El soneto como alquimia de la memoria y la poesía

Entrevista a Marta Cecilia Núñez

“Creo que el soneto tiene un lado de juego, de ingenio, además de que tiene temática, música y métrica, lo que me gusta mucho”, dice Marta Cecilia Núñez. “En la universidad decía a mis compañeros: Denme un tema y en una semana les saco un soneto”.

Una vida en clave de soneto…

El soneto es una forma de composición poética creada en el siglo XIII en Italia, la cual ha sido cultivada de diversas formas en lengua española por escritores tan destacados como Garcilaso de la Vega, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Rubén Darío, Rafael Alberti y Federico García Lorca, entre otros.

Por su complejidad, entre otras razones, actualmente el soneto es muy poco practicado. Por ello es de celebrar que la escritora y académica panameña Marta Cecilia Núñez lo utilice en su libro Una vida en clave de soneto (Trilce Ediciones, 2025), un notable ejercicio de memoria personal que da cuenta, entre otros aspectos, de su trashumancia —una parte de ella ha ocurrido en México—, de dichas y dolores, de lo íntimo a lo político.

En uno de los textos del libro Núñez rinde homenaje a esa forma de composición poética:

En el soneto amarro el infinito;
con número y rima me comprometo
y así me entrego a una tradición audaz.

Núñez, nacida en Panamá, estudió Letras Hispánicas en Argentina, México y España, además de que obtuvo una maestría en Educación en Inglaterra, donde ha sido profesora del Regents King’s College London, además de que fue directora del Enseñanza de Lengua en la Foreign and Commonwealth Office. Ha colaborado en publicaciones como Página 12, The Linguist, Journal King’s College y Newsletter de Filia.

—¿Por qué hoy un libro como el suyo, esta suerte de apuntes autobiográficos presentados en soneto, una forma de composición que ya no es muy usual en estos años?
—Me influyó mucho lo que yo viví en mi primera infancia entre Panamá, Argentina y Buenos Aires. Mi papá era panameño, un migrante, y mi mamá chilena–argentina. Yo vivía con mis abuelos, muy en contacto con la comunidad italiana, la que expresaba sus nostalgias a través de canciones, de dichos populares que generalmente riman y de poesías que recordaban. Para mí en ese tiempo la poesía era también rima. Mi papá estudió en Colombia, aprendió muchos poemas y me recitaba sonetos, por lo que identifiqué la poesía con la rima.

Sé que existe el verso libre, el que escribo, pero en un momento encontré una forma con la que me identifiqué cuando estudié Letras. Entonces me enamoré de Garcilaso de la Vega. y allí empezaron muchos amores poéticos, literarios, barrocos, etcétera.

Llegó de Italia y después se afianzó y floreció en el español. Es una forma que me dio medida y una disciplina para no tener tanto desborde, como ocurre cuando escribo libre. Pero se vuelve más intenso: uno atrapa la emoción o lo que quiere decir en menos palabras.

Creo que el soneto tiene un lado de juego, de ingenio, además de que tiene temática, música y métrica, lo que me gusta mucho. En la universidad decía a mis compañeros: “Denme un tema y en una semana les saco un soneto”. Así es.

Empecé así, y luego me llegaron endecasílabos a la cabeza, con los que trato de expresar mis emociones. Son como una llave que abre puertas, unos salen muy fluidos y otros hay que trabajarlos más. En ese sentido, soy un poco vintage, como si viniera de otra época.

—Claro, dice usted que el soneto surgió en el siglo XIII.
—Exactamente. Llegó de Italia y después se afianzó y floreció en el español. Es una forma que me dio medida y una disciplina para no tener tanto desborde, como ocurre cuando escribo libre. Pero se vuelve más intenso: uno atrapa la emoción o lo que quiere decir en menos palabras. Es un diálogo entre la forma del soneto y yo, y sale lo que sale.

—Respóndanos la pregunta que usted se plantea en el primer soneto: ¿por qué soneto en vez de verso libre? El primero no es muy usual actualmente. También: ¿qué ha pasado con el soneto que no es tan practicado hoy?
—No sé por qué no es una forma que se cultive. Creo que en un momento hubo una revolución en contra de la poesía rimada y métrica, lo que pasó en muchos países. No sé si habrá gente que esté inspirada por estas formas, pero que tal vez está inhibida de no escribirlas porque en algunas partes son consideradas antiguallas. Pero, al haber estudiado Letras y ser lingüista, encuentro que la forma todavía es muy vigente y que habría que practicarla más: es una disciplina, una forma.

Que diga que me inscribo en esa tradición no quiere decir que no aprecie otro tipo de poesía, en absoluto, sino que a mí me sale así y no sé por qué, aunque también exploro la narrativa, el verso libre, etcétera.

Creo que en un momento hubo una revolución en contra de la poesía rimada y métrica, lo que pasó en muchos países. No sé si habrá gente que esté inspirada por estas formas, pero que tal vez está inhibida de no escribirlas porque en algunas partes son consideradas antiguallas.

Cuando se me ofreció la oportunidad de publicar en México, un lugar tan querido y donde estudié y estuve con un grupo de poetas, algunos de ellos muy conocidos, pensé: “Son mis sonetos. Realmente es lo que más quiero”.

Un amigo mío mexicano, Juan Carlos Mena, me contactó después de mucho tiempo y me dijo: “¿Qué pasó con tu poesía?” Le dije: “Pues tengo toda una pila de papelitos de servilletas donde escribo”. Respondió: “Tienes que ponerlo esto junto, armarlo”. Me dio un gran voto de confianza que le agradezco enormemente; después vino el magnífico contacto con Trilce, que creyó en mí. Pedro Serrano y Julieta Lizaola, un poeta y una filósofa amiga mía, también me acogieron en esta aventura, lo que me dio mucha seguridad en mí misma.

Además, una empieza a pensar en el legado, en las memorias que deja, por lo que creo que esto también tiene importancia para mis hijos, para mis hermanos y para mi nieta.

—En el libro hay anotaciones autobiográficas que refieren desde su nacimiento hasta su relación con su esposo, así como experiencias muy vívidas en Argentina y en México. ¿Qué posibilidades de expresar todo esto le dio el soneto?
—Soy practicante de escribir diarios, de las cosas importantes en mi vida. Adoptar la forma del soneto fue una emoción más elocuente, más intensa, más concentrada, y al hacerlo fue más auténtico, además de que deseché lo que no servía tanto.

Basada en apuntes de memorias y de poesía hice una especie de alquimia para realizar los sonetos. Había sensaciones que yo tenía frescas, además de que la poesía tiene la virtud de dar un pantallazo de evocaciones de versos y frases; yo decía: “Este momento que estoy viviendo tal poeta lo resume en cuatro líneas”, lo que es maravilloso de recordar.

Igual ocurre cuando hablo de la rima: la hay en todo. En la vida y hasta en la historia hay situaciones repetidas que pueden ser una manera de estar rimando. Hay versos en la historia que son malditos y que nunca deberíamos volver a repetir, así como situaciones que son nefastas y que vuelven en algunos países, de las que parece que no pudimos mantener memoria para evitarlas.

Escribo soneto como un instrumento realista para cantar mi poema, aunque tal vez esté un poco pasado de moda, pero los estilos se reviven, ¿por qué no? Éste es uno de los valores que tiene el libro: recuperar este estilo.

Hay versos en la historia que son malditos y que nunca deberíamos volver a repetir, así como situaciones que son nefastas y que vuelven en algunos países, de las que parece que no pudimos mantener memoria para evitarlas.

—Por lo que leo en los sonetos, usted ha vivido un fenómeno hoy muy extendido en el mundo: la migración. Usted nació en Panamá, estuvo en Argentina y luego en México, hay poemas dedicados a Madrid y a Túnez, y ahora vive en Inglaterra. ¿Cómo esto se ha reflejado en su escritura?
—Mucho, porque con la migración se crean huecos interiores y hay momentos de mucha nostalgia porque, por supuesto, hay seres que amamos que se quedaron en otros lugares. Pero aquella condición también nos permite nuevos espacios interiores para aceptar lo bueno que te puede dar un país, un círculo de nuevos amigos.

El viaje no me ha herido como a otras personas; en países donde he vivido he visto a migrantes que sufren mucho porque no se abren al lugar donde están. En esa situación siempre digo: si no estás a gusto, vete. Pero trato de absorber lo mejor que tiene un lugar; por ejemplo, estar trabajando en una universidad del Reino Unido para enseñar mi lengua, la literatura y la cultura de nuestros países ha sido una experiencia maravillosa.

En el proceso aprendí muchísimo de Latinoamérica, lo que ha enriquecido mis conocimientos, y he encontrado que tenemos mucho en común y también muchas diferencias. De esa forma he tenido la oportunidad de presentar todo ello en otro país donde se apreciaba mucho más la lengua de España, pero he podido mostrar el abanico de vocabulario que tenemos en un montón de rincones latinoamericanos y que no se ha investigado tanto.

Ha sido muy interesante desarrollar y difundir académicamente la cultura latinoamericana en el Reino Unido, para sacarle de la cabeza que el español sólo está en España.

—Sobre esa trashumancia, hay un soneto en el que usted habla del sentimiento de desarraigo que también acompaña a la migración. ¿Le ha servido el soneto para combatir esa sensación de desarraigo y para convertirlo también en un lugar para habitar?
—Considero que lo que me ayuda en el desarraigo es la lengua: el español es mi ancla, aunque he probado escribir en inglés y hasta he publicado algunos poemas sueltos en antologías.

Tengo necesidad de escuchar y leer el español, y lo hago con novelas españolas, colombianas, venezolanas, mexicanas, etcétera, para escuchar cómo está evolucionando la lengua. Así aprendo nuevo vocabulario, palabras que, por ejemplo, en México no se usaban en la época en que yo estudié allí y que no se habían hecho tan populares. Me gusta mantenerme al tanto de las evoluciones lingüísticas.

Volviendo a su pregunta, tratar de oír y de estar en relación con migrantes me hace sentir menos desarraigada. Soy una persona que se ha movido mucho, y desde pequeña estaba en diversas tradiciones: por ejemplo, en mi casa había comida italiana, argentina, centroamericana. Con todo eso me identifico.

Hay días en que extraño mucho México, entonces tengo por ahí unos frijolitos; otros días extraño Argentina y tomo mate; en otros a Panamá, por lo que voy al mercado de los jamaicanos y me compro plátanos. Entonces, esto que otros llamarían desarraigo, a veces me enriqueció y lo he tomado bien.

Lo que yo hago es recoger emociones de lo que fue vivir en dictadura, de la tortura y los testimonios de lo que ha sido. Entonces me meto en una persona que ha pasado por todo ello y quiero recoger su emoción, pero no voy a hacer un estudio sistemático de lo que pasaba en Argentina.

—Al final del libro usted recuerda que hay quienes le han reprochado abordar en sus sonetos temas políticos y sociales. También pude observar su dura experiencia en Argentina con la dictadura, tanto que consideró a México como una salvación. ¿Cómo se defiende ante ese señalamiento?
—Estos temas se han tratado profundamente en ensayos, en libros fácticos. Lo que yo hago es recoger emociones de lo que fue vivir en dictadura, de la tortura y los testimonios de lo que ha sido. Entonces me meto en una persona que ha pasado por todo ello y quiero recoger su emoción, pero no voy a hacer un estudio sistemático de lo que pasaba en Argentina, de los campos de concentración y todo eso.

De lo anterior se ha escrito desde un punto de vista histórico y con pruebas, mientras que lo mío es apropiarme de un sentimiento de gente que me ha contado lo que es vivir en esas circunstancias, y he tratado de expresar muchas voces. También explico lo que es vivir bajo una dictadura; ahora en muchos países dicen “Ay, esto es una dictadura”, pero no saben lo que es porque desconocen el miedo con que vivíamos los jóvenes ante lo arbitrario, que raptaran, que desaparecieran personas. Era vivir con ese miedo permanente, pero al mismo tiempo había que amar, que estudiar y tratar de mantener reuniones con amigos, pero siempre con esa sombra atrás.

Si yo, por ejemplo, salía y había olvidado el documento de identidad, iba corriendo a buscarlo porque no sabía qué podía pasar a una persona que no lo tuviera. Te podían llevar inmediatamente con la policía, luego te podían inventar cualquier cosa y podías desaparecer.

El apoyo de México fue fundamental para mí: es un país extremadamente generoso, así que cuando ustedes critiquen a su país no lo hagan tanto.

—Al final del libro usted hace semejanzas del ejercicio del soneto con la cocina y con la jardinería, un acercamiento muy juguetón.
—En la cocina exploro mucho y me di cuenta de que, por ejemplo, si en la repostería no sigues la receta puedes quedar en una mezcla que sea fatal. Todo lo que mezclas es valiosísimo, como los huevos, la vainilla, la canela y todo, pero si no se hornean en un molde quedan en la nada. En ese sentido lo comparo con el molde del soneto.

En la jardinería hice desastres: una vez traté de cultivar tomates, pero no les puse vara y creé una selva porque necesitan un muro para crecer.

Traté de buscar metáforas de ama de casa, de jardinera, de mujer que podían explicar en términos más cotidianos lo que es una forma que, a mi juicio, puede embellecer una idea, un sentimiento, un pensamiento.

También comparo el soneto con el corsé, que a las mujeres, con sacrificio, nos da una silueta cuando queremos y no importa el sufrimiento. En el soneto también a veces se sufre porque que no llega, pero finalmente le pones la silueta y sale el soneto.

Todas estas comparaciones no son restrictivas, sino más bien concentran y potencializan algo en pequeño —el soneto se lee muy rápido—. Traté de buscar metáforas de ama de casa, de jardinera, de mujer que podían explicar en términos más cotidianos lo que es una forma que, a mi juicio, puede embellecer una idea, un sentimiento, un pensamiento. El soneto tiene un planteamiento, una excursiva y finalmente una resolución, lo que también me parece muy poderoso.

—¿Cómo el soneto le ha ayudado a aliviar el dolor? En el libro hay cuando menos dos muy sentidos, una por su madre y otro por su hermano.
—Moldeaba el dolor en un momento, y fue también hacer un homenaje a mi hermano y a mi mamá. También tengo un poema a Álvaro Quijano, quien la verdad se fue muy joven, que también es un homenaje. El soneto tiene algo para contener el desenfreno del dolor, porque a veces éste nos hace llorar mucho y hasta tenemos mucha rabia porque no entendemos por qué se fueron si eran buenas personas.

Al dedicarles un soneto trato de resolver esas penas, lo que me ayuda a resolver el dolor; es como encapsularlo en esa composición y entonces puedo respirar más tranquila al quitarme un poco de ese peso. ®

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Publicado en: Libros y autores

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