Asistimos al mórbido espectáculo de ver a un macho humillado tratando de salir del fango: el macho-mandilón sufriendo el síndrome de Couvade; un escritor que anhela convertirse en “toda una estrella literaria que brilla en el firmamento del mundo de las letras nacionales”.
Daniel Hernández es un perdedor y pronto va a ser papá. Su esposa se lo ha dicho después de una borrachera con sus mejores amigos. Él desearía que abortara, pero la educación feminista y de izquierda que recibió de su madre le impide siquiera proponérselo. “Vas-a-ser-pa-pá”: se necesitan más de nueve meses para comprender una frase de ese tamaño. Durante tal periodo él también enfrentará los molestos achaques de la gestación, los reclamos de su jefa y el regreso a casa de su madre. Perderá el empleo, perderá la salud, perderá hasta la última capa de su dignidad… Pero, por desgracia, para él, ella no perderá al bebé.
De eso trata Melamina [Fondo Editorial Tierra Adentro, 2012], novela del torreonense Daniel Herrera (1978), quien también ha publicado Con las piernas ligeramente separadas [2005] y Polvo rojo [2009].
“Nunca pude entender mucho, pero lo que sí aprendí es que una mujer es capaz de muchos sacrificios por un feto.” Asistimos al mórbido espectáculo de ver a un humillado tratando de salir del fango: el macho-mandilón sufriendo el síndrome de Couvade; un escritor que anhela convertirse en “toda una estrella literaria que brilla en el firmamento del mundo de las letras nacionales” mientras termina de redactar la última nota de Sociales en un periódico marginal; la vida de un hombre cuyos éxitos se miden por la cantidad de cucarachas que mata en su cocina…
Un escritor que anhela convertirse en “toda una estrella literaria que brilla en el firmamento del mundo de las letras nacionales” mientras termina de redactar la última nota de Sociales en un periódico marginal.
Quien ríe del perdedor es en sí mismo digno de comedia. Las historias de fracaso invalidan moralmente al sujeto que las protagoniza: nadie es más culpable que él mismo: quejarse sería escupir al cielo. Este mecanismo transforma la identidad del protagonista hasta volverlo infrahumano, cuasianimal; en nuestros días, las historias de fracaso son una porción de fábula más otra de comedia. El acto de un animal es más lúdico cuanto más imita al del humano.
Sólo dos personas en el mundo convierten a un hombre normal en un macho engreído: su esposa y su madre. Aléjalas lo suficiente y verás cómo recobra el sentido de sí mismo. Daniel Hernández (no confunda personaje y autor) se somete voluntariamente a dos mujeres: su mamá y su mamacita.
“Kakalaka” es el nombre de una canción para niños en papiamento (mezcla de español, portugués, inglés y holandés) sobre una cucaracha que trepa hacia el cuerpo de la madre creando en ella gran alboroto. Me parece interesante que las cucarachas ocupen un lugar especial en la novela de Daniel Herrera. Ellas se esconden cerca de donde suelen preparar los alimentos, bajo la barra de melamina, ese material compuesto por tres moléculas idénticas que funciona como capa de salvación para sus vidas. Es la melamina irreciclable la que las protege del dedo mortal, justo como lo haría el saco amniótico con la vida del feto.
La convalecencia imita al recién nacido: nos postra en cama, imposibilitados para movernos, alimentarnos o limpiar nuestras diarias excreciones: somos vulnerables a todo, incapaces de cualquier autonomía. Una situación parecida se desarrolla cuando el protagonista ve marcharse a su esposa y poco después, solo en su departamento, empieza a notar su enfermedad. Es entonces cuando se ve obligado a llamar… a mami.
Sólo dos personas en el mundo convierten a un hombre normal en un macho engreído: su esposa y su madre. Aléjalas lo suficiente y verás cómo recobra el sentido de sí mismo. Daniel Hernández (no confunda personaje y autor) se somete voluntariamente a dos mujeres: su mamá y su mamacita. Al mismo tiempo desarrolla una intensa lucha por su independencia frente a las dos jefas que el trabajo puso en su camino: la “Tiranosaurio” y la “Grandísima hija de puta”. Él, como buen “macho”, hablará mal de ellas a sus espaldas, hará comentarios sobre los “jotos” para reafirmar así su virilidad, pero en las contadas ocasiones en que pueda combatir frente a frente con hombres terminará despidiéndose muy educadamente de mano o, sobre los chicos que casi vomitan encima de su esposa comentará después de que ellos lo hayan ignorado: “Mejor nos fuimos, al final no pasó nada”. La llegada de una mujer más a su vida y el no saber en qué lado de la balanza encontrará cabida es lo que da forma al libro. ®
Rogelio Villarreal
Creo que tu conclusión es un poco imbécil, Ricardo, por decir lo menos… ¿Así que para ser radicales hay que darle gusto a los iletrados, a los fanáticos y a los fundamentalistas? ¿En cuál categoría te ubicas tú? ¿No serás tú el tibiecito?
Ricardo
Me gustó la reseña. Lástima que la primera oración sea redundante: «Daniel Hernández es un perdedor y pronto va a ser papá». No importa. Le debo una carcajada. Leeré el libro.
Parecería que la corrección política del articulista (en pie de lucha contra los machitos) contradice el slogan de «políticamente incorrecta» con que quiere venderse Replicante. Pero no. Basta leer el resto de la presentación de la revista en su cuenta de Twitter: «no apta para iletrados, fanáticos ni fundamentalistas de cualquier signo». Nada radicales, entonces: una publicación para tibiecitos. Qué se le va a hacer.
Daniel
Bueno, ¿y le gustó o no le gustó? Porque hacer un resumen de la novela no es precisamente hacer una reseña. ¡Qué clase de críticos!