Los sonámbulos son humanistas respetables, dado que su deambular roza con el surrealismo, es decir, con la realidad transgredida por aquello que se anhela, por el onirismo.
“Los sonámbulos protestan contra la vida, se rebelan ante el hecho terrible de que los sueños nunca se realicen”, sentenció Rafael Pérez Gay en su artículo “El sonambulismo es un humanismo”.1 Los sonámbulos son humanistas respetables, dado que su deambular roza con el surrealismo, es decir, con la realidad transgredida por aquello que se anhela, por el onirismo. Los valores humanos de estos seres se encuentran sobre la línea entre el sueño y la vigilia, en resistencia.
Esta tesis, que sostiene Pérez Gay, viene al caso para entrar a Sonámbulos (Tierra Adentro, 2019), de Alejandro Espinosa Fuentes. En este libro, acreedor del Premio Nacional de Cuento Breve Julio Torri 2019, asistimos a la cotidianidad que se tuerce a la fantasía, al absurdo, a la agudeza. La prosa de Espinosa cumple con extraer la riqueza de múltiples temas —como la juventud, el deseo o la muerte— y aprovecharla al máximo, tal y como afirmó Julio Torri en su cuento “El descubridor”, que debía ser la labor del escritor: “a semejanza del minero […] explota cada intuición como una cantera”.2 Esta faena se ve reflejada, también, en la atmósfera de desvelo: el hilo que cruza el tejido de las veintidós historias. Una atmósfera que es inherente al despertar de la memoria, al recuerdo tras el adiós del sueño.
La despedida implica distancia. En la primera parte, “Despedidas”, dilucidamos la distancia entre memoria y presente. En “Cuento para pagar una endodoncia” y en “La soprano” los protagonistas se sumen en la frustración. En el primero debido al pesimismo; en el segundo, tras el adulterio. La memoria se vuelve un aliciente para seguir vivo. En cambio, la anagnórisis entre pasado y presente se hace notoria en “Atila”, en el que un bebé, salido de un pastel de chocolate recién horneado, le confiesa a su cocinero añorante que sabe quién fue el asesino de varias personas halladas en una narcofosa, para luego deshabitar la memoria.
“Los recuerdos son casas deshabitadas”, se escribe en “Derecho y revés”, de la segunda parte titulada “Recuerdos de hilo”. El recuerdo le sigue a la despedida. En este cuento una mujer teje y desteje un suéter, hilvanando el desvelo que anhela desglosar de su memoria. Por su parte, “Recuerdos de hilo” es el retrato vivo de la memoria: un hombre representa la tortuosa vida familiar a través de unos peluches, extendiendo el adiós. En “Los sonámbulos”, relato homónimo del libro, yen “La ira” se plasma el recuerdo malogrado con ingenio: en el primero una pareja sonámbula, en su amnesia nocturna, amanece con sangre en las manos, lo que lleva a encontrar una respuesta a través de la política; en el segundo, un matrimonio propone una dinámica pugilística para deshacerse del odio mutuo, hasta que uno pierde la memoria.
La distancia no es un escollo para recuperar lo perdido. La última parte, “Teoría de la resurrección”, lo constata: aquí se explora la restitución corpórea. En el cuento homónimo de esta sección nos encontramos con Donald Klausser, un lingüista que afirma que la resurrección es posible. Es humillado hasta que comprueba su tesis con Kim, una mujer que pereció décadas antes. El procedimiento es meramente lingüístico. “El universo del lenguaje es un territorio sombrío, sobre todo en las fronteras del tiempo”, se anota en esta ficción, que luego sale de su molde en una secuela: “Dolores”. En esta última un joven, tras leer la obra de Klausser, decide resucitar a su abuela. Cuando lo consigue la mujer se vuelve sombra del recuerdo: escena que remite al canto XI de la Odisea, en el cual el héroe baja al Hades y encuentra a su madre, cuya alma no puede abrazar. Es cuando el sonámbulo se topa con la encarnación del sueño, inaccesible para él, cayendo en un deambular eterno.
En suma, Sonámbulos representa un ciclo de desvelo estimulado por la imaginación y el duelo, lingüístico y afligido. Es una apuesta por renombrar lo conocido para contemplarlo con otra óptica. Con un empleo perspicaz del humor, este libro se sitúa como un espejo de nuestras inquietudes: un amasijo de voces y actividades que luchan por concluirse a pesar del deseo de abandonarlo todo, de meternos a la cama. Sin embargo, el sonambulismo no termina, ni aun cuando se abren los ojos. ®
1. Rafael Pérez Gay (1 de mayo de 1989), “El sonambulismo es un humanismo”, Nexos
2. Julio Torri (2011), Obra completa. México: Fondo de Cultura Económica.