La idea de que las cárceles de los países ricos pueden ser mucho más cómodas que las del resto del orbe no es vana. En efecto, una cárcel de máxima seguridad enclavada en una de las diez ciudades más importantes de Dinamarca ofrece a sus internos privilegios como tener una habitación individual, baños limpios, minisúper y sillones reclinables para ver la televisión. Aunque esto no asegura que los presos sean mucho más civilizados que sus símiles tercermundistas.
Si bien el hacinamiento no implica un problema, en la Cárcel Estatal de Nyborg, al este de Fionia (Fyn), Dinamarca, los internos sostienen día a día una guerra disputada en varios frentes. La lucha constante por la jerarquía mantiene el ambiente tan tenso como se puede. El fuerte física y mentalmente ejerce de auténtico tirano sobre el débil, quien sólo puede optar entre la esclavitud o el aislamiento total. “Muchos prefieren esto último”, aclara Henning Larsen, custodio que cubre una jornada de ocho horas de trabajo en la Nyborg Statsfængsel (Cárcel estatal de Nyborg).
Empero, los que deciden pelear por un escalafón de la despiadada pirámide se encuentran con misiones que constantemente ponen en peligro su vida o, por lo menos, su libertad.
“Las riñas son frecuentes, un par de las más violentas cada mes, acompañadas de peleas de bajo riesgo que varían entre una o dos veces a la semana. El tráfico y consumo de drogas es el principal motivo de estas peleas”, me informa Henning Larsen. “Hablamos de una especie de microcontinente en el cual hay varios países de ideologías muy distintas peleando por el control”.
Dinamarca ha experimentado recientemente un repentino incremento en el pandillerismo callejero. Algunos barrios de su capital, Copenhague, han vivido verdaderas batallas campales entre la banda de motociclistas llamada Hells Angels y algunos grupos conformados principalmente por inmigrantes de segunda y tercera generación. La razón principal de estas confrontaciones es, igualmente, la venta y el tráfico ilegal de narcóticos y, en menor medida, de armas. La droga más comercializada en Dinamarca es el hachís, seguida de la cocaína, que en los últimos años —como en casi todo el mundo occidental— se ha disparado. Luego vienen los opiáceos como la heroína y la morfina, y finalmente los alucinógenos sintéticos y las anfetaminas.
La inercia de la lucha por los territorios en las calles de las principales ciudades de Dinamarca se ha extendido hasta sus cárceles. Las cinco prisiones de máxima seguridad de las que consta el país están divididas de acuerdo con el origen racial de los internos o con su creencia religiosa. Esto no interfiere en la regularidad de actos violentos.
El 66 por ciento de los sentenciados que ingresan a algún tipo de institución penitenciaria está entre los veinte y los 39 años de edad. De éstos, 22 por ciento es por crímenes violentos, 21 por ciento por narcotráfico, 14 por ciento por delitos contra la propiedad ajena y 13 por ciento por robo.
El film danés R, estrenado en 2010 y codirigido por Tobías Lindholm y Michael Noer, narra la historia de Rune a partir de su ingreso en la Prisión Estatal de Horsens.
Desde el inicio se percibe la hostilidad con la que le reciben los demás internos. Aunque se trata de un trabajo de ficción, R intenta ser un retrato elocuente de la realidad. El custodio que recibe a Rune, Kim Vestergaard Winthers, fungió como guardia de seguridad en Horsens hasta hace un par de años antes de ser trasladado a la prisión de Østjylland, donde ahora ejerce las mismas funciones. De igual forma, el personaje llamado Murerer —uno de los más fríos y violentos del filme— es interpretado por Roland Møller, quien estuvo preso en el mismo centro donde se desarrolla la cinta. La inyección de realidad es contundente.
La cinta ha levantado polémica e incluso ha originado que altos mandos del sistema penitenciario se vean obligados a aclarar públicamente que lo que se ve en R es un producto de ficción que naturalmente, en algunos casos, se exagera para sostener el dramatismo necesario de un espectáculo cinematográfico. La reacción es hasta cierto punto lógica si imaginamos que de pronto alguien sale al paso y anuncia: “Señoras y señores de Dinamarca, en sus cárceles hay una guerra encarnizada por la jerarquía interna, la cual se libra mediante prácticas tan variadas como violaciones con palos de escoba, golpizas con bolas de billar escondidas en calcetas y —el castigo por excelencia del soplón— rociamiento de aceite hirviendo con azúcar sobre la cara”. Esto no es lo que la sociedad danesa quiere de sus cárceles, cuyo presupuesto se cubre mediante los exorbitantes impuestos de los contribuyentes. Ésta es, ciertamente, la historia que la sociedad danesa no quería escuchar; de ahí su encanto.
“En las actividades que los internos llevan a cabo dentro de la prisión, nuestra apuesta es por el balance perfecto entre lo prohibido y lo permisible”, me dice Henning Larsen, quien recientemente acaba de superar un duro examen de actualización, que incluía, entre otras cosas, un curso riguroso e intensivo de kung fu.
El sistema carcelario danés da trabajo a cinco mil personas de tiempo completo, de las cuales dos tercios conviven directamente con los reclusos. En promedio, cada año 450 de estos empleados experimentan violencia de algún tipo por parte de los internos. Aproximadamente 63 por ciento son incidentes relacionados con amenazas verbales, 29 por ciento de estas amenazas se materializan en violencia y sólo ocho por ciento son casos de violencia aislada.
“A todos los empleados nos hacen encuestas semestrales”, apunta Larsen, y concluye: “Yo formo parte del 85 por ciento de empleados que estamos satisfechos o muy satisfechos con nuestro trabajo en la cárcel”.
La inercia de la lucha por los territorios en las calles de las principales ciudades de Dinamarca se ha extendido hasta sus cárceles. Las cinco prisiones de máxima seguridad de las que consta el país están divididas de acuerdo con el origen racial de los internos o con su creencia religiosa. Esto no interfiere en la regularidad de actos violentos.
En Dinamarca existen cinco prisiones de máxima seguridad para internos peligrosos con sentencias mayores a cinco años. Cada una de ellas tiene capacidad para 950 reos. Luego están las ocho prisiones abiertas con 1,390 plazas cada una. Estas instituciones son para delincuentes de baja peligrosidad cuyos delitos son, en su mayoría, de gravedad menor. Aquí, los implicados trabajan fuera de la cárcel y regresan a dormir diariamente. Los fines de semana tienen horas de libertad para pasear y convivir con su familia. El objetivo principal tanto de las cárceles de máxima seguridad como de las estatales es que los internos pasen los últimos años de su condena en las prisiones abiertas. Ésta es la prueba máxima que deben aprobar antes de obtener su libertad; la evidencia más clara de su reformación, que simultáneamente implica el reacomodo paulatino del criminal dentro de la sociedad.
Aunado a lo anterior, la diferencia en el costo de un convicto en una prisión cerrada en comparación con el de una prisión abierta es considerable. El Estado gasta 1,940 coronas diarias en cada interno, mientras que en las prisiones abiertas el costo es de 1,167 coronas, es decir unos 4,150 y 2,500 pesos, respectivamente. Las prisiones estatales —37 en total— son en las que menos dinero invierte el Estado, puesto que los internos trabajan jornadas completas de 37 horas por semana. Con el sueldo que reciben compran alimentos en el minisúper, ropa, cigarros y dulces. Los internos están obligados a preparar su propia comida y lavar sus platos. Asimismo, los productos derivados de su empleo son vendidos en el exterior para ayudar al financiamiento de la institución. Los internos que por enfermedad no pueden trabajar reciben de igual forma un pago por incapacidad temporal. En estas cárceles cada interno le cuesta al Estado 1,035 coronas, unos 2,200 pesos diarios.
“En el caso de los reos que deciden estudiar en lugar de trabajar, éstos reciben la misma cantidad de salario por hora que los trabajadores. La educación que reciben dentro de los centros penitenciarios es básicamente técnica. Pueden escoger entre carreras agrícolas, industriales o las relacionadas con oficios como carpintería, plomería o albañilería. En todos los casos, la educación es profesional, y dura más o menos tres años”, afirma Henning Larsen. “Los internos con excelente comportamiento y que ya han cumplido al menos la mitad de su condena están autorizados para salir de la prisión cada tercer fin de semana. También se otorga este derecho a los que lo solicitan para acudir al funeral de un familiar muy cercano”.
Desde el año 2005 el sistema penitenciario danés puso en marcha el programa de “grilletes electrónicos” para los que purgan una condena menor a tres meses. En este caso, el procesado cumple su sentencia en su propia casa. Es decir, está arraigado y porta una cinta electrónica alrededor de su tobillo que conecta vía satélite con un radar electrónico permanentemente vigilado por la policía.
Desde 2004 no ha habido una sola fuga de las cárceles de máxima seguridad. Sólo dos internos se han logrado escapar brincando el muro de las cárceles locales, mientras que desde ese mismo año han sido noventa los escapados del sistema abierto. La mayoría de los procesados del sistema abierto que deciden no volver por la noche a la institución y darse a la fuga lo hacen por cuestiones de adicción.
Las sentencias de algunas faltas menores pueden estar exentas de encarcelamiento, en muchos de estos casos al procesado se le asigna un trabajo comunitario de entre treinta y 240 horas totales, el equivalente a un periodo de entre cuatro y doce meses, dependiendo la falta. En este caso, el sentenciado debe cubrir las horas en su tiempo libre y sin percibir sueldo, es decir, a la par de su trabajo normal diario. El trabajo se realiza en instituciones públicas tales como centros deportivos, escuelas, museos, teatros.
La tasa total de reincidencia delictiva en Dinamarca es aproximadamente de 26 por ciento. De los sentenciados a trabajo comunitario la reincidencia es de 16 por ciento. En el caso de los arraigados con grillete electrónico el porcentaje de reincidencia es de 25 por ciento.
El 23 por ciento de los reclusos en cárceles danesas son de origen extranjero: 9 por ciento de algún país del Medio Oriente, 4 por ciento de africanos, 2 por ciento de un país de la Unión Europea y 5 por ciento de algún país del resto de Europa.
A partir de 2007 se instauró un programa que ofrece a los reclusos un tratamiento gratuito contra las adicciones tanto al alcohol como a las drogas. En 2009, 1650 internos se apuntaron al programa. El resultado, según datos oficiales, arrojó que un 89 por ciento de éstos superó su problema de adicción.
El móvil dramático de la película R es el tráfico de hachís al interior del reclusorio. En la cúspide de la pirámide están quienes lo consiguen y lo administran, luego los que lo transportan introduciéndose comprimidos en el ano, para después expulsarlos estratégicamente. Por último, está el enlace directo, el sujeto más ambicioso por escalar en la cadena, pero también el más vulnerable, puesto que se encarga de hacer la transacción y transportar el dinero. Rune es uno de éstos. El tráfico se da entre dos grupos antagónicos: uno conformado por hombres de origen árabe y otro por daneses de cepa. Ambos grupos están separados entre sí, y sólo se les junta una hora al día en el patio principal bajo estricta vigilancia.
“La tensión entre bandos es constante. Los grupos ríen a carcajadas, se hablan en secreto, se miran. El lenguaje corporal es, en todo momento, amenazante. Muchos de ellos no son ni la mitad de agresivos de lo que su pose sugiere”, esboza Henning, y continúa: “Les hablo y me miran como niños regañados. La mayoría es gente que arrastra serios problemas desde muy temprana edad y desafortunadamente nunca alcanzan a madurar”.
En 2010 el número de ingresados en alguna de las diferentes instituciones penitenciarias danesas fue de 14,250, que se traduce en 67 procesados por cada cien mil habitantes. Sin embargo, el promedio diario de ocupación durante todo el año en las cárceles del país es de 2,320 personas, de las cuales sólo 170 son mujeres. Si nos remitimos al promedio diario de sentenciados durante todo un año de menores de dieciocho años, ¡la cifra cae hasta veinte! Lo que se traduce en 0.6 por ciento del total de procesados. Dinamarca tiene un total aproximado de 5.5 millones de habitantes. ®