El milagro de Rosa Flores

Sobrevivir a las explosiones del 22 de abril en Guadalajara

“Quedé enterrada, todo mi cuerpo estaba bajo tierra, sólo tenía la cabeza de fuera. Recibí un fuerte golpe en la cabeza. Estaba aturdida, no escuchaba nada, aunque muchos cuentan que por minutos no se escuchó nada, hubo un silencio total después de la explosión.”

 

Rosa Flores en su estética. Foto © Luis Uribe.

En el exterior de la finca marcada con el número 116 A de la calle Río Poo, en su cruce con Río La Laja, hay una lona blanca, notoriamente desgastada, en la que se lee “Estética Unisex Rosy”.

El inmueble es una casa pintada de color naranja. La primera planta ha sido convertida en un local comercial en el que Rosa Flores ha montado su estética. En los últimos veinte años Rosa ha sido la estilista por elección de los vecinos de las colonias Quinta Velarde y Olímpica, en la ciudad de Guadalajara. Sin embargo, su carrera como estilista es más longeva, supera la treintena de años y su estética, hace veinticinco, estaba ubicaba a tan sólo unas cuadras de ahí: en la calle Río Bravo, número 1139, hasta que un día 22 de abril su negocio quedaría en ruinas.

El día en el que visito a Rosa me acompaña Silvia Velázquez Carpio, una sobreviviente de las explosiones de aquel 22 de abril de 1992, con quien he estado platicando el último par de semanas sobre la historia de su familia durante ese trágico día. Silvia y Rosa se conocen desde hace más de cuarenta años, eran vecinas de la calle Río Bravo.

Me han relatado, en la casa de la familia Velázquez Carpio, que la historia de Rosa y sus hijos es más que sorprendente, casi de ficción. Silvia está segura de que Rosa nos contará de su propia voz lo que sucedió aquel día, por ello ha aceptado acompañarme.

Cuando llegamos a la estética, Silvia es la primera en atravesar una puerta que es difícil de descubrir entre aquel cancel de varillas negras que dan al lugar la apariencia de una tienda de abarrotes. Al entrar mi vista se queda clavada en una imagen de Marilyn Monroe que cuelga en el muro detrás de una mujer de la que, intuyo, es la que venimos a buscar.

Rosa Flores. Foto © Luis Uribe.

En el muro de la izquierda hay un dibujo a lápiz de Marilyn Monroe y, al fondo, otra fotografía de la actriz que fue ícono del cine estadounidense en los años sesenta. No es difícil deducir la admiración que guarda Rosa por ella. Es entonces cuando Silvia me presenta: “Este chico está haciendo una investigación para el ITESO; está recabando testimonios de sobrevivientes de las explosiones”. Rosa me mira con cierto escepticismo y lanza la pregunta al aire: ¿Qué quieres saber?

Sé que los hijos de Rosa sobrevivieron a las explosiones de una manera sorprendente. Me lo contó hace unos días el padre de Silvia. No voy directamente a ese tema, le pregunto por su salón de belleza, por Marilyn Monroe y qué es lo que más le gusta de ser estilista.

Me cuenta que antes trabajó como secretaria bilingüe en una constructora y después lo hizo en el Ayuntamiento de Zapopan, en la Dirección de Obras Públicas. “No quería ser siempre una empleada”, me dice. Se matriculó a la Escuela Nocturna, donde estudió la carrera de cultora de belleza a finales de los años ochenta. “En aquellos tiempos estaba de moda el corte de honguito y los peinados de cola de pato”, dice.

Abrió su negocio años después, la Estética Rosy —llevaba el mismo nombre que ahora tiene—, en ese entonces se ubicaba en la misma casa donde vivía, junto a su hermano, su esposo, Ramón González, y sus dos hijos, Mayela e Iván González Flores, en la calle Río Bravo 1139, en la colonia Quinta Velarde del sector Reforma.

En el espejo. Foto © Luis Uribe.

Rosa contesta la pregunta que le hice: “A mí me gusta todo de mi trabajo. Corto el pelo, peino, hago delineado permanente de cejas y labios. Siempre me gustó Marilyn Monroe, me parece el ángel de las estéticas, por bonita, por sus modas, porque es un símbolo de la mujer”.

El 22 de abril de 1992 Rosa tenía treinta y un años —ahora tiene cincuenta y seis—, Iván hacía tan sólo cinco meses que había nacido y su hija Mayela tenía tres años de edad.

Recuerda que un día antes de las explosiones había personal del SIAPA destapando las alcantarillas de su calle. Esas mismas personas le dijeron a Rosa y a los vecinos que todo estaba bien, que las cosas estaban bajo control.

Es entonces cuando ella, por su cuenta, comienza a hablar sobre lo que sabe que he venido a preguntarle: “Mira, lo que pasó es lo siguiente…”.

 

Habla Rosa

El 22 de abril salí temprano para llevar a mi hijo con el médico. Cuando regresé me estacioné frente a mi casa. Dentro del carro dejé al bebé. Me bajé y abrí la puerta. Para poder abrir mi negocio tenía que ingresar por la propia casa. Cuando me doy cuenta, mi niña Mayela venía siguiéndome. Estaba entrando a la estética cuando de repente se desploma todo.

El ángel de las estéticas. Foto © Luis Uribe.

Quedé enterrada, todo mi cuerpo estaba bajo tierra, sólo tenía la cabeza de fuera. Recibí un fuerte golpe en la cabeza. Estaba aturdida, no escuchaba nada, aunque muchos cuentan que por minutos no se escuchó nada, hubo un silencio total después de la explosión. No sabía qué sucedía. Cuando miré en dirección a donde estaba el carro estacionado todo era escombros.

Estuve enterrada por más de una hora. Mi hermano acababa de salir a trabajar. Cuenta que iba pasando por un molino que había en la colonia, pensó que lo que había explotado era el molino. En ese momento se regresa a la casa.

Cuando mi hermano regresó, gritaba: “Manita, manita, yo te voy a sacar, espérame, espérame”.

✱ ✱ ✱

A Rosa se le corta la voz, sus ojos se ponen brillosos y me dice: “Cuando cuento esto me da por llorar”. Continúa…

✱ ✱ ✱

Yo intentaba salir, pero no podía moverme. Mi hermano y unos vecinos como pudieron escarbaron y fueron ellos quienes me sacaron. Cuando salgo, no podía caminar. Se me rompieron todos los ligamentos de una rodilla. Yo gritaba: ¡Mis hijos! ¡Mis hijos! Me arrastraba llorando en el suelo, me jalaba las greñas. Lloraba y lloraba de ver todo aquello desbaratado.

La gente comenzaban a gritar: “Vámonos, vámonos, va a seguir explotando”. Yo sólo quería encontrar a mis hijos.

Volver a vivir. Foto © Luis Uribe.

Me subieron a un carro, era un Grand Marquis y me llevaron a La Nogalera, ahí me vio un médico. Un vecino con el que me fui me dijo que se iba a regresar al barrio a ayudar a sacar gente.

Recuerdo que una señora se me acercó y me repetía: “Pídele al Corazón de Jesús por tus hijos, pídele al Corazón de Jesús”. Yo decía, Corazón de Jesús, no te conozco pero ayúdame, ayúdame por favor.

En La Nogalera comenzaron a decir que iba a explotar. Al carro en el que veníamos se empezó a subir gente; se subieron niños y a mí me pusieron en el asiento del copiloto. Seguían gritando que iba a seguir explotando. No había quién manejara el carro. Con el pie que no tenía malo empecé a pisar el acelerador y me dije, en el nombre sea de Dios. Agarré el carro y me fui manejando rumbo al aeropuerto. Yo manejaba y me escurría sangre por la cabeza.

Seguí manejando hasta El Zapote. Traía niños que eran hijos de vecinos. Como a cinco niños llevaba y otras vecinas. Llegué hasta El Refugio [una localidad en el municipio de Tala]. Ahí estaba mi hermano y unas conocidas. Una de las señoras me dice: “Se salvaron tus hijos”. Yo no le creía. Mi hermano entonces me lo repite: “Sí, tu hijo se salvó, trae una camiseta azul y un pantaloncito azul rey”.

Casa de Rosa Flores después de la explosión. Archivo de la familia.

Yo estaba toda golpeada. Mi hermano me tomó y me llevó al Hospital Militar. Para ese entonces ya eran como las seis de la tarde. La explosión fue a las diez de la mañana. En el hospital me atendieron y me preguntaron cuál era mi nombre, ahí me dijeron que a mis hijos los habían llevado a ese mismo hospital. Que los niños estaban bien. A Iván lo había recogido una hermana mía y, a la niña, mi esposo.

No me caía el veinte de lo que había pasado. Hasta en la noche me enteré que había sido una explosión. Esa misma noche llegó al hospital el presidente Salinas de Gortari y el gobernador Cosío Vidaurri. Me preguntaron qué era lo que quería. Yo lo único que quería era ver a mis hijos. Salinas dijo: “Mañana a primera hora le traen a sus hijos”.

Al día siguiente cuando vi a mi hijo, era un mono lleno de yesos. No volví a ver mis niños hasta los ocho días que me dieron de alta.

 

Mayela quedó atrapada en un ropero

Mi esposo trabaja en una empresa de Panamericana. Después de la explosión no dejaron salir a los trabajadores de la empresa por más de una hora. Cuando pudo, mi esposo llegó corriendo al barrio. Ahí le dijeron que ya me habían sacado pero que no encontraban a los niños.

Ramón, mi esposo, como loco, buscaba entre los escombros, gritaba: ¡Mayela! ¡Mayela! ¡Mayela! Me contó después que la niña le contestó: “Acá toy, papi, acá toy, papi”. Él y unos vecinos quitaron escombros hasta que sacaron a la niña. La casa estaba totalmente derrumbada.

Mayela González Flores. Archivo de la familia.

Mi hija Mayela acababa de entrar a la casa cuando explotó. Había un ropero sobre el que cayó una losa de concreto justo donde estaba la niña, pero la puerta del ropero se abrió con la explosión y formó una especie de casita que contuvo la losa. La niña quedó protegida por el ropero y cuando la encontraron sólo tenía raspaduras en una mano.

 

Iván, “el Niño milagros”

Por horas mis vecinos, mi esposo y otros familiares estuvieron buscando a mi niño Iván. Un sobrino que vivía por ahí, Édgar, fue quien escuchó unos gemidos que provenían de una azotea de una casa que no se había derrumbado por completo.

Cuando explotó el carro salió volando y cayó en el techo de una casa. El niño salió disparado al exterior del vehículo y cayó justo en el pretil de la azotea de una casa, al lado de donde estaba el carro, en un segundo piso.

Al bebé lo encontraron alrededor de las tres de la tarde (cinco horas después de la explosión), estaba todo quemado por el sol, aún no puedo creer cómo no se cayó de ahí arriba o cómo no le cayó nada encima que lo aplastara.

Cuando bajaron a mi niño de la azotea se lo llevaron unos judiciales al Hospital Militar. Lo dieron de alta el mismo día, antes de que yo llegara ahí. Se lo entregaron a una hermana. Más tarde ella lo llevó a la Clínica Catorce, ahí se dieron cuenta de que el niño tenía fractura de fémur.

En la colonia le pusieron a mi hijo “el Niño milagros”.

✱ ✱ ✱

Me toma minutos asimilar lo que acaba de contarme, estoy pasmado, mudo. En ese momento Rosa se dirige a una mujer de unos veinticinco años que ha estado sentada a su lado todo este tiempo y quien resulta ser la esposa de Iván, “el Niño milagros”. “Búscame aquí en el celular una foto de cuando están bajando al niño de la azotea”, le dice Rosa a la mujer, cuyo nombre me entero después es Rubí Flores.

Rosa Flores cuando estudiaba para estilista. Archivo de la familia.

Me muestran una foto en la que un hombre sostiene a un bebé, no se percibe el rostro, sólo se ve un hombre con un bulto en una azotea, al menos a cinco metros de altura. Alrededor, una decena de personas observan la hazaña, entre escombros y el carro que salió disparado.

“¿Qué más quieres saber?”, me pregunta Rosa. No tengo palabras. Observo la foto una y otra vez y lo único que digo: “Fue en verdad un milagro”.

Después de las explosiones Rosa y toda su familia se mudaron a una casa de interés social, la cual, por fortuna, habían comprado antes de las explosiones, en la colonia Lomas Independencia.

En palabras de Rosa: “De repente te quedas sin nada. Vuelves a empezar de cero. Por mucho tiempo te quedas con un miedo que no te abandona, con una sensación de que volverá a explotar en cualquier momento. Lo más difícil es volver a integrarse. Por meses estuve en silla de ruedas. Extrañaba mucho volver a trabajar”.

Cuando le pregunto sobre la indemnización que recibieron meses después a las explosiones contesta: “Ni el gobierno federal ni estatal se hicieron responsables. Lo que nos dieron nos lo entregaron en calidad de donación. Nos dieron dinero por la casa, por el negocio y menaje. Ese dinero no nos daba para volver a construir la casa. La casa era de mi hermano, él se fue a vivir a otro lado”.

Momento en el que encontraron a Iván. Archivo de la familia.

Me explica después que existe un fideicomiso del 22 de abril, del que se paga una pensión a los lesionados. A Rosa le corresponden siete mil doscientos pesos mensuales. Ha sido sometida a cuatro operaciones de rodilla. Dice ser candidata a una prótesis, pero ella prefiere que no se la coloquen.

Cinco años después de las explosiones reabrió la Estética Rosy, justo donde hoy estamos sentados. Sus dos hijos están casados. Iván tiene un niño de seis años que lleva el mismo nombre y apellidos que su padre. Él y su familia viven en la calle Río Bravo, número 1139, en el mismo lugar donde hace veinticinco años salió disparado y milagrosamente sobrevivió a la desgracia.

El esposo de Rosa, quien ha estado sentado a nuestro lado durante todo este tiempo, en el que no se ha sumado a la conversación, se despide amablemente y antes de subirse al taxi en el que trabaja Rosa lo despide con un beso y voltea a verme para decirme: “Nuestro barrio nunca volvió a ser el mismo. Éramos humildes, pero felices. Los niños jugaban en la calle. Los vecinos nos cuidábamos. Nos destruyeron lo que más queríamos”.

Iván González Flores, «el Niño milagro». Archivo de la familia.

El 22 de abril de 2016, a veinticuatro años de haber sucedido las explosiones, Rosa subió a su perfil de Facebook una fotografía de lo que quedó de su casa aquel día, y junto a la foto escribió:

✱ ✱ ✱

Señor, hoy y todos los días de mi vida estaré eternamente agradecida porque dejaste con vida a mis hijos y a mí. Sólo tú sabes la misión que tenemos que cumplir. Que sea tu voluntad. Te pido por tanta gente desaparecida, muerta y por aquellas que quedaron desamparadas; los niños que murieron, mis vecinos y otra gente. Por negligencia del gobierno sufrimos esas terribles explosiones del 22 de abril de 1992. Así quedó mi casa y hoy admiro cuán grande fue tu amor para con los míos. Te amo Dios. En el nombre del padre, el hijo y el espíritu santo. Amén. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Blogs

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