Apareció el esperado tercer libro del norteño Carlos Velázquez, autor de Cuco Sánchez Blues y La Biblia Vaquera, quien publicó en la editorial Sexto Piso cinco cuentos bajo el título La Marrana negra de la literatura rosa.
Durante la presentación se dijo que este libro se leía en una sentada, lo cual me parece una puntada similar a la de comer en McDonald’s para quitarse el hambre en chinga. Además de ser un lugar común para empalagar al autor, revela al consumidor de fast books que se mide por la cantidad de libros que ha “leído” con las técnicas del Lector Rapidín.
Los buenos libros son los que enganchan y nos mantienen con el pellejo pegado al hueso, los que no queremos que se acaben y a los que regresamos una y otra vez para leer y releer hasta limpiar el plato y la cacerola. En este punto debo confesar que leí tres veces La Biblia Vaquera —las mismas que cayó Jesucristo— y podría leerla dos o tres más. El lector puede atascarse cuando hay lodo o reflexionar tras cada línea, sin duda el gozo es mayor cuando se lee despacito. Así se paladean y digieren las letras, incluidos los libros rápidos. Si huele a pollo Henry’s y sabe a pollo Henry’s… seguramente La Marrana negra se preparó de esta forma, no al vapor —eso sería para veganos y al autor le caen gordos—, sino en franca y notoria chinga.
Lo que tienen en común estos personajes es el conflicto personal (no hay un elemento entre ellos y tampoco se encuentran al final amarrándose unos con otros), ninguno está satisfecho con quien es y trata desesperadamente de ser otra persona u otro ser.
Ante todo La marrana es un libro divertido. Desternillante en “El alien agropecuario”, cuyo ambiente rockero el autor conoce muy bien, fábula sobre un adolescente con Síndrome de Down que se convierte en rockstar junto a una banda de punk y termina tocando tecnoanarcumbias bajo la dirección artística del manager. Con menor suerte corren los relatos “No pierda a su pareja por culpa de la grasa”, “La jota de Bergerac” (cuyo final es memorable, de película), “El club de las vestidas embarazadas” y “La marrana negra”, situaciones absurdas tasajeadas de la realidad, protagonizadas por ladrones y asesinos obesos, vestidas beisboleras y escritores de fat books más calóricos que una caja de chocolates frente a la televisión. Lo que tienen en común estos personajes es el conflicto personal (no hay un elemento entre ellos y tampoco se encuentran al final amarrándose unos con otros), ninguno está satisfecho con quien es y trata desesperadamente de ser otra persona u otro ser. Eso los lleva a cambiar más que su apariencia y a cometer atrocidades de dimensiones porcinas.
El libro tiene su cresta en “El alien”, luego sucede un tropezón y de pronto el lector rueda escalera abajo como si cada página fuera un escalón en “El club de las vestidas embarazadas”,una parodia de Fight Club de Chuck Palahniuk que se queda a medio esponjar. Hay riqueza en obesidad, adicción, crimen, enfermedad, obsesión, infidelidad, traición, engaño, provocaciones y bromas con la editorial cuando la Marrana, musa del escritor light pero puerco, se tira por la ventana de un sexto piso… sin embargo, el resultado sabe a letras rápidas que engordan con el colesterol literario disparatado. Si ya nos había dado esos deliciosos “Burritos de yelera”, ¿porqué ahora nos ofrece hotdogs con salsa cubana y salchicha humana? Caricaturas steadmaníacas —dado que el autor se identifica abiertamente con Hunter Thompson—, escritas bajo algún tipo de presión en olla exprés y a la sombra de su libro anterior.
A La Marrana negra le estorba La Biblia Vaquera, campeonato del consejo nacional obtenido a pulso por este luchador de las letras libres. La cosa es que no se leen a lo ancho de la blackie marranez de pinky lit cuentos alucinantes como “El díler de Juan Salazar”, sino relatos largos que tampoco mantienen el ritmo polkabilly-jazzito duranguense ni su estilo postnorteño que ya lo distinguen desde Cuco Sánchez Blues. Da la impresión de que busca cortar con el pasado y alejarse de sus raíces y fortalezas, quizá para evitar la etiqueta del autor de la Cowboy Bible, pero como se dice, el Norte no lo va a dejar. Velázquez es hábil y ameno, el humor asesino logra entretener al lector hambriento de sus ocurrencias y sus malabares con las palabras. Esperemos que las prisas, la fama y la burocracia cultural no se lo desayunen al desnudo o al menor descuido. ®