Es innegable que tanto la imaginación como la irrealidad, la fragmentación y multiplicidad de conceptos, la construcción y deconstrucción de los temas y los personajes, la ironía y la metaliteratura, hacen que los personajes y las situaciones que conviven en los cuentos de Vila-Matas se encuentren en ambos lados, o bien sobre esa delgada línea suspendida sobre la realidad-ficción/ficción-realidad.
1
Recuerdo, que no hace mucho, o tal vez nunca, emprendí un viaje al fondo del abismo en una exploración que me conducía a vías indescifrables, ambiguas, textuales. En ese viaje me encontré, a mí, que quizá era otro, hablando con Mercedes Monmany sobre las bases en que se sienta la poética en los cuentos de Enrique Vila-Matas, y al hacerlo coincidimos en que la literatura del autor de Hijos sin hijos “es capaz de emprender un apasionante camino de búsqueda e indagación, de sentido de la trascendencia, sin por ello renunciar al humor y a la tremenda imaginación”. Entre las muchas cosas que perviven en la obra de este autor están sus viajes interiores y exteriores, unos viajes de raíz poética, puramente textual o existencial, que reclaman para sí la libertad total en la página y en la construcción, concepción y estructura de la novela y el relato: verdades fingidas e inventadas que conviven con hechos provenientes de una realidad polimórfica, en constante y mutante devenir, realidad en la que hace tiempo que el autor ha dejado de ser su legislador y ordenador absoluto; tramas fragmentarias y abiertas que se mezclan con asociaciones, bifurcaciones y encadenamientos de otras historias y entramados narrativos; citas literales se unen sin cesar a citas levemente desfiguradas y casi idénticas, e identidades ficticias que se injertan continuamente en biografías canónicas y perfectamente contrastables.
2
Verdades fingidas e inventadas que conviven con hechos provenientes de una realidad polimórfica, en constante y mutante devenir, realidad en la que hace tiempo que el autor ha dejado de ser su legislador y ordenador absoluto.
Quizá, impulsado por el insomnio, ese viaje fue producto de una visión o tal vez sucedió durante uno de esos nimios fragmentos en los que logro conciliar el sueño y en los que suceden situaciones y afirmaciones que se acumulan en mi cabeza, como aquella que decía que lo que anida en la literatura de Vila-Matas es un rechazo al realismo; en su ars narrativa existe una constante vejación a los tópicos de sus contemporáneos, quienes preocupados por la trascendencia y el mercado —en su gran mayoría— sientan las bases de su obra en una visión unitaria de la realidad. Como se ha podido observar, existe desde hace varios años una especie de fragor creado en la literatura ibérica que sienta sus bases en la guerra, el franquismo, el exilio y el posfranquismo. Esto ha sucedido a tal grado que ha nacido un subgénero dentro de la literatura española contemporánea. Las mesas de novedades se han visto inundadas por obras que hablan de todo ello, pero pocas son las que logran aportar una arista distinta al contar esas difíciles épocas de España. Entre ellas puede inscribirse el legado de cuentos del autor de Exploradores del abismo,1 porque es innegable que tanto la imaginación como la irrealidad, la fragmentación y multiplicidad de conceptos, la construcción y deconstrucción de los temas y los personajes, la ironía y la metaliteratura, hacen que los personajes y las situaciones que conviven en los cuentos de Vila-Matas se encuentren en ambos lados, o bien sobre esa delgada línea suspendida sobre la realidad-ficción/ficción-realidad.
3
Soy Rodrigo Fresán y me han pedido para un diario cuyo nombre comienza con A que escriba sobre un tal Enrique Vila-Matas, por ello me siento frente al ordenador y pensando en una referencia literaria —no podría ser de otra forma— escribo: En uno de sus textos más citados Jorge Luis Borges confiesa en la primera línea que “Al otro, a Borges, es a quien le suceden las cosas”. A mitad de camino precisa: “Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica”. Y, apenas seis o siete oraciones después, concluye: “No sé cuál de los dos escribe esta página”.
El “problema” de Enrique Vila-Matas —a diferencia del de Borges que, en realidad, es el de todo escritor que estima su vida como inocurrente frente al constante acontecer de y en su obra— es mucho más complejo y es también el más privilegiado de los estigmas.
Porque cualquiera que conozca a este escritor nacido en Barcelona en 1948 —o cualquiera que siga sus libros, sus entrevistas o sus recientes columnas en El País con formato de journals espasmódicos— sabe perfectamente que Vila-Matas no tiene otro Vila-Matas. Que a ese único Vila-Matas es a quien le suceden las cosas, que su vida diaria o nocturna, interior o exterior, no justifica a nadie salvo a ese indivisible sí mismo, y que sabe él y sabemos nosotros, con seguridad incontestable, que no tiene duda alguna en cuanto a que ese único él es quien escribe sus páginas. No sólo porque en el panorama de la literatura en español Vila-Matas sea uno de esos raros y admirables fenómenos que empiezan y terminan en sí mismos, sino porque también uno de sus rasgos más precisos y reconocibles es el de haberse procurado primero una vida que estuviese a la altura de su obra y, enseguida, una obra que estuviese a la altura de las obras que él más admira y que son ya parte de su vida.
4
Desperté con la idea de que una voz me había estado diciendo al oído que yo era Daniel Fragoso y que debía escribir esto: La literatura de Enrique Vila-Matas se adhesiona al vanguardismo histórico (siglos XIX y XX). En sus textos —principalmente en los cuentos, ensayos y artículos periodísticos— existe una interferencia entre el Campo Interno de Referencia y el Campo Externo de Referencia; esta interferencia puede entenderse por la arquitectura de sus textos: escritura fragmentaria. Que a su vez está compuesta por estrategias metaficcionales/autoficcionales, condicionando el texto a la especulación. Sin embargo, el lector no debe de dejar sorprenderse por los recursos literarios sino tomarlos como claves de un bien público que es la literatura.
El narrador, cuando narra, da referencias a sus personajes pero a su vez éstos emiten juicios, al igual que él, logrando así que la tensión narrativa de los cuentos se funde en la relación realidad-irrealidad.
Quien se enfrenta a un cuento o narración corta del autor de Dietario voluble tendrá que leer cifrando los textos en la construcción de estructuras laberínticas, dado que en el mundo ficcional de Vila-Matas el lector debe tener ciertas claves culturales para poder disfrutar más de sus textos. Es decir, el autor no pretende vendernos la idea de que lo narrado es una realidad, por el contrario, hace énfasis de que es ficción. A tal grado que privilegia la ficción casi hasta excluir la forma realista. Aunque, como vasos comunicantes encontramos la repetición de párrafos en textos literarios o ensayos o artículos periodísticos.2 La inmersión de estos textos dentro de otros textos siempre está encallada en la relación vida/literatura. A su vez, la repetición de elementos entre los personajes es igual a la acumulación de sucesos que se van agolpando sobre el texto. Por ello podríamos afirmar que los cuentos se caracterizan por una unidad creada por la multiplicidad de sus elementos. En ocasiones el discurso tiene forma conjuntiva, como decía Batjín, tiene palabra bivocal.
El autor de Suicidios ejemplares utiliza entre sus estrategias narrativas un recurso literario que recuerda a Cervantes: el narrador, cuando narra, da referencias a sus personajes pero a su vez éstos emiten juicios, al igual que él, logrando así que la tensión narrativa de los cuentos se funde en la relación realidad-irrealidad. También encontramos que en la mayoría de los textos se presenta un estado de cosas, como el individuo que se ve frente a situaciones intolerables y el transe narrativo de primera a segunda o tercera persona, y viceversa, en un registro irónico, lo que hace que el lector se confunda, creando en su percepción un subtema: la impostura.
5
La literatura es, junto al vino, la única bebida que se bebe a quien la bebe.
6
No soy yo quien habla por mi boca, es ese otro yo vilamatiano el que golpea en el teclado: “Recuerdo haber siempre pensado que la propia vida no existe por sí misma, pues si no se narra, si no se cuenta, esa vida es apenas algo que transcurre, pero nada más. Para comprender la vida hay que contarla aun cuando sólo sea a uno mismo. Eso no significa que la narración permita una comprensión cabal, puesto que de hecho quedan siempre vacíos que la narración no cubre, pese a las suturas o remedios que intenta aplicar. Por ese motivo es por el que la narración restituye la vida sólo de forma fragmentaria”.3
7
Recuerdo que aquel día en que inicié el viaje seguí mi camino. “Doblé una esquina. Soplaba con fuerza la tramontana, y recordé que en mi juventud yo deseaba ser muchas personas y ser de muchos lugares al mismo tiempo, pues ser sólo una persona me parecía muy poco. Al doblar otra esquina y azotarme con más fuerza que nunca el viento constaté algo que hacía ya tiempo que sospechaba. Somos demasiado parecidos a nosotros mismos, y ese riesgo estriba en que acabemos pareciéndonos demasiado. A medida que uno vive, progresivamente, se afianza el mismo maniático, el mismo nimio personaje”.4 Doblé otra esquina y me descubrí sentado frente a una computadora, escribiendo un texto. ®