“Escribo sobre violencia esperando que este país se pacifique”

Óscar Balderas y el mejor oficio del mundo

El 95% de mis textos no sirven de nada, no cambian la realidad, pero yo escribo sobre violencia esperando que este país se pacifique.

Óscar Balderas. Cortesía.

Ante la pregunta de qué lo llevó al periodismo, Óscar Balderas (Ciudad de México, 1987) cuenta una historia familiar: que a los cuatro años le hizo una ‘entrevista’ a su hermano, en ese entonces de dos años, y que su mamá aún conserva el registro de esa charla en un cajón de su casa.

Por eso el actual colaborador de MVS Noticias y Milenio dice que el periodismo “es algo que siempre estuvo en mí”, a pesar de que en casa nunca recibió instrucción sobre el ‘mejor oficio del mundo’, pues sus papás son pedagogos, tiene un tío abogado y una tía odontóloga.

“No fue algo que yo viera en mi entorno inmediato, sin embargo, sí fue algo que siempre estuvo muy presente en mí. Lo tuve muy claro en la secundaria, mucho más claro en la prepa y en la universidad tuve la fortuna de tener grandes profesores que me fueron guiando para irme hacia el periodismo”, dice el experto en crimen organizado sobre sus años formativos, primero en la UVM Tlalpan, y posteriormente —una segunda carrera— en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.

—Del aula a la redacción, ¿cómo diste este salto?
—No pude terminar mi segunda carrera porque en los últimos semestres de la UVM entré al taller de verano que hacía Reforma. No sé si siga sucediendo, pero era muy difícil entrar: aplicaban como quinientos chicos y solamente quedábamos quince, y de los quince contrataban a dos o tres. Me acuerdo de que apliqué un año y no me quedé, y al siguiente año que apliqué ya me quedé, me contrataron como asistente de redacción. Así fue como empecé, ésa fue mi primera chamba en los medios.

—Al comenzar el camino periodístico, ¿a quiénes tenías como referentes?
—Me gustaba más el periodismo anglosajón, Gay Talese o Truman Capote. Pero cuando entré a Reforma era, y creo que puedo decir que sigue siendo, un ambiente muy competitivo, todo mundo andaba en la locura y pocos te sonreían, pero quien siempre fue muy amable conmigo fue Daniela Rea. Así conocí a otras periodistas como Lydiette Carrión y Marcela Turati, y luego comencé a leer a otras personas que se volvieron mis amigos, como Témoris Grecko o Alejandro Almazán. Esos periodistas mexicanos que yo admiré tenían mucho que ver con esta onda de periodismo narrativo, hacer crónica, algo que está muy metido en mi trabajo en este momento.

‘Sé que no soy reportero, pero ésa es mi idea. Llevo seis meses levantando el teléfono y comunicándolos, ubico perfectamente cuando van a regañar a un reportero, ya sé qué no se hace, ubico perfectamente cuando van a felicitarlo y ya tengo idea de qué hay que hacer… Quiero una oportunidad’.

—Entonces, empezaste en Reforma
—Fue la mala suerte de alguien y mi buena suerte: corren a un reportero por una mala acción y queda vacante su fuente, pero era una muy especializada; yo empecé como asistente de redacción en Ciudad y este reportero cubría todo lo que tenía que ver con sindicatos y transporte… Una fuerte muy complicada. Pero soy de la filosofía de que nadie te invita a nada, tienes que levantar la mano y proponerte para hacer las cosas, entonces me acuerdo de que subí con el editor y le dije: ‘Sé que no soy reportero, pero ésa es mi idea. Llevo seis meses levantando el teléfono y comunicándolos, ubico perfectamente cuando van a regañar a un reportero, ya sé qué no se hace, ubico perfectamente cuando van a felicitarlo y ya tengo idea de qué hay que hacer… Quiero una oportunidad’. El editor me vio ganas, me vio madera y me dijo: ‘No te voy a dar la fuente, porque es muy especializada, pero voy a hacer unos cambios y te voy a dejar entrar a Desarrollo social’, una fuente muy sencilla porque cubría Instituto de la Juventud, Instituto de la Mujer, de Adultos Mayores.

Fue muy formativa porque yo originalmente quería hacer periodismo político, y cuando empiezo a buscar temas en el Instituto de la Mujer encuentro muchos temas de violencia familiar y ésos me empiezan a llevar a temas de explotación sexual, y el tema de trata de personas me lleva casi de manera natural al crimen organizado. Una cosa me llevó a otra: de entrar a una fuente amable y tranquila, fui encontrando una veta de crimen organizado, que es lo que más me gusta investigar.

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Gracias a su recorrido en medios como El Universal, Chilango, EMEEQUIS, Capital 21 y Vice, Óscar es una pluma autorizada en temas de violencia.

Sin embargo, su camino no ha estado exento de dificultades: agresiones por parte de criminales y autoridades, amenazas de muerte a través de llamadas y mensajes anónimos son algunos daños colaterales por los casos que expone y denuncia.

—¿Cómo manejas el miedo al cubrir una fuente como el crimen organizado?
—Cualquier reportero que te diga que no tiene miedo cubriendo ese tipo de temas es un mentiroso, el asunto es que no hay que ser cobarde; se puede tener miedo, pero no se vale ser cobarde. Nadie te obliga a cubrir estas cosas, uno está aquí por convencimiento, porque le gusta la fuente y porque siente que puede obtener algo para sí y para la gente. He tenido que ir sobrellevando el miedo de hablar del capo local o viajar a zonas de riesgo yendo a terapia, viendo a mis amigos; tengo un novio extraordinario. En ese tipo de cuestiones es importante tener una red de gente que te pueda sacar de la violencia, que te pueda decir: ‘Hoy no vamos a ver películas de narcos, vamos a ver Dónde están las rubias’. Ésa ha sido mi manera de lidiar con el miedo porque es algo que siento y está presente: todo el tiempo estoy recibiendo amenazas de muerte por Twitter o Facebook. Al principio les hacía mucho caso y me escandalizaba mucho, y creo que escandalicé de más a la gente que estaba cerca de mí, y hoy he aprendido a identificar cuáles son trolls y cuáles sí son las que hay que tomar en serio. Hay miedo a ratos, pero el miedo también lo compensa la emoción; este periodismo tiene una adrenalina brutal, te mantiene activo, te mantiene alerta.

—Estás cerca de secuestradores, asesinos, homicidas. ¿Cómo te preparas para verlos y, sobre todo, escucharlos?
—Siempre viví en una burbuja con una familia amorosa, en escuelas muy seguras, en un barrio muy seguro. La violencia era un fenómeno que nunca estuvo cerca de mí, por eso comenzar a convivir con gente híperviolenta fue muy complicado al principio. Recuerdo que de mis primeros acercamientos volvía absolutamente drenado; yo sabía que si iba en las mañanas al Reclusorio no podía en la tarde ver a mis amigos, terminaba con la energía consumida porque era una que no conocía, nunca había estado presente en mi vida. Con el tiempo descubrí que detrás de esas personas con mucha maldad hay un grado de dolor, pues antes de ser victimarios fueron víctimas; el Estado les falló, la sociedad les falló, y creo que desde ahí es una forma más humana en la que puedo empatizar con esas personas.

No puedo con alguien que tortura, pero sí puedo empatizar con el niño de ocho años al que su papá le ponía unas golpizas terribles porque no llegaba con la cuenta de la venta de dulces.

Te das cuenta de que a veces la línea entre ser víctima y victimario es invisible. La mayoría viene de familias rotas, hogares descompuestos, tienen un familiar que les enseñó a delinquir, a forjar churros de mota; la mayoría abandonaron la escuela en grados muy tempranos porque nunca hubo un maestro que les dijera que eran inteligentes, la mayoría creció diciendo ‘A mí me enseñaron que era tonto’. Cuando veo a esta persona que causa mucho dolor, me cuesta trabajo, pero con el tiempo he aprendido a mirar de dónde viene ese dolor, y desde ahí empatizo; no puedo con alguien que tortura, pero sí puedo empatizar con el niño de ocho años al que su papá le ponía unas golpizas terribles porque no llegaba con la cuenta de la venta de dulces. De ahí trato de construir un tipo de relación y he encontrado que eso me beneficia a la hora de tratar de entender. El periodismo que aborda a las personas desde una posición moralmente superior no ayuda a nada.

—En cuanto a tus fuentes, ¿hasta qué punto tienes confianza en lo que te cuentan?
—Siempre se debe actuar con sentido común. Hay fuentes con las que se tiene que ser absolutamente honesto con lo que estás haciendo, porque si les mientes el problema puede ser gravísimo, por ejemplo: trabajar con capos del crimen organizado requiere de la máxima honestidad y de un entendimiento de palabra, no así necesariamente con un narcomenudista de bajo nivel, más si es una investigación respecto a cuáles son los puntos en los que comercia la droga; a él no le voy a decir que soy periodista, voy a fingir ser un comprador.

Depende de quién es la fuente a la que quieres acercarte, qué quieres lograr y cuál es el objetivo final, y una vez que se establece un acuerdo con esa fuente debe cumplirse, es inquebrantable, aunque no se haya firmado en ningún lado. Si se traiciona no se puede recuperar esa confianza y son contactos que se necesitan conforme avanza una investigación; eventualmente siempre se regresa a las fuentes. Un aspecto que también es clave es respetar el off the record: cuando alguien nos dé información pero no puede publicarse, ése es un acuerdo absoluto que también representa nuestra reputación, palabra y nombre como periodistas.

* * *

Para Balderas, reportear la fuente de crimen organizado requiere una preparación que no se enseña en las escuelas de periodismo. ¿En qué clase aprendes a cambiar una llanta si se te poncha a mitad de la carretera? ¿Qué tarea consiste en aprenderse de memoria los teléfonos de familiares y amigos en caso de emergencia? ¿Qué libro te recomienda pedir siempre tu habitación en el primer piso en caso de tener que escapar? ¿Qué maestro te prepara para lidiar con ese olor que el hierro de la sangre desprende?

“Ese olor te penetra, y eso lo sabemos los reporteros que nos hemos metido a las casas donde han ocurrido asesinatos. Un periodista siempre necesita oler el lugar de los hechos. Y cuando uno no tiene la experiencia necesaria es importante acercarse con colegas para aprender, que ese conocimiento sea algo circular en función de todos”.

—En el terreno escolar, ¿cómo evitar una formación que te lleve a ser ‘periodista de escritorio’?
—Creo que el problema viene de pensar que la universidad va a ofrecer todo lo que se necesita, es una expectativa altísima para cualquier institución; no funciona así en México ni en el mundo. Como estudiante, corresponde aprender las nociones básicas que enseñan, ya que el aula por definición es teórica, pero la parte práctica, la que siempre nos aterra, se combate con la seguridad que brinda tomar talleres, cursos, prácticas profesionales, pláticas, webinars, empezar a hacer contactos e indagar qué se puede hacer para comenzar a trabajar en el lado práctico.

No dejen que toda la formación recaiga en la universidad: no hay ninguna, por buena o mala que sea, que dé lo que ustedes quieren, tienen que salir a buscarlo. Esas personas que están sacrificando la experiencia de una práctica por la tarea o el diez en la materia lo están haciendo muy mal.

—¿Qué aconsejas a un recién egresado que sale al mundo laboral?
—Primero, que no se encierren en los medios tradicionales. Hoy hay una manera brutal de generar contenido propio para generar experiencia. Además, hay otras maneras de ejercer: están los podcasts, los tiktoks… Los jóvenes sí pueden tener audiencia, pero necesitan salir de la caja que dicta qué son los medios para poder crear sus propias plataformas.

Lo segundo, no se angustien. Esta crisis va a traer oportunidades maravillosas porque en este oficio cabemos todos a los que nos apasiona. Tampoco es cierto que se van a morir de hambre: se van a poder ir de vacaciones, les va a gustar mucho, pero no es un oficio fácil; no permitan que los desalienten, creen contenido y háganse su propia reputación.

—Óscar, ¿por qué sigues en el periodismo?
—Hay una tira cómica de Mafalda que habla de estrellas de mar que se quedan en la arena y se están muriendo, entonces Mafalda toma una y la avienta al mar, pero la marea la avienta de vuelta, entonces Mafalda sigue lanzándolas al mar y la marea sigue devolviéndolas. Manolito se le queda viendo y le dice: ‘¿No te das cuenta de que lo que haces es inútil?’, y Mafalda le responde: ‘Dile eso a las estrellas que acabo de salvar’.

¿Por qué hago lo que hago? El 95% de mis textos no sirven de nada, no cambian la realidad, pero yo escribo sobre violencia esperando que este país se pacifique; tal vez la mayoría de lo que escribo no ha servido, pero unos tres o cuatro textos sí han ayudado a esclarecer un delito o a ayudar a otras familias, y ésas son mis estrellas de mar; es mi modesta aportación a este país. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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