El espíritu de la fiesta

Frenesí y equilibrio

La fiesta, como ruptura de la rutina, se presenta como esa válvula de escape que mantiene balanceada la sociedad y el ser humano. Como institución cultural, su origen se pierde en la noche de los tiempos y preña todas las épocas y todos los pueblos que ha conocido la historia.

Fiesta

La era contemporánea está dominada por el espíritu de la fiesta. Examinar este fenómeno conduce a menudo a consideraciones insospechadas. Se festeja santos, cumpleaños, fiestas de la Iglesia, fiestas nacionales, la fiesta del pueblo, la fiesta privada, además de celebrarse festivales, generalmente en ciclos fijos ciertas fechas del año, con carácter artístico, deportivo o bien de exaltación del Estado. La alegría, la convivencia y los excesos parecen ser notas características de la fiesta. ¿De dónde viene esta costumbre y para qué sirve?

Buscar los orígenes de la fiesta es empresa que se pierde entre las primeras especulaciones de la sociología y la antropología. Tan antigua como las artes, la religión y la guerra, la institución festiva ha acompañado al hombre, incluso en sus estadios más remotos, cuando fue quizá homo erectus o, más allá, australopithecus.

Se festeja santos, cumpleaños, fiestas de la Iglesia, fiestas nacionales, la fiesta del pueblo, la fiesta privada, además de celebrarse festivales, generalmente en ciclos fijos ciertas fechas del año, con carácter artístico, deportivo o bien de exaltación del Estado. La alegría, la convivencia y los excesos parecen ser notas características de la fiesta. ¿De dónde viene esta costumbre y para qué sirve?

La importancia del grupo frente al individuo aislado es abrumadora. Las fiestas, las festividades, los festivales o las ferias (entendidas en el sentido antiguo de periodos de ocio o vagancia, de ahí vacaciones) son actos eminentemente sociales. Ante una concepción animista de la naturaleza, cuando el hombre atribuía voluntad y carácter personal a los fenómenos físicos, como el rayo, la lluvia, la tierra, la primavera, la cosecha y hasta la vida y la muerte, aparecieron ritos que incluían una ofrenda y una oración.

Las grandes fiestas, que son principalmente religiosas, se hallan en relación con los ciclos de la naturaleza, las estaciones, el despertar y el sueño de la tierra, que marcan el inicio y el término de la cosecha. Aún hoy en día, sancionadas por el cristianismo en Occidente, Navidad y Pascua, son las fiestas de mayor envergadura, en las que se da un sincretismo entre ideas judaicas y creencias más antiguas de origen indoeuropeo, comunes a germanos, celtas, griegos y romanos.

En español la palabra fiesta desciende de un adjetivo latino (festus, a, um) que se anteponía a la palabra día, originalmente de género femenino, así festa dies era el día feriado, la fecha en que, por excepción, podía romperse con la rutina del trabajo y la observancia de ciertas normas restrictivas. En latín, al menos, no hay un verbo primitivo que haya generado festa, si bien la raíz indoeuropea de este vocablo es la misma del griego theos, dios, y de theomai, ver, de ahí teatro y teoría.

El verbo festinare, en latín, es apresurarse y la fiesta supone la presteza, la prisa, casi siempre, el frenesí. La palabra festín, las comilonas como compensación de haber aguantado ritos y rezos, comparte la misma raíz. Eran tan importantes las fiestas entre los antiguos helenos que los nombres de los meses, en griego, proceden del dios que se recordaba en ese tiempo, así: Maimakterión por Zeus Maimaktes o Tempestuoso y Poseidón por el dios del mar, equivalentes a noviembre y diciembre (de nueve y diez en latín).

Algunas fiestas más elaboradas seguían una mecánica bastante clara, semejante al ciclo de Pascua, precedido por Carnaval (periodo de desfogue anterior al ayuno), Cuaresma (tiempo de abstinencia y meditación), días de Pasión (aumento del dolor y el dramatismo) hasta llegar a Pascua florida o de Resurrección (cierre del ciclo con gran comilona). Hasta los misterios eleusinos, donde se recordaba a las diosas Deméter y Cora (la madre y la hija, el renacer de la tierra, la cosecha, el alumbramiento, la fecundidad en general en todas las empresas humanas), prescribían la purga, el dolor, pero también la codiciada revelación y el festejo final, no exento de algunos excesos. De fiestas en honor a Dionisos y Orfeo (paralelas a las Bacchanalia entre los romanos en honor de Baco) surgieron la tragedia y la comedia, es decir, el teatro. Las grandes fiestas en Grecia, ligadas a las ciudades-Estado, acabaron engendrando festivales de naturaleza artística y resistencia física (de ahí las Olimpíadas).

Las bacanales.

Las bacanales.

En tanto que fenómeno social, las fiestas cumplen la función de equilibrar o compensar las restricciones y prohibiciones que entraña la convivencia pacífica y ordenada entre los ciudadanos y están relacionadas con la institución del tabú. En la Polinesia, por ejemplo, es tabú, es decir, está prohibido comer carne de cerdo, y de violar tal restricción una serie de castigos y supersticiones, se cree, caerán sobre el trasgresor. Por tanto, la caza, persecución y muerte de los ejemplares salvajes queda reservada para una época específica del año, sujeta a un estricto ritual propiciatorio. La explicación obvia es que el propósito de tal veto o veda obedece al intento de preservar el recurso, a fin de que no se extingan las presas, una fuente significativa de proteínas en aquellas partes.

Se ha apuntado que la fiesta es un fenómeno social, pero la fiesta es también cosa individual. Un solo hombre, a pesar de ser el único habitante de una isla desierta, tendría que concederse momentos de esparcimiento. La fiesta es un mecanismo psicológico, inserto en el cerebro de cada ser humano, que libera en la sangre productos químicos que causan placer. El ánimo festivo o jocoso frente a la actitud grave, solemne, de circunstancia. La comedia frente a la tragedia, la risa opuesta al llanto, al miedo y a la ira. La fiesta como eucaristía, como celebración o búsqueda de la gracia, como premio o recompensa de los desvelos y el sudor, el ágape y la comunión.

La fiesta es una válvula de escape, el frenesí es inherente a ella. Sin entusiasmo, sin la divina posesión, no se alcanza el éxtasis y la purificación, que son esenciales, de ahí la exaltación de la danza y la música con la ingesta de sustancias que producen una sensación amena y de libertad, desinhibidora. El vino y otras sustancias estimulantes son a menudo el alma de la fiesta. No existe raza que exalte más la interacción entre el cuerpo y el alma, en el frenesí colectivo, que los negros. En sus celebraciones cuando a alguien se le sube el santo, como se dice en Cuba, se tira al piso, en medio de una serie de convulsiones, en una revelación personal y sensible de la divinidad, que recuerda en parte a los éxtasis místicos de cristianos y musulmanes. El tabú, las restricciones, las fechas específicas en que se llevan a cabo las festividades actuaban como barrera de contención. El mundo moderno, dominado por un hedonismo primitivo, donde no se trata de alcanzar el placer más refinado ni el más duradero, sino el más intenso y desaforado, ha conocido un aumento del consumo de alcohol, drogas y las desveladas continuas.

La fiesta es una válvula de escape, el frenesí es inherente a ella. Sin entusiasmo, sin la divina posesión, no se alcanza el éxtasis y la purificación, que son esenciales, de ahí la exaltación de la danza y la música con la ingesta de sustancias que producen una sensación amena y de libertad, desinhibidora.

La fiesta perpetua es un pensamiento concebible, como hallarse en la tierra de Jauja, habitar en el jardín del Edén, gozar de las delicias del Paraíso o los Campos Elíseos, aunque un empeño difícilmente asequible. En los actuales raves, toquines y sex parties la juventud desfoga sus ímpetus, aunque también muchos quedan en el camino. Un mecanismo interno, que tiende al equilibrio espontáneo, regula en cada ser humano esa extraña distribución entre el placer y el deber. Sin un retén de seguridad, una válvula que regule el flujo de frenesí tolerable, sería imposible que ese líquido preciado, que es la vida, no se escapara en un instante.

Es obvio que se ha perdido mucha de la sabiduría del pasado, las obsoletas tradiciones que han pretendido sacudirse los jóvenes. Es tiempo quizá de revalorar las que tan sólo ayer se presentaban como absurdas prácticas y supercherías, incorporando formas equivalentes en las estructuras modernas, que acentúen la convivencia, la veneración por la naturaleza y el respeto hacia el trabajo. Es sólo balanceando el frenesí y el deber como puede alcanzarse el justo medio. La fiesta, entonces, en su sentido fundamental y primigenio, supone una manera del hombre de interactuar con el medio. Su finalidad va más allá de la magia o la religión y es la de establecer un equilibrio dentro del grupo humano, respecto de la explotación racional de los recursos. La fiesta, en sus orígenes antropológicos, respondía a cuestiones básicas: cómo sobrevivir, cuándo sembrar, cuándo cazar, cómo purificarse y entrar en comunión unos con otros, sin desintegrar la familia, la organización política, las estructuras económicas. Plantearse cómo es que para el hombre principalmente de las ciudades ha variado el sentido de la fiesta es comenzar a entender el problema y considerar una variedad de formas modernas donde, entre los adolescentes, el grupo de amigos en sustitución de la familia, ver todo el día MTV, bajar y poner videos en YouTube se han convertido en formas de celebración, aunque no necesariamente de sociabilidad y de conciencia por la Tierra. ¿Servían para algo las fiestas populares? ®

Publicado originalmente en Replicante no. 18, “La fiesta”, primavera 2009.

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Publicado en: Fiestas, ritos y celebraciones, Marzo 2013

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