Narciso Contreras ha conocido de primera mano la dificultad de visibilizar en la prensa una guerra tan larga, que a lo largo de treinta años ha dejado de ser noticia, pero cuyos estragos son perennes en la historia de Myanmar.
Mientras estudiaba filosofía, Narciso Contreras se perdió. Se llenó la cabeza con historias de civilizaciones antiguas y lejanas. Ensoñó los mitos fundacionales de Asia; las verdades ocultas de los vedas. Anheló ciudades remotas, distantes no sólo de las calles de la Ciudad de México que caminaba a diario, sino de toda una cosmogonía. Quiso conocer el antioccidente. Y hace casi seis años se fue al otro lado del mundo: India, Cachemira, Birmania. Y encontró batallas religiosas y étnicas, guerras de más de treinta años, niños guerrilleros, historias de mutilados, de adoradores de Shiva, de rituales de colores.
En la marcha se volvió corresponsal de guerra. Actualmente es fotógrafo para Zuma Press y ha publicado en diversos diarios de Asia y Estados Unidos. También ha colaborado en publicaciones como Time, Wall Street Journal, SEA-Globe, entre otros. Además, este año echó a andar un proyecto de fotografía independiente para documentar los conflictos internos en Birmania (actualmente Myanmar), un país dominado por una dictadura militar desde 1964 y en cuya frontera norte se desarrolla un conflicto armado que tiene más de treinta años. Narciso Contreras ha conocido de primera mano la dificultad de visibilizar en la prensa una guerra tan larga, que a lo largo de los años deja de ser noticia, pero cuyos estragos son perennes en la historia de un país. Encontró que las guerras por la autodeterminación de un pueblo o etnia son muy parecidas en todas partes. Incluso, en Asia, los líderes de pequeñas etnias voltean a México para conocer la experiencia zapatista.
El proyecto busca recaudar fondos cubrir el conflicto periodísticamente de manera independiente en el norte de Birmania y llevar ayuda a los refugiados y desplazados, que suman ya 75 mil personas, según calculan los grupos de ayuda humanitaria que se encuentran en la zona. La ayuda se recauda a través de WaPaNa, una organización independiente. Para conocer más sobre el proyecto.
—¿Por qué tu interés personal en el tema?
—En Birmania las etnias han vivido una guerra brutal durante muchos anos, ese interés en particular me atrajo, pues en México sucede igual. Y la mezcla de creencias religiosas entre los grupos armados me atrajo profundamente. Birmania no ha querido reconocer el derecho de los grupos étnicos a su autodeterminación, los grupos armados no son birmanos; son Kachin, o karen, o shan, o mon, etc., hay muchos grupos étnicos en Birmania y todos tienen su ejército rebelde. La guerra del sur de México se ha caracterizado por la lucha a existir como grupos étnicos también.
—¿Viste o percibiste coincidencias con el caso mexicano?
—Sí, y no busqué un referente concreto en México para explicar el contexto en Birmania. Por supuesto que las diferencias son muy profundas, pero la línea general del conflicto es muy similar. De hecho uno de los coroneles más reconocidos del Ejército Karen de Liberación Nacional está interesado en ir a México y saber más del conflicto en Chiapas.
Atestiguar los conflictos me ha convencido de que el mundo va en una dirección equivocada, que no puedes detener. Es como ir en un tren que se va a estrellar, pero que no puedes detener; el tren va a toda marcha y no es posible frenarlo, pero aun así es importante, es vital ir en ese tren, ser testigo.
—¿Por qué decidiste imbuirte en el caso birmano?
—La decisión vino después de entrar en contacto con los grupos de ayuda humanitaria en la frontera y ver que era un tema de poco interés en los medios y la prensa internacional. Además fue el primer conflicto que cubría. Era un reto aprender cada paso, cada momento.
—¿Cómo fue ese aprendizaje?
—Desde comprender el humor de los personajes en cada entrevista, interpretar su forma diferente de ver, de escuchar, de hablar y poder entendernos en situaciones muy delicadas, hasta entender cómo se maneja la prensa internacional. Cada momento ha sido siempre de aprendizaje… contactar a los editores, lograr atraer interés en los temas… además cada lugar es muy diferente, a pesar de compartir la misma línea de frontera como nación. Me refiero a que es diferente cubrir el conflicto en el estado de Kachin o cubrirlo en el de Karen, tienen formas diferentes de manejarse, de entender todo, como si se tratara de dos países diferentes.
—¿Cómo es su forma de ver las cosas?
—Son etnias que han asumido su rol bajo la cristianización, pero mantienen costumbres muy particulares. Algunos soldados del sur comen perro, por ejemplo (siendo cristianos); una gran mayoría está muy politizada debido al conflicto que ha durado décadas. Viven exentos del mundo, pero saben que tienen derecho a vivir como son y en su tierra.
”[Por otra parte] el contacto con extranjeros durante mucho tiempo los ha hecho vulnerables a la occidentalización y ese es otro fenómeno interesante: anhelan la democracia, aunque no saben cómo explicarla; quieren ser libres como en Occidente, dicen, pero no saben ver cómo es la libertad en Occidente.
—¿A ti qué te ha dejado esta experiencia? ¿Cómo te transformó?
—Una necesidad irrenunciable de entender y ver esta cara del mundo.
—¿Qué fue lo que más te ha marcado?
—Atestiguar los conflictos me ha convencido de que el mundo va en una dirección equivocada, que no puedes detener. Es como ir en un tren que se va a estrellar, pero que no puedes detener; el tren va a toda marcha y no es posible frenarlo, pero aun así es importante, es vital ir en ese tren, ser testigo. ®
Narciso Contreras: