Entre tinieblas la voz avejentada y desnuda de Walker se erige como un auténtico monumento. Una piedra nimia, que implica el restablecimiento del orden perdido a través del mismo horror con el que fue experimentado por vez primera.
Aún si se quería ver o no, el día 11 de septiembre del 2001 estuvo allí, distinguiéndose de todos los demás días, con su viciosa repetición del choque penetrando las retinas, con esos peces saltando cien pisos fuera del agua y toda aquella bacanal de restos humanos que la transmisión no mostraba, pero cuya existencia se intuía.Después vino el después con la reproducción en serie de víctimas, la venganza banal con sus argumentos a favor, los miles en contra y las teorías de conspiración que intentaban buscar algún respiradero ante la avasalladora cortina de humo que parecía haber trascendido las calles de Nueva York de aquel día. Prospectiva de una búsqueda de sentido que clamaba por encontrar la salida fuera del horror que separó ese día de todos los otros. Un horror que persiste como espectro en todo recuentro, en toda teoría y con el que pocos han querido lidiar de frente.
Aun el arte ha evadido aquella sensación primaria, el hipnótico poder de esa nueva violencia que inauguraba de tajo el siglo XXI ultrajando la retina, para concretarse en la cómoda posición política que solidifica monumentos en la elegía. Enfoques más arriesgados como los de Karlheinz Stockhausen o Damien Hirst, quienes defendían el acto como un hecho artístico, fueron rápidamente silenciados por su incorrección política. Y hasta cierto punto resulta difícil desarticular el acto en lo puramente visual, su calidad de espectáculo inusitado, del inmenso derrame de sangre. Los rostros tangibles de la tragedia lo hacen casi un tema intocable bajo otra estela que no sea la habitual.
La presencia mediática, diáfana y contundente, parecería no hacer claro el atajo, la novedad en el recurso del desvío, para retomar ese espectro de horror y elevarlo a una reproducción capaz de sublimar la tragedia en una experiencia estética.
¿Cómo hablar de la pureza de ese sentimiento sin teorías de conspiración?
¿Es acaso una ecuación posible otra búsqueda de sentido a ese horror?
En tiempos de soledad y desesperación, Elvis Presley hablaba con su hermano gemelo, muerto al nacer, Jesse Garon Presley.
—Scott Walker “The Drift”
Invadidos los canales derechos e izquierdos del cerebro, Walker conduce al escucha, con la audacia temeraria que lo caracteriza, por los intrincados pasajes del cuerpo de esa giganta negra hecha de humo, nueva ocupante del espacio inaugurado por la catástrofe, entidad inconquistable de desolación y angustia.
En “Jesse”, una de las composiciones a la deriva de Walker del 2006, retoma una figura tan icónica como las propias torres gemelas (Elvis Presley), para encontrar en su retorcimiento y descomposición la fuerza precisa e inventiva que recupere ese sentimiento de absoluto vacío y novedad atroz acontecido aquel día.
Walker establece brillantemente el reconocimiento de las partes citando al ídolo con el parafraseo de un “Jailhouse rock” en plena postrimería, empatado a un estallido doble, infantil y casi imperceptible, que reconstruye el tan reconocido impacto con un simple:
¡Pow!
¡Pow!
Invadidos los canales derechos e izquierdos del cerebro, Walker conduce al escucha, con la audacia temeraria que lo caracteriza, por los intrincados pasajes del cuerpo de esa giganta negra hecha de humo, nueva ocupante del espacio inaugurado por la catástrofe, entidad inconquistable de desolación y angustia:
Famine is a tall tall tower
A building left in the night
Jesse are you listening?
It casts its ruins in the shadows
under Memphis moonlight
Las palabras convocadas, lejos de ser un faro que administre alguna luz sobre la oscuridad resultan ser desvaríos feroces, tientas en la oscuridad que palpan el insólito destajo de la tragedia:
Six feet of foetus
flung at sparrows in the sky
Put yourself in my shoes […]
No stars to flush it out […]
Jesse, are you listening?
El llamado de ultratumba a aquel gemelo espectro se convierte en una desgarrador grito de ayuda, una pregunta abierta y destrozada en la que se busca comprobar si los muertos, ubicados del otro lado del espejo, miran lo mismo que los vivos. Es también un último recurso, un gateo fútil hacia la puerta capaz de conducir hacia aquellos tiempos mejores, conato roto por la peste y la ruina, por la terrible certeza de ser aquel último desventurado de haber quedado con vida.
Alive
I’m the only one
left alive
I’m the only one
left alive
I’m the only one
left alive
Alive
La voz de Walker hiere al escucha, invadiéndolo de ese vacío para el que no existe todavía ninguna especie de sentido o teoría. Ese vacío lleno de silencio denso e imposible de respirar que busca la salida en la inútil articulación de unas palabras que establecen comunicación con el gemelo espectro, ése del que se sabe jamás se obtendrá respuesta alguna.
La voz de Walker hiere al escucha, invadiéndolo de ese vacío para el que no existe todavía ninguna especie de sentido o teoría. Ese vacío lleno de silencio denso e imposible de respirar que busca la salida en la inútil articulación de unas palabras que establecen comunicación con el gemelo espectro, ése del que se sabe jamás se obtendrá respuesta alguna.
Al tiempo que el sonido recupera el silencio como una especie de alivio, se recuerda que esto no es una canción de protesta. No adiestra. No predica. No ofrece respuesta alguna a la reinstaurada desolación que recién invocó.
Entre tinieblas la voz avejentada y desnuda de Walker se erige como un auténtico monumento. Una piedra nimia, que implica el restablecimiento del orden perdido a través del mismo horror con el que fue experimentado por vez primera. Alegoría quirúrgica que nos regresa al exacto lugar de los hechos y nos recuerda agudamente el por qué algunos acontecimientos separan en el calendario a los días. ®
Renato
Esta canção experimental já causou muito estrago, quando Cezar empunhou sua lyra, enquanto contemplava Roma tomada pelo fogo!
(Choise du LOC!!!)