Escribir es una apuesta, jugar contra el tiempo y los amantes, volver a ellos, amarlos y humillarlos con el sonido inquietante de un insecto. El libro de la almohada es un murmullo de placeres, chismes, alientos, burbujas estallando, poesía latiendo bajo capas de kimonos, listas de placeres, desazones y costumbres de la corte imperial.
La literatura japonesa tiene la particularidad de que las primeras obras maestras de su narrativa fueron escritas por mujeres: El libro de la almohada, de Sei Shônagon [Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2009, 6ª edición] y el Romance de Genji, de Murasaki Shikibu. Obras escritas a finales del primer milenio de nuestra era y comienzos del segundo. La literatura japonesa posee una minuciosa mirada de mujer o de insecto apacible entre la hierba; un oído para el chisme de lavadero como para el rugido de las montañas y el rumor de grillos eléctricos tras los biombos.
El escenario: cortes, mujeres, cartas, juegos y acertijos poéticos. La literatura era a las mujeres lo que el encaje a las muñecas. Las protagonistas, las dueñas de la expresión eran féminas lúcidas, cínicas y gozosas. Bajo la almohada, el diario; en el cortejo, las cartas; con los hombres, los acertijos y los poemas.
El libro de la almohada no cuenta una historia. Es un diario con anotaciones sobre costumbres, placeres y disgustos de la vida en la corte y una serie de listas sobre cosas entre lo gozoso y lo infame. Su pulso poético es una sensibilidad con propensión a lo efímero y minúsculo, lo belleza del rocío pisado por un amante y la sordidez del revés de un bordado como si fueran los intestinos palpitando agonizantes.
Las listas y los detalles son de una fragancia envolvente:
“13. Cosas deprimentes. Un perro que aúlla de día”.
“14. Cosas odiosas. He cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar poco conveniente, y comienza a roncar”.
“32. Cosas inapropiadas. Nieve en los techos de los plebeyos. Sobre todo impropio cuando resplandece con la luna”.
“80. Cosas que han perdido su poder. Una mujer que se ha quitado su peluca para peinar el poco pelo que le queda”.
Sentimientos fugitivos, reflexiones agudas, anecdotario de la familia imperial y las damas a su servicio.
El escenario: cortes, mujeres, cartas, juegos y acertijos poéticos. La literatura era a las mujeres lo que el encaje a las muñecas. Las protagonistas, las dueñas de la expresión eran féminas lúcidas, cínicas y gozosas. Bajo la almohada, el diario; en el cortejo, las cartas; con los hombres, los acertijos y los poemas.
Poco se sabe de la autora: biografía parcialmente conocida, se dice que nació en el año 966, hija de Motosuke, poeta de cierta reputación; estuvo al servicio de la emperatriz Sadako de la década del 990 al 1000. De la segunda parte de su vida se dice que estuvo al servicio de la familia imperial o, como sugieren más voces, murió vieja y pobre.
El libro de la almohada nace de la transparencia de los sentidos, un cuerpo abierto a la experiencia estítica de la vida en sus formas más delicadas y sutiles.
Los aullidos de los perros en el día ensucian como los criados igualados, los malos peinados de las damas y los colores impropios de los kimonos según la época del año.
Es un libro sensual. Un murmullo entre las sábanas, la voz que conduce al sueño y a la vigilia. Un catálogo de flores, plantas y pájaros al servicio de la intimidad, “un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal”, según Octavio Paz.
La película The pillow book, de Peter Greenaway, retrata lo mejor del libro: la sensibilidad femenina girando, mediante caligrafía exquisita, sobre el papel. Los detalles revelan el gozo. La vida transformada. O vista desde las gotas de rocío que huele un nuevo amante, mientras otro, pasó la noche esperando su turno con la dama. ®