Juan Carlos Núñez es uno de los escasos periodistas democráticos que conozco. Nadie más alejado del protagonismo que él, y nadie más cerca de la prudencia, de la moderación y de las normas básicas del buen periodismo para ofrecer a sus lectores piezas trabajadas con paciencia, inteligencia y honradez intelectual, es decir, ética.
Leí en su momento muchas de las doscientas entrevistas que publicó en el diario Público, hoy Milenio, que han visto de nuevo la luz en dos volúmenes editados más que decorosamente por la Editorial Universitaria de la UdG y el ITESO. Poco después lo conocí y tuve la oportunidad de publicar varios reportajes, crónicas y ensayos en Replicante. Quiero detenerme, antes de abordar su Retrato hablado. Entrevistas con personajes de Guadalajara, segunda parte [Guadalajara: Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara/ITESO, 2013] en algunos de sus trabajos porque en ellos hay información que nos muestra la entrega y nobleza con que practica su oficio.
En el “Esbozo sobre la felleza” escribe:
El término, un juego de palabras, encierra en su paradoja un sentido más profundo que permite nombrar a ese fenómeno estético de ciertas entidades que en su fealdad nos revelan de pronto una sutil y profunda belleza que nos atan a ellas. Esa atadura sensorial ocurre porque se produce de pronto; el sujeto encuentra, no sabe cómo ni por qué, una extraordinaria hermosura que emana refulgente y al mismo tiempo discreta de aquella fealdad. La felleza es pues un revelación estética y paradójica en la que, sin deseo ni voluntad de por medio, un sujeto encuentra inesperadamente la belleza en algo que le parece de entrada horrible.
Juan Carlos le escuchó esa palabra a don Hilario, un anciano ocurrente que fue empleado del rastro municipal y taxista, un personaje que le hizo cavilar y escribir sobre ese concepto, un verdadero hallazgo, y del que nos muestra ejemplos muy ilustrativos, como el del teólogo al que le gusta la canción del “Bombón asesino”; el escritor y artista plástico que decora las mesitas de su casa con carpetitas tejidas y palomitas de porcelana; el periodista culto y famoso que disimula entre sus libros la biografía de Selena… y más casos que hablan de la belleza que encuentran en estas manifestaciones personas con gustos refinados, propios de la alta cultura, gente fina, pues, pero con sus pecadillos vergonzantes. Juan Carlos, en este caso, se reserva los nombres de tan peculiares personajes.
Otro ensayo de Juan Carlos es uno en el que habla no sólo de su experiencia como defensor del lector en el diario Público (hoy Milenio), sino de la historia de esta importante figura en los medios. Escribe:
Hay tantas definiciones de ombudsman de noticias como medios que cuentan con esta figura, pero la mayoría coincide en que las funciones del defensor consisten básicamente en procesar las quejas e inquietudes de los lectores para garantizar sus derechos y para promover un mejor ejercicio del oficio. Su ámbito de competencia se limita a los asuntos editoriales, por lo que no puede actuar en temas relacionados con asuntos administrativos, comerciales, laborales o de cualquier índole distinta a la editorial.
Juan Carlos no se queda ahí pues es necesario precisar:
Por supuesto que parte de su tarea es señalar los errores y decir con claridad si el periódico falló o no y por qué, si el lector tienen razón en su queja o si no la tiene, pero no con el espíritu del réferi que tras la pelea de box levanta la mano del triunfador, sino con el ánimo de aportar a una reflexión permanente sobre la manera en que se ejerce el periodismo en ese medio y sobre las formas en que se puede hacer mejor.
En 2008 el diario Público tuvo en Juan Carlos a un defensor intachable y, sobre todo, agudo y generoso, y es una pena que este cargo haya desaparecido del diario y, aún peor, sin explicación alguna. Veamos esta reflexión:
Los problemas más interesantes y complejos son aquellos que están en la frontera. Se presentan cuando no existe una sola respuesta posible al tema que se plantea porque se trata de asuntos que se juegan en el difuso límite entre lo correcto y lo incorrecto o porque concretan situaciones dilemáticas que implican la confrontación de valores deseables, que suponen al mismo tiempo aspectos positivos y negativos. Son asuntos en los que hay buenas razones para apuntalar cualquiera de las opciones posibles. ¿Vale la pena publicar una fotografía sangrienta que al mismo tiempo posee un claro valor informativo? ¿La libertad de un columnista para expresar sus opiniones es absoluta? ¿Cómo tratar el caso de una víctima para no volverla una doble víctima? ¿Cómo evitar el lenguaje sexista sin atropellar a la lengua? ¿Hay casos que justifiquen la publicación de un insulto? ¿Cortar dos líneas en la carta de un lector sin su consentimiento es un acto de censura? ¿Cómo hay que tratar el tema del narcotráfico?
Todas estas cuestiones y otras más las tiene en cuenta Juan Carlos a la hora de escribir, y las cuales también desarrolla en el prólogo de su Retrato hablado. Entrevistar a alguien no es un asunto fácil.
La crónica “Procesión a la cárcel de Chapala” es un ejemplo de claridad estilística y de precisión. La frase que abre esa pieza perfecta dice así:
En una procesión silenciosa, sin santos y sin velas, caminan las mujeres por la carretera. Cargan niños, jabones baratos convertidos en rosas y cisnes hechos con pequeños triángulos de papel. El sol que cae a plomo ya les secó las lágrimas. A las dos de la tarde el calor es de verano, aunque sea invierno. Una jovencita acuna entre sus brazos a un bebé. La acompañan un niño y una niña que apenas le llegan a la cintura y se aferran distraídos a su pantalón. Para no perderse, para no caerse. Avanza por el pavimento caliente medio centenar de mujeres como hormigas desbalagadas. Tienen por delante dos kilómetros. El sudor corre por las mejillas chapeteadas de las más jóvenes y por los surcos añosos de las más viejas. Bajan de la loma donde está la cárcel, las mamás, las esposas y los hijos de los presos.
En otro artículo Juan Carlos se pregunta “¿Para qué queremos periodistas?” y cuenta sus comienzos en esta profesión: “Comencé a trabajar como reportero en 1988. A mis alumnos de ahora les cuesta creer que entonces utilizábamos máquinas de escribir, que no había teléfonos móviles y que el envío del primer correo electrónico nos causó la misma sorpresa que le produjo a Aureliano Buendía ver por vez primera una barra de hielo en Macondo”. Más adelante plantea un problema que ha lastrado una gran parte del periodismo actual: “Así como es preocupante que algunos periodistas no utilicen regularmente los recursos cibernéticos como una herramienta de trabajo, resulta igualmente alarmante que para muchos otros reporteros internet se haya convertido prácticamente en el único recurso para la elaboración de sus discursos periodísticos”. Olvidan, concluye Juan Carlos, que el desarrollo tecnológico ofrece y abre posibilidades extraordinarias para el trabajo de investigación de los periodistas, siempre y cuando no se olvide la naturaleza del oficio.
Finalmente, en el ensayo titulado “Mujeres de papel” Juan Carlos Núñez emprende un análisis de dos revistas de las llamadas “para caballeros. Dos publicaciones de distintas calidades y diferentes precios, con modelos que gastan mucho y poco, respectivamente, en producción y lencería. Es muy pertinente, una vez más, leer el registro de la mirada aguda y mordaz de Juan Carlos:
Cabello largo, cuerpos curvilíneos, senos operados. Piernas depiladas y poses voluptuosas. Miradas fijas. Tacones. Sonrisas discretas que en ningún caso muestran los dientes inferiores. Son dos mujeres de papel. A una le dicen Toñita; a la otra, Dorismar. Una es de Monclova. La otra vino de Argentina. No conocemos sus nombres reales, pero en cambio podremos ver sus cuerpos totalmente desnudos. Son las estrellas de dos revistas para caballeros. Una aparece en Extremo, cuesta 60 pesos. La otra, en Tu Mejor Maestra, vale catorce. Las publicaciones y las mujeres son muy distintas, pero son también muy parecidas. Toñita se despoja de una tanga barata, posa sobre un viejo sillón y se muestra en una desnudez total, desprovista de la ayuda de maquillistas, peinadores y diseñadores que le cubran con polvos o photoshop aquello que no es perfecto. Dorismar, en cambio, modela una colección de lencería fina en escenarios que parecen ser muy elegantes. Y cuenta, sobre todo, con los recursos que garantizan que con la ropa se vaya también cualquier imperfección. Diferentes, pero iguales. A las dos les quedan grandes los zapatos.
Los anteriores son apenas unos cuantos ejemplos de la capacidad de Juan Carlos para desenvolverse con solvencia y maestría en distintos ámbitos del periodismo, del ensayo y la reflexión al reportaje y la crónica. En la entrevista es igualmente capaz. ¿Para qué entrevistar? ¿A quién? ¿Qué preguntas deben hacerse, cuáles no? En un prólogo que es un tratado sobre el arte y la técnica de la entrevista Juan Carlos se extiende sobre la naturaleza de las diversas clases de entrevistas y sus pormenores —que no son pocos—, aunque su finalidad sea la de obtener información, conocimiento. Por supuesto, las técnicas y las maneras deben adecuarse si se trata de un político —con todo lo que implica esta palabra—, de un artista, una diva, un científico, un deportista, un poeta, un empresario, un periodista, un criminal, una víctima o a quienquiera que el entrevistador considere importante. Además, si el posible entrevistado es una persona difícil, evasiva, tímida, desconfiada, paranoica… Escribe Juan Carlos:
En más de una ocasión escuché a colegas confesar que iban a “pegarle” al entrevistado. Por el contrario, hay muchas entrevistas en las que el “periodista” es solamente una comparsa para que el entrevistado, especialmente cuando es poderoso, diga solamente lo que a él le interesa decir. Si el periodista quiere quedar bien con el dueño del medio de comunicación o con sus anunciantes, el tratamiento informativo irá en ese sentido. Si plantea la entrevista para presentarla a un concurso y ganar un premio, para hacerse famoso o para demostrar lo valiente o lo listo que es, su forma de trabajar estará condicionada por ello.
Continúa:
Si, por el contrario, entendemos que el periodismo es un servicio público, que la información le sirve a la comunidad para comprenderse mejor y que el periodista trabaja para el lector, tendremos una plataforma ética que nos sostiene durante el proceso de realización de la entrevista. Tener claro para qué y para quién hacemos nuestro trabajo es fundamental, pues, como decíamos antes, es la base de todo lo que ocurrirá después. Hay, en toda entrevista, una intencionalidad que necesitamos reconocer, asumir y clarificar.
Las preguntas de Juan Carlos
Además de la preciosa información que Juan Carlos es capaz de extraer de los más variopintos personajes de Guadalajara, vale la pena detenerse en el tipo de preguntas que hace y, sobre todo, con las que rompe el hielo y, además, dibuja una sonrisa en el entrevistado y otra en el lector. Veamos algunas:
Al secretario de Seguridad Pública: ¿De niño jugaba a policías y ladrones? Si el enemigo de Batman es el Pingüino, ¿cuál es el de usted?
Al director del Zoológico de Guadalajara: ¿Qué le han enseñado los animales? ¿Algunos visitantes deberían ser enjaulados?
Al sacristán de la Basílica de Zapopan: Usted es la persona más cercana a la Virgen. ¿Qué se siente?
Al responsable del área de trasplantes del Hospital Civil ¿Si pudiera trasplantarle el cerebro a un político a quién escogería? ¿Le gustan los riñones al jerez?
A un artesano de Tlaquepaque: Dicen que Dios hizo al hombre de barro…
A un relojero: ¿Existe el tiempo perdido? ¿Para qué sirve un segundo?
A un sindicalista: ¿Marx tenía razón con lo de la lucha de clases?
A un astrólogo: ¿Cuál es el mejor signo?
Al propietario de la birriería El Chololo: El otro día atendió a Andrés Manuel López Obrador. ¿Cuántas solicitudes recibió para envenenarlo?
A un martillero: ¿Qué hace cuando tiene que subastar un cuadro malito?
A un roquero: ¿Es rebelde porque el mundo lo ha hecho así?
Al padre Jesús Gómez Fregoso: ¿Sufre mucho cuando pierden las Chivas?
A un carnicero: ¿Nos parecemos por dentro a los animales? ¿Qué opina de los vegetarianos?
A un integrante de Radiopatías: ¿Alguna vez le han dicho: “Tanto estudiar teorías de la comunicación para terminar de cuenta chistes”?
A una vendedora de aguas frescas: ¿Es cierto que sus aguas cambian la cara de sus clientes más rápido que un cirujano plástico?
A un bolero: ¿Los huaraches de llanta también se bolean?
A una boticaria: ¿Es cierto eso de: De todo como en botica?
A un cirujano y médico de la plaza de toros: ¿Nunca le han dado ganas de curar al toro?
A un vendedor de periódicos: ¿Es cierto que aquí compran el periódico los que salen en el periódico?
A una química farmacobióloga: ¿Por sus muestras los conoceréis?
A un taxista: ¿Le han dicho: Siga a aquel carro?
A un embalsamador: ¿Qué pasa después de la muerte?
A un guitarrista famoso: ¿Por qué toca descalzo? ¿Alguna vez ha pisado una tachuela?
A un cantinero: ¿Cuál es el secreto para lidiar con un borracho?
En la presentación de este libro tuve la oportunidad de preguntarle a Juan Carlos qué le preguntaría a Dios. Me respondió: ¿Y por qué tanto misterio? ®