No escapa a nadie que las tecnologías en materia de comunicaciones han cambiado drásticamente en los últimos años. El advenimiento generalizado del uso de formatos digitales para todo tipo de contenidos (audio, fotografía, imágenes en movimiento) y, además, la posibilidad casi inmediata de comunicación de esos contenidos a través de Internet así lo marca. Lo que sigue son dos anécdotas que de algún modo grafican esos cambios.
Primer acto: Uruguay – España
Allá por el año 2006 un hombre me contacta buscando la manera de digitalizar un viejo disco de pasta. No se trataba de un disco normal, no era un álbum de un artista conocido ni había sido editado comercialmente. Se trataba del ejemplar único de una grabación familiar. La persona en cuestión tenía algunos parientes viviendo en España. Hacía muchos años que no se veían. Entonces (hablamos de la década de los treinta) alguien le habló de la posibilidad de ir a un estudio y grabar sus saludos, comentarios y recuerdos para después enviar el acetato por barco a Europa.
Así lo hizo. Se puso de acuerdo con su hermano y algunos primos para llegar un tarde al estudio. Puntualmente, y ataviados con sus mejores ropas, se encontraron allí, grabaron unos quince o veinte minutos y unos días después tuvieron en sus manos el atípico disco. El barco demoró aproximadamente un mes para que sus familiares de España recibieran y escucharan emocionados aquellas voces queridas que hacía tantos años no oían.
Segundo acto: Montevideo – Montreal
Allá por el año 2006 una familia se reúne para la cena de Nochebuena. Además de pollo relleno, ensalada rusa, refresco para los niños y vino para los adultos, se instala en la sala una webcam.
Al mismo tiempo, en la ciudad de Montreal, parientes emigrantes de la misma familia montevideana conectan su cámara y, gracias a la Santísima Trinidad de la WWW, comparten la víspera de la Navidad, se muestran fotos y ropa, brindan (aquí con sidra, allá con champagne) y se desean felicidades entre todos.
Es todo tan fácil, tan cotidiano, estamos tan cerca y nos sentimos tan conectados… Sospecho que el shock de recibir en los años treinta aquel pesado paquete con el disco debe haber sido inolvidable. Y respecto a lo de hoy, me permito dudarlo.
Las épocas son distintas y distantes. Pero, ¿qué tienen en común? Podríamos decir que emociones, sentimientos. Sin embargo, tiendo a pensar que esa “naturalidad” con que vivimos hoy en día el contacto entre personas gracias al ciberespacio amortigua en cierto sentido la emoción. Es todo tan fácil, tan cotidiano, estamos tan cerca y nos sentimos tan conectados… Sospecho que el shock de recibir en los años treinta aquel pesado paquete con el disco debe haber sido inolvidable. Y respecto a lo de hoy, me permito dudarlo.
Entre los profesionales de la música, quienes prefieren aún en la actualidad las grabaciones analógicas dicen, entre otras cosas, que en la cinta magnética no solamente está la música y la palabra sino que queda, además, el aura del individuo que la grabó. En las grabaciones digitales, en cambio, sólo hay infinitas combinaciones de unos y ceros, dos numeritos entrelazados en un laberinto sin puertas de salida.
Creo firmemente que el gran desafío que tenemos hoy como músicos es intentar trasmitir aquella emoción sin más armas que esos dos numeritos que nos tocaron en suerte.
Digamos que si tan sólo combinando esos unos y ceros logramos ponerle la piel de gallina a otro, si logramos hacerlo llorar o hacerlo reír, entonces habremos ganado una pequeña gran batalla. ®