El discurso papal y los jesuitas

La pureza del dogma

Joseph Ratzinger —férreo opositor de los teólogos vanguardistas— ha defendido la inmutabilidad del dogma y una tradición que no permite interpretar a Jesús con los métodos contemporáneos de las ciencias humanas.

He visto tus obras:
no eres frío ni caliente,
sino tibio,
y estoy por vomitarte.
Apocalipsis 3, 15-16

Joseph Ratzinger

Llegó el tiempo al Ratzinger pontífice de abanderar una de sus luchas más apasionadas: la pureza del dogma cristiano frente a lo que él llama las “teologías políticas y de la revolución”. Este dogmatismo radical queda manifiesto en su libro (primero en el tema en su condición de Benedicto XVI) Jesús de Nazareth (Ediciones Encuentro, 2011), de la siguiente manera: “Ya en la Ilustración se habían producido intentos de interpretar a Jesús como un revolucionario político […] Los terribles resultados de una violencia motivada religiosamente están a la vista de todos nosotros de manera más que sobradamente rotunda”.

Al aludir a la época de la Ilustración, en que la Compañía de Jesús pretendía mantener su reconocimiento científico, se evoca su papel en las misiones del norte de México, donde la violencia no fue sólo tema de discusión teológica sino también un recurso de evangelización de los “salvajes”.

Pero la alusión histórica con dificultad fundamenta la declaración ratzingeriana de fracaso de la teología de la liberación —nacida en un contexto distinto al del siglo XVIII— promovida y enseñada activamente por los jesuitas. Si bien no de forma exclusiva pues esta teología también tuvo simpatizantes en pastores y párrocos afines a los ideales de igualdad social y erradicación de la pobreza, como el recién fallecido Samuel Ruiz.

En una lectura histórica, el señalamiento del papa cae de forma primordial sobre los jesuitas, actores visibles de la teología de la liberación de los años setenta, cuando la renovación eclesiástica urgía a nuevas formas de compromiso evangélico. Desde entonces, Joseph Ratzinger —férreo opositor de los teólogos vanguardistas— ha defendido la inmutabilidad del dogma y una tradición que no permite interpretar a Jesús con los métodos contemporáneos de las ciencias humanas.

Al aludir a la época de la Ilustración, en que la Compañía de Jesús pretendía mantener su reconocimiento científico, se evoca su papel en las misiones del norte de México, donde la violencia no fue sólo tema de discusión teológica sino también un recurso de evangelización de los “salvajes”.

Entre los teólogos de la liberación de la Compañía de Jesús es fácil acceder a una larga lista (Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, Carlos Bravo, Juan Luis Segundo, por mencionar algunos), así como es fácil identificar la obra censurada por el Vaticano de autores que han gozado de gran popularidad entre lectores cristianos: Anthony de Mello, jesuita indio acusado de orientalizar la oración católica, así como José Ignacio González Faus, teólogo español acusado de falsear la interpretación antropológica y moral de la doctrina cristiana.

En su inspiración europea, la teología de la liberación es una teología moderna en tanto que la noción del Jesús hombre, situado en un momento histórico, desplaza la noción del Dios de la Escolástica (distante, abstracto). La modernidad de su análisis histórico desplazó la expresión del misterio ahistórico del dogma cristológico.

Si reparamos en la coordenada histórica señalada por Ratzinger para analizar el quehacer teológico de los jesuitas, encontramos que la Ilustración había ya desacreditado la opinión de los teólogos de la Compañía de Jesús mediante su exclusión intencional en el proyecto francés de la Enciclopedia. Así lo documenta Philip Blom con su indagación histórica.

Por su parte, la académica Ivonne del Valle señala la desconfianza intelectual y científica que, ya en el siglo XVIII europeo, causaban las enseñanzas jesuíticas, basadas en la doctrina cristiana como sistema de creencias más que de certezas, no obstante sus modernos intereses naturalistas, propios de la época.

No sólo fue el incipiente mundo moderno que señaló de conservadora las enseñanzas de los jesuitas, debida en buena parte a su juramento de obediencia (cuarto voto) al obispo de Roma. También en su empresa intelectual la Compañía de Jesús ha sumado descréditos. Si ante Roma los jesuitas han sido criticados por su activismo de riesgo (que no a pocos ha costado el martirio) y sus habituales desviaciones del dogma (el probabilismo moral, la teología india y la teología de la liberación son movimientos de ideas con que se les asocia), su defensa doctrinal (por ejemplo, la lucha contra el jansenismo) les ha atraído la crítica del mundo ilustrado no creyente.

Varias congregaciones ultraconservadoras parecen haber desplazado a la Compañía de Jesús del sitio de honor en la Iglesia, ganado a pulso en la Contrarreforma, época posterior a su fundación. La lista de esas congregaciones más cercanas a Roma la encabezaría la Legión de Cristo —pese a sus crisis estructurales y morales— seguida de otras congregaciones muy numerosas.

En una Iglesia con intereses todavía imperialistas la lealtad deviene doctrinalmente exigente. En el discurso papal no tiene primacía la teología jesuítica, como tampoco lo ha tenido en el secular pensamiento ilustrado. ®

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Publicado en: Aliteraciones, marzo 2011

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