Un yucateco arraigado en Buenos Aires, con esposa e hijos, toma cerveza en una tarde calurosa y reúne el valor necesario para contar cómo concursó con el famoso viejo–niño y lo que pasó después.
Como hace dos veranos, Alejo Bayote volvió a armar la Pelopincho. Esta vez no hubo nervios, gritos, dudas ni insultos. Sin manual de instrucciones y en menos de una hora, el yucateco que hace casi nueve años vive en Argentina levantó por tercer año consecutivo la piscinita de lona en el patio de su casa porteña. Después, con un calor de casi 30 grados, se tiró un rato a dormir la siesta envuelto en su frazadita azul.
Hoy su mujer sudaca y sus hijos mexico–argentos amanecieron como perros con dos colas. Y no era para menos: comenzaron las vacaciones escolares, no es día laboral, hay sol, hace calor y la Pelopincho está —vestida y alborotada— esperándolos para la primera zambullida de la temporada de verano 2015–2016. Bayote, que sigue sin entender esa fascinación por remojarse el culo en un cubo de lona, los observa con desconcierto y ternura.
Mientras la madre y los escuincles disfrutaban de las delicias del verano porteño el yucateco destapó una cerveza Imperial helada y se fue de viaje a su infancia, mientras cocinaba unos lomitos a la plancha con pan casero.
Porque Bayote era fan de Chabelo, porque cada domingo veía su programa y porque se entrenaba duro para cumplir las pruebas que el hombre de voz finita y ropa de niño les imponía a sus concursantes. Y un día Chabelo fue a Mérida. Bayote le pidió a sus padres que lo llevaran y sus ruegos fueron escuchados.
Cuando la progenitora y los hijos salieron de la piscina Bayote ya estaba pedo. Dicen que la nostalgia puede jugarnos pasadas muy fuleras y el mexicano lo vivió en carne propia. Entonces, cuando terminaron el almuerzo y al mejor estilo Octavio Paz, el yucateco se sacó la máscara y se abrió de cuajo con una frase tajante: “Hoy se despide Chabelo”, dijo, como si la voz se la escapara de la cárcel de Papillon.
Y continuó: “Ustedes no saben algo de mí y no sé si contarlo”, dijo, haciéndose el interesante mientras miraba la nada. Su mujer y su hija de nueve años lo miraban como bicho raro. Le pidieron que hablara, claro, pero el yucateco se hacía del rogar. “No, no, no sé si contarles… ¿Les dije que hoy se despide Chabelo, no?”, repitió, mientras se servía otro vaso de Imperial y regresaba la mirada al horizonte.
Y, como buen borracho, continuó hablando como si lo escucharan. “Prométanme que nunca le van a contar esto a nadie, especialmente al Patrañas, porque nunca lo supo por mí”, le rogó a su mujer y a su hija, quien no tiene la más pálida idea de quién es “el Patrañas”.
Entonces apoyó el vaso en la mesa, abandonó la nada y le clavó la mirada a las dos mujeres. “Hace muchos años, cuando yo era niño, Chabelo fue a Mérida, al Kukulcán”, arrancó. Su mujer, emocionada, le llenó otra vez el vaso y le preguntó, ansiosa: “Dale, ¿y?”
“Espera, mujer”, le dijo Bayote, incómodo por no dejarlo disfrutar de su monólogo. Bebió un sorbo largo, retomó fuerzas y habló a calzón quitado. El aire se enrareció y algo indicaba que el relato no sería feliz.
Porque Bayote era fan de Chabelo, porque cada domingo veía su programa y porque se entrenaba duro para cumplir las pruebas que el hombre de voz finita y ropa de niño les imponía a sus concursantes. Y un día Chabelo fue a Mérida. Bayote le pidió a sus padres que lo llevaran y sus ruegos fueron escuchados. “Yo lo único que quería era ganarle a los pinches niños guaches, que no podían cruzar colgados de una escalera mientras se la movían. Justo yo, ¡que dormí en hamaca toda mi vida era experto! Es más, le pedí durante semanas a mi hermano que me ayudara a entrenar. Entonces, mientras me colgaba de la hamaca para trasladarme, tu tío —dirigiéndose a su hija— era el encargado de mover como loco los hilos. Una vez casi quedo colgado del techo”, admitió.
Bayote recuerda que el día que Chabelo pisó Mérida el Kukulcán reventaba de gente. “Había niños por todos lados. No recuerdo todo, se me pierden cosas”, dijo el yucateco, como buscando algo en el aire.
Y siguió vertiginoso: “Chabelo iba a provincia con otro conductor, un humorista viejo del que no recuerdo el nombre. Yo subí a participar y el corazón me latía a mil por hora. El otro conductor me preguntó mi nombre y ahí pasé con Chabelo. Me temblaba todo”, admitió.
Cara a cara con “El amigo de todos los niños”, Bayote le respondió al hombre de la voz finita otra vez su nombre, fuerte y claro: “Alejandro”, dijo Bayote y le rogó a todos los santos que el desafío fuera, como él lo llamaba, “el de la hamaca”.
Pero no. Y ahí se vino la noche. Chabelo le explicó en menos de un segundo el juego:
“Te voy a hacer preguntas y tú sólo debes contestar sí o no” ¿Entiendes?, le preguntó al Bayote de nueve años. El niño asintió.
Y comenzó el juego “¿Cómo te llamas?”, le preguntó Chabelo.
“Alejandro”, respondió Bayote, otra vez fuerte y claro.
“¡Perdiste, mi cuate!”, le dijo Chabelo, con una sonrisita.
…Y que pase el otro niño.
Después la mente del mexicano se nubló. Insistió en que no recordaba nada más y se cerró como un capullo. Sólo soltó un comentario frío sobre un tal Zapata, compañero de primaria, quien dijo “haberlo visto en la tele”, pero no hizo mención de la derrota.
Su hija, emocionada con el relato, se puso de pie y lo abrazó. “Qué viejo mala onda y con voz de pito”, le dijo con un beso, luego de escuchar a su padre imitar la voz de Chabelo. Y Bayote se sintió, por unos segundos, a salvo del universo. ®