Hace apenas veinte años los chinos vestían uniformes y circulaban en bicicletas, tenían prohibida cualquier comunicación con el mundo occidental. Hoy la población china de clase media y alta está ávida de conocer nuevas culturas y aprender idiomas. Shanghai es hoy el Manhattan de los noventa.
Hace ya una década que conozco a Silvia Pérez, la periodista fundadora de Imagine Ediciones junto al suizo experto en heráldica Jimmy Schniepper. La conexión es muy simple: tras una reposada lectura por parte del cineasta y escritor Emilio Ruiz Barrachina de mi obra Alicia en el lado oscuro, ambos se decidieron a publicarla. Desde entonces se ha fraguado una relación laboral que derivó en una amistad en la distancia. Mas no suponía uno que la distancia se ensanchase tanto, de Madrid a China: hace unos meses me enteré de que Silvia dejaba todo y se marchaba a Shanghai.Al conocer que Replicante quería abordar el Oriente y que mi relación con los países donde la primavera árabe no acaba de florecer es nula, ofrecí al editor irme a un lugar en el que me sitúan a veces: el extremo. Y aquí me tienen, hablando del Extremo Oriente con una latinoamericana que ama España. Hablando de futuro, pues los europeos y los estadounidenses estamos enterrados en una crisis que día a día nos hace más obsoletos y todo hace pensar que el sol saldrá por, valga la paradoja, por poniente.
—¿Cómo acaba una argentina que emigra a España y monta una editorial abandonando todo e instalándose en Shanghai?
—Soy periodista y de alma inquieta. Dejé Argentina buscando un nuevo horizonte profesional, que encontré en España y allí desarrollé mi carrera profesional como editora, productora de cine y espectáculos y gestora cultural durante dos décadas. La irracional crisis económica que azota hoy a España no me dejó más opción que buscar una nueva salida. Lamentablemente, la industria cultural española está agonizando y ya no tenía los espacios para seguir creciendo. Y en ese momento me pregunté: ¿A qué sitio en el mundo podía irme para buscar recursos económicos viables? Y recordé Shanghai, donde había estado el año pasado en el Festival Internacional de Cine de Shanghai participando con Morente, un documental sobre la vida de este genial cantaor y del que soy la productora ejecutiva. Aunque también conocí Pekín, Shanghai me sedujo enormemente. Como la opción cultural, en un primer momento, no era viable rápidamente, retomé los negocios familiares de venta de carne y le propuse a mis socios esta aventura. Por supuesto, no dudaron ni un momento en apoyarme y sumarse a mi nueva aventura vital, emocional y ecónomica que acabo de emprender en China. Y una vez más, a comenzar de nuevo.
—Como agente cultural con larga experiencia, ¿cuáles crees que son las principales diferencias entre la tradición y cultura chinas y las latinoamericanas?
—Las diferencias son abismales, pero observo que día a día se acercan. China lleva solamente veinte años de libertad y de apertura económica. Todavía están muy atrasados en el desarrollo cultural. Es prácticamente inexistente una industria cultural como tal en China, pero está comenzando a dar pasos de gigante… La explicación es muy sencilla: hace apenas veinte años los chinos vestían uniformes y circulaban en bicicletas, tenían prohibida cualquier comunicación con el mundo occidental… Europa y Latinoamérica llevan siglos desarrollando arte, cine, moda, etc. Hoy, la población china de clase media y alta está ávida de conocer nuevas culturas, además de aprender idiomas. En general, los chinos no hablan ningún otro idioma que el suyo, excepto los que trabajan en empresas extranjeras o relacionadas con el turismo extranjero.
—¿Y las semejanzas entre China y España? ¿La globalización lo iguala todo?
—Ahora mismo en China puedes encontrar cualquier producto extranjero, y el español sobre todo. Me causa mucha sopresa observar que tengo los mismos muebles de Ikea, por ejemplo, en mi casa de Madrid que en mi casa de Shanghai. La globalización nos iguala a españoles y a chinos, pero lo veo como algo positivo, nos acerca más, pero también hace que se pierda el encanto de lo autóctono, pero no hay otro remedio. Es el coste de la evolución de nuestra civilización, los factores económicos priman sobre cualquier otro y no hay más vueltas que darle.
—Un tópico que tenemos los europeos al hablar de Oriente es su misticismo y su forma de vivir la religiosidad: ¿percibes eso en la población o no hay tanta diferencia entre los creyentes de todo el mundo?
—Sólo puedo hablar de lo conozco, apenas llevo dos meses en Shanghai. Como en cualquier otra ciudad cosmopolita, casi no se observan manifestaciones religiosas. Shanghai es diferente al resto de China. Shanghai es una gran urbe mundana y con una influencia occidental desmesurada. Además, por ahora, vivo entre extranjeros, los “expatriados”, como nos llaman aquí. Mi idea es viajar por todo el país, cuando pueda hacerlo, ya tendré una mejor idea sobre el misticismo y su religiosidad.
—En los últimos días en España, a raíz de una operación policial en donde estaba envuelto un ciudadano chino, saltaron ciertos “tics” xenófobos. ¿Cómo te has sentido recibida en Shanghai? ¿Qué opinan los círculos en los que te mueves sobre lo hispano/latino?
«China tiene actualmente una poderosa clase media, vorazmente consumista y que ha adoptado poses fundamentalmente extranjeras. La influencia occidental, en las grandes ciudades, es impactante. Pero en el interior del país la realidad es otra».
—En Shanghai, que es donde vivo, se produce el fenómeno contrario a España. Aquí los extranjeros somos muy bien recibidos y respetados. Yo me he adaptado rápidamente y me siento uno más de ellos. He observado que los extranjeros, algunas veces, menosprecian a los chinos por su falta de educación “occidental” y el caos en la circulación, no respetan las colas ni señales de tráfico. Yo me incluyo en el segundo grupo, los que amamos esta ciudad y que respetamos la forma de ser de los chinos. Hay que entender que no podemos imponer nuestras costumbres europeas cuando se vive en un país tan distinto como China.
—Otro tópico asentado sobre Occidente que tenemos los europeos es su presunto hermetismo: ¿crees que es así o simple falta de interés nuestro por conocer una cultura milenaria como la china?
—Es un tópico absolutamente falso. Hasta hace pocos años los europeos y, sobre todo, los estadounidenses, despreciaban a China, pues era un acérrimo país comunista y era el “enemigo” feroz del capitalismo. No había ningún interés por conocer ni a su gente ni a su cultura. China, aunque desde hace sólo diez años, es un país abierto y deseoso de ser conocido. Hoy en día es el centro económico del mundo. El mundo respira por los pulmones de la tres principales ciudades chinas: Pekín, Shanghai y Hong Kong. Las principales empresas de todo el planeta están instaladas aquí o tienen previsto trasladarse. Shanghai es hoy el Manhattan de los noventa.
—Economía nivel usuario: ¿notas grandes diferencias entre ricos y pobres o está extendida ya la clase media?
—China tiene actualmente una poderosa clase media, vorazmente consumista y que ha adoptado poses fundamentalmente extranjeras. La influencia occidental, en las grandes ciudades, es impactante. Pero en el interior del país la realidad es otra.
—Estás en una de las ciudades más pobladas del mundo: ¿qué te supone eso en tu vida diaria?
—Shanghai, una ciudad de 26 millones de habitantes, es absolutamente segura, aunque cueste creerlo. Apenas se tiene registro de índices de criminalidad o de inseguridad. Para mí, es una de las urbes más seguras que he conocido en mi vida. El tráfico es denso y caótico, por eso prefiero utilizar el metro, recientemente renovado y ampliado con motivo de la Exposición Universal de Shanghai, eficazmente señalizado en chino y en inglés. Shanghai, para mí, es la ciudad que nunca duerme. Los servicios son extraordinarios, casi todo funciona las 24 horas. Puedes encontrar lo que necesites a cualquier hora del día. Yo sólo encuentro ventajas.
—En España y Europa está emigrando mucha gente ante el estancamiento de la economía: ¿recomiendas China para hacerlo? ¿con saber inglés alcanza o es mejor tener nociones de mandarín?
—No se trata de recomendaciones: se trata de opciones personales. Lo que a mí me parece maravilloso a otra persona le puede resultar tedioso. Conozco a gente que ha decidido regresar a sus países porque no se adaptan. Por citar sólo un ejemplo: yo adoro la comida china, pero a otros le parece asquerosa. También es una opción personal aprender chino, absolutamente indispensable si una se plantea hacer negocios aquí. Y como yo estoy convencida de haber encontrado en esta ciudad “mi lugar en el mundo”, por ahora, estudio chino en la Universidad de Shanghai. Por cierto, un idioma terriblemente difícil, que para mí se ha convertido en un nuevo desafío y pongo todas mis fuerzas en ello. Por supuesto, el inglés es indispensable.
—Entonces, ¿Shanghai para los restos, o te planteas volver a España o a Argentina?
—Por ahora, tengo la firme decisión de no volver ni a España ni a Argentina. Tanto en Europa como en Latinoamérica está todo hecho, este país tiene todo por hacer y es lo que me estimula. He decidido quedarme a vivir aquí por un largo tiempo, excepto que surja algún acontecimiento familiar que me obligue a regresar. En definitiva, es el destino el que dirá que haré en los próximos años pero, por lo pronto, adoro esta ciudad, este país y su gente. Tanto es así que estoy ya escribiendo una guía de viajes de China, que no sé si algún día publicaré, pero te copio lo que escribí en mi séptima semana por si a los lectores de Replicante les sirve de algo:
Semana 7ª. China. Una guía de viajes de Silvia Pérez Trejo
Feliz. Una palabra. Cinco letras. Me pregunto cómo una sola palabra puede contener esta infinidad de sensaciones que se agolpan en mi mente y en mi cuerpo que hasta me hace llorar. Shanghai, para mí, tiene alma de mujer. Y me habla cada día, me seduce, me excita, me revolotea, y no puedo evitar volver a escudriñar sus rincones por mi ventana cada noche. Mi gran ventana… mide la pared entera. Por suerte, no se puede abrir, podría hipnotizarme como a Narciso y su mito y caer al vacío.
Tardé tres semanas en descubrir, al fondo, entre muchos otros edificios, la torre, brillante, dorada e impoluta, del Ji’gan Temple, uno de los edificios emblemáticos del centro de la ciudad, de típica y barroca arquitectura china. Me atisbaba, pero yo miraba embelesada el único árbol del frente, pero me perdía el inconmensurable bosque trasero. Y otra nueva enseñanza. Shanghai, la mujer, me advertía que no sólo me quedara con lo que tenía inmediato a mis ojos, que la belleza y las emociones infinitas siempre están más allá.
Debía levantar mi mirada todavía más alto y más lejos…
No hay mañana en la que no descubro algo nuevo de ella. Y me llama, muchas veces, me atemoriza. Infinidad de casualidades nos unen, sus amigos son mis amigos… recorro sus calles como si las conociera de alguna vida anterior… En cada inhóspito rincón me enseña algo, en chino me susurra al oído… Y me obliga a hablar su idioma, y sabe que me cuesta muchísimo, es endemoniadamente difícil, pero no me deja más remedio… Nî hâo ma? Wô jiâo Silvia. Wô shì xi-bàn-ya ren. Wô xuè-xí han-yû… y hablar con ella me estimula, me desafía a que no abandone el homérico esfuerzo en el que he metido sin que nadie me lo pidiera. Jamás en mi vida me había planteado hablar chino, ni siquiera remotamente.
Y para que ella duerma conmigo cada noche, como buena mujer china que se precie de tal, le dejo sus zapatillas en la puerta, para que se descalce siguiendo la también tradición china. Ella ya sabe que la espero con su caliente té verde sin azúcar, al que me he acostumbrado a beber a diario, en mi flamante juego de té de auténtica porcelana china que he comprado en el suntuoso Mercado de las Perlas.
Ella ha conseguido que haga malabarismos para colocar mis citas de negocios en horarios que no coincidan con mis clases en la Universidad de Shanghai. Cada tarde, de los cinco días de la semana, de tres y media hasta las seis. Y que no me importe la hora punta china en el metro. Abarrotado y abigarrado. Mi compañero filipino abandonó las clases, dice que no puede más. Y yo, la última en llegar a las clases, sigo con paso lento, pero con fiereza. Y por si fuera poco, tres días a la semana, por la mañana, asisto a clases de conversación de inglés. La excitación es suprema, me cuesta conciliar el sueño y la jaqueca es horrible. Hablar tres idiomas casi simultáneamente me deja exhausta, pero, por suerte, poco a poco mi cerebro se va acostumbrando. A este proceso de aprendizaje extremo se suman otros factores de igual o mayor intensidad: mi actividad comercial, que ha superado mis iniciales expectativas, además de la social y emocional. Y es cuando recuerdo a la maravillosa Mafalda de Quino, cuando grita: “¡Paren el mundo que me quiero bajar!”
El embrujo de Shanghai, de Fernando Trueba, para mí ha dejado de ser una quimera, ya no sólo son imágenes en un celuloide, es tangible, y soy capaz de tocarla delicadamente con las puntas de mis dedos. Yo también he sucumbido a su embrujo. Bellísima, imprevisible, seductora, excitante, paraíso de oportunidades, joven, y a la vez, milenaria. Punto mágico, y casi incomprensible, de confluencia entre Oriente y Occidente.
Y para que ella duerma conmigo cada noche, como buena mujer china que se precie de tal, le dejo sus zapatillas en la puerta, para que se descalce siguiendo la también tradición china. Ella ya sabe que la espero con su caliente té verde sin azúcar, al que me he acostumbrado a beber a diario, en mi flamante juego de té de auténtica porcelana china que he comprado en el suntuoso Mercado de las Perlas.
Aunque me ha costado mucho dejar atrás mis otras ciudades y a las que también he querido, Santiago, Tucumán, Madrid o Sliema en Malta, he decidido quedarme a vivir un largo tiempo con ella.
Juntas hemos acordado compartir casa, amor y aventuras, además de la ninguna certeza del futuro, pero que promete. Ya lo creo. ®