La bonanza económica y de consumo en que viven los chinos (en las zonas de economía capitalista y régimen comunista) los ha llevado al olvido. La población de edad media —la mayoría—, los jóvenes —también mayoría—, viven en una actualidad actualísima. Como si el hoy se hubiese inventado hace quince minutos.
Hay algo hermoso en el concepto de infinito, y esto implica lo siniestro del número inabarcable. Vayamos a China en su dimensión inquietante. Hace unos meses apareció en YouTube el registro de cámaras de seguridad de un mercado. En una calle estrecha pasan motos, gente caminando, camiones cargados de mercadería. Un niño pequeño camina perdido y lo aplasta un vehículo. Tendido y sin muestras de estar con vida, el cuerpo de la víctima es aplastado por otro, y otro. Los transeúntes ignoran su calvario, así un buen rato hasta que un motociclista se detiene y observa al niño exánime. Ha muerto. Luego aparecen otras personas, tal vez la madre. En el noticiero de la televisión que difundió el video el periodista comenta la razón: en China no existen las compañías de seguros, es un régimen comunista con sectores de economía capitalista, mixtos, pero que no tienen la estructura jurídica que contemple semejantes casos. Es que el sistema imperante hace responsable al conductor sobre el costo hospitalario de la víctima, por tal motivo los conductores se desentienden en los accidentes. Horadando en la web encontré más videos de accidentes chinos. Para ilustrar el desparpajo, un camionero pisa a un peatón, baja del camión y verifica su estado de salud. ¿Asume su responsabilidad? Por supuesto, sube al vehículo, da marcha atrás y pisa otra vez el cuerpo de la víctima, y para que no queden dudas del resultado, lo hace de nuevo, y una vez más. Vale decir, lo mata de manera metódica y sin piedad.
Tengo un amigo escritor, porque todo escritor tiene amigos escritores, caso contrario no sería escritor. Bien, se trata de Oliverio Coelho. Estuve en el patio de su casa del barrio de Boedo visitándolo luego de que viajara por Corea y China. De Corea ya habíamos hablado en otras oportunidades, pero no de China. Él tomó su mochila de viaje y recorrió Pekín y algunos pueblos del sur. Fueron catorce días de marcha exploradora. Para nuestro espanto, notó que la bonanza económica y de consumo en que viven los chinos (en las zonas de economía capitalista y régimen comunista) los ha llevado al olvido. La población de edad media —la mayoría—, los jóvenes —también mayoría—, viven en una actualidad actualísima. Como si el hoy se hubiese inventado hace quince minutos. Un ejemplo: consultó a los habitantes de la capital sobre los sucesos de 1989. Ni registro, ni recuerdo, una lisa nada parpadeante. ¿Y la Revolución Cultural? Menos que menos. Los chinos, parece, duermen para olvidar.
En el transporte público, regresando de la casa de Oliverio, comencé a observar con desconfianza a mis coterráneos. Pensaba en si la pérdida de memoria podía convertirse en una enfermedad de contagio sutil. Volver hacia el suburbio es algo difícil en Buenos Aires, más si la protesta social está agitada por alguna premisa urgente. Pero a los casuales socios de viaje los veía tranquilos, indiferentes a mi presencia; es más, noté los ojos opacos como si tuvieran un vidrio empañado por delante. Reitero: había en el ambiente una razón para desconfiar. ¿Y si ellos no habían dormido temiendo olvidarlo todo? ¿Y si yo era un ser que había olvidado el pasado y trataba de enunciarme en lo que Oliverio contó como semblanza de otro lugar? O el todo inmediato es el resultado de que han olvidado y el ignorarme un síntoma de la pérdida de integración con la realidad. ¿A dónde viajaban? ¿El estado de desmemoriado absoluto nos hace criminales metódicos? Corría riesgo entre ellos, que reconocieran que tenía memoria, como un ente extraño, acaso humano.
No viajaré a China, ni por todo el oro del mundo, ni engañado por promesas de gloria multitudinaria… Prefiero ingresar al olvido de la historia sin sobresaltos. ®
Acá, la segunda parte.