El sexo en la narrativa de Borges

Ese río de fuego…

Más un mito que una verdad, el miedo o la repugnancia de Borges hacia el sexo. El sexo está presente en su obra, pese a interpretaciones dolosas o francamente ignorantes. Borges murió el 14 de junio de 1986 y aquí lo recordamos gozosamente.

Ya es un lugar común la especie de que Borges evadía o le repelía el sexo. Al parecer la frase al principio de «Tlön Uqbar» de que “los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres” tuvo mucho que ver con la difusión de esa supuesta aversión. También es conocida la anécdota sobre la traumática iniciación sexual del insigne escritor con una prostituta en Ginebra que le presentó su padre, y la certeza que tuvo de haberla compartido con su progenitor. Y si le añadimos la larga relación de dependencia cuasi-edípica con su madre, el escenario está puesto.

En “El jardín de senderos que se bifurcan” aparecen estas frases:

—En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida? Reflexioné un momento y repuse: —La palabra ajedrez.
—Precisamente —dijo Albert—. El jardín de los senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza o parábola cuyo tema es el tiempo; esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre. Omitir siempre una palabra, recurrir a metáforas ineptas y a perífrasis evidentes, es quizá el modo más enfático de indicarla.

Su biógrafo Edwin Williamson considera que eso se puede aplicar al amor sexual en la obra de Borges. Un tema que ronda evasivo y opresivo en sus cuentos como en una retorcida adivinanza.

Son evidentes, igualmente, las cicatrices que quedaron en su autoestima (reflejadas en su obra) no sólo de su primer encuentro sexual en Suiza, sino también el fallido romance juvenil con Norah Lange —cuyo rojo pelo se repite en muchas de las mujeres de las narraciones del porteño. Los primeros de una larga lista de desencuentros amorosos. Dicho por él mismo a Bioy «Vos sabés cómo me exalto. Así es toda mi vida. Una cadena de mujeres.» (Borges, ABC). Al respecto aventura Alberto García Ruvalcaba «Borges no eludió el sexo, el sexo lo eludió a él».

La primera muestra de sexo y traición que recuerdo en la obra de Borges es la adúltera ciega del harem del Tintorero enmascarado Hákim de Merv —el profeta velado— la que, cuando va a ser estrangulada, grita su condición de leproso.

Las relaciones sexuales en sus cuentos son tratadas con concisión y brevedad, con un frecuente y elegante uso de la elipsis. Como dice Bioy en Borges: “En Borges gravita un secreto rencor contra la obscenidad”.

Su biógrafo Edwin Williamson considera que eso se puede aplicar al amor sexual en la obra de Borges. Un tema que ronda evasivo y opresivo en sus cuentos como en una retorcida adivinanza.

Las menciones sexuales en su narrativa no son infrecuentes: en “El hombre de la esquina rosada”, con un lenguaje insólito en él, narra los incidentes entre Rosendo Juárez, Francisco Real y el narrador —y asesino— por la Lujanera (a la que “verla, no daba sueño”) y todo en una noche, “pero es noche que no se me olvidará, como que en ella vino la Lujanera porque sí a dormir en mi rancho”.

En «Tlön Uqbar…:» “Todos los hombres en el vertiginoso acto del coito son el mismo hombre”. En “La lotería de Babilonia”: “Una jugada feliz podía motivar … el encontrar, en la pacífica tiniebla del cuarto, la mujer que empieza a inquietarnos”. En “La secta del Fénix”, el secreto nunca nombrado es el acto sexual.

En “Emma Zunz” una premeditada y falsa violación, una “minuciosa deshonra”, es la anécdota central. En “El muerto” se narra el ascenso y la caída de Benjamín Otálora por parte de Azevedo Bandeira, con su pelirroja mujer como principal carnada, y así “… esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente”.

En “El Zahir” la pasión y obsesión por Teodelina Villar hace que, tras su muerte, aquella se derive del sujeto al objeto, a la moneda. En “El Áleph” la anécdota inicial es la atracción amorosa por Beatriz Viterbo, con sus encuentros “melancólicos y vanamente eróticos”. En “El evangelio según Marcos”, en la noche anterior a su crucifixión Baltazar Espinoza yació con la hija del capataz Gutre.

En “El Congreso” se describen las efusiones entre Alejandro Ferri y la bermeja Beatriz Frost (vuelven las pelirrojas): “Pocas tardes tardamos en ser amantes; le pedí que se casara conmigo, pero Beatriz Frost, como Nora Erfjord, era devota de la fe predicada por Ibsen y no quería atarse a nadie. De su boca nació la palabra que yo no me atrevía a decir. Oh noches, oh compartida y tibia tiniebla, oh el amor que fluye en la sombra como un río secreto, oh aquel momento de la dicha en que cada uno es los dos, oh la inocencia y el candor de la dicha, oh la unión en la que nos perdíamos para perdernos luego en el sueño, oh las primeras claridades del día y yo contemplándola”.

En “La intrusa” el amor de Juliana Burgos divide a los hermanos Cristian y Eduardo Nelson hasta que la matan. En “La noche de los dones” el chico de trece años desvirgado por la Cautiva, una prostituta, dice que “en el término escaso de unas horas, yo había conocido el amor”.

En “Pedro Salvadores” el prófugo del tirano Rosas, escondido en su propia casa y con el paso del tiempo, embaraza dos veces a su esposa, la que sufre el desprecio de sus conocidos, quienes al saberse la verdad “le pedirían perdón de rodillas”.

En “Ulrica” se describe el romance consumado y correspondido de Javier Otálora con la protagonista.

Es muy evidente que el sexo, las relaciones sexuales y el amor no son de los temas principales de Jorge Luis Borges, como sí lo son la metafísica, el tiempo y la erudición, los laberintos y los espejos. Pero de eso a negarlos en su obra media un océano de distancia. Por eso me sorprende de manera desagradable que Andrés Neuman, el multipremiado escritor argentino nacionalizado español (ganador y finalista de los Premios Hiperión, Primavera, Herralde, Alfaguara y de la Crítica) se atreva a declarar con atrevida ignorancia que:

Borges era además, en términos estrictamente literarios, un escritor sin cuerpo. Su obra omite la sexualidad de una manera casi obsesiva. El deseo, el placer, la carne están prácticamente desterrados de su universo. Sería curioso preguntarse por qué un país tan psicoanalizado como la Argentina ha colocado a un genio de la represión sexual en el centro de su canon.

¿Cómo es posible que un argentino juzgue tan erróneamente la obra del mejor escritor de todos los tiempos de su país? Ignorancia, envidia o mala leche …o las tres juntas. La fama precoz puede ser letal.

Las relaciones sexuales en sus cuentos son tratadas con concisión y brevedad, con un frecuente y elegante uso de la elipsis. Como dice Bioy en Borges: “En Borges gravita un secreto rencor contra la obscenidad”.

También hay que decir que el manejo del sexo en la narrativa borgesiana —a pesar de la elegancia con que es mentado— muestra una especie de retorcida reticencia. Pero ese retorcimiento también lo exhibe —y sin reticencias— en otros temas, como su extraño culto al rupestre coraje de hampones y malevos cuchilleros …gente de muy baja estofa. Curioso ese lado oscuro que es la pimienta en los juicios estéticos de muchos escritores canónicos.

Octavio Paz dice de él: “Sufrió también la atracción hacia la América violenta y oscura. La sintió en su manifestación menos heroica y más baja: la riña callejera, el cuchillo del malevo matón y resentido”. Pero también dice: “La obra de Borges, por su transparente perfección y por su nítida arquitectura, es un reproche vivo a la dispersión, la violencia y el desorden del continente americano”. Y “La contradicción que habita sus especulaciones intelectuales y sus ficciones —la disputa entre la metafísica y el escepticismo— reaparece con violencia en el campo de la afectividad”. Añade: “Sus cuentos y sus poemas son invenciones de poeta y de metafísico; por eso satisfacen dos de las facultades centrales del hombre: la razón y la fantasía. Es verdad que no provoca la complicidad de nuestros sentimientos y pasiones, sean las oscuras y las luminosas; piedad, sensualidad, cólera, ansia de fraternidad; también lo es que poco o nada nos dicen sobre los misterios de la sangre, el sexo y el apetito de poder”. Y termina Paz con: “Él lo dijo con lucidez impresionante: ‘El tiempo es la substancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy ese río, es un fuego que me consume pero yo soy el fuego’”.

Vayan estas reflexiones en homenaje luctuoso al 25 aniversario de su definitivo arrebatarse y consumirse en ese río de fuego que presintió con extraño fervor. ®

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Publicado en: Ensayo, Junio 2011

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