Entre el relámpago y la oscuridad

Tlatelolco, de Carlos Bolado

A pocos meses de estrenar con éxito su versión sobre el caso Colosio, en esta otra se entrevé una ingenuidad inaudita. La historia mil veces contada de los amantes separados por diferencias de clase le queda corta al drama nacional que corre como telón de fondo.

El cuarto largometraje de ficción de Carlos Bolado es su más flojo. Tlatelolco (2012), al igual que Colosio: el asesinato (2012), lidia con un caso histórico del que se ha dicho bastante, sin embargo del primero sabemos mucho mientras que el segundo es un enigma. La trama de ficción con la que revisa los sucesos históricos de hace más de cuarenta años cae en clichés y personajes planos. Una chica “fresa” de la Ibero interpretada por Cassandra Ciangherotti se inmiscuye en el movimiento estudiantil meses antes de la histórica fecha. Su afición por la fotografía la lleva a las primeras marchas y así se enamora de Christian Vázquez, humilde alumno de la UNAM. La familia acomodada pega el grito en el cielo; no sólo se dan ínfulas de superioridad por su posición socioeconómica sino que además el padre trabaja en la Secretaría de Gobernación bajo las órdenes directas de Luis Echeverría. Como enemigo natural del movimiento el padre intenta a toda costa alejar a su hija de Vázquez, uno de tantos activistas.

Dos grandes actuaciones redimen al resto del elenco, el cual, por otro lado, deja mucho qué desear, con situaciones melodramáticas mal manejadas y diálogos inverosímiles. Juan Manuel Bernal como el padre atribulado ofrece quizá su mejor actuación a la fecha, y a Roberto Sosa le queda como anillo al dedo el papel de Díaz Ordaz, el presidente que da la orden desde las alturas. Ricardo Kleinbaum como Luis Echeverría tampoco está mal. Los personajes periféricos sostienen a los principales, atrapados dentro de una trama que bien podría servir para una telenovela. Si uno de los grandes aciertos de Colosio: el asesinato son sus magníficas actuaciones protagónicas, Tlatelolco falla ahí donde la otra triunfa, así como en el guión.

A pocos meses de estrenar con éxito su versión sobre el caso Colosio, en esta otra se entrevé una ingenuidad inaudita. La historia mil veces contada de los amantes separados por diferencias de clase le queda corta al drama nacional que corre como telón de fondo, y que el padre sea uno de los responsables directos del triste suceso es una coincidencia absurda. Los diálogos tampoco ayudan. Los detalles rescatables no son suficientes para levantar una cinta basada en una trama trillada y desportillada con actuaciones muy disparejas.

Es justo lo que hubiera hecho Hollywood con ese pedazo de historia: elaborar una trama cursi a base de lugares comunes que dulcifique lo monstruoso del suceso para hacérselo digerible al supuesto espectador promedio. En este caso esa fórmula dramática le viene guanga. Si el cascarón no está bien armado el mensaje jamás llegará al público. Las buenas intenciones no son suficientes.

Es inevitable la comparación con Rojo amanecer (1989), de Jorge Fons, que se mantiene como un tótem que encara con tesón el desafío de retratar un hecho de tal envergadura. Aunque pueden ser vistas como dos películas complementarias, a su lado Tlatelolco es un juego de niños. Fons, con un presupuesto ínfimo, le hace justicia a ese fatídico día gracias a un guión simple pero eficaz y a actuaciones que lo respaldan pese a su inevitable anclaje en la época en que fue filmada. Si bien la representación dramática se ha modificado en más de veinte años, la lógica interna de la obra se mantiene viva y actual. El espectador queda pasmado frente a la reproducción fílmica de la atrocidad y el terror de Estado. A través de su lente tiembla la conciencia y se reclama el pasado con voz fuerte y profunda; Bolado, por su parte, mueve pocas fibras. El dolor y la infamia de aquel día son aludidos sin hacerse del todo presentes.

“Aquí está el grito de los que murieron y el grito de los que quedaron. Aquí está su indignación y su protesta. Es el grito mudo que se atoró en miles de gargantas, en miles de ojos desorbitados por el espanto del 2 de octubre de 1968, en la noche de Tlatelolco”, escribe Elena Poniatowska en su libro. Para que la obra haga justicia es necesario que ese grito mudo adquiera voz y se escuche a todo pulmón, que el eco del alarido haga temblar al espíritu más indiferente, que impulse al virtuoso a levantar la voz y obligue al hampón a recapacitar. Tlatelolco apenas susurra el espanto de aquellos días.

Suscribo las palabras finales de “Memorial de Tlatelolco”, el poema de Rosario Castellanos:

Recuerdo, recordamos
hasta que la justicia se siente entre nosotros.

En ese sentido la cinta de Bolado vuelve a poner el dedo en la llaga, insiste en la relevancia de ese momento para nuestro país y protesta desde la época actual ante las inmundicias de una nefasta generación de políticos beligerantes, aunque la que hoy padecemos no se queda atrás. Por ese lado Tlatelolco es un esfuerzo loable, el problema es que es demasiado suave. Es justo lo que hubiera hecho Hollywood con ese pedazo de historia: elaborar una trama cursi a base de lugares comunes que dulcifique lo monstruoso del suceso para hacérselo digerible al supuesto espectador promedio. En este caso esa fórmula dramática le viene guanga. Si el cascarón no está bien armado el mensaje jamás llegará al público. Las buenas intenciones no son suficientes.

La oscuridad engendra la violencia
y la violencia pide oscuridad
para cuajar el crimen.
Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche
para que nadie viera la mano que empuñaba
el arma, sino sólo su efecto de relámpago.

La oscuridad de la que habla Castellanos es la protagonista en Rojo amanecer, mientras que Tlatelolco apenas la acaricia. No debe ser fácil plasmar el horror en la pantalla. Pocos lo hacen bien. Las tinieblas que circundan la desolación y la muerte se cuidan de ser exhibidas. El reto de Carlos Bolado era mayúsculo, sin embargo del director de Bajo California: El límite del tiempo (1998) se espera grandeza. Queda claro que no siempre se logra.

Las voces del recuerdo van y vienen como relámpago en la oscuridad. Así, cualquier excusa es buena para que la memoria se mantenga viva. ®

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Publicado en: Cine, Noviembre 2012

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