Estampas de Bari

En busca de Sciascia

En esta apacible y extensa crónica el autor nos ofrece abundantes imágenes de su viaje por el sur italiano en busca de un libro de Leonardo Sciascia. ¿O fue solamente el pretexto para compartir el exhaustivo registro de lo que vio y oyó por aquellas tierras?

Leonardo Sciascia (Racalmuto, Agrigento, 8 de enero de 1921–Palermo, Sicilia, 20 de noviembre de 1989.

La Via Chiaia es una calle peatonal de Nápoles que enlaza la zona hotelera con el centro histórico de la ciudad. No está demasiado lejos del Porticciolo de Santa Lucia y del mítico Castel dell’Ovo, en el Golfo de Nápoles; más cerca de la Via Chiaia están la pequeña Piazza Carolina, en la que apenas caben el Gran Café Carolina, un puesto de periódicos, una tienda y un puesto ambulante de jugos de naranja y granada, y la más amplia Piazza Plebiscito. Flanqueada por el Palazzo Reale di Napoli, que alberga al Museo del Apartamento Real y a la Biblioteca Nacional de Nápoles, y por el Teatro di San Carlo, el más importante de la región, en cuya fachada se anuncia una muestra multimediática dedicada al actor napolitano Bud Spencer, fallecido en 2016 y protagonista de numerosos spaghetti westerns. En Nápoles, al menos, no se refieren a la obra de Bud Spencer como spaghetti western sino como “simpatici film italiani”. Debajo de los carteles que anuncian la muestra algunos vagabundos se congregan.

La Via Chiaia desemboca en el Café Gambrinus, visita al parecer obligada de la zona, y de ahí, a un par de cuadras, están el Castel Nuovo de Nápoles y la Piazza del Municipio con su Fuente de Neptuno, un Neptuno que, levantando el brazo derecho mutilado, emerge triunfante de las aguas. Para las fiestas decembrinas de 2019 se dispuso en esa plaza una exposición escultórica a cargo del artista chino Liu Ruowang, que consta de cien lobos fundidos en metal que parecen atacar a un hombre que, para defenderse, sólo dispone de una especie de garrote que sostiene a manera de bat de beisbol. Los lobos lucen más realistas que el hombre: sus gestos amenazantes y diversos, furiosos y dubitativos, sus posiciones amenazantes o precavidas, como de una manada que trabaja en equipo y en la que cada miembro, como en el futbol, tiene una posición que hacer valer, contrastan con la excesiva curvatura casi caricaturesca del hombre al parecer de la tundra, que recuerda más al Brutus de Popeye que al Dersu Uzala de Akira Kurosawa o al Igor de Aleksandr Borodin.

En el camino del Café Gambrinus a la Piazza Municipio, apenas tres cuadras, la Via San Carlo se convierte en la Via Vittorio Emanuele III y después en la Via Medina. El primer café de Nápoles no lo probé en el obligado Gambrinus, sino en una modesta barra que está sobre la Via San Carlo, apenas traspasado el pórtico de la Galleria Umberto I, devenida plaza comercial, junto a un local de kebabs. Pedí el espresso para llevar: un euro. Era evidente, no sólo por el rudimentario, titubeante y esquemático uso del idioma, que yo no era de ahí: los locales piden simplemente un café. Lo probé y el sabor, amarguísimo y vivo, me hizo sentir de golpe que estaba en un mundo completamente distinto. Al llegar a las escalinatas de la Galleria Umberto I para retomar mi trayectoria derramé el café al intentar dar un segundo sorbo. “Estas cosas pasan”, me dije. Era cosa de volver por otro, pero al hacerlo, por descuido y prisa, pisé sobre el café derramado y resbalé sobre las escalinatas. Un vagabundo rio con estrépito mientras una mujer que hablaba por teléfono me ofreció distraídamente ayuda.

—Posso aiutare?
—Grazie —con un gesto y un ademán le hice saber que no era necesario.

Volví al café por otro espresso, también para llevar. Otro euro. El cobrador me extendió el comprobante, pero un vagabundo lo tomó, no sé si por descuido o para exigir un café gratuito con él. Ambos boquiabiertos, el cobrador fue el primero en reaccionar:

—È suo!, perché lo prendi? —y el vagabundo devolvió el comprobante con una sonrisa.

Esta vez tuve la precaución de no tomar el café sino hasta bajar todas las escalinatas.

* * *

Desde un balcón en la Via Petrarca de Nápoles se pueden ver las dos formaciones del Vesubio, los tres castillos de la ciudad, las ruinas de Pompeya, buena parte de la costa del Golfo de Nápoles y, si es verdad que esa isla que también se ve es Capri, entonces también se ve Sorrento. Se escucha el murmullo terso del Mediterráneo. Aun de noche, con la sola iluminación de la luna y las luces de la ciudad, el panorama parece contener siglos y siglos y siglos de voces y hechos y avatares que es imposible dimensionar plenamente de golpe.

* * *

El trayecto de Nápoles a Bari puede hacerse en tren, en autobús o desde luego en automóvil. Tal vez no sea imposible hacerlo de otras formas: a pie, en bicicleta, a caballo o en peregrinación, pero para propósitos prácticos son quizá un poco menos funcionales.

Los itinerarios de trenes y autobuses son espaciados, de modo que hay que llegar con tiempo a la Napoli Centrale porque, de lo contrario, habría que esperar tres horas o más hasta la siguiente salida. Al menos parece ser así en las rutas con menos demanda, como quizá sea el recorrido Nápoles–Bari. Para hacerlo hay que tomar primero un tren a Caserta, una ciudad que yo no sabía que existía, y ahí hacer un transbordo, según me explicó el taquillero, mitad en inglés y mitad con aspavientos.

La salida del tren a Caserta estaba programada para las 3:15, en el Andén 8. El tren no era de carbón, como los de las películas de Alfred Hitchcock, Claude Lelouch o Buster Keaton, sino uno de alta velocidad. Uno puede subir al vagón sin boleto; el problema, ahí sí como en las películas, viene si un inspector se sube y pide los boletos y uno se subió como polizón.

—Biglietto! —grita al subirse, y si sospecha que hay alguien no italiano a bordo, complementa: —Ticket!

Eso hizo en el vagón en el que yo iba, donde también viajaban pasajeros africanos. No hubo necesidad de bajar a nadie.

Antes de que arrancara el tren pregunté a dos hombres de diferentes edades en el compartimento contiguo, probablemente padre e hijo, cuál era nuestro destino, para corroborar que no me hubiera subido al tren equivocado.

—Scusi, questo è il treno a Caserta?
—Caserta? —se preguntó el hombre mayor, un poco desconcertado. Habló con el hombre joven y me contestó algo que no entendí. Al ver mi cara de pasmo me intentó explicar de manera esquemática, enunciando y enumerando con los dedos de una mano, las ciudades por las que pasaría el tren:

—Casalnuovo, Acerra, Cancello Scalo, Maddaloni… Caserta!

Repetí como pude.

—Bravo!

Cada tanto, mientras avanzaba la tarde, volteaba a verme para repetirme la ruta.

—Casalnuovo…! —dijo con cierto énfasis, para hacer notar que habíamos llegado al primer destino—, Acerra, Cancello Scalo, Maddaloni… Caserta.

Repetí, quiero pensar que con mayor claridad que la primera vez. Ellos bajaron en Acerra.

—Ciao!
—Ciao!, e grazie.

Tres ciudades más y tendría que hacer el transbordo; a la llegada a cada estación un letrero vistoso anunciaba el lugar del arribo. Alrededor de las 4:00 el tren llegó a Caserta. En 25 minutos debía encontrar el que tenía a Bari por destino.

* * *

“Hay muchos, más jóvenes que tú o menos jóvenes, que viven a la espera de experiencias extraordinarias; en los libros, las personas, los viajes, los acontecimientos, en lo que el mañana nos reserva. Tú no. Tú sabes que lo mejor que cabe esperar es evitar lo peor”. —Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero.

* * *

Andén 1. Ruta 8315, Frecciargento con destino final a Lecce.

Benevento, 17:02 – Foggia, 17:59 – Barletta, 18:34 – Bari Centrale, 19:09 – Monopoli, 19:38 – Brindisi, 20:12 – Lecce, 20:35.

Bari, 19:09.

En los minutos de espera recorrí el andén. El viento helado hacía que todo el mundo se pusiera bufandas, suéteres, gorros y chamarras. Una tienda de artículos varios, un café, un puesto de periódicos y un local de autoservicio mecánico eran prácticamente todo lo que ofrecía el andén para el viajero en espera. Otros trenes llegaban y se iban en los demás andenes, que se iban perdiendo en el horizonte.

El tren con destino final a Lecce arribó al andén 1 de la estación de Caserta alrededor de las 16:15 horas. Con pocos minutos para el descenso y el abordaje de pasajeros, me subí al primer vagón que vi. Todos los asientos estaban numerados. Vi mi boleto: entendí que me correspondía el vagón 14. Bajé y lo busqué. El tren, que estaba ahora a punto de arrancar, no me parecía tan largo como para contener catorce vagones. Me acerqué a una oficial que vigilaba la estación; interpretó mi boleto, en inglés:

—Car six, seat fourteen.

Me apresuró a subir a cualquier vagón porque el tren estaba a punto de arrancar. Una vez adentro, podría atravesar de uno a otro por las compuertas que los separaban hasta encontrar el mío. Antes de que ello ocurriera, el tren se puso en movimiento.

El Frecciargento a Lecce es un tren un poco más sofisticado que el de Nápoles a Caserta. No hay que estarle preguntando al del asiento de junto en dónde estamos, sino que cada destino se anuncia a través del sistema interno de sonido. Cada pasajero tiene, además, una mesa plegable, cosa que no había en el tren a Caserta. El recorrido a Caserta, además, es muy breve: alrededor de una hora; a Bari, en el Frecciargento, serán dos horas y media, y a Lecce cuatro.

La tarde empezó a ceder terreno a la noche hacia las cuatro y media de la tarde. Los paisajes devenían sombras. Tratando de poner atención al sonido local empecé a leer Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino. En el primer capítulo del libro el lector, junto con el personaje, desciende de un tren. En la ventana, solamente la noche: un tramo, las siluetas de las montañas que se levantaban entre las ciudades; otro tramo, la iluminación urbana, casi puntillista.

* * *

El tren parte a las ocho.
Su destino es Katerini.
Noviembre no volverá
y esta hora será olvidada.
El tren parte hacia Katerini.
La noche no va a ningún lado
y tú deberías guardar tus secretos.

Το τρένο φεύγει στις οχτώ (To treno fevgi stis októ)

Música de Mikis Theodorakis (n. 1925)
Letra de Emmanouil Eleftheriou (1938–2018)

* * *

Gabriele, mi anfitrión en Bari, me había advertido acerca de la impuntualidad de los trenes italianos. El retraso, sin embargo, no fue tanto: el tren llegó a Bari Centrale poco antes de las 19:30. En la noche, en las calles que se distinguían afuera de la estación, se veían algunos adornos navideños.

La Via de Rossi, donde me quedaría, está a unas pocas cuadras de Bari Centrale. Entre los dos puntos están los Departamentos de Ciencias de la Educación, Psicología y Comunicación y de Lengua y Literatura Extranjeras de la Università degli Studi di Bari “Aldo Moro”, que era lo que me llevaba a la ciudad. En el trayecto, que se recorre en menos de diez minutos, hay al menos seis cafés, un cine y dos locales de kebabs. Enfrente del loft de Gabriele hay un café, que funcionó como referencia.

Gabriele me mostró el loft, de dos plantas: abajo, una pequeña sala con una mesa, el baño, la cocina, una especie de recibidor y un jardín en el fondo; arriba, el dormitorio. La cocina estaba equipada con agua, condimentos y café; había un supermercado a menos de dos cuadras. Salvo por el baño, no había focos en los techos: el lugar se iluminaba con lámparas dispuestas en puntos estratégicos. En la sala había un espejo enmarcado por focos de colores varios. Quiero pensar que por la época decembrina.

Gabriele me dio las llaves y una guía que explicaba el funcionamiento del loft e indicaba las principales atracciones de la ciudad.

Nos despedimos y me instalé. En la noche salí a buscar algo para comer, en uno de los lugares de kebabs. Pedí un panino–kebab, que consistía en meter, dentro de dos pedazos redondos de pan, carne de cerdo y de carnero en tajadas, complementadas con verdura: pepino, lechuga, tomate, cebolla y zanahoria. La salsa era opcional. Era, más o menos, una torta al pastor con todo.

Después empecé a planear la búsqueda.

* * *

Negro sobre negro

Los libros Nero su nero (1979), de Leonardo Sciascia, y la traducción al italiano de La memoria di Sciascia (1989), de Federico Campbell, están registrados en el sistema bibliotecario de la Biblioteca Gaetano Ricchetti, la Biblioteca Nazionale Sagarriga Visconti–Volpi y la biblioteca de la Universidad de Bari. Antes de las visitas bibliotecarias quizá no sería imposible encontrar esos títulos en las librerías de la ciudad.

Nero su nero, de Sciascia, ha visto varias ediciones en italiano; la más reciente de ellas, al parecer, data de 2016. La traducción italiana de La memoria di Sciascia, de Federico Campbell, fue reeditada en 2014, tras la muerte del tijuanense, por Impermedium Libri.

Roma y Laterza, dos de las librerías más céntricas y variadas, tienen ambos volúmenes descatalogados; Mondadori Point los puede solicitar bajo pedido, pero para cuando lleguen yo ya habré partido; Bari Ignota, sobre la Via de Rossi, y Libreria 101, en una calle paralela un par de cuadras más al norte, librerías pequeñas e independientes (la primera es también editorial), no los tienen tampoco disponibles, y señalan que no son libros fáciles de conseguir.

—È fuori catalogo.
—È un libro vecchio… vecchio per noi.
—Non esiste più.
—No… mi dispiace.

Eran sus respuestas a mi solicitud.

—Ma, dove posso trovare questo libro?
—Nei libri usati, forse. O a LaFeltrinelli.

La sucursal en Bari de LaFeltrinelli, una gran cadena italiana de librerías con presencia en casi todo el país, estaba cerrada al público en la primera visita que le hice debido a una firma de autógrafos de Biagio Antonacci, que presentaba su nuevo disco, Chiaramente visibili dallo spazio.

Además de LaFeltrinelli, había un par de librerías más por visitar.

* * *

Uno con miedo a que lo deporten por pasarse indebidamente un semáforo y aquí parece que todo el mundo está convencido de que están de adorno.

—Volta prima di attraversare!

* * *

Enfrente de Bari Centrale está la Piazza Umberto I, en cuyo centro hay una estatua ecuestre del que fuera el último rey de Italia del siglo XIX; a un costado, las instalaciones de la Università degli Studi di Bari “Aldo Moro”. Después de esta plaza está la Via Sparano, una calle peatonal en donde, además de varios cafés, están los que parecen ser los principales espacios comerciales de la ciudad: grandes marcas de ropa, joyería y perfumes conviven con otras más modestas, locales o nacionales, del mismo giro. Ahí no hay una sola librería. A izquierda y a derecha de la Via Sparano otros comercios locales se ramifican.

La Via Sparano conduce al Corso Vittorio Emanuele II, que separa la zona comercial de la Bari Vecchia. Bari Vecchia es, claro, la parte antigua de la ciudad, donde se encuentran las que quizá sean las cuatro principales edificaciones baresas: el castillo suevo de Bari, la catedral de la ciudad, la basílica y tumba de San Nicola y el Fortino di Sant’Antonio Abate.

El Corso Vittorio Emanuele II desemboca en el Teatro Margherita, edificado sobre el Mar Adriático. Una vez se incendió y se hundió, pero fue reconstruido y está en proceso de convertirse en museo. Sobre el mar. Por el paseo costero (el malecón, el lungomare), a cuyo margen está el Margherita, se llega, en dirección norte, al Fortino di Sant’Antonio, que en la Edad Media defendía a la ciudad de posibles invasiones. El Adriático, azul y sereno, no alberga ahora galeones bélicos, sino lanchas, yates y embarcaciones pesqueras.

En un día despejado, el cielo es de un azul intenso, cristalino, casi triste, que se distingue perfectamente del azul vigoroso del mar. Las familias pasean, los corredores trotan, los niños juegan, las parejas contemplan, los cafés reciben y despiden comensales que se desplazan como hormigas.

En un día nublado, el paisaje es profundamente melancólico. Los tonos de las nubes, entre las que tímidamente se asoma un rayo de sol, se confunden con los del Adriático, la costa y el muelle. Las bancas, dispuestas para que el paseante descanse y contemple el horizonte, están desiertas. Una gaviota emite su canto marítimo.

Del otro lado del sereno Adriático está Croacia. La antigua Dalmacia.

* * *

El lungomare conduce al paseante a la Bari Vecchia, de calles estrechas, túneles y edificaciones casi monolíticas que albergan departamentos habitacionales, restaurantes, tiendas y un par de cantinas que se anuncian como Associazoni Culturali. Uno de esos entreverados senderos lleva a la Basílica de San Nicola.

Bari es la ciudad de peregrinación de los devotos de este santo. Su adoración es especialmente fuerte en Turquía, Grecia, Bulgaria y Rusia. Su festividad es el 6 de diciembre. De esto, yo me enteré el 7. No fui, por tanto, a su celebración.

San Nicola de Bari, patrono de los niños, los comerciantes, los marinos, los viajeros, las prostitutas, los calumniados, los investigadores, célebre por su generosidad y desprendimiento material, es el santo en el que está basada la figura de Santa Claus.

De modo que no es del todo inexacto decir que hay un cantante italiano que se llama Santa Claus; prueba incontestable de que sí recorre el mundo entero es que una vez, alrededor de 2008, incluso cantó en Pachuca, Hidalgo.

* * *

La Basílica de San Nicola da la espalda al Adriático. Se puede llegar a ella por el paseo marítimo, por el Fortino di Sant’Antonio o por el castillo suevo: las intrincadas calles de la Bari Vecchia lo permiten. Antes de virar hacia la fachada, una estatua del santo, creada en 2003 por el escultor ruso de origen georgiano (habría sido más fácil decir soviético) Zuab Tsereteli, recibe al visitante; San Nicola es representado con un hábito ricamente elaborado, la mano derecha alzada en señal de bendición, un báculo en el brazo izquierdo, mientras con la zurda sostiene un libro sobre el cual hay tres esferas que parecen ser el nacimiento de una llama. Al pie de la estatua se lee “San Nicola, taumaturgo”, en italiano y en ruso.

La basílica es simétrica: flanqueada por dos torres, al centro se erigen lo que parecen ser dos formas triangulares, una de las cuales, la central, se impone a la otra, menos alta pero más ancha. La puerta central está escoltada por dos bueyes, uno a cada lado; sin embargo, se accede al recinto por las entradas laterales.

Entre semana hay poca gente, quizá especialmente si no se oficia. Algunos espacios de la basílica, como el altar, están cercados; a otros, el curioso, el visitante, el turista, el peregrino, se pueden acercar hasta una distancia prudente. No recuerdo todas las representaciones de la basílica; sólo recuerdo un Cristo crucificado, las reliquias de San Nicola, la que parecía ser una madre dolorosa, la pila de agua bendita. Entre dos filas de bancas con reclinatorios se abre el pasillo que lleva al altar. Sobre este pasillo, sin que quizá en primera instancia se dé cuenta el feligrés, vigila el interior de la nave un techo profusamente elaborado por Carlo Rosa. De ello me di cuenta al pie del altar, al dar la vuelta para volver. Para poder tomar una fotografía lo más completa posible de ese techo, tuve que hincarme, cosa que hace mucho tiempo que no hacía en una iglesia.

Dios, 1.
Julio, 0.

Bueno, seguramente el marcador es bastante más abultado, pero no soy yo quien lleva la cuenta. Aunque tal vez debería.

A ambos costados del altar hay unas escaleras descendentes que llevan a la tumba del santo, según se indica en italiano, inglés y ruso. Ahí, unos retablos reproducen momentos cumbre de su vida y algunas alegorías. Por no sé qué misteriosa razón se omite la escena en la que, según la leyenda, San Nicola abofeteó a Arrio, obispo de Constantinopla, durante el Concilio de Nicea —ese Concilio durante el cual se discutió ampliamente sobre el sexo de los ángeles mientras el Imperio Romano de Occidente se desmoronaba, mientras se fortalecía el Imperio Romano de Oriente, o Imperio Bizantino.

Hay también otras bancas, dispuestas enfrente y a un costado de la tumba del santo. Entre ellas se levantan varias columnas, decoradas con motivos alegóricos que parecen fusionarse en cada esquina de cada capitel: la imagen que termina en uno de los costados continúa en el siguiente. Las representaciones son especialmente de felinos, aves y plantas, y ocasionalmente de algún otro animal: conejos o lobos.

La tumba del santo está cercada por barrotes metálicos por los que apenas cabe una mano que, sensatamente, no alcanza la tumba. Por ella, algunos peregrinos arrojan a la tumba del santo alguna ofrenda: una imagen, una oración, un objeto diminuto con valor personal. El pequeño mausoleo de mármol está cubierto por una mantilla sobre la que reposan un par de representaciones de bueyes; en la estructura marmórea hay una rendija que permite ver un dibujo medieval que reproduce una escena del lecho de muerte de San Nicola: el santo, con el ceño fruncido, descansa sobre una cama roja y blanca, mientras sobre él se reclinan cuatro personajes, un obispo que parece ungirle los santos óleos, ataviado con un hábito en el que se reconocen varias cruces, y tres testigos, con hábitos rojo, azul y verde; al pie del lecho unos ángeles parecen chapotear en una pequeña bañera de madera bajo la vigilancia de una quinta figura, vestida de blanco.

Alrededor del mausoleo hay cirios, luces y dos pedestales, uno con una Biblia, el otro con un cubo que representa momentos de la vida del santo; atrás, dos representaciones de San Nicola y una embarcación a escala, con el santo a bordo. No es un trineo, pero funciona.

En una de las bancas que rodean la tumba una mujer rusa, de unos sesenta años, llora, visiblemente conmovida. No se contiene. Viste una blusa púrpura con grecas doradas y un pantalón de mezclilla, y lleva una pañoleta alrededor de la cabeza. Con un pañuelo blanco se recoge las lágrimas, que no dejan de brotar. Si para uno, que no es particularmente creyente, es abrumador el estremecimiento producido por estar en una basílica medieval —sin importar cuántas veces haya sido retocada, decorada, reconstruida—, es tal la sensación de pequeñez con respecto del mundo, el universo, la historia, tantas vidas, que uno siente, ¿cuál no será la emoción de alguien que ha atravesado, por devoción a un santo, medio continente, para visitar no sólo la principal edificación religiosa que se le dedica, sino también el sepulcro en el que descansa?

No se acerca a la tumba. Otros visitantes sí. Unos, los turistas, para tomar fotografías; otros, visitantes o habitantes de la ciudad, recién llegados o nativos, por devoción. Uno de ellos, probablemente senegalés, se acerca al sepulcro. Arroja por una de las rendijas una imagen de un santo. También llora, aunque más discretamente que la mujer rusa.

* * *

Cosas que hay que desmitificar sobre Santa Claus:

No es del Polo Norte, sino de Turquía
No es un gordo vestido de rojo, sino un obispo que se hizo célebre por abofetear a otro que decía idioteces
No llevaba renos, sino bueyes
No es que no exista, sino que ha muerto, y ha estado muerto desde antes de que se iniciara la Edad Media
No se desplazaba en trineo, sino en algún tipo de embarcación

Cosas que probablemente sean ciertas sobre Santa Claus:

Usaba barba
Era dadivoso y desprendido
Según un retablo que pervive en el cuarto que alberga su tumba, explotaba laboralmente a los niños, o eso parece

* * *

Negro sobre negro

La mañana siguiente a la firma de autógrafos de Biagio Antonacci llovía. El módulo de información de LaFeltrinelli estaba desatendido, así que recorrí la librería. Es curioso encontrar en italiano algunos títulos con los que podemos estar más o menos familiarizados en español.

Uno, nessuno e centomila, de Luigi Pirandello.
Cent’anni di solitudine o Cronaca di una morte annunciata, de Gabriel García Márquez.
L’isola sotto il mare, de Isabel Allende.
Il piccolo principe, de Antoine de Saint–Exupéry.
L’eleganza del riccio, de Muriel Barbery.
Undici minuti, de Paulo Coelho (sí, también).
Avventure della ragazza cattiva, de Mario Vargas Llosa.
Il gioco del mondo o Tutti i fuochi il fuoco, de Julio Cortázar.
Storia di chi fugge e di chi resta, de la enigmática Elena Ferrante.
Amleto, de William Shakespeare.
Comedia, de Dante.
L’uccello che girava le viti del mondo, de Haruki Murakami.
Nel paese delle ultime cose, de Paul Auster.
L’occhio più azzurro o Amatissima, de Toni Morrison.
Nemico, amico, amante…, de Alice Munro.
Se una notte d’inverno un viaggiatore, de Italo Calvino.

Y quizá la más espectacular de todas: Cuore di tenebra, de Joseph Conrad.

Pero tampoco tenían los que buscaba. Nero su nero de Sciascia sí está, pero en sucursales de Roma. Aquí tenemos otros títulos del autor.

La librería Athena estuvo cerrada siempre que pasé frente a ella. Lo mismo me pasó la primera vez que fui a preguntar a Einaudi, en cuya puerta una nota advertía “Torno subito”. Así que seguí por las librerías de viejo.

En las primeras dos por las que pasé, una sobre la Via de Rossi y la otra, una especie de vagón en mitad de la Piazza Umberto I, la respuesta fue igual que las anteriores: nada. Hacia el norte, en el número 66A de la Via de Rossi, una puerta de cristal parecía invitar al visitante; dentro, apostados en un par de sillones, dos hombres hablaban entre paredes rodeadas de libros. Abrí.

—Scusi, è questa una libreria? —pregunté ante la cara de desconcierto del hombre que parecía llevar la conversación.
—Ah… no… questi sono i miei libri.

Paralela al Corso Vittorio Emanuele II está, un par de cuadras al sur, la Via Niccolò Piccinni. En el número 100 hay una librería de viejo atendida por un joven de cabello rizado y castaño, y barba cerrada. Hablaba con una muchacha que veía un libro antiguo, encuadernado en piel, sobre historia del arte o historia de la ciudad. Esperé a que se desocupara en lo que hacía un recorrido, pero el joven me preguntó algo que no entendí. Le pregunté yo con la fórmula que me había aprendido de memoria.

—Scusi, buona sera. Io cerco un libro che si chiama La memoria di Sciascia, de Federico Campbell.
La memoria di Leonardo Sciascia…
—No… il libro si chiama La memoria di Sciascia; l’autore è Federico Campbell.
—È un libro di Sciascia o è un libro su Sciascia?
—È un libro su Sciascia.
—Ah… Vediamo…

El hombre fue a lo que quizá era una sección sobre Sciascia.

—Non… mi dispiace.
—E, di Sciascia, Nero su nero?

El hombre volvió a la sección.

—Sì. Ecco!

Misión cumplida.

* * *

Sobre el Corso Vittorio Emanuele II hay dos efigies. La primera, cerca del Giardino Giuseppe Garibaldi, es una estatua de Niccolò Piccinni, compositor de óperas que era más o menos el Mozart de Bari. Esto es un poco inexacto porque, aunque fueron contemporáneos (Piccinni murió en 1800; Mozart en 1791), Piccinni era unos treinta años mayor que Mozart. Con quien sí tuvo una notable rivalidad fue con otro compositor de óperas, el germánico Christoph Willibald Gluck. Piccinni era el conservador y Gluck, cuyas ideas sobre la ópera terminaron imponiéndose, el reformador. A Piccinni hoy en día no se le recuerda por nada, aunque hay grabaciones de su obra, y a Gluck sí, sobre todo por la “Danza de los espíritus benditos” de Orfeo y Eurídice. Enfrente de la estatua del compositor barese, está el Teatro Piccinni.

La otra efigie es un busto de Nicola I Petrović, rey de Montenegro. ¿Por qué hay en Bari una estatua del único rey que tuvo Montenegro? Una de sus hijas, Jelena Petrović–Njegoš, fue esposa de Vittorio Emanuele III, rey de Italia. ¿Por qué está en Bari el busto de Nicola I Petrović, rey de Montenegro, y no el de su hija, Elena de Montenegro, reina consorte de Italia? Misterio.

Resulta curioso que los dos personajes a quienes se reconoce en el Corso Vittorio Emanuele II llevan el mismo nombre y las mismas iniciales. Niccolò Piccinni. Nicola Petrović.

* * *

Durante los últimos momentos de la segunda Guerra Mundial Bari fue capital del reino de Italia. Vittorio Emanuele III trasladó los poderes de Roma a esta ciudad portuaria de Apulia tras la caída de Benito Mussolini, con quien fue siempre muy concesivo. Su hijo, Umberto II, sería el último rey de Italia; murió en Suiza, tras cuarenta años de exilio.

* * *

“Tenemos un neologismo: cretinización. Primero fue el hecho, y después llegó la palabra que define el hecho. Con mucho retraso”. —Leonardo Sciascia, Negro sobre negro.

* * *

Menu del giorno

1. Parece muy simple: la masa de base y, sobre ella, una capa de salsa de tomate recién hecha, islotes de mozzarella, albahaca fresca y, una vez lista la pizza, se rocía sobre ella un poco de aceite de oliva. Es la pizza Margherita. Su sabor es el de un jardín. No se sirve rebanada, sino íntegra. La masa es tan delgada que dividirla en rebanadas es un acto digamos ingenuo: la rebanada no se puede sostener. Los locales la comen con tenedor, dividiéndola en pequeños cuadros o rectángulos. Hay otro tipo de pizza que está hecha de masa más gruesa, pensada para llevar en tajadas: uno elige las pizzas que quiere y el tamaño de la tajada de cada una, y en seguida se le cobra por peso.

2. La focaccia es más pequeña y de masa más gruesa; ésa sí es posible dividirla en rebanadas. La tradicional de Apulia es de tomate cherry (pomodorino o pomodoro d’insalata) y aceitunas verdes, sin queso.

3. Primer tiempo. Minestrone con farro: verduras picadas, con un poco de caldo, acompañadas de sémola de farro, una gramínea muy similar al trigo. Segundo tiempo. El polpetto es un platillo típico de la región de Apulia, más o menos una albóndiga empanizada, que puede estar hecha a base de cordero o de pescado. El acompañamiento puede ser agua, refresco, cerveza o vino, al gusto del comensal. Se sugiere complementar con un café.

4. Hay pastas que yo no sabía que existían, como el cavatello, que tiene forma de semilla, la orechiette, que tiene forma de oreja (u orificio ótico) de animal, o los quadretti, cuadritos. Los “moñitos” pueden ser farfalle o farfalline, según su tamaño.

5. Al llegar al loft había, quizá como cortesía de bienvenida, una botella de agua. Decía “acqua minerale”. Pensé que, como el “eau minerale” en francés, sería agua natural, y que el agua mineral diría algo parecido a “eau gazeuse”. Cuando se acabó, fui a la tienda por un “acqua minerale” pensando que era agua natural. Resultó ser agua mineral, gasificada. La leyenda completa decía “acqua minerale effervescente”. Volví a la tienda por otra que no dijera “effervescente”. También resultó ser mineral. Decía: “parzialmente decarbonatata”. Luego caí en cuenta de que es más fácil distinguirlas por el color de la botella: las botellas verdes son de agua mineral y las traslúcidas de agua natural.

6. La cerveza italiana no es particularmente buena.

7. “Copa de vino” en italiano se dice calice di vino. Calice divino, la copa de vino.

8. Ciabatta, quese ha castellanizado como “chapata”, significa chancla. De modo que, tanto en Italia como en México, el huarache es al mismo tiempo una forma de calzado y una comida.

9. La mozzarella di bufala es un queso, preparado con el proceso de la mozzarella, pero hecho con leche de búfala. Aunque es típico de Campania, y es hasta cierto punto común que la gente vaya desde distintos puntos de Italia hasta Nápoles para comprarla, también se puede conseguir en otras regiones, como Apulia. Se puede acompañar con jitomate, pan y alguna ensalada, según recomendación del tendero que la vende, o con jamón (prosciutto). Su sabor es sutil, pero cobra vigor en combinación con otros alimentos. No es un queso firme, y se vende en suero para que se mantenga fresco; su textura es, por dentro, porosa, y por fuera lisa, como si un queso se recubriera con otro.

10. Un par de semanas son insuficientes para probar todas las variedades de queso que se venden y producen en la región; son incluso insuficientes para conocerlos, para enunciarlos, para descubrirlos.

11. No es frecuente que se ofrezcan platillos a base de pollo ni encontrar pollerías. Incluso es más común el pavo. Los huevos se venden en paquetes de cuatro o seis. Saliendo del loft de la Via de Rossi hay a la izquierda una carnicería y a la derecha una marisquería. Marisquerías hay varias, además del mercado pesquero, en el lungomare. Pero pollerías sólo vi una, en Nápoles.

12. El gelato resalta el sabor de la fruta o producto base a partir del cual está preparado. No es excesivamente dulce, no está demasiado azucarado, y eso permite quizá que destaquen los sabores a frambuesa, chocolate, café, nuez, uva. Punto extra para el gelato de chocolate espolvoreado con cocoa.

13. Tal vez el insomnio no se deba tanto al jet lag como a los tres espressos diarios.

14. No me gusta el tiramisú, pero en el Café Vergnano 1882 de la Via Argiro lo hacen tan bien que, quizá por primera vez, me fue indiferente.

15. ¿Qué se desayuna en Bari?

16. Los comercios, en general, cierran a media jornada durante tres horas: de la 1:00 a las 4:00 de la tarde. Es la hora de la comida. Incluso algunos lugares de comida cierran a esa hora. En ese rango horario la ciudad está prácticamente desierta.

17. Café Mozart: la señora de la mesa de al lado le está poniendo azúcar a su espresso.

18. El único lugar de comida que vi abarrotado en Bari fue un McDonald’s, al término de una función en el Teatro Piccinni.

19. Los mejores cornetti que he probado jamás los hace la cuñada de un fotógrafo que prepara el desayuno en el hotel B&B (Bed & Breakfast) de la Via Chiaia de Nápoles, y no son otra cosa que unos cuernitos. También le sirve a uno tres cafés en el desayuno (espresso–capuccino–espresso) y le sugiere, además, ir a probar el café en el Gambrinus.

20. Hay una variante del panino que, en un local de la Via de Rossi, se llama “panino snob”. Está integrado por un pan redondo dividido en dos y relleno de salami, pomodorini, albahaca, mozzarella y salsa de tomate. Es, en esencia, un pambazo.

* * *

A la mesa de al lado del Café Borghese, sobre el Corso Vittorio Emanuele II, llega un grupo de amigos. Uno de ellos es particularmente escandaloso e inquieto.

Sale a hablar por teléfono, regresa, sale a fumar, va una mujer del grupo a buscarlo, regresa ella con cara de poca paciencia, regresa él, toma su asiento.

—Porca miseria! —grita, apenas se hubo acomodado.

Somos los únicos comensales en ese momento.

Al cabo de unos instantes el escandaloso se vuelve hacia mí, levantando un cigarro, casi como el Neptuno que levanta su tridente, y haciendo una ligera reverencia con la otra mano sobre el pecho:

—Lo fastidio?
—Prego —contesto, extendiéndole una mano a manera de ademán de cortesía, y enciende el cigarro.

Más o menos así ha de ser la vida diaria de Gennaro Gattuso.

* * *

Ante un puesto de quesos la madre reconviene al niño que se acerca demasiado a la mercancía. El niño repela.

—Non se tocca…
—Ma, chi sta toccando…?!

* * *

Cosas que cuestan más o menos lo mismo:

Cuatro lechugas
Un corte de cabello
Nueve botellas de vino tinto siciliano, nada malo
Una comida a dos tiempos, con guarnición, vino y café
Dos comidas modestas a dos tiempos, con bebida
1 kg de mozzarella di bufala
Medio kilo de gelato
Fruta y verdura para más o menos una semana
Un suéter o una camisa en remate
Cinco o seis souvenirs
Un cuaderno de notas o una agenda
Dos cuadros de savia del artista senegalés Nyang, en promoción
Un libro
Tres pizzas Margherita
16 espressos

* * *

Tables de sève

Cerca del Teatro Margherita, también de espaldas al Adriático, está el Teatro Petruzzelli, que también se incendió una vez. Enfrente de él, atravesando el camellón, afuera de algunas tiendas de ropa, está Nyang.

Sobre el suelo se tiende una manta, y sobre la manta, unas tablillas de madera con imágenes típicamente africanas: una mujer con su hijo atado al cuerpo con una manta y una bandeja de agua en la cabeza, la silueta un hombre en cuclillas pensando, una tortuga, las casas de una aldea, un hombre en medio de un lago navegando en una canoa, un atardecer, unos baobabs sobre el desierto debajo de un cielo ígneo, una montaña cubierta de selva en un ocaso nítido, varios animales selváticos.

—Ti piace? —me pregunta Nyang a mis espaldas.

Le digo que sí, y me empieza a explicar qué significa cada elemento de algunos de sus cuadros. Los hace con resina pigmentada sobre madera. Cada color representa a un país del África subsahariana: unos elementos representan a Benin y otros a Senegal, unos colores a Ghana y otros a Burkina Faso. Las imágenes también son alegóricas: el navegante representa la aventura; la madre, la seguridad; la casa, la tranquilidad; la tortuga, la paciencia; el pensador, la prudencia. También puede ser que nada represente nada de lo que me dijo Nyang y todo sea parte de una estrategia mercadotécnica más o menos efectiva.

—Quanto è pero uno? —pregunté.

Nyang se dio cuenta de que apenas balbuceo el italiano.

—Uno, dieci euro; due, quindici euro. Di dove sei?
—Messico. E tu?
—Africa.
—Ma, de che paese?
—Senegal.
—Donc, tu parles français ?
—Ouais.

Después de comprarle un par de tablillas, Nyang insistió en darme su número telefónico.

—Pour quoi ?
—Pour la publicité. Tu peux me faire de la publicité ?
—Oui, bien sûr.

En las calles de Bari otros migrantes, mayormente también senegaleses, venden otro tipo de objetos y artesanías: animales tallados en madera, pulseras de cuero y piedra, collares, cuentas, ropaje y accesorios con motivos africanos. Siempre, o casi siempre, con una sonrisa. Que también puede ser una forma de mercadotecnia.

* * *

En Bari hay una Via Dante Alighieri. En esa calle hay una esquina que indica circ. IX. La abreviatura probablemente responde a circolare o a circuito, aunque para uno es imposible no pensar en el noveno círculo. No significa eso, porque círculo en italiano es cerchio.

* * *

Decir que Bari está decorada con motivos propios de las fiestas decembrinas es quizá decir demasiado. Bari Vecchia lo está, la Via Sparano lo está, la Piazza Umberto I lo está. Y ya. Acaso haya algunas luces o decorados en algunas calles o edificios del centro. Los comercios tienen, la mayoría, algún detalle propio de la época; otros, una decoración profusa; unos más, están saturados con mercancía, horrenda, de la temporada.

En la Piazza Umberto I hay un par de decorados navideños: la leyenda “buone feste” en letras rojas bordeadas con una serie de luces que no prenden en la última E, un árbol iluminado para la ocasión, una especie de nacimiento que apenas se está montando.

En Bari Vecchia, quizá por ser la zona turística de la ciudad, hay luces en todas las calles, y en su entramado, de vez en cuando, entre sus muchos restaurantes y heladerías, cuelgan letreros luminosos con las palabras “Gioia”, “Allegria”, “Famiglia”, “Luce”, “Vita”, “Energia”, “Pace”, “Comunità”.

A lo largo de toda la Via Sparano, desde Bari Centrale hasta el Corso Vittorio Emanuele II, lo mismo: luces, decorados, árboles. Ocasionalmente, una banda de metales atraviesa la calle, tocando marchas más bien alegres. Los viandantes los siguen, los graban, los aplauden; las conversaciones de los cafés y las compras se detienen por un instante. La banda termina la ejecución, se detiene, se reagrupa. La gente se dispersa. No pasa mucho para que la banda vuelva a tocar y marchar.

Se escucha también en la Via Sparano:

¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad! Próspero Año y Felicidad.
I wanna wish you a Merry Christmas,
I wanna wish you a Merry Christmas,
I wanna wish you a Merry Christmas,
From the bottom of my heart.

José Feliciano

Alrededor de las 8:00 de la noche los comercios empiezan a cerrar. Una media hora más tarde, la ciudad está casi desierta.

El silencio y la noche caen sobre algunas frases de Benedetto Croce grabadas en la Via Sparano.

* * *

“El arte no tiene nada que ver con lo útil”. —Benedetto Croce

* * *

Afuera del Teatro Piccinni un grupo de actores representa diversas escenas, en monólogos, como si fueran relevos. Cada uno ocupa una posición en las escalinatas del teatro, en el Corso Vittorio Emanuele II y en la explanada del palacio de gobierno. Una iluminación mayormente purpúrea incendia el escenario callejero.

Un hombre en una silla, con abrigo y bombín, parece pedir misericordia. Una mujer, cubierta con un manto, busca la atención y la piedad de los paseantes. A dos voces, dos actrices vestidas de rojo enuncian el mismo texto, a velocidad cada vez más vertiginosa, mientras ejecutan una coreografía que, sin duda, complementa y enriquece al texto. Un hombre y una mujer, sin moverse ni decir nada, se reclinan en un sillón; él, en pantalón corto y playera, ella, en vestido de noche. Una joven, cubierta por un manto, está también estatuaria en medio de la calle. Un caballero, con un perico al hombro, arenga a la audiencia. Una mujer extrae de una maleta el cuerpo de una africana.

Quién sabe cuántas veces cada uno repetirá a lo largo de la noche su escena. Mientras uno de ellos interpreta su número, pues cuidan que no se traslapen, los demás conversan entre sí o con el público, fuera de papel.

* * *

En Italia los suéteres también son horribles.

* * *

Supe de Alessandro Rocco por Edith Negrín, quien me sugirió que lo contactara para acordar una estancia académica en la Università degli Studi di Bari, a la que Rocco está adscrito. Con extrema cortesía y atención, accedió. No siempre está en Bari, a veces está en Nápoles, así que me dijo que le avisara cuando estuviera en Bari para agendar una cita el día que él estuviera en la ciudad; mientras tanto, podría hacer independientemente mi búsqueda.

Lo vi el lunes en la tarde en su oficina, en el tercer piso de la Facoltà di Lingue e Letterature Straniere, edificio frente al cual hay una pizzería 24 horas que se llama La Locanda del Mammone (algo así como La posada del inmaduro, del chiqueado, del mimado, del que depende en todo sentido de la madre, la mamma), mientras atendía a una tesista que analizaba el español neutro en los doblajes de Los aristogatos. Al término de la asesoría pude hablar con Rocco que, con gentileza infinita, y en perfecto español, se ofreció a orientarme en cuanto estuviera en sus manos.

No es especialista en Leonardo Sciascia, pero Sciascia es, en Italia, un escritor a quien el lector promedio puede identificar perfectamente. El acercamiento de Rocco a la literatura mexicana se ha dado especialmente a través de José Revueltas, y las relaciones entre literatura, cine y guion cinematográfico (en tanto texto creativo, como el guion teatral, independientemente de la realización fílmica) en México.

—¿En México se lee mucho a Sciascia?
—Tuvo un momento, alrededor de los ochenta, en que empezó a ser muy traducido y editado. Ahora quizá no es tan leído, pero sus obras traducidas se pueden conseguir con relativa facilidad. No es inencontrable.
—Ven mañana. Quizá Mario Sechi pueda acercarnos a los especialistas en Sciascia.

Al día siguiente lo vi otra vez. Fuimos al departamento de italianistas, en donde estaba, en efecto, Mario Sechi. Rocco me presentó con él, con otra profesora y otro profesor, les dijo de mi interés por Leonardo Sciascia.

Hablaron en italiano, pero pude captar algunos nombres e ideas generales. Sciascia es muy leído en Italia, pero no suficientemente estudiado. Hay, sin embargo, una revista especializada en su obra. Quizá sea buena idea contactar a Luciano Curreri, que es el principal especialista sciasciano, pero está en Bélgica. Claro, el poder y la memoria son temas muy cercanos a Sciascia. ¿Vale la pena ir a la Fundación Sciascia? Bueno, no es particularmente interesante a menos que vayas a buscar sus diarios y sus manuscritos y cosas así, pero Sicilia siempre vale la pena. Y si quieres hacer un par de semanas de investigación y vida monástica en Racalmuto, también está bien. Claude Ambroise escribió un prólogo muy detallado sobre la obra de Sciascia para la edición de sus Obras completas. Deberíamos tenerlo en nuestra biblioteca.

* * *

La lotería mexicana parece ser en realidad una adaptación de un juego de mesa tradicional italiano que se llama tombola, y que se trata exactamente de lo mismo que la lotería.

* * *

La memoria di Sciascia

En Einaudi, cuando estuvo abierta, me explicaron: Sí, Leonardo Sciascia es un autor de Einaudi y la mayoría de sus libros los tenemos aquí, pero ese libro que usted busca, sobre Sciascia, no es de Einaudi. No lo vendemos.

Era preciso, entonces, emprender la búsqueda bibliotecaria.

A media cuadra de la Piazza Umberto I está la Biblioteca Gaetano Ricchetti. Es pequeña, pero en su página en línea decía que tenían la traducción al italiano de La memoria de Sciascia de Federico Campbell. Al entrar, me extrañó que el libro estuviera ahí porque, a primera vista, la pequeña colección de la pequeña biblioteca parecía contener casi exclusivamente enciclopedias y libros especializados, no exactamente recientes, encuadernados en piel. Me entendí casi a señas con el bibliotecario, le dije qué libro buscaba y le mostré el número de clasificación. Puso cara de extrañeza. Buscamos en línea. El libro no estaba. Me explicó: ese libro está dentro del sistema de bibliotecas al que pertenecen ésa y casi todas las demás bibliotecas de Bari (excepto las universitarias, que tienen su propio sistema), pero no hay ejemplares en Bari; los hay en Roma, en Florencia y en Palermo, por ejemplo. Puedo ir allá, o solicitarlos como préstamo, pero para cuando lleguen yo ya me habré ido. No tenía caso, en realidad, buscar en las demás bibliotecas de la ciudad, salvo por querer conocerlas.

Una de las últimas noches en Bari, la librería Athena estuvo abierta. Pregunté por la traducción del libro de Campbell. Tampoco.

Muy tarde, además, me entero de la existencia de otra librería en Bari: Villardi.

* * *

El usuario llega a la recepción de la biblioteca del Dipartamento di Scienze della Formazione, Psicologia e Comunicazione. Pregunta por el libro que busca y le dicen si lo tienen o no. Si lo tienen y lo quiere consultar, deja una identificación y llena una ficha de consulta. Puede entonces leerlo o sacar notas en la sala de lectura, en la sala de cómputo o llevárselo. Al regresarlo le devuelven, claro está, la identificación.

Leonardo Sciascia (2003). Opere, 1956–1971. Milán: Classici Bompiani/RCS Libri. A cura di Claude Ambroise.

* * *

En la Bari Vecchia, conectado al Corso Vittorio Emanuele II por la Piazza Giuseppe Massari, está el castillo suevo de Bari, uno de los iconos de la ciudad.

Está rodeado en tres de sus cuatro costados por un foso, en el que actualmente hay un césped liso, un árbol frutal y las hojas secas que va desprendiendo el otoño desde el Giardino Isabella d’Aragona. Parece que sigue manteniendo a raya a los dragones. El cuarto costado da a una avenida en la que se sitúa el zoológico de la ciudad; ese costado no tiene foso porque, cuando el castillo funcionaba como fortaleza y no como museo, el mar rompía contra ese muro. En los últimos mil años parece que la ciudad le ha ganado un par de kilómetros a la costa.

En cada esquina del castillo se levanta una torre.

Al castillo se accede por el costado sur. Para entrar no es necesario presentar un ejército o un mensaje imperial, sino pagar nueve euros en la tienda de souvenirs.

—Come è il tour?
—Sempre a destra.

Por un túnel se accede al terraplén principal, que da a unas ruinas a las que no hay acceso. A la derecha, en efecto, hay otro túnel, cuyo arco representa en altorrelieves diversas alegorías: arpías, reyes a caballo, bestias fabulosas, plantas y figuras humanas de mirada turbia. El túnel conduce a la que parece ser la explanada principal del castillo, que da acceso a tres salas y en la que desembocan dos escaleras. A un lado de ellas, los restos de una tumba hebraica y de una figura de apariencia femenina, mutilada, que sostiene una espada.

En la primera sala, en una de cuyas paredes sobrevive un dibujo medieval, que representa a un rey y un cardenal dialogando y haciendo aspavientos, se explica mediante un video la historia del castillo, sus usos y su función actual. En el siglo XII, por ejemplo, Guillermo el Malo de Sicilia ordenó devastar la ciudad y, con ella, el castillo, acciones que le merecieron su sobrenombre.

En la segunda hay una especie de altar cuyo uso no se especifica, aunque seguramente fue religioso, y un conducto que lleva a la parte subterránea del castillo, donde aún se hacen trabajos arqueológicos. Es inevitable pensar en los calabozos, en las torturas, en los prisioneros. Ahí mismo se exhiben los bustos de reyes o gobernantes, imágenes de María con el niño Jesús en brazos y, a su lado, el prelado Andrea Matteo Acquaviva d’Aragona hincado, en medio de una oración. Frente a ellos, altorrelieves simbólicos: dos leones ante una fuente y, detrás de cada uno, una cabeza en medio de una selva.

La tercera contiene vestigios y reliquias de varias iglesias, incluida la Basílica de San Nicola, y del castillo mismo. Originales y réplicas. El arte profano convive en la sala con el arte religioso.

En el ala derecha de la sala hay representaciones de arpías y de la Esfinge, de otros monstruos, de dragones, de aves fantásticas, de elefantes imposibles cuyos colmillos rebasan, por mucho, el límite de sus cabezas, de marsupiales alados y aves de rapiña, con alas y brazos, que devoran peces que devoran serpientes, de leones grotescos que custodian todas las entradas.

Hay estelas que muestran al unicornio, al hombre fusionado con la bestia, al jinete de serpientes marinas; hay series de dioses griegos que, como modelos de Dolce & Gabbana, se representan en cuatro poses a un tiempo distintas e idénticas; hay arcos que muestran leones con bigotes, al hombre fornicando con la naturaleza, a los ejércitos combatiendo a los invasores, a los caballeros sometiendo a los dragones; hay capiteles que muestran a los caballeros siendo sometidos por los dragones, a los reyes, los trovadores y los profetas escoltados por fieras felinas y aladas que echan fuego por la boca, a bestias que se fusionan en las esquinas, a aves presas en la piedra, a búhos siameses o amalgamados, a animales de distinta especie copulando, a halcones posados sobre cabezas humanas desprendidas del cuerpo, a campesinos conduciendo a los bueyes por los cuernos.

En el ala izquierda, representaciones de ángeles y santos en distintas formas: sedentes, hieráticos, con la mirada al cielo, tocando instrumentos, recibiendo alguna iluminación, escoltando al Mesías. José y María huyendo hacia Egipto. Estelas de la Madonna del Latte, amamantando al niño Dios, de Cristo predicando, de la expulsión del Paraíso, de la Adoración de los Reyes, del martirio de Jesús.

Varias representaciones de la última cena, todos de un lado de la mesa, trescientos años antes de que Leonardo da Vinci hiciera la suya; en unas, Jesús está en medio; en otras, en un extremo, repartiendo el banquete; en unas los comensales aparecen de pie; en otras, sentados.

La salida de la tercera sala conduce al nacimiento de las escaleras, que se bifurcan en su ascenso. A la izquierda, el acceso está cerrado. A la derecha, hay una exposición de carteles soviéticos de cine, de películas de todo el mundo. Tiene sentido si uno piensa en el turismo ruso que llega con motivo de la adoración de San Nicola.

Pero en los pasillos que albergan esa exposición se pueden ver también los espacios del castillo: las escaleras, también vedadas, hacia los ventanales, desde donde se podía ver el mar rompiendo contra el muro y las naves que, a la distancia, se acercaban desde el Adriático, o la sala de audiencias, por ejemplo, en la que hay altorrelieves de figuras humanas, más graciosas que intimidantes, que parecen estar bailando, y vestigios de lo que en algún momento pudieron haber sido amplios murales. También se exhiben la cerámica encontrada en el castillo y las maquetas de los castillos de Apulia.

Siempre a la derecha, uno regresa a las ruinas interiores y a la tienda de souvenirs, abrumado por los fragmentos de historia que revelan, como ecos que no cesarán nunca de reverberar, la historia discontinua del castillo, y por la sensación, indescriptible para el primerizo, de estar abandonando un castillo, una fortaleza medieval, el centro de poder de una ciudad y una región, del mismo modo en que legiones y legiones de escuderos, monarcas y plebeyos lo han estado haciendo incesantemente durante mil años.

Una percepción completamente distinta han de tener quienes viven frente al castillo y lo ven todos los días cuando salen a tender la ropa.

A una cuadra del castillo, enfrente del acceso, está la catedral de la ciudad, pasando por el Café Templario. No siempre está abierta.

* * *

—Parli italiano?
—No.
—Nome?
—Giulio Romano.
—…

* * *

Buon giorno, para saludar en la mañana. Buona sera, para saludar en la tarde, pasado el mediodía. Buona notte, para saludar en la noche. No son, al parecer, fórmulas para despedirse. Para despedirse se utiliza, desde luego, ciao o arrivederci. Acaso para despedirse en la mañana puede usarse buona giornata, pero no es lo más frecuente.

Cuando ya más o menos había entendido esto, me saludan de una manera distinta.

—Buon giorno.
—Salve!

* * *

Paranoia

Puede pasar cualquier cosa una mañana en Nápoles antes de tomar el vuelo de regreso a casa. Que haya más tráfico del habitual, que se pierda momentáneamente el pasaporte, que uno pase más tiempo del planeado paseando por una ciudad en la que apenas se habrá estado unas cuantas horas, y éstas mayormente para dormir. Puede ser que uno se quede pasmado en el desayunador, tomando café y saboreando un cornetto casero.

Puede ocurrir que se llegue a tiempo al aeropuerto y se anuncie el vuelo retrasado, que se pierda el tiempo en la librería y en la tienda de souvenirs. Que a la hora de ir a abordar uno piense que va con tiempo pero no haya contemplado que, para ese momento, la fila de revisión sería más larga que hacía una hora.

Ya hay información sobre el vuelo: finalmente no se retrasó. O uno leyó mal desde el principio.

¿Y ahora?

Uno espera, impaciente, su turno. Una vez que los oficiales dejaron de supervisar todos se meten en la fila. Uno también, entonces, preparado para algún posible enfrentamiento que finalmente no se da. Muchos tienen la misma prisa y quizá el mismo temor.

El equipaje de mano pasa a revisión. Lo retienen. ¿Por qué? Una lata de soda. No puede pasar. Está bien, se queda. Confiscada. Al igual que la mitad de un cornetto.

Un par de minutos menos, que ahora son vitales.

Adelante.

Ahora atravesar el duty free, larguísimo, o que parece larguísimo. Dar con la entrada A. Están en orden inverso: la A es la última. Correr entre la gente. C. B. A16. A15. A14.

¿Y la fila?

Ya se han ido.

Necesito abordar ese avión.

Lo siento. Se ha cerrado el acceso.

Avión perdido, equipaje rumbo a casa, es preciso buscar otro vuelo o vía de regreso. Mientras tanto, ¿qué lugares de interés hay en Nápoles, o cerca de Nápoles? Por curiosidad, ¿en dónde apuñalaron a Caravaggio? Porto Ercole. Al norte. Más al norte que Roma. Casi cuatro horas en tren.

El atardecer en Porto Ercole es hermoso. El sonido de las olas ligeramente embravecidas que revientan contra las rocas es cada vez más fuerte, y el olor a mar más penetrante. Los tonos del cielo pasan de azules a ígneos en un instante, antes de teñirse de negro. ¿Habrá sido como éste el último atardecer que vio Caravaggio? Y tú, ¿dónde vas a pasar esta noche? En algún lado debe haber una habitación disponible. Te pones de pie, para iniciar la búsqueda antes de que se haga demasiado tarde. En tu camino de regreso a la ciudad te cruzas con un grupo de hombres que fuman y hablan fuerte; te haces a un lado para esquivarlos, pero parece que ellos no quieren esquivarte. No tiene caso intentarlo de nuevo, te dices: harán lo mismo. Conforme se acercan, intentas sortearlos aunque sea por poco.

—Sera —dice uno de ellos.
—Buona sera —contestas.
—Straniero?

Su acento tampoco te suena italiano. Su rostro te recuerda al busto de Nicola Petrović. No contestas. Sigues tu camino.

—Straniero?! —insisten.

Das la vuelta para seguir tu camino y sientes una mano sobre el hombro. Te asustas. Tratas de soltarte y correr. Lo logras, pero ellos corren también.

Entras a un comercio de quesos y embutidos. Ellos se quedan afuera.

—Buona sera.

Ves los productos. Quizá meriendes algo antes de poder reiniciar tu camino, preguntes por una habitación. Afuera siguen tus persecutores. Unas luces azules y rojas se asoman por la ventana: han llamado a la policía. Ellos. Que tampoco son italianos. Por un extranjero. Entra el carabinero. Te mira fijamente. Tienes la ventaja del nombre. Pero él tampoco tiene cara de italiano. Pides un traductor. No hay traductores. Saben que estuviste en Bari. De manera legal: tienes el pasaporte. Tal vez es mejor que estés allá. Te escoltan, por decirlo así.

De regreso no pisas Bari, en rigor. De regreso, pues te acompañaron por todo el trayecto en tren, te llevan de Bari Centrale al puerto. Amanece. Casi no has dormido. Te indican que te subas a una embarcación. ¿Por qué? Sin preguntas. Dove va questa nave?, preguntas con dificultad. L’Albania. E poi? Kosovo.

—Passaporto valido —pregunta un hombre que porta un chaleco en cuya espalda dice “Interpol Kosovo”.

¿Kosovo tiene acuerdo con la Interpol?

Pero no. Llegas a tiempo. El avión no se ha retrasado, pero la fila de abordaje sí.

—È questo… a Madrid?
—Sì. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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