“Homo consumens es el nombre de la involución homínida del siglo XXI, un primate que ha dejado de lado la abstracción de pensamiento característica del sapiens para dedicarse al acumulamiento indiscriminado de objetos, imágenes, información y ‘amigos’ o ‘seguidores’.”
El retroceso evolutivo de nuestra especie en las ciudades es evidente, pues gracias a las ocho horas (mínimo) de oficina diaria y las veinte horas (acaso más) de tener la cara pegada a la blackberry ha perdido completamente la postura erecta. De igual modo, su habilidad para utilizar una herramienta que requiera algún esfuerzo físico es prácticamente nula, y del raciocinio mejor ni hablamos… Los antes llamados “grupos humanos” hoy se denominan targets y en lugar de preguntar a alguien si conoce a una persona dice: “¿Lo tienes agregado?”, sea lo que sea que eso signifique.Homo consumens es el nombre de la involución homínida del siglo XXI, un primate que ha dejado de lado la abstracción de pensamiento característica del sapiens para dedicarse al acumulamiento indiscriminado de objetos, imágenes, información y “amigos” o “seguidores”. El homo consumens es un ser alienado que ha perdido contacto con su entorno y con la mayoría de sus semejantes. La mayoría de las veces carece de una ideología política y de una postura social y casi siempre se encuentra liberado del yugo de la moral religiosa. Así, la única pasión del homo consumens es el acopio. Este homínido se caracteriza por la constante invención de inimaginables necesidades ficticias de toda índole y, debido a la evidente pérdida de sus habilidades emocionales, puede llegar a generar verdadero apego por objetos inanimados como reproductores de música o un par de gafas. Sin embargo, ni el homo consumens con todas sus apps ha podido librarse de la ira del Dios Todopoderoso de Occidente, cuyo reinado del terror no discrimina entre cristianos, católicos o judíos: Eros.
Por el contrario, la búsqueda constante del amor es una de las actividades primordiales del homo consumens, su gurú de cabecera para esta empresa es la publicidad.
La publicidad no sólo le dicta al homo consumens qué debe tener y cómo debe de lucir para encontrar o mantener el amor. También le demuestra que de nada sirve el auto sin la chica con quien ir a la playa y que no importa tener la crema antiarrugas si no se tiene a un marido que re-enamorar. Una hembra homo consumens, por ejemplo, siguiendo a la publicidad, no comprará el cereal que la haga mantenerse delgada para sentirse bien con ella misma o por motivos de salud, sino para atraer o continuar atrayendo a una pareja. De igual modo, al momento de decidir entre una u otra marca de champú es muy probable que elija aquella que la haga tener un orgasmo.
El macho homo consumens por su parte, deberá comprar el licor que lo haga lucir interesante ante las mujeres, el tinte para las canas que le permita abarcar un mayor rango de edad a la hora de intentar una conquista y el preservativo que le haga acumular la mayor cantidad de extranjeras satisfechas en su dormitorio.
Homo consumens es el nombre de la involución homínida del siglo XXI, un primate que ha dejado de lado la abstracción de pensamiento característica del sapiens para dedicarse al acumulamiento indiscriminado de objetos, imágenes, información y “amigos” o “seguidores”.
El hommo consumens no sólo condiciona su felicidad a la acumulación de objetos materiales o virtuales (inagotables álbumes de flicker y listas de iPod, por ejemplo). Necesita el amor, pero el amor como le han dicho que es. El de las películas de Julia Roberts y los besos bajo la lluvia en medio de la calle. Porque las sociedades modernas están fundadas en un principio indiscutible: la vida está hecha para vivirse en pares y ninguna otra forma de amor que no sea el de una pareja te hará feliz. Esa y no precisamente la familia, que más bien es una consecuencia, debería ser la base del Estado.
Desde pequeño, el homo consumens es educado para buscar el amor, para conquistar y agradar a una pareja, para compartir la vida con alguien. Teme a la soledad porque desconoce que su verdadero deseo no es el del amor, sino la aceptación y el reconocimiento del otro. Y son justamente esa eterna búsqueda de un interlocutor y ese enorme miedo a perder una mirada ajena que otorgue identidad y unidad al hommo consumens los que crean la ilusión del amor con la principal de las necesidades. Necesidad que por supuesto será explotada y perpetrada por la publicidad hasta convertirse en una verdad inamovible, en un hecho con alcances científicos: El hommo consumens no es capaz de vivir sin una pareja.
Y el hommo consumens busca constantemente y la publicidad le dice que nunca debe sentirse tranquilo ni satisfecho porque si no tiene el cuerpo o el auto perfecto podría perderlo todo. Y la piedra cae de nuevo desde la punta de la montaña. ®