La agrupación defeña ha sido sobrevalorada por la mezquina crítica musical de nuestro país. Su reciente álbum Sino pasó inadvertido en ese sentido. Aquí se explica la carencia imaginativa y la decadencia real de la banda mimada por las revistas culturales.
En este camino no hay nadie más, tú eres la reina y yo soy el rey.
En esta arena te hice un collar, es de conchitas todas de carey.
—Café Tacuba, Sino, 2007
Iré al grano: el grupo de rock mexicano Café Tacuba lanzó en octubre de 2007 el álbum titulado Sino. De este trabajo discográfico se ha hablado muy poco. Las escasísimas opciones que existen para leer reseñas musicales que aspiren a tener cierta calidad —La Mosca, Rolling Stone, Warp, Rock Stage, Replicante—, increíblemente, decidieron omitir el hecho. Sólo me fue posible encontrar una reseña en español en la revista electrónica 89 decibeles.
Si dotáramos estas líneas de poquísima malicia o de un exceso de suspicacia diríamos que Café Tacuba es un grupo deliberadamente protegido y apapachado por los que escriben sobre música. Es el hijo predilecto e infalible, el cual siempre debe estar exento de cualquier crítica negativa. Como si criticar a Café Tacuba fuera lo mismo que mancillar un símbolo patrio. Pareciera ser que los músicos más famosos de Ciudad Satélite se estuvieran uniendo a la constelación de los intocables, ahí donde yacen los Pedritos Infante y los Jorgitos Negrete. Es indudable que, ante el evidente bajón creativo que los tacubos demuestran en Sino, sus románticos seguidores han optado por el silencio, dejando así intacta la buena imagen que el grupo ha cultivado durante veinte años.
No es ningún secreto que la creatividad es inconstante y ondulatoria. La carencia de imaginación suele enmendarse mediante la imitación. Lo simple, pues, es buscar de manera introspectiva las grandes influencias y tratar de digerirlas apostando por un resultado más o menos limpio y que, siendo muy optimistas, goce de cierta originalidad. Los discos de Café Tacuba suelen ser seminales pastiches musicales, son los eclécticos por excelencia. Pero no esta vez.
El disco abre con una especie de himno al victimismo llamado “Seguir siendo”. Con versos como “el señor interventor no estaba para validar mi triunfo” el primer track se asfixia en un intento por ser irónico y crítico o, peor aún, irónicamente crítico. En una época en que la parodia y la ironía reinan en las movedizas arenas de la expresión artística, una letra como la de “Seguir siendo” —tan literal y sensiblera— sólo se queda a la mitad. Y eso es mucho más desafortunado que tenerlo todo o no tener nada.
Luego viene “Tengo todo”, la primera intervención vocal de Emmanuel del Real. Con un evidente afán retro, con el coro “cuando no deseo nada tengo todo”, repetido hasta la saciedad y con una melodía harto melosa, la canción termina asemejándose a alguna de Daniela Romo en pleno apogeo ochentero: “Ay, señor, qué dolor, pobre secretaria…”
“53000” es el nombre del siguiente track. Nuevamente Emmanuel nos lleva a un viaje por las rutas del indie rock más manoseado. Los coros infantiles —tan de moda en bandas como Animal Collective, MGMT o Death Cab for Cutie— constituirán el sello que Emmanuel imprime al álbum de ahora en adelante. Como si el rock necesitara de esas regresiones preadolescentes para sobrevivir.
El track 4 es “El outsider”. Ésta es la peor canción que he escuchado de Café Tacuba hasta la fecha. El tufo prejuicioso que flota en el ambiente gracias al título, se confirma en el contenido: “El outsider” apesta.
Supongamos que esta canción, al igual que otras del mismo álbum, tiene una intención paródica. En ese caso su fin sería, al menos, llevar al extremo alguna situación para que con cierta irreverencia humorística se entreviera algún dejo crítico. Sin embargo, nuevamente la literalidad ramplona de los versos terminan dando al traste con todo: “No creo en abogados. No creo en doctores. No creo en los medios ni en lo que venden, ¡se ve ya la fecha de caducidad!” Por si fuera poco, a todo esto se suma una música tecno-cumbianchera, repetitiva y hueca. Las épocas de “Chilanga Banda” —de Jaime López, pero loablemente versionada por Café Tacuba— y “El borrego” —del impecable disco Re— han quedado enterradas por el momento. En Sino no hay sustancia.
Más adelante se escucha el track titulado “Vámonos”, en el cual confirmamos la idea de que la simpleza es un arma de dos filos: puede ser genial o chirle. Desafortunadamente, la balanza, en este caso, se inclina hacia lo segundo. Las letras no pueden ser más anodinas: “Como las olas canto: tú tú rurú tu rurú rú rurú rú”. Para Café Tacuba —y, especialmente, para Emmanuel— la simpleza en este trabajo discográfico debe ser un sinónimo de vacuidad y cursilería.
“Esta vez”, el track 9, a pesar de conservar ese tono gastado y nostálgico del hombre senil que intenta ridículamente volver a ser niño, tiene mucho más intención: los arreglos electrónicos son coloridos y en el mensaje vocal se asoma un tono intimista ausente en las demás canciones. No obstante, a la mitad de la canción un puenteo musical resulta en una copia fiel de “Eres”, el famoso sencillo del disco anterior, Cuatro caminos.
Pero el destello dura poco. Luego viene “De acuerdo”, en el que una letra llena de lugares comunes acompañada por una melodía seudopunk nos regresa a la realidad de Sino: sequía, imitación y autorrefrito.
La parte final del disco se recompone un tanto, al menos musicalmente. El track “Y es que…” tiene arreglos más complejos. Y a pesar de escuchar una reminiscencia clara a Animal Collective, Emmanuel logra darle a esta canción un estilo propio. Esto es posible gracias al característico sonido del órgano de viento y a un cambio radical en el tono de la voz, descartando el tono de niñito y optando por un tono más desenfadado y congruente con la melodía.
La antepenúltima canción se llama “Agua”. En ella, una vez más, se puede escuchar ese optimismo ingenuo tan gastado por el indie rock del último lustro. Queda la impresión de que existe una urgencia por responder al pesimismo musical tan sintomático en la década de los noventa.
El disco cierra bien. Con una canción titulada “Gracias” finalmente Café Tacuba logra asir el tono irónico a través de la letra: “Ésta sí es la nueva era, tu humanidad y la mía en un mundo de primera. No me dejes despertar, déjame seguir soñando. Me pregunto, ¿y hasta cuándo?”
Los sonidos son más bien setenteros, con órganos y guitarras que chillan sin llegar a la estridencia. Asimismo, el track es “interrumpido” por un solo de batería muy bueno que hace aún más notoria la intención de sonar rocanroleros. La mejor canción del álbum, sin duda. Me pregunto qué hubiera pasado si todo el disco mantuviera el talante de esta última canción. Lo único que acierto a responder es que este texto no existiría.
Mi crítica no es a la diferencia o al cambio. Disfruté y sigo disfrutando, por ejemplo, del disco instrumental Revés, tan criticado por el sector más conservador de sus seguidores y rechiflado en varias presentaciones. Mi crítica es a la apatía, al abandono, a dejarse llevar por la corriente, al declive del outsider que, imitando tendencias gastadas, se transforma en un borrego musical.
Escucho Sino una y otra vez y se me vienen algunas preguntas: ¿por qué en el intento de crear algo original recurriendo al sonido del rock clásico Café Tacuba terminó escuchándose monótono y pueril?
¿Dónde quedaron los variados arreglos de los discos anteriores, la musicalidad impredecible, la poesía simple pero ponedora. ¿Dónde, el pinche espíritu?
Tal y como anuncian en el segundo track, “Tengo todo”, Café Tacuba no deseó nada con la intención de tenerlo todo. Y después, habrá que ver. Por lo pronto, en el caso de Sino, es evidente que la paradoja no se cumplió. ®