El nadador que inventa el tiempo y los espacios

Agustín Chaves dice que el agua es brillante

No puede ver pero sabe nadar con la agilidad de un campeón. Es fan del River y no se pierde un partido por la radio. No conocía el estadio Monumental de este popular equipo argentino hasta que lo llevaron ahí. Aún lo esperaba otra sorpresa.

Agustín Chavez, de dieciséis años. Fotos de Juan Mascardi

Agustín Chavez, de dieciséis años. Fotos de Juan Mascardi

No es como nadar en el petróleo. Ni siquiera es como nadar de noche. No es negro absoluto ni oscuridad lo que se percibe. Tampoco es ausencia de sentido. Es otra cosa. Hay algo de ingravidez y mucho más de eternidad. El cuerpo es laxo, las extremidades son como la plastilina: maleables, flexibles, blandas. Tocar el agua. Acariciarla con todo el cuerpo. Hay potencia y fuerza pero el tacto total hace que se pueda vencer la resistencia que el líquido impone. Y toda el agua es como una cuna que arrulla en una cadencia que ya no es mía, que ya no es sólo tuya.

Agustín habla, lo escucho y su voz retumba como un eco tímido mientras me explica la técnica de entrenamiento que ejecuta dos veces por semana: miércoles y viernes en la pileta climatizada del Club Alianza de Colón, una pequeña ciudad en medio de la planicie de la provincia de Buenos Aires, una localidad en el epicentro estanciero de la llanura pampeana a 277 kilómetros de la capital argentina. Le respondo con una pregunta y él me busca siguiendo mi voz. El sonido es su guía.

—¿Cómo es el agua?

—Suave y tranquila. Me da paz.

—¿Y si tuvieras que imaginarte el color del agua qué imagen aparece en tu mente?

—El agua es brillante.

No es como nadar de noche. El agua tampoco es como el petróleo liviano. Para Agustín Chaves, el campeón argentino de los Juegos Nacionales Evita 2013 en la categoría espalda, el agua es brillante. Tanto brillo como algunos fragmentos de vida que el pibe de dieciséis atesora en un grabador de periodista. Los momentos cumbres son narrados en tiempo presente para eternizarlos. Las imágenes son palabras pronunciadas, las instantáneas son fragmentos de memoria oral.

Aprender haciendo

El entrenamiento continúa: intensidad, velocidad y técnica. Cincuenta minutos divididos en dos estilos: crol y espalda. Sebastián Nieto, uno de sus profesores de natación, experimenta mientras enseña. “Todos los días aprendo algo nuevo”, dice. Según Agustín, el secreto para vencer el miedo fue aprender a flotar. La primera vez que ingresó al agua fue a los doce años en una pileta pequeña de seis por tres metros. Un mes después de aquella inmersión de bautismo tuvo su primera competencia.

Según Agustín, el secreto para vencer el miedo fue aprender a flotar. La primera vez que ingresó al agua fue a los doce años en una pileta pequeña de seis por tres metros.

Los procesos de aprendizaje son explosivos. Agustín aprendió a nadar en el mismo tiempo que le llevó incorporar la técnica braille de lectoescritura: poco más de veinte días. Su cuerpo mecaniza los movimientos, sigue a la perfección las órdenes que emana su cerebro. Su cerebro es un disco rígido virgen que absorbe conocimientos como una esponja. Los datos no son sólo datos sino conocimiento. “Conozco esta pileta como la palma de mi mano”, dice Agustín antes de sumergirse. Se acomoda las antiparras, se prepara en posición de partida y arranca el calentamiento en el andarivel número 6, los cinco restantes están ocupados por los nadadores de alta competencia.

Sentir el agua.

Sentir el agua.

“Flotar es fundamental. Luego hay que aprender a ubicar los movimientos de los brazos y de las piernas. Mi profe me llevó de a poco. Primero fui a lo playo. Clase a clase iba practicando. Cuando quise acordar ya estaba nadando los 25 metros con mis millones de dificultades”. Dificultades que desaparecieron ya que la dirección del nadador es perfecta. La intensidad idéntica en cada patada fabrica un surco líquido que se crea mientras Agustín avanza. Las brazadas son potencia y equilibrio. “Al tener un cierto problema para afrontar un nuevo desafío siempre surgen nuevos obstáculos”, argumenta el joven fanático de River Plate.

Aliento que retumba

Los obstáculos son: superarse a sí mismo, perder el miedo al agua, aprender técnicas propias de la disciplina y que no le importe el “qué dirán”. “En un pueblo chico como en el que vivo, todos miran difícil. Y que un chico como yo empiece a nadar da mucho que hablar”. El pueblo chico se llama Wheelwright, es una pequeña localidad de la provincia de Santa Fe, ubicada en el extremo sur de la bota, a veinte kilómetros de la bonaerense Colón. En el pueblo que mira difícil no hay pileta climatizada por eso Agustín viaja por la llanura de la ruta nacional 8 dos veces por semana. En el poblado agrícola y de tradición textil que homenajea a Guillermo Wheelwright —el estadounidense creador del Ferrocarril Central Argentino— Agustín se crió junto a su hermano gemelo Federico. Ambos nacieron sietemesinos el 17 de julio de 1998, veinte días antes del debut oficial de Carlos Bianchi como director técnico de Boca Juniors que dio inicio al ciclo más exitoso de la toda la historia del club porteño. Federico es hincha de Boca. Agustín, no.

Cuando el desgano y la falta de motivación tiran abajo el ánimo del pibe que nada aparece la experimentación pedagógica. Una semana antes del superclásico Boca–River, Agustín no quería nadar. Sebastián Nieto lo incentivaba desde afuera del agua…

“Me costó mucho tiempo mantener prolijo mí cuerpo, mantener una técnica adecuada fue muy difícil”, recuerda Agustín. Las técnicas de entrenamiento varían, a veces la propuesta es hacer fondos de 1,500 metros y en otras oportunidades los profesores apuntan a la velocidad y a los cambios de ritmo. Pero cuando el desgano y la falta de motivación tiran abajo el ánimo del pibe que nada aparece la experimentación pedagógica. Una semana antes del superclásico Boca–River, Agustín no quería nadar. Sebastián Nieto lo incentivaba desde afuera del agua:

—¡Vamos Agustín, dale, dale, no te quedes parado que te enfriás!

Agustín no hacía caso. Entonces el profe se dirigió hasta la computadora del club, buscó en Internet distintos cánticos de la hinchada de Boca y los reprodujo en el equipo de música a todo volumen. “La 12” retumbaba en la pileta techada. “Dale, dale, dale, dale Bo. Dale, dale, dale, dale Bo. Daleee, daaaaale Boooooo”.

—¡No quiero escuchar eso! —gritó Agustín.

Y nadó sin parar los cincuenta minutos.

Una idea de llanura

En la llanura siempre hay horizonte. La planicie es recta, no hay subidas ni bajadas. No hay obstáculos a la vista. Al igual que el espacio —que se proyecta hasta el infinito— el tiempo también se estira. Y siempre hay tiempo libre para pensar en una idea no habitual. Esa broma para Agustín en el entrenamiento, esa provocación al hincha fanático que conoce de memoria gran parte de la historia de River, fue el puntapié inicial de una idea parida mientras la mayoría de la población dormía la siesta.

Agustín termina el entrenamiento, Tiene sed y hambre.

—Negro, dame un vaso de agua y un paquete de bizcochitos 9 de Oro.

El Negro es el conserje de la pileta. En Negro lo abraza, le acomoda la camiseta de River que está plagada de autógrafos, le recuerda que el último campeón de América es San Lorenzo, no le cobra los bizcochitos y ambos se ríen. Suena el celular de Agustín que está en mi mochila, él me pidió que se lo guarde mientras entrenaba. Agustín estira los brazos en el aire, a la nada, siguiendo el ringtone. Le pongo el móvil en sus manos, atiende y habla con Carlos, su padrastro. La conversación es breve y en voz baja. Corta. Me dice, que dice Carlos, que averigüe cuánto vale un grabador de periodista porque el suyo está roto. Le digo que me comprometo a averiguarle y acto seguido viajamos en flash–back para recordar la idea que nació una tarde de tiempo libre. Grabamos. Eternizamos las voces.

—En el hombro derecho de la camiseta tenés una firma muy importante. ¿Sabés de quién es? —le pregunto para saber qué grado de conocimiento posee sobre su objeto más deseado.

—¿Es la de Ramón Díaz?

—Sí, es la firma de Ramón.

—Ramón es mi ídolo.

—¿Y cómo seguís un partido de fútbol?

—Me gusta más escucharlo por radio. Si lo escuchamos por radio todos estamos en las mismas condiciones. Todos tenemos el mismo parámetro de observación.

Peligro de gol

—¿Qué tenés que hacer mañana? —le pregunta Seba Nieto a Agustín al finalizar el entrenamiento del viernes.

—Nada.

—Mañana vamos con el Mono a una bicicletería de Buenos Aires para conseguir una bici de dos asientos. Tal vez te podemos conseguir una bici para vos.

—¿La bicicletería está cerca de la cancha de River?

—No, para nada. Queda en la otra punta de Buenos Aires.

Fue una cuestión de olfato. De percepción. Antes de salir Agustín ya había adivinado el destino final. Por primera vez en su vida el nadador fanático de River le iba a poder poner aroma y tacto, sonido y voz al sitio que soñó toda su vida: el estadio Monumental de River. Lo llevaban su profesor Seba Nieto y el Mono Martínez, un compañero de la pileta.

Fue una cuestión de olfato. De percepción. Antes de salir Agustín ya había adivinado el destino final. Por primera vez en su vida el nadador fanático de River le iba a poder poner aroma y tacto, sonido y voz al sitio que soñó toda su vida: el estadio Monumental de River.

—Tu memoria me sorprende. Pareciera que todo lo aprendés rápido. ¿Vos me podés nombrar todos los campeonatos que obtuvo Ramón Díaz en River como DT? —le pregunto.

—Sí. ¿Te los digo? —me desafía.

—No te creo…

Agustín cambia el ritmo. Toma aire para enumerar rápido. Habla como patalea, con potencia pero con una dirección impecable: “Campeonato del 96, Copa Libertadores 96, dos campeonatos del 97, Supercopa del 97. En ese momento fuimos tricampeones. Ganamos el campeonato del 99 —ese tuvo un gustito especial porque salieron segundos los de Boca—, también el del 2002 y ahora el Torneo 2014”. Desgrabo los datos sin confirmar la información. Así, a boca de jarro, como los pronunció Agustín. La memoria oral también deja un surco.

Sorpresa millonaria

Es abril del 2013. El equipo colonense integrado por Agustín Chaves, Sebastián Nieto y el Mono Martínez llegan a Núñez, arriban al estadio Monumental. Agustín no lo sabe. El Mono va a estacionar la camioneta. Mabel, una mujer que colabora con la comisión directiva de River, es la cómplice para la sorpresa. Seba toma de la mano a Agustín mientras ingresan al estadio.

—Tocá la pared Agustín. ¿Sabés que es esto?

—El estacionamiento.

—¿No te parece muuuuy grande el estacionamiento? Acá entran como 70 mil personas…

Agustín piensa en silencio. No habla.

—No te hago pensar más. Lo que estás tocando es lo que tanto quisiste: el estadio de River.

El joven nadador con el DT del River, Ramón Díaz, al centro, y su entrenador, Sebastián Nieto, a la derecha.

El joven nadador con el DT del River, Ramón Díaz, al centro, y su entrenador, Sebastián Nieto, a la derecha.

Sebastián activa la “máquina de fotos” de Agustín, el grabador a cinta y comienza a relatar el paso a paso. “Ahora vamos caminando por los pasillos internos del Monumental. Ahora vamos a entrar al estadio. Agachate y tocá el césped, es el césped de la cancha de River”. Agustín se pone en cuclillas y aparecen los jugadores de la primera división. Lo rodean, lo saludan, lo abrazan. Seba relata. Gonzalo Marinelli, el arquero suplente, le regala sus guantes.

Mabel, la cómplice, recibe un llamado: “Traten de acercarse a la puerta Maratón que Ramón Díaz lo está esperando a Agustín”. A Agustín se le baja la presión. Pero avanzan a su encuentro. Y se encuentran. Y ahora, además del relato, sí se toman una foto mientras continúa la narración en presente.

“Yo no me acuerdo qué me dijo Ramón. Pero hay cosas que nunca se olvidan. Que son imborrables”, rememora Agustín, el nadador fanático del fútbol, el joven que vive como nada, que se ubica en tiempo y espacio más allá de cualquier superficie, el pibe que deja surcos mientras vive.

—Ramón, le tenés que dar una posibilidad a Gonzalo Marinelli, le tiene que sacar el puesto a (Marcelo) Barovero —le dice Agustín al DT millonario.

—¿Y por qué le sugeriste eso a Ramón?

—Porque me simpatizó Marinelli, me regaló los guantes.

—¿Y qué te dijo Ramón?

—Que eso se iba a ver en la semana.

Agustín presenció un partido de River después de la visita guiada. River le ganó 1 a 0 a Quilmes. Marinelli no jugó. El pibe que nada gritó el gol y se dio el gusto de aconsejar a Ramón Díaz, su ídolo. Fue un momento brillante, brillante como el agua, el líquido que acuna dos veces por semana a Agustín en un pueblo de la planicie. De esa llanura que tiene horizonte infinito y que no posee obstáculos a la vista. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Noviembre 2014

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