El pecado del tutú en la Guadalajara moderna

Las primeras ballerinas tapatías

En los años cincuenta del siglo XX la llegada del tutú a Guadalajara escandalizó al máximo jerarca católico, quien lo calificó de “pecado” y lo prohibió entre sus feligreses. Y no solamente el tutú fue prohibido, sino la práctica del ballet mismo, al menos por algunas semanas…

Odette y el príncipe Sigfrido en el pas de deux de El lago de los cisnes.

Odette y el príncipe Sigfrido en el pas de deux de El lago de los cisnes.

Un espectáculo de ballet clásico es una de las cosas mejor recibidas por los tapatíos, sobre todo por ese público de Guadalajara asiduo al arte que no tiene empacho en pagar un boleto cuando vienen el Ballet Bolshoi, el de Kiev o las estrellas de Moscú —estrellas a veces poco fulgurantes ya— a presentar El lago de los cisnes o El Cascanueces, las obras consentidas de este selecto público.

En los indicadores dancísticos del país, las academias de ballet clásico de Guadalajara, sus maestros y los bailarines que se forman en ellas sobresalen por su alto nivel técnico y por sus condiciones físicas que se adaptan con mucha mayor facilidad a los estrictos estereotipos —más o menos— mundiales de la danza clásica.

Por la Compañía Nacional de Danza y por otros grupos profesionales (entiéndase como profesionales a aquellos que ganan por su trabajo como bailarines, maestros y coreógrafos el dinero suficiente para cubrir todos o la mayoría de sus gastos) del país han pasado excelentes bailarines que se formaron en Guadalajara, contribuyendo así a fortalecer la idea de que el bailarín tapatío es precioso. “Por algo en Guadalajara se ama al ballet clásico, desde quién sabe qué tiempos inmemoriales”, pensarán algunos.

En los indicadores dancísticos del país, las academias de ballet clásico de Guadalajara, sus maestros y los bailarines que se forman en ellas sobresalen por su alto nivel técnico y por sus condiciones físicas que se adaptan con mucha mayor facilidad a los estrictos estereotipos —más o menos— mundiales de la danza clásica.

Por si fuera poco, tener un público que ama —y paga por ver— el ballet clásico y unos bailarines tapatíos dignos de orgullo por sobresalir en el panorama mexicano y a veces en el extranjero, casi todas las niñas bien, las de clase media y cada vez más a menudo las de clase baja —gracias a los centros culturales barriales, sean gubernamentales o independientes— pasaron y siguen pasando por alguna academia, aprenden ballet mediante la técnica inglesa, rusa, cubana o cualquiera otra. En algunos casos por elección propia y en otros para cumplir “el sueño frustrado de bailarinas” que tienen algunas mamás, o porque éstas deciden que es la mejor actividad física que pueden hacer sus niñas para moldear armónicamente su cuerpo y aprender “delicados movimientos”.

En tiempos de Sofía González Luna como secretaria de Cultura de Jalisco —2000-2006— se restauró el teatro Degollado, dejándolo pulidito y recubierto en oro y terciopelo, y una de las medidas que se adoptaron para cuidarlo fue enviar al Ballet Folklórico de la Universidad de Guadalajara —que había bailado todos los domingos durante varios años en ese recinto del siglo XIX— a achatar clavos a otro lado, porque la nueva duela sería solamente para las finísimas zapatillas de ballet. (Nunca hubo temporadas de ballet como tales ni un apoyo sobresaliente a la danza clásica. Pero ése es otro tema.)

Odette, o el cisne blanco de "El lago de los cisnes".

Odette, o el cisne blanco de «El lago de los cisnes».

Así que si nos atenemos a todo lo anterior, podríamos imaginar que el ballet clásico en Guadalajara goza y ha gozado siempre de tremendo prestigio. Si alguien escucha ballet clásico probablemente imagine una escena de El lago de los cisnes: a Odette, por ejemplo, con su tutú blanco, atuendo que nos parece tan común en una bailarina, y que tal vez a los más jóvenes les resulte incluso conservador. Esto ratifica la aceptación que el ballet clásico tiene en Guadalajara.

La gente un poco más avezada en asuntos dancísticos sabrá que la danza moderna surgió —a la par en Estados Unidos y Alemania— como un movimiento contestatario ante el acartonado ballet clásico, lleno de clichés, de roles de género y de princesas y príncipes que nada tenían —ni tienen, por supuesto— que ver con nuestra vida real actual.

El Rey Sol.

El Rey Sol.

El ballet clásico se originó, según diversas documentaciones históricas, a finales del siglo XV en las cortes italianas, reuniendo lo señorial con lo popular, y poco después se desarrolló ampliamente en las francesas, alcanzando su cumbre durante el reinado de Luis XIV, el Rey Sol, llamado así precisamente por haber encarnado a ese personaje en un ballet creado para él en su reino, donde la danza era de primera importancia y, por lo tanto, debía de normarse, por lo que Luis XIV fundó en 1661 la Academia Real de Danza para maestros.

A partir de entonces los incómodos y enormes vestuarios comenzaron a modificarse. Históricamente las mujeres han sido las grandes revolucionarias del vestuario en la danza y poco a poco se fueron liberando decorsettes, miriñaques, faldones y otras pesadas e incómodas prendas para bailar cada vez con atuendos más ligeros. Una de ellas fue María Camargo, cuya aportación al vestuario y a la técnica del ballet fue recortar unos centímetros su falda para mostrar más los pies y los tobillos y tener mayor libertad de movimiento.

María Camargo.

María Camargo.

Ya en el siglo XIX aparece el tutú romántico: un corpiño de gran escote que dejaba lucir los hombros y una falda de gasa acampanada hasta media pierna, mucho más ligera, que permitía mayor movilidad; la primera en usarlo fue María Taglioni, que también fue pionera en usar zapatillas de punta, diseñadas por su padre, el maestro de ballet Felipe Taglioni. Dice Adolfo Salazar en La danza y el ballet, un clásico de la historia de la danza, que “Con María Taglioni desaparecen los últimos vestigios de los amaneramientos que venían arrastrándose desde el siglo anterior. Su gracia y su ligereza eran esenciales a su estilo y nadie antes que ella logró mayores triunfos en el baile de puntas, que llegó a ser imprescindible en el ballet romántico”.

Históricamente las mujeres han sido las grandes revolucionarias del vestuario en la danza y poco a poco se fueron liberando decorsettes, miriñaques, faldones y otras pesadas e incómodas prendas para bailar cada vez con atuendos más ligeros.

Taglioni bailó La Sílfide y otros ballets de personajes etéreos y volátiles. Taglioni, Fanny Elssler, Carlota Grissi y Fanny Cerrito fueron las grandes figuras del Romanticismo en el ballet. En 1845 Jules Perrot creó el único ballet en que bailaron juntas, El grand pas de quatre, un gran éxito de taquilla.

La falda fue acortándose, la moda cambiaba y había que mostrar más la robusta y fuerte figura femenina (porque además las bailarinas debían encontrar a un protector entre los adinerados hombres del público) y entonces surgió el tutú moderno o italiano, a la altura de las rodillas. Se dice que la bailarina italiana Virginia Zucchi, que alcanzó sus mayores éxitos en Rusia, lo usó por primera vez. Y siguiendo la travesía dancística, el tutú fue acortándose cada vez más en el nuevo esplendor del ballet en la Rusia de los zares, donde se crearon obras como Don Quijote, La Bayadera, La bella durmiente, El lago de los cisnes y El cascanueces, de Marius Petipa, y para algunos de los cuales Chaikovsky escribió la música exacta. El tutú ya era mucho más corto.

La Zucchi.

La Zucchi.

Parados como estamos en el siglo XXI podríamos pensar —y con justa razón concedida al sentido común— que el ballet clásico fue bienvenido desde el primer momento en que llegó a nuestra ciudad. Se sabe por las diversas crónicas que en las tres carabelas ya venían maestros de danza, aunque hacen falta investigaciones históricas que revelen con claridad cómo ocurrieron los hechos específicamente en Guadalajara, desde su fundación definitiva en 1542 hasta finales del siglo XIX.

Lo que sí sabemos es que en los años cincuenta del siglo XX la llegada del tutú a Guadalajara escandalizó al máximo jerarca católico, quien lo calificó de “pecado” y lo prohibió entre sus feligreses. Y no solamente el tutú fue prohibido, sino la práctica del ballet mismo, al menos por algunas semanas, hasta que todo se arregló. La cosa ocurrió de la siguiente manera. Finalizaba la década de los años cuarenta y por los días en que José de Jesús González Gallo gobernaba Jalisco, su capital pasaba decididamente de provinciana a moderna. Por aquellos días se fundó la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, se construyó la carretera a Chapala, se amplió la avenida Juárez y se tomaron otras decisiones en pro de la modernidad que fulguraba en aquella época y que abría paso al imperio del automóvil. Además, la mortalidad disminuyó de 42 a 10 habitantes por cada mil y, según Jorge Matute Remus, con el aumento del índice demográfico y la escasez que había producido la Segunda Guerra Mundial “se originó la iniciación de fábricas y negocios de toda índole, se acentuó la urbanización, aumentando los fraccionamientos; la ampliación de la avenida Juárez concluyó en 1948 y después se abrieron 16 de septiembre, Tolsá, Libertad y La Paz”.

Desde el punto de vista de algunos autores, en esa época se cometieron “atrocidades” en nombre de la modernidad, como la demolición del hotel Imperial en San Francisco y del mercado Corona que, según Guillermo García Oropeza, era una “delicia porfiriana que fue sustituida por un horror, obra de Julio de la Peña, por la que habrá de pagar muchos años de purgatorio”.

En esos días llegó a nuestra ciudad una muchacha alta y de cabello oscuro de nombre Helen Hoth Gorletti, se decía que era bailarina; recién se había casado con el empresario alemán Carlos Schweikhardt a los 23 años, razón por la cual había dejado la danza y cambiado de residencia a Guadalajara. Eso representó un duro golpe en su vida, pues desde los seis años y hasta entonces el ballet clásico había sido su razón de existir y se había desarrollado en Nueva York.

José Garibi Rivera.

José Garibi Rivera.

Helen, nacida en la Ciudad de México en 1924, había participado con miss Caroll, una famosa y exigente maestra de danza que tenía una academia en Paseo de la Reforma donde impartía clases a hijas de estadounidenses e ingleses avecindados en la capital. También había estudiado en Nueva Orleáns con la maestra francesa Ivette de Babile y, aunque hace falta documentación al respecto, la misma Helen refiere que estuvo en The School of American Ballet, de los catorce a los 23 años, estudiando con George Balanchine, un destacado maestro de ballet estadounidense considerado el fundador del estilo neoclásico, y que bailó en algunas de sus coreografías.

Así que cuando Helen llegó a Guadalajara estaba acostumbrada al movimiento cultural de Nueva York y, por más que nuestra ciudad se estuviese modernizando, aún había un sector mayoritario con una visión de la vida en general muy conservadora, o al menos esa fue la primera impresión de la maestra quien dice que “Guadalajara era como un pueblito, con gente poco amable y demasiado conservadora que no conocía el ballet realmente”.

Cuando Helen llegó trabajaban aquí algunos maestros de danza, como María del Refugio García Brambila, mejor conocida como miss Cuca, doña Elisa Palafox Gómez de Jacobo y Francisco Sánchez Flores, quienes investigaban danzas tradicionales, sones y jarabes de Jalisco en sus fuentes originales (es decir, los pueblos), así como Amelia Bell y la dupla de Francis Urban y Margo Smith, maestras estadounidenses que abrieron hacia finales de 1940 la Academia Americana de Baile en la calle López Cotilla de la colonia Americana, donde impartían clases de ballet y de baile español y hacían funciones en el teatro Degollado, con sus alumnas, niñas de familias burguesas. Además, organizaron algunas presentaciones, también en el Degollado, de compañías nacionales importantes, como el Ballet de Nelsy Dambre.

Helen Hoth no tenía entre sus planes la docencia, pero las circunstancias la llevaron a abrir una academia de ballet clásico en Guadalajara, donde se impartieron por primera vez clases de una técnica definida de danza académica: la rusa, que había aprendido en Nueva York con Balanchine.

De las maestras estadounidenses Francis Urban y Margo Smith existe poca información, pero se sabe que conocieron a Helen Hoth y la invitaron a dar clases en su escuela. Cuando Urban y Smith cerraron su escuela para volver a Estados Unidos a principios de la década de 1950, las alumnas pidieron a Helen que les siguiera dando clases y ésta comenzó a buscar un salón, tarea que no fue sencilla, pues se enfrentó a los prejuicios de la época.

“Comencé en el Edificio Lutecia, que estaba en el centro, en las calles de Colón y Juárez. Comencé allí porque en ningún lado me querían dar salón porque creyeron que iba a dar otro tipo de baile, que me iba a dedicar a cabaret o algo así, no conocían el ballet realmente, existía la idea de que era muy inmoral”.

A fin de cuentas el empresario Pedro Javelly, dueño del edificio y por suerte que parecía milagro, amante del ballet —del verdadero—, accedió a rentarle un piso a la maestra, donde ella puso su salón y pronto se llenó de alumnas y de reconocimiento del público que poco a poco comenzó a formarse, empezando por los papás de las alumnas y siguiendo con la gente dedicada a la cultura. Helen comenzó a hacer festivales en el teatro Degollado, con éxito de taquilla y cobertura de la prensa local. El Occidental, El Diario y El Informador escribieron reseñas de sus funciones. En un recorte de periódico sin nombre ni fecha, propiedad de Helen Hoth, el (o la) periodista relataba lo siguiente:

Distinguida y selecta concurrencia se dio cita ayer por la tarde en la nueva Escuela de Ballet Helen Hoth de Schweikhardt, en el sexto piso del Lutecia.

Numerosas personas de nuestra mejor sociedad llenaron el gran salón donde se formarán las futuras bailarinas tapatías, dando principio al acto inaugural con bellas interpretaciones clásicas de algunas de las discípulas que demostraron además de sus grandes dotes artísticos, la magnífica escuela que están adquiriendo bajo la dirección de la maestra Hoth de Schweikhardt.

Entre los números de baile se llevó a cabo El lago de los cisnes por las niñas Ileana Sánchez, Martha Arriola y Leticia Stetner, ataviadas por los trajes propios para el caso.

En esta función también bailó Tere Medrano y García de Quevedo, personaje que sería importante más adelante.

Tere Medrano y García de Quevedo, "Tan-Tan", la primera en usar tutú en Guadalajara.

Tere Medrano y García de Quevedo, «Tan-Tan», la primera en usar tutú en Guadalajara.

“Ataviadas por los trajes propios para el caso” es una frase un tanto ambigua; por un lado puede significar que el periodista conocía de ballet, al menos lo suficiente para saber con qué trajes se baila El lago de los cisnes, y en este caso asumiera con naturalidad que se tratara de un tutú, o bien, que las chicas hubieran bailado con algún otro vestuario y que fuera el periodista quien asumiera, dado su desconocimiento del ballet, que ése era el vestuario apropiado. Aunque suponemos que la maestra Helen Hoth para la inauguración de su academia pudo haber mandado a hacer los tutús a la italiana que amerita ese ballet, pues siempre cuidó el vestuario adecuado, para lo que trabajaron con ella algunas costureras.

El periodista concluía su crónica diciendo que al final de la danza se brindó con sidra “por el buen éxito de la escuela de ballet que cuenta ya con numerosas alumnas”.

Pasaban los meses y todo parecía ir viento en popa. Helen Hoth preparaba el montaje (de lo que suponemos un fragmento y no el ballet completo) de El lago de los cisnes, que se presentaría, al parecer, en el teatro Degollado y que bailaría una de sus alumnas aventajadas, Tere Medrano y García de Quevedo, más tarde conocida como Tan-Tan, que se dice que fue la primera bailarina tapatía en usar un tutú a la italiana (lo que nos hace dudar de si en la función de inauguración de la escuela de Helen las alumnas que menciona el periodista realmente usaron un tutú a la italiana).

Miss Helen.

Miss Helen.

Todos ignoraban que una nueva manera de pecado estaba por instalarse, o mejor dicho, pretendería instalarse en Guadalajara. Y ese pecado iba a ser ni más ni menos que el tutú a la italiana porque era tan corto que dejaba ver las piernas de las muchachas. Y más que las piernas. Eso era muy pecaminoso, o al menos así lo consideraba el arzobispo José Garibi Rivera. Además vendría una racha de intrigas para Helen y sus labores balletísticas. El asunto ocurrió más o menos de la siguiente manera (según lo que hemos podido reconstruir), según Helen:

Fue una cosa muy fea, usted sabe que los ballets clásicos llevan tutú, y el señor arzobispo me hizo el escándalo de la vida (escándalo que traspasó las fronteras tapatías, por cierto). Hasta que en la Ciudad de México un periodista escribió un artículo donde decía que le daba risa el comentario de José Garibi Rivera en esos tiempos modernos.

Esto nos lo contó Helen Hoth en una primera entrevista en el año 2006, y a falta de conocimiento de los detalles de este suceso podríamos imaginar cualquier cosa, por ejemplo que el arzobispo estuvo en la función del teatro Degollado donde por primera vez salió a relucir esta “mínima” prenda llamada tutú.

Años después, durante la investigación para el libro Pioneros de la danza escénica en Guadalajara. Un legado nacional, en nuevas entrevistas realizadas a Helen Hoth a finales de 2011 y principios de 2012, la maestra ahondó en los detalles de este casi trágico suceso.

Fue más o menos en 1952 cuando una señora estaba muy enojada conmigo porque quería que a su hija le diera todos los papeles principales, pero yo no podía hacer eso, había que darles oportunidad a todas, sobretodo a las mejorcitas, entonces la señora le llevó unos tutús cortitos al arzobispo y le dijo: ¡Cómo es posible que mi hija vaya a salir con este traje! Entonces el señor Garibi Rivera se escandalizó y dijo que era inmoral y que se prohibía el ballet en Guadalajara porque salían casi desnudas. ¡Prohibido el ballet en Guadalajara! Me hicieron el escándalo de la vida. Se me salieron muchas alumnas porque los colegios católicos prohibieron el ballet y yo tenía muchachas de esos colegios. Pero seguí adelante con las pocas que se quedaron, presentando mis festivales con tutús o con el vestuario que se requería. Afortunadamente mucha gente me apoyó aquí en Guadalajara y también en la Ciudad de México, hasta allá llegó el escándalo y un señor que yo no conocía escribió en el periódico que si al ballet se le consideraba inmoral, entonces las estatuas del Vaticano que estaban desnudas eran inmorales también. Me apoyaron mucho y yo seguí sacando los trajecitos cortos, porque a mí nadie me amarra las manos y porque así es el ballet. No estaba haciendo ningún daño, al contrario. Después las monjas quitaron la prohibición.

¡Cómo es posible que mi hija vaya a salir con este traje! Entonces el señor Garibi Rivera se escandalizó y dijo que era inmoral y que se prohibía el ballet en Guadalajara porque salían casi desnudas. ¡Prohibido el ballet en Guadalajara! Me hicieron el escándalo de la vida. Se me salieron muchas alumnas porque los colegios católicos prohibieron el ballet y yo tenía muchachas de esos colegios.

Más tarde Helen se enfrentó a otras inesperadas situaciones provocadas, según ha dicho ella misma, por las mamás que estaban inconformes porque querían que sus hijas fueran las únicas solistas y que en alguna ocasión compraron a los tramoyistas del teatro Degollado para que enceraran el piso del escenario… así, cada bailarina que entraba a escena resbalaba y caía.

Años atrás, cuando la famosísima miss Amelia Bell tuvo su academia de danza, al parecer la primera en Guadalajara (abierta en 1935), impartía clases tanto a niñas como a niños de diversos bailes internacionales que había aprendido de primera mano. Pertenecía a la famosa familia circense de los hermanos Bell que había viajado por todo el continente americano durante años, aprendiendo las danzas de cada región, con un inseparable maestro que los acompañaba desde Nueva York a todas las giras y que tenía la misión de incorporar esas danzas al repertorio de las bailarinas, entre las que figuraban desde pequeñas Amelia Bell y su hermana Josefina.

Cuando la Academia de las Hermanas Bell estaba llena de alumnos entró un niño de siete años que, a diferencia de la mayoría, no pertenecía a familias adineradas de Guadalajara. Se llamaba Carlos López Magallón y era el menor de dieciséis hermanos; su mamá se había casado a los trece con un señor, vivían en el barrio del Santuario y eran pobres. Pero la vida cambió en la mente de Carlos cuando su hermana lo llevó a ver un cuento de Amelia Bell* al teatro Degollado, allí decidió que quería ser bailarín y por fortuna tuvo la comprensión y ayuda de su hermana Guadalupe —que era 25 años mayor que él y se convertiría en investigadora del Politécnico Nacional.

Con una mente infantil libre de prejuicios adultos y un amor a primera vista absoluto por la danza, desde que Carlos llegó a la Academia de las Hermanas Bell anunció que quería bailar ballet clásico, con mallas, zapatillas y todo, pero Amelia dijo que no porque era niño y los niños hacían danzas de carácter: tarantelas, danzas rusas, mexicanas, españolas y otras tantas. Carlos López Magallón se dedicó a estudiarlas y al poco tiempo las aprendió, luego insistió tanto en tomar ballet clásico que a miss Bell no le quedó otro remedio que darle una clase a la semana, pero a escondidas. En esa Guadalajara conservadora había cosas que no debían ser públicas.

Clara Carranco, Carlos López y Nellie Happey.

Clara Carranco, Carlos López y Nellie Happey.

A pesar de los escándalos por el tutú, Helen Hoth terminó siendo bien recibida en Guadalajara porque a la gente le gustaron sus clases y las funciones que hacía en el Degollado; ella dice que “aprendieron a ver lo que era el verdadero ballet”. Y de sus enseñanzas surgieron maestras que abrieron academias importantes en esta ciudad (Lucy Arce, Carmelita Sandoval) y que han transmitido los conocimientos que adquirieron con Helen a decenas de nuevos alumnos, que a su vez se han convertido en bailarines y maestros.

Por su parte, y con el tiempo, miss Bell accedió a que Carlos López Magallón bailara ballet clásico en el teatro Degollado, fue el primer niño en tomar ballet clásico en Guadalajara, al menos hasta donde se tiene noticia; luego se hizo un gran bailarín, perteneció al Ballet Nacional de Cuba en sus años de esplendor y a los proyectos dancísticos más importantes de México, como bailarín solista. Ahora es regisseur* de la Compañía Nacional de Danza de México y uno de los pocos coreógrafos de neoclásico del país.

Tan-Tan, la primera bailarina tapatía en ponerse un tutú, abrió una academia que ahora dirigen con gran éxito sus hijas Carla y Marcela Restelli en las sedes de Valle Real y Bugambilias.

José Garibi Rivera, el arzobispo que consideró el tutú un pecado, recibió una carta del Vaticano en 1958 en la que se le nombraba primer cardenal de Guadalajara. No se tiene noticia de que hubiera vuelto a prohibir el ballet.

A pesar de los prejuicios morales que existieron y siguen existiendo en Guadalajara, éstos y otros pioneros de la danza lograron aportar escuelas y técnicas que se quedaron y que contribuyeron a desarrollar un movimiento dancístico que se ha ido enriqueciendo con el trabajo de quienes continúan en esta labor. En el presente y en el futuro seguramente habrá cosas que sigan provocando pudor (o falso pudor) aunque la danza, a través de sus personajes, seguramente vencerá estos tabúes como lo ha hecho a lo largo de la historia, pues el arte de la musa Terpsícore es inherente a toda, absolutamente toda cultura sobre la Tierra.

Eso sí, no descartemos la posibilidad de que en algún pueblito de Jalisco, Guanajuato u otro estado, o en alguna colonia o barrio de la mismísima ciudad de Guadalajara, algún representante eclesiástico no muy docto en temas dancísticos, al enfrentarse por primera vez a una pieza del ballet clásico o contemporáneo, ya sea el tutú en una bailarina —o un bailarín— o el propio cuerpo desnudo, diga que la danza es pecado y acaso esta vez sea elevado al grado de pecado mortal. ®

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Publicado en: Artes escénicas, Mayo 2013

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