Ernst Jünger, el anarca

Nihilismo, técnica y literatura

Jünger es una de las figuras esenciales de la literatura y del pensamiento del siglo XX. Una producción tan extensa como la suya ha sido clasificada en cuatro periodos, correspondientes a su vez a cuatro figuras por él forjadas: el Soldado, el Trabajador, el Emboscado y el Anarca.

Ernst Jünger. Ilustración tomada de Pinterest, sin crédito.

El poeta alemán Hölderlin decía “Allí donde habita el peligro, crece lo que nos salva”. Nietzsche, filósofo alemán, declaraba “Junto a lo que nos destruye, surge lo que nos salva”. Y el mago germano Goethe, anterior a éstos, a manera de profeta se lamentaba:

He de tener por la mayor desgracia de este tiempo nuestro que nada deja madurar, el que en el instante siguiente se engulla al anterior… y así se salte de casa a casa, de ciudad a ciudad, de imperio a imperio y, por último, de confín del mundo a confín del mundo, todo velociferino…

Ernst Jünger (1895–1998) atravesó con su obra todo el siglo XX y vivió casi en tres siglos distintos, siendo una de las figuras esenciales de la literatura y del pensamiento de ese siglo. Una producción tan extensa como la suya ha sido clasificada por algunos analistas en cuatro periodos, correspondientes a su vez a cuatro figuras por él forjadas: el Soldado, el Trabajador, el Emboscado y el Anarca, para cuya cabal comprensión según el mismo Jünger se requiere de una mirada estereoscópica (stereoskopischen Blick). Estas figuras se corresponden con lo que podríamos denominar una “arquitectura del espíritu”. Jünger está consciente en todo momento de los horrores que la historia y el futuro le han traído como parte de la Modernidad al ser humano.

La figura del Soldado surge de su experiencia como soldado en la Primera Guerra Mundial. Fruto de ella es su obra Tempestades de acero y El Teniente Sturm, donde plasma de manera épica esa vivencia de la guerra, así como el surgimiento de un mundo desconocido nacido entre las novedosas máquinas y la destrucción, dando cuenta del extrañamiento, el autodesconocimiento, el tedio y la soledad que el soldado experimenta. Su activismo político le lleva a identificarse con la “revolución conservadora”, enemiga de la monarquía prusiana que no era otra cosa que un “nacionalismo de soldados”, cuyo resentimiento y afán de venganza luego de la Primera Guerra Mundial nutriría unas décadas después junto con asociaciones rurales e ideológicamente herméticas como las de “Los Artamanes” (campesinos, buenos cristianos, que ven en las costumbres del campo, la pureza de la sangre germana que no debe ser contaminada por la judeidad y otras “tribus” como las bálticas, polaca y eslavas, entre otras), en Baviera (con Himmler a la cabeza) la conformación de las SS y otros grupos afines al nacionalsocialismo.

La técnica ha triunfado y parece haberse convertido incluso en la esencia del saber. Jünger dice en Sobre el dolor: “La técnica es nuestro uniforme”. Mientras el filósofo Heidegger apunta en Caminos del bosque: “El hombre que se autoimpone es un funcionario de la técnica”. Para Adorno, en Dialéctica del Iluminismo,

este saber no tiende a los conceptos y a las imágenes, a la felicidad del conocimiento sino al método, a la explotación del trabajo, al capital privado o estatal. Lo que los hombres quieren aprender de la naturaleza es la forma de utilizarla para lograr el dominio integral de la naturaleza y de los hombres.

La técnica —según el escritor y el filósofo— parece ser la posible respuesta a la fragilidad y la intemperancia angustiante que lleva a las juventudes europeas a destrozarse en el campo de batalla, en nombre de su patria, de su sangre y de las angustia y ansiedad neuróticas que las embargan. Ante la fragmentariedad manifiesta que la Modernidad les ha revelado, Jünger propone la figura del Trabajador, quien al pertenecer a la fase del “nihilismo activo” nietzscheano, si sabe elevarse sobre la máquina, se convertirá en un nuevo tipo humano, dominador y no explotado. En definitiva —en palabras de Adorno—, el dominio del hombre sobre sí mismo fundado en su Ser. Dice Jünger en La paz:

El trabajador es ya el único capaz de pensar continentalmente y sus conceptos y símbolos son los únicos que resultan comprensibles planetariamente. De ahí que él será también el fermento de la unificación […] Con ellos se consumará la edad heroica del trabajador. Y a la vez la figura del trabajador, apartándose de lo titánico, revelará aspectos nuevos: se mostrará cuál es la relación que esa figura tiene con la tradición, la creación, la felicidad, la religión, revelándosele necesidades artísticas, sociales, políticas, entre otras, en toda su ambivalencia llevada al extremo en no pocas ocasiones.

La carnicería de carnicerías aún estaba por venir, dejando atrás las visiones de Otto Dix y las letras de Erich Maria Remarque. De las trincheras se pasaba —al menos momentáneamente entre crisis económicas, ideológico–políticas y culturales— a la industria, del uniforme castrense al overol, el casco y los guantes. De la inmovilidad en las trincheras a la explotación fordista en las líneas de ensamblaje, como vemos en Los tiempos modernos de Charles Chaplin.

Según Touraine, en Crítica de la modernidad, “la crisis de la Modernidad hace desaparecer la idea de sociedad. El mundo técnico no está aislado; asegura la comunicación entre los diversos universos culturales; la sociedad moderna en crisis está llena tanto de dioses en guerra como de técnicas”. Si para Marx el progreso en general y en particular la técnica al servicio de la revolución era el único camino para la liberación del hombre, para Nietzsche y para Freud el individuo se convierte en un ser de deseo y de consumo manipulado por la razón (instrumental). De allí la fuerza que asume en la filosofía del autor de Also sprach Zarathustra el nihilismo. Dice Jünger en Acerca del nihilismo. Sobre la línea (obra que se publicó como resultado del intercambio epistolar que sostuvieron entre este y Heidegger):

el nihilismo no es considerado como un final sino, más bien, como fase de un proceso espiritual que lo abarca, de un modo como no sólo no fue capaz la cultura en su transcurso histórico de superar y sobrellevar en sí o quizá de recubrir como una cicatriz, sino tampoco la persona singular [Einzelne] en su existencia personal.

Al respecto y en la misma obra, Heidegger considera que “ninguna persona inteligente querrá aún negar hoy que el nihilismo en las formas más diversas y escondidas es el ‘estado normal’ de la humanidad”. Por el contrario, nos dice en Caminos del Bosque

antes bien, el nihilismo, pensado en su esencia, es el movimiento fundamental de la historia de Occidente. Muestra tal profundidad que su despliegue sólo puede tener como consecuencia catástrofes mundiales. El nihilismo es el movimiento histórico mundial que conduce a los pueblos de la tierra al ámbito de poder de la Edad Moderna.

Para Jünger, en El trabajador. Dominio y figura, acaso sea el trabajador aquel que alumbre el advenimiento de la nueva sociedad,

El trabajador no se revelará como el verdadero enemigo mortal de la sociedad mientras no rechace pensar, sentir y ser dentro de las propias formas de ella. Y eso ocurrirá cuando se percate de que hasta ahora ha venido siendo demasiado modesto en sus reivindicaciones, cuando se dé cuenta de que el burgués le enseñó a apetecer aquellas cosas precisamente que al burgués le parecen apetecibles.

En el interior de El teniente Sturm dice Jünger: “en este caso tengo la intención de investigar en contraste entre el afán de movimiento de una personalidad peculiar y la limitación de ese afán por el marco en el que le tiene sujeto el entorno”. Sujetidad que hará pasar a ese campesino rural antes convertido en soldado para pelear una guerra que no es suya a la del obrero urbano explotado, hambreado, alcoholizado y humillado ante la derrota de Alemania en la primera gran conflagración, abandonado a su suerte por la anquilosada aristocracia militar reinante, lo cual habrá de ir configurando poco a poco la tercera figura jüngeriana: el Emboscado, caracterizado por las oposiciones y contrastes, por el ahogamiento y neurosis que sufre en su interior. Con el advenimiento del nazismo Jünger se recluye en una especie de exilio interior. Tristeza, impotencia, palpitación que no alumbra y lastima, vértigo que huele a muerte inminente. “La carencia”, considera Jünger, “enturbia la vista en el enjuiciamiento de nuestra situación”. Rechaza la ideología de los “burgueses en camisa parda”, empezando por su racismo (pues nunca fue antisemita). Lo anterior sea dicho para aquellos que aún consideran la persona de Jünger como una que hacía fiesta de la muerte y la destrucción causadas por la guerra —no sin polémica, claro—, opiniones y alardes tan cercanas a la nazificación que se hiciera de las obras de Nietzsche y de Wagner (por Heidegger —en cambio— difícil encontrar evidencias para meter las manos al fuego).

En Sobre los acantilados de mármol Jünger da cuenta de cómo un mundo hermoso perece bajo la violencia, obra que ha sido considerada una alegoría sobre el nacionalsocialismo y sus aún no sospechadas trágicas consecuencias. Allí nos muestra Jünger una vez más lo que él entiende por poder, uno capaz de vencer a los gigantes, cuya principal fuerza es el terror y el miedo que produce sobre los seres humanos; sólo la libertad interior y en solitario podrá ser capaz de vencer el miedo. Dice Jünger en Acerca del nihilismo…: “En esa situación, el miedo consigue mucho más todavía que la violencia; los rumores son más valiosos que los hechos. Lo indeterminado resulta más amenazante. Por esta razón se prefiere esconder el aparato del horror, y sus moradas se trasladan a otros yermos”. Fruto de esa experiencia son sus diarios de guerra titulados Radiaciones, en cuyo prefacio advierte

sobre el valor modélico de la Biblia, el libro de los libros, profética también para nuestro tiempo; y no sólo profética, sino asimismo consoladora en grado sumo y, por tal, el manual de todo saber, un manual que ha vuelto a hacer compañía a innumerables personas durante su paso por el mundo del horror.

Así, irá asomándose entre el nihilismo vital y la desesperación existencial la figura del Emboscado. Ante los grandes peligros contemporáneos, al hombre que desea conservar su libertad sólo le queda recluirse en una especie de bosque metafórico, donde la persona, al margen de todos los sistemas encuentre la verdadera libertad en el propio pecho. Afirma Jünger en Acerca del nihilismo…:

Una buena definición de nihilismo sería comparable al descubrimiento del agente cancerígeno. No significaría la curación, pero sí su condición, en la medida en que generalmente los hombres colaboran a ello. Se trata ciertamente de un proceso que supera ampliamente a la historia.

Ese es el sentido de sus libros La emboscadura y Heliópolis. En ellos plasma su concepción sobre el advenimiento de un Estado mundial, sobre el antagonismo entre dioses y titanes. Jünger considera que el poder titánico se manifiesta en la figura humana del trabajador, quien puede lidiar contra el nihilismo y la destructividad de la técnica revestida de máquina y la que ejercen los dioses contra el mundo y la vida toda, incluyendo por tanto al ser humano. No obstante, la verdadera piedra angular de la libertad se encuentra en la interioridad del ser humano, en su capacidad para resistir tomando distancia, mirando a guiños el acontecer de los días. Se trata de un combate interior permanente frente a la movilización total de la técnica entendida como el perfeccionamiento de ésta. Afirma en la misma obra:

El “estallido primordial” […] groseramente mecanicista […], al que le falta el eros de naturaleza espiritual y anímica […], podría ser más bien la visión de un final que la de un principio […] se teme que al menos la Tierra perecerá de un modo parecido […] Alfa y Omega. La vuelta al origen lleva más allá de todo lo temporal. Anula el tiempo.

La emboscadura es un himno a la libertad del hombre contra la coacción de las sociedades, de la tecnología y de la avalancha de información, que aparece ayudar al ser humano a conocer su entorno cuando en realidad lo desdibuja, privando al individuo de experiencias propias. El emboscado es este individuo que se ha dotado del poder que la resistencia a la coacción le ofrece, es la persona singular, el Einzelne que realiza su independencia ante las fuerzas de la aniquilación del espíritu. Así, el emboscadoes quien está dotado de una mayor relación originara con la libertad. El emboscado como persona singular (Einzelne), “distanciada” del poder político, convive en los márgenes con éste, como en El problema de Aladino (el poder personal es baluarte ante la dominación política y el poder tiránico del nihilismo), o en Abejas de cristal (el poder de la técnica actúa contra el poder personal). Dice Jünger en Acerca del nihilismo…:

Para recibir una representación del nihilismo harán bien en recortar de inmediato fenómenos que aparecen en su compañía o como consecuencia, y que por ello están entremezclados con él de un buen grado. Ante todo, son también los que dan a la palabra el sentido polémico. Entre ellos se cuentan los tres grandes ámbitos de lo enfermo, lo malo y lo caótico.

Publicado a principios de la década de 1950 tras la Segunda Guerra Mundial, como una profecía para un pasado y un futuro intemporales, en los que las tiranías amenazan al individuo singular por todos los costados, y entroncando con la concepción de Hölderlin del eterno retorno de los titanes, este ensayo plantea la coacción de la técnica y la productividad en la era de las democracias participativas. En una tiranía —más que numerosas durante el siglo XX, y potencialmente advenedizas en cualquier instante—, o en una democracia tecnocrática o populista plagada en ambos casos de fake news y posverdad, en las que el individuo se ve sometido a fuerzas destructoras de la individualidad, o a la coacción mecánica de un mundo sin alma, el emboscado es la persona que opone resistencia a este “movimiento” desde el sigilo, con la no–participación y la oposición invisible. En Acerca del nihilismo afirma que

Su centro de gravedad reside más en el carácter que en el mundo. Hay que apreciar en sí un optimismo así fundado, en la medida en que tiene que infundir en su detentador la voluntad, la esperanza y también la perspectiva, de permanecer firme en el cambio de la historia y sus peligros.

En un momento en el que la humanidad vive en un mundo feliz mientras que la otra mitad habita en 1984, el bosque, como símbolo, es la patria de la persona libre, que decide vivir por sus propios medios; es el refugio de la persona de acción que opera sin ser apercibida, del que tiene una estrategia, del que sabe cuándo actuar, de la que comprende el proceso, del que sabe esperar, del que sabe qué esperar. El hecho de que Jünger procure no hacer valoraciones morales ni políticas en sus obras lo emparientan con lo que suele denominarse el Dichterphilosopher, ética y estética son para él uno y lo mismo. Lo que no es verdaderamente ético no es verdaderamente estético, y lo que no es verdaderamente estético no es verdaderamente ético, nos dice en El autor y la escritura. Para Jünger el derecho a la intimidad no nace de una ley, sino del padre de familia, flanqueado por sus hijos, y con un hacha en la mano defendiendo la puerta de su casa. Hombre es el que como tal se resiste, piensa, actúa, se asocia con quien quiere y rechaza a quien no le interesa. Dice en Acerca del nihilismo…: “Lo que esta época encierra como máxima esperanza permanece intocado. La reducción puede ser espacial, espiritual, anímica; puede tocar lo bello, el bien, lo verdadero, la economía, la salud, la política, sólo que en resumidas cuentas siempre será percibida como desaparición”. El acto de unirse o asociarse a otros debe ser voluntario y no puede venir impuesto desde fuera. Al inicio de La emboscadura afirma

La libertad de “decir no” es restringida sistemáticamente. Está destinada a dejar patente la superioridad de quien hace las preguntas. Y se ha convertido en un riesgo que se asume en un sitio tácticamente equivocado. Lo dicho no pretende ser una objeción contra su significado moral. La emboscadura representa una nueva respuesta de la libertad. El miedo puede ser vencido por la persona singular si ésta adquiere conocimiento de su poder. La emboscadura, en cuanto conducta libre en la catástrofe, es independiente de las fachadas político–técnicas y de sus agrupaciones. La emboscadura no contradice a la evolución, sino que introduce libertad en ella mediante la decisión de la persona singular. En la emboscadura la persona singular se confronta consigo misma en su sustancia individual e indestructible. Esa confrontación expulsa el miedo a la muerte.

El Anarca aparece en su novela Eumeswil de 1977. En ella concibe un mundo en el que todo está tan regulado que la salvación sólo puede residir en uno mismo. Lo que consiste no en conspirar contra el orden social sino en conseguir el dominio propio; en ello residirá la auténtica autonomía. Y el espacio donde llevar a cabo esto no es ni la sociedad ni la política sino la Historia. El protagonista de la obra es Martín Venator, camarero de noche del Condor, el tirano de Eumeswil, mas también “historiador” de día que observa el presente con un total distanciamiento, no aferrándose a las ideas, sino a los hechos. Así, Venator se convertirá en el anarca solitario capaz de vivir en sociedad, pero sin establecer vínculos con ella. Allí leemos

A nadie se le pasará por alto que en el mundo de los hechos el nihilismo se acerca a las últimas metas. Sólo que la cabeza ya estaba amenazada con la entrada en su zona, pero el cuerpo, al contrario, todavía estaba seguro. Ahora es a la inversa. La cabeza está más allá de la línea. Entretanto sigue aumentando el dinamismo inferior y amenaza con explotar.

Este personaje es claramente el mismo Jünger. El anarca es la contraparte del anarquista. Para Jünger el anarca no es el antagonista del monarca, sino su reflejo. Mientras el primero puede vivir en solitario, el segundo es un ser social y tiene que buscar la colaboración de otros camaradas. Del mismo modo, el anarca no cae en la tentación de la acción violenta —como el anarquista o el partisano— puesto que, al no guiarse por las ideas sino por los hechos, lucha en solitario como hombre libre que es, ajeno a la idea de sacrificarse en pro de un régimen o de un poder que domine a otro poder. El anarca no reconoce ningún régimen ni se zambulle, como los anarquistas, en utopías. Respecto a la ley, el activista quiere cambiarla, anularla o transgredirla, concomitantemente al crimen o la ilegalidad; el anarca no pretende ninguna de estas cosas. No está ni a favor ni en contra de la ley. Aunque no la reconoce, procura conocerla, ajustando su conducta según ellas. En lo que respecta a las normas sociales, el anarca rechaza toda obligatoriedad (escolarización, servicio militar, “quédate en casa”, seguros). Es un lobo estepario. Pese a su postura social, tampoco es un solitario. El solitario ha sido expulsado de la sociedad, mientras que el anarca ha expulsado a la sociedad de su vida. Así, afirma Jünger en Acerca del nihilismo…:

Dos grandes miedos dominan a los hombres cuando el nihilismo culmina. El uno consiste en el espanto ante el vacío interior, y que le obliga a manifestarse hacia afuera a cualquier precio por medio de despliegue de poder, dominio espacial y velocidad acelerada. El otro opera de fuera hacia dentro como ataque del poderoso mundo a la vez demoniaco y automatizado.

Aun reconociendo que la sociedad en que vive es imperfecta, la admite incluso con esas limitaciones. Siendo relativamente contrario al Estado y a la sociedad, acepta que pueden darse tiempos y lugares en los que la armonía invisible se haga visible. Por ejemplo: al anarconihilista la entrada a la Villa de Guadalupe en la Ciudad de México le estimularía a prenderle fuego o hacer añicos la imagen de un santo; el anarca no tendría inconveniente en entrar a descansar o tomar fotos. Porque el anarquista, al presentarse como enemigo de la autoridad, en realidad colabora con ella, justifica su trabajo y su presencia en el lugar. El anarca se limita a no reconocer el orden cívico–legislativo. No pretende atacarlo ni derribarlo ni modificarlo. Porque, consciente como es de que el pueblo se compone de individuos concretos y libres y de que el Estado los reduce a números: sospechosos, dados de alta, decesos, decesos por causa no confirmada, decesos por causa confirmada, recuperados, entubados, seropositivos, asintomáticos, entre otros “valores” abstractos, no está dispuesto a “delegar su libertad ni en la legitimidad del padre benevolente, ni en las pretensiones legales que cambian según las épocas y países”. Como “historiador” que se reconoce, Venator, hace un recorrido por las diversas épocas del pasado refutando también las propuestas de teóricos del socialismo utópico como Fourier (con argumentos no exentos de ironía) o de individualistas como Stirner, o analizando de manera crítica las teorías de los clásicos del pensamiento social. Concluirá contundente: “de la sociedad cabe esperar tan poco como del Estado. La salvación está en cada uno”. Por lo anterior, considera Jünger que

Mucho más temible es el silencio —el silencio de millones y también el silencio de los muertos, que día a día se hace más profundo y que no acallan los tambores, hasta que se convoque el juicio—. En la medida en que el nihilismo se hace normal, son más temibles los símbolos del vacío que los del poder.

Profunda es la reflexión filosófica de Jünger sobre la condición del ser humano. Su clarividencia sobre la cotidianidad del individuo en un mundo cada vez más tecnificado y peligroso nos ofrece pautas para pensarnos “posthumanamente” en el universo. ¿Cómo podría Ernst Jünger apoyar a un régimen político como el militarista prusiano o el racista nacionalsocialista del que siempre se mostró desligado por no creer en ellos, ni en el nihilismo que desplegaron, produjeron y sentaron como bases para su reproducción social y cultural a través de sus habitantes y las generaciones que lo conformaron, a diferencia de Heidegger, que más allá de sus “coqueteos” con la ideología biopolítica y necropolítica alemana de mediados del siglo pasado, asumió dentro de la más entera convicción que el nihilismo era una condición existencial (ontológica) del Ser (humano)? ¿La filosofía jüngeriana (su literatura) no podría con esa sublime lucidez que se encuentra en sus obras contribuir a que pensemos con mayor claridad el mundo capitalopandémico en el cual habitamos hoy en día? Tal vez sólo la soledad, el aislamiento. “El dolor”, afirma Jünger en Sobre el dolor, “es una de esas llaves con que abrimos las puertas no sólo de lo más íntimo, sino a la vez del mundo”. ®

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Publicado en: Ensayo

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