto es un fenómeno natural. Prácticamente todos lo entienden. Pero sí se necesita recordar que el terremoto y sus consecuencias humanas son cosas distintas: esas consecuencias no son propiamente naturales. Muy pocos tienen claro que lo que nosotros sufrimos (y lo que, urbanamente, no sufrimos) no es una serie de efectos físicos y biológicos naturalmente obligados e inevitables sino producto de decisiones políticas y económicas. Son estas decisiones —dentro de sistemas humanos— las que al interactuar con el accidente geológico del terremoto dan pie a los desastres sociales.1
Nadie puede predecir ni evitar un terremoto, pero sí podemos prevenir y evitar algunas de las consecuencias desastrosas. Porque dependen de lo que hemos hecho y de lo que dejamos de hacer. Lo que llaman comúnmente “desastres naturales” no lo son en sí, no lo son en realidad. Si no hacemos nada para mejorar nada, por creer que no es posible, lo único que se puede predecir es que volverán las tragedias enormes cuando choquemos de nuevo con fenómenos naturales enormes.
¿Cuál es la (i)responsabilidad de políticos y gobiernos? ¿Cuál el papel de la corrupción en todo esto? Muchas son las posibilidades a concretarse, juntas, en grupos, separadas: malas regulaciones, ausencia de regulación, inaplicación de reglas bien diseñadas, colusión antivecinal entre burócratas y empresarios, construcción informal en terrenos de riesgo, construcción en terrenos prohibidos por inadecuados y riesgosos…
Si la intensidad de un terremoto varía —los grados de la famosa escala, grados que no podemos modular—, también varían los efectos humanos y urbanos de esa intensidad, que varían según el estado de las ciudades, que a su vez varía según muchos factores. Un factor es la corrupción. Este vínculo es empírico, una relación realmente existente, y no reconocerlo permite a los gobiernos irresponsables evadir o diluir su responsabilidad, esto es, su parte en la culpa del desastre.
¿Cuál es la (i)responsabilidad de políticos y gobiernos? ¿Cuál el papel de la corrupción en todo esto? Muchas son las posibilidades a concretarse, juntas, en grupos, separadas: malas regulaciones, ausencia de regulación, inaplicación de reglas bien diseñadas, colusión antivecinal entre burócratas y empresarios, construcción informal en terrenos de riesgo, construcción en terrenos prohibidos por inadecuados y riesgosos (a pesar de que está prohibido), formalización o legalización posterior de construcciones en terrenos riesgosos y prohibidos, falta de vigilancia pública y privada en todo el proceso de construcción, negligencia generalizada, uso de materiales inadecuados o deficientes, simulación o atraso ingenieril, avaricia empresarial expresada en hacer lo que sea para “ahorrar”, baja inversión pública en infraestructura igualmente pública, olvido del mantenimiento a instalaciones, desorden en calles, invención de estorbos de peligro en calles y edificios (“espectaculares”, esos monstruos que puede ser espectacularmente idiota aceptar), amontonamiento de casas y departamentos, añadidos improvisados a estructuras endebles, descuidos de todo tipo e incompetencia solapada de amigos y arrastrados en sus puestos… Podría decir más. ¿Todo eso no existe? Existe. Y se relaciona, directa o indirectamente, con la corrupción. ¿Todo eso estuvo unido en todos los casos del pasado 19 de septiembre? No. Pero todo eso está presente entre nosotros y nuestras ciudades: son elementos de las condiciones reales. Son parte de las circunstancias que encontró el terremoto. Fueron y son, en el “mejor” de los casos, factores de riesgo. ¿Quién no puede ver que todas esas posibilidades se han concretado demasiadas veces dentro de la historia de los “desastres naturales” mexicanos? Si ninguna de tales cosas existiera o su presencia fuera menor, ¿pasaría lo que pasó en 1985 y hace unos días? Los terremotos no habrían dejado de ocurrir, y habrían sucedido desastres, pero no habríamos visto tragedias del tamaño que hemos visto.
Tragedias que no se limitan a zonas de clase baja, es importante subrayar. El hecho evidente de ocurrir en colonias de clase media y media alta no significa que la pobreza no sea una causa sino que la corrupción sí lo es. En las colonias pobres, los porqués generales son el terremoto, la pobreza y los estragos de la corrupción. En las zonas medias y altas son el terremoto y algunas medidas corruptas o asociadas a la cultura de la corrupción —si hay “cultura de la legalidad”, hay cultura de la corrupción.
Resumiendo de otra forma, los desastres sociales específicos no existirían sin variables como el grado de intensidad del terremoto y la distancia relativa al epicentro, pero tampoco sin condiciones sociales particulares, políticas y económicas. La corrupción afecta el estado urbano y su trayectoria, ese estado y esa trayectoria determinan o fomentan la peligrosidad social de un terremoto a su paso, y al terremoto se responde formalmente con un sistema público no reducido al de “protección civil” y que puede estar muy afectado por la corrupción. Los actos corruptos quitan recursos públicos, los disminuyen, minan capacidades de respuesta, contribuyen a la desorganización y lentitud ante emergencias, debilitan a los ciudadanos y a sus agentes citadinos. La corrupción hace gobiernos débiles y los gobiernos fuertes son necesarios ante los desastres. ¿Quién dice que la corrupción no puede costar vidas? La corrupción puede ser asesina.
Sé que a muchos les molesta que se hable de corrupción. Algunos creen que no es tan relevante. Hace unas semanas, en el programa de Pascal Beltrán, el opinador Ángel Verdugo intentaba burlarse de Juan Pardinas por insistir tanto en el problema de la política corrupta. Desde luego, Verdugo estaba ridículamente equivocado. Nadie dice que la corrupción sea TODO, la culpable de TODO, pero no sólo no es poca ni inexistente —como sí lo son los coloquiales “desastres naturales”— sino que es muy relevante. La corrupción no es una tontería como lo que dice Verdugo… La corrupción es como los “mirreyes” que la practican o la desean: muy influyente. La corrupción es, de hecho, uno de nuestros verdugos. Y otro de los desastres nacionales. La corrupción es un desastre. ®
Nota
1. No digo que el terremoto sea una “construcción social” ni el desastre una “construcción cultural”, en los sentidos de una perspectiva llamada constructivismo epistemológico, que siempre he rechazado. Dije que el terremoto es un evento de la Naturaleza y el desastre, la tragedia respecto de los humanos, es un conjunto de daños sociales objetivos. Sociales, no naturales.