¿Para qué venderlos? Yo escribo para ser leído y la gente no siempre tiene lana. He ganado más lectores ofreciéndolos así que estando en librerías. Muy pocos escritores viven de sus regalías, pero muchos prefieren tenerlos encerrados que regalarlos.
Luis Humberto Crosthwaite (Tijuana, 1962) es un narrador y editor con una pluma cara, original, y tinta gruesa, sumamente inconfundible, que ha sido capaz de crear legiones de seguidores hasta formar un culto underground, como suelen etiquetar a sus libros. Representa el gran canto filosofal de la frontera; en su literatura se mezcla la cultura pop con el legendario “Taconazo”, en ella, el mundo se nortifica. O como diría Daniel Salinas Basave: “Una piedra angular e ineludible si se pretende explicar el gran norte narrativo que tantos chilangos intentan infructuosamente definir e imitar”.
Dialogué con Luis Humberto Crosthwaite sobre creación literaria, Abigael Bohórquez, José Agustín, el dramaturgo Hebert Axel González, su novela Idos de la mente: La increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio (2002), José Alfredo Jiménez y las leyendas populares alrededor de su personalidad.
—¿El No quiero escribir, no quiero, premio nacional décimo aniversario del CTE (1993), fue una premonición de tu decisión póstuma a dejar de hacerlo?
—Siempre he querido dejar de escribir, sobre todo en 1993. Pero son muy pocas cosas las que sé hacer: cambiar una llanta, un poco de carpintería, escribir. Para ninguna soy bueno, lamentablemente, pero persiste y lo intento todo. Siempre ha habido voces en mi cabeza que me dicen que lo deje de hacer. Las obedezco a veces. Pero como son voces que nunca dan la cara, he aprendido también a ignorarlas.
Son muy pocas cosas las que sé hacer: cambiar una llanta, un poco de carpintería, escribir. Para ninguna soy bueno, lamentablemente, pero persiste y lo intento todo. Siempre ha habido voces en mi cabeza que me dicen que lo deje de hacer.
—¿Qué es en verdad la creación literaria para Luis Humberto Crosthwaite?
—Es una suerte apasionada de arquitectura, geometría y loca invención, todo enrollado para producir palabras, hacer historias. Es lo mío desde que recuerdo. Fui ese niño que juega con luchadores de plástico, el de los amigos imaginarios, el que suelta diálogos en voz alta. Soy ese mismo niño vuelto adulto.
—¿Cómo surgió el proyecto de la Editorial Yoremito, cuya función era promover autores del norte de México?
—Me estás pidiendo que lance la memoria bien atrás, allá donde todo está oscuro.
—¿El nombre de este proyecto se relaciona con el último libro publicado por Abigael Bohórquez: Navegación en Yoremito, de 1995?
—No creo que haya sido su último libro. Aunque soy malo para los años, yo escuché al magno Abigael leyendo ese poemario y luego leí otras cosas suyas en libros posteriores. Pero, independientemente de ello, definitivamente, Yoremito se relaciona con el gran poeta de Sonora a quien admiro y recuerdo con cariño.
—¿Continúas ejerciendo la docencia en Iowa, como profesor invitado del Departamento de Español y Portugués?
—Pues no, eso lo dejé hace mucho años. Ahora vivo en mi casa de Tijuana.
—Corría la leyenda de que te habías convertido en un vendedor de piso en una tienda departamental.
—Nunca llegué a vendedor de piso. Trabajé en una gran ferretería, Menards, como stocker (no se confunda con stalker). Eso significa que llegaba a las cinco de la mañana y me desocupaba a las nueve. Más bien los vendedores me daban órdenes.
—¿Cómo es ser antologado por José Agustín en La novela mexicana del siglo XX, de 2005?
—Fue un momento muy especial. José Agustín siempre ha sido como mi gurú, que me incluyera en ese libro fue harto significativo para mí.
—¿Por qué decidiste ofrecer tus libros de manera gratuita en Facebook?
—Para mí la pregunta es al revés: ¿para qué venderlos? Yo escribo para ser leído y la gente no siempre tiene lana. Te aseguro que he ganado más lectores ofreciéndolos así que estando en librerías. Muy pocos escritores viven de sus regalías, pero muchos escritores prefieren tenerlos encerrados que regalarlos. Eso no lo entiendo.
—¿Qué representó para ti la muerte de tu amigo Hebert Axel González, quien dirigió más de 130 representaciones de Ramón y Cornelio (2001-2019), obra teatral basada en tu novela Idos de la mente: la increíble y (a veces) triste historia de Ramón y Cornelio?
—Primero las aclaraciones: fueron más de 160 representaciones. Y el texto fue escrito originalmente para teatro antes de ser novela, así que más bien Idos de la mente está basada en Ramón y Cornelio. Ya establecido eso, la muerte de Hebert para mí fue como la muerte de un hermano. No de esos hermanos que caen mal sino del hermano consentido. Eso representó para mí.
—¿Cómo surgió la idea de yuxtaponer literariamente las vidas de Cornelio Reyna y Ramón Ayala con las de John Lennon y Paul McCartney?
—No fue complicado. Yo no sabía nada de duetos norteños. Yo sé que debe ser muy difícil andar de cantina en cantina ofreciendo canciones, pero no tenía más referentes. Tampoco me iba a poner a entrevistar músicos, de eso no se trataba. Había leído una biografía de los Beatles y lo de mezclarlos me salió naturalito. Todo lo que escribo son mezclas, desde mi primer libro: música, realidad, literatura, ficción, historia. Mi cerebro hace el mash up, yo sólo le sigo la onda.
Yo no sabía nada de duetos norteños. Yo sé que debe ser muy difícil andar de cantina en cantina ofreciendo canciones, pero no tenía más referentes. Tampoco me iba a poner a entrevistar músicos, de eso no se trataba. Había leído una biografía de los Beatles y lo de mezclarlos me salió naturalito.
—Para mí, uno de los capítulos más hermosos de esa novela es “Trozos de papel”, en donde José Alfredo Jiménez apunta frases en pequeños cuadros de papel que se convertirán posteriormente en canciones, frases que encuentra en distintos lugares: “tiradas en la banqueta, en el asiento de un camión, en una mesa de billar”; José Alfredo las guarda en una caja de cartón, pero un día entra una ráfaga de aire a través de la ventana y vuelca su caja de apuntes. Gracias, le dice José Alfredo a Dios, pero ya no necesito tu ayuda. Háblame de la escritura y exégesis de este capítulo.
—Me gusta la idea de que alguien escriba obras de arte en servilletas, así me imaginé al maestro José Alfredo, apuntando sus ideas en papelitos, postits, pedazos que se pueden traspapelar o perder. En mi mente, muchas de esas canciones nunca llegaron a componerse porque José Alfredo las perdió. Uno sólo puede imaginarse la grandeza de esas canciones perdidas. Además, admiro a la gente que toma notas. Yo no sé cómo hacerlo. Si algo se me ocurre en la calle y lo olvido antes de llegar a mi casa es que era algo que no valía la pena recordar. Como José Alfredo está y estará siempre por encima de todos nosotros, él sí escribía en papelitos que luego armaba como rompecabezas. Así nos dio toda esa hermosa música.
—El Gran Pretender (1990) es una obra obligada en todas las universidades de México, Estados Unidos y España. ¿Cómo es que esta obra ha cruzado las calles de la frontera para instalarse en el academismo más fundamental?
—Qué horror, nada debería ser obligado. Yo no sabía de eso. No debería ser así.
—La primera vez que escuché Aparta de mí este cáliz (2009) fue en boca de la actriz Ana Colchero —que por aquellos años era novia de Enrique Serna— y me pareció un texto hermoso, en el que recuperas a un Jesús muy humano y lo sitúas en el lugar más cercano a nosotros: el barrio. Háblame de este breve pero grandioso libro.
—¿Ana Colchero me ha leído? ¡Qué maravilla! Aparta… es mi libro consentido, donde reúno todo lo que soy y entiendo. Lo que no entiendo también está ahí. Es blasfemamente ingenuo. Es un dibujo de mí mismo en una situación mesiánica. Un personaje atolondrado por la seudofama, obligado a tomar decisiones cuando todo lo que quiere es un relax prolongado, un sabático que fuera también domingático, lunesático, martesático, etcétera. Si te fijas, es el mismo rollo de no querer escribir, el protagonista de ese librito no quiere hacer lo único que sabe hacer. Se resigna, ni modo. La historia de mi vida, pues.
—¿Todas las fronteras somos una sola?
—Nah.
—¿La luna siempre será un amor difícil?
—Pues sí, por lejana. Si te enamoras de la luna ya valiste. Amor de lejos… ya sabes cómo es eso. ®