Hace dos décadas Tijuana vivió una de las explosiones culturales más inusitadas de las que se tiene memoria en esta ciudad fronteriza. Diferentes colectivos de jóvenes inquietos, muchos de ellos futuros escritores, realizaban sus propios fanzines y dieron a conocer algunas de las manifestaciones más frescas que se han conocido hasta ahora en esa ciudad.
Expresiones que desamodorraron el medio cultural de Tijuana. Muy poco se ha dado a conocer hasta ahora con respecto a la actividad que se llevó a cabo durante los primeros años de la década de 1990. De esta manera, lo que el lector leerá a continuación es un acercamiento al colectivo Contracultura menor y al espacio alternativo Café Rave que surgieron dentro de este periodo particularmente intranquilo, denominado por algunos el movimiento fanzine de Tijuana.
Este breve periodo marginal fue prácticamente anónimo, pues salvo un ensayo escrito por Fran Ilich ha pasado prácticamente inadvertido. Aunque cabe señalar que críticos como Gabriel Trujillo Muñoz y Rafa Saavedra han escrito sobre esos años, enfocándose principalmente en la producción literaria que detonó el colectivo de Ilich, Contracultura menor, y al boom de fanzines y revistas literarias de ese momento. Asimismo, merece una mención especial la trilogía de novelas de Fran Ilich: Metro-Pop (1997), Tekno Guerrilla (2007) y Circa ’94 (2010), referente a los años 1992, 1993 y 1994, respectivamente, y el libro de cuentos Esto no es una salida. Postcards de ocio y odio (1995), de Rafa Saavedra. Cada una retrata el espíritu de este periodo en Tijuana.
Las publicaciones periódicas en Baja California
Las revistas literarias durante la segunda mitad del siglo pasado en Baja California, como en otros rincones de nuestro país, fueron proyectos que tuvieron una vida muy efímera. Es sólo a partir de la revista Letras de Baja California (1967-1981) que la tradición de las revistas fugaces empezó a disiparse en el estado. Esa publicación compartía, junto con otras del pasado, el gusto por la oratoria, la declamación y los juegos florales. Trujillo [1993: 84] dice: “Su mayor deseo era que la literatura se mantuviera diamantina e impoluta, jamás contaminada por la modernidad avasalladora que ya en el estado empezaba en aquellas fechas tímidamente a presentarse”.
“Su mayor deseo era que la literatura se mantuviera diamantina e impoluta, jamás contaminada por la modernidad avasalladora que ya en el estado empezaba en aquellas fechas tímidamente a presentarse”.
Posteriormente vendría un relevo generacional a través de numerosas publicaciones de autor y la creación de los talleres de las casas de la cultura, entre otras actividades. Es durante la década de los setenta cuando surge una nueva promoción de escritores, que en vez de buscar un espacio en aquella revista arman sus propios proyectos editoriales. Algunos de ellos son Fernando Trejo, Óscar Hernández, Tomás y José Manuel Di Bella, Marco Morales y Rosina Conde.
Después de 1979 surgen otras revistas como Hojas, El Último Vuelo, Entorno, Arquetipo, Vida Bajacaliforniana, El Oficio, Travesía, Enlace y Espiral, entre otras, en cuyas páginas participan varios escritores pertenecientes a esta nueva promoción.
A partir de esta generación novel, Trujillo [1993: 86] escribe: “Lo que había empezado como un ghetto apenas conocido por unos cuantos se transformó en los años ochenta y noventa en un conjunto cada vez mayor de personas deseosas de multiplicar su creatividad en este campo y darle a conocer a otros a través de diversas publicaciones […] Por ello, empezaron a proliferar revistas literarias tanto marginales como institucionales”.
En 1987 surge Esquina Baja, según Trujillo [1993: 87], “con una nueva concepción en su diseño que la distinguió de inmediato respecto al resto de las revistas literarias de la entidad […] fue la primera revista en la que el ensayo, la reseña crítica y el artículo de opinión tuvieron un espacio mayor que la creación literaria”.
Otras publicaciones que surgen a finales de la década de 1980 son La Ranura del Ojo, Revista de Humanidades, Tinta y Trazadura.
El boom de los fanzines en Tijuana
A partir de la década de los noventa surge una nueva generación de jóvenes creadores provenientes en su mayoría de Tijuana, y asimismo un boom de fanzines, muchos de ellos anónimos, espontáneos, efímeros e impulsados, en gran medida, por una gran fuerza creativa. Trujillo señala que la primera señal de este relevo viene con el surgimiento del colectivo Contracultura menor.
Con la aparición de este conjunto de jóvenes escritores surge a la par, como ya se mencionó, un sinfín de fanzines: publicaciones independientes de pequeño formato, por lo general impresos en fotocopias, sobre diversos temas, como música y literatura, muchas de éstas motivadas en gran medida también por Fran Ilich en Tijuana:
Antes que Rafa Saavedra y Heriberto Yépez tuvieran sus quince minutos de fama, Fran Ilich es la primera voz narrativa que toma a la frontera norte como lo que realmente es: un juego interactivo, una pantalla líquida donde se refleja el mundo en su belleza vacía en su dolor placentero, en su asco permanente [Trujillo, 2004: 547].
Este lapso estuvo marcado indudablemente por el espíritu DIY (Do It Yourself: Hazlo tú mismo) por parte de jóvenes aspirantes a escritores —además de fotógrafos, videoastas, editores, artistas visuales—, pues la producción de fanzines es elevada. Cada creador tenía la posibilidad de autopublicarse, ya que la fotocopia era un aliado importante para poder difundir sus creaciones. Roberto Partida, poeta y artista visual, subraya sobre esta época y sus consecuencias: “No puedo hablar de repercusiones, sólo que motivó a una generación al DIY”. Por su parte, Ilich [1996: 83] apunta sobre la escena literaria de Tijuana de esos años:
Todo el mundo joven cargaba revistas y se ponía a publicar sus creaciones en copias fotostáticas que tal vez nadie leería. Se escribía sobre amor, injusticias, música, sobre tantos temas, pero sobre todo se leía un intento de encontrar algo que uniera a la generación inútil. Nunca se halló nada. Se habló de que tenemos en común los raves, la música electrónica, pero pocos estuvieron de acuerdo. Se buscó algo, claro, sin decir que se buscaba algo.
Los fanzines en Tijuana no surgen en la década de los noventa sino un decenio antes, cuando comienzan a proliferar con el movimiento hardcore punk. Una de las figuras clave de la escena cultural alternativa de Tijuana es el escritor Rafa Saavedra, editor de numerosas revistas y cronista del quehacer underground de la ciudad. El autor de Esto no es un salida (1996) dice: “Cuando cursaba la preparatoria escuché por primera vez la palabra fanzine. Nunca había visto uno. De España, vía la Red de Mutantes del Aviador Dro, me llegó un 1-2-3 para hacerlo. Realicé mi primer fanzine en un par de horas. Y ahí empezó todo. Un verano de 1985. No he parado” [Saavedra: 88].
En un texto publicado a mediados del decenio antepasado, Saavedra, al referirse al génesis de este tipo de publicaciones en esta ciudad fronteriza durante los ochenta y su persistencia durante la siguiente década, escribe:
A mediados de los ochentas [en Tijuana] surgen los primeros fanzines (en el sentido estricto de la palabra) con ejemplos tan diversos como Púas, Lo Punk no es Moda, Feos y Curiosos, Psycho Candy, etc.; lo suyo iba del punk arcaico de arenga anarquista con dibujos terribles y actitudes antisistema al pop tecnificado e insólitos llamamientos al desarrollo industrial. Luego vinieron ejercicios espirituales de denso significado como El Centro de la Rabia, Entr’acte y Aiznetzicer, que cultivaban la crítica despiadada, el candor del fan combativo y la ingenuidad electro/pop/punk; por esos años, finales de los ochenta creo, la pelea en los terrenos “oficiales” se libraba entre revistas que la crítica especializada no sabía si definir como “egregias” o “populares”: Communicare, Esquina Baja, Ranura del Ojo, Agit-prop y Tercera Llamada. Who cares, anyway. Si en otra época y en otros lugares fue la generación beat, el rock, el punk o la vida aburrida lo que lanzó a nuestros héroes a realizar su fanzine, en nuestra ciudad fueron varias cosas las que sirvieron como detonador del boom fanzinero de los primeros noventa: la creación de la Licenciatura en Comunicaciones [en la Universidad Autónoma de Baja California], el auge inusitado en la formación de grupos de música moderna, la indiferencia absoluta a una extraña asociación de escritores y claro, la desolación/emoción de vivir en una city como Tijuana.
Y así como otra gente se lanza a la calle, a los bares, a los cines para disfrutar de la vida; otros arrancaron hojas a sus libretas universitarias, teclearon en máquinas o computers sus pensamientos, se fotocopiaron el alma y la mente para atestiguar y reclamar precisamente eso que Rimbaud y otros llaman la vida. El resultado fue variopinto y hubo de todo, tanto en calidad como en cantidad: de las propuestas neo literarias y la poesía adolescente (725, Requiem, Lunario, El Hocicón Nocturno) a las dedicadas a los vicios y desvaríos de la cultura noventera (El Acordeón, Al Tiro, El Sueño de la Gallina, Voltage, Propaganda Barata de Contra-Cultura Menor […] Luis Rojo (de El Olor del Silencio) dice: “Tú tienes que hacer tus cosas como puedas, no hay suficientes medios oficiales para que todos escriban” […] I don’t know, prefiero cerrar con un certero comentario del crítico Leobardo Sarabia a El Centro de la Rabia que, creo, se puede hacer extensivo al contingente fanzinero local: “En fin, da la impresión de que se trata de una juventud que tiene un concepto inmejorable de sí misma”. Yeah, whatever [2002: 88].
Cada una de estas publicaciones independientes con su sello particular fue el portavoz de las inquietudes de su creador: poesía, música, política o crítica. Todo cabía dentro de un fanzine y así fue. La variedad de éstas es amplia y palpable en cada uno de los números, como observa Ilich [1996: 86]: “Las revistas eran variadas en material y calidad […] no todo era calidad en cuanto los contenidos de los zines, pero aun así la gente se interesó en la vida alternativa y la literatura joven”. Algunas de estas publicaciones, tanto fanzines como revistas literarias de Tijuana y Mexicali, darían a conocer algunas de las voces en narrativa, poesía y ensayo más sobresalientes de la región durante el umbral del nuevo siglo, denominados por algunos críticos la generación de fin de siglo o de los setenta. Algunos de ellos son Rafa Saavedra, Fran Ilich, Noe Carrillo Martínez, Jorge Ortega, Horacio Ortiz Villacorta, Claudia Morfín, Juan José Aboytia, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Marvin Duran, Karla Martínez, Javier Guerra, Bibiana Padilla, Jorge Alvarado y Roberto Partida, entre varios más.
El poeta Marvin Durán escribe respecto del ambiente que se respiraba en esos años convulsos:
Lo que más tengo presente de aquella época es que fue cuando se inició el despertar de Tijuana a la cultura. Hasta entonces, la cultura no salía del CECUT [Centro Cultural de Tijuana], era institucional. En la Lázaro [Cárdenas] se gestaron muchos movimientos culturales que, gracias a ellos, hoy es Tijuana una de las mecas culturales del país. Creo que hubo un momento en que fotocopiar fue un gran negocio, dada la cantidad increíble de fanzines. Creo que sólo El Hocicón Nocturno y 725 se hacían en imprenta. El movimiento de fanzines fue grande. Cada semana había uno nuevo. Tristemente se me escapan los nombres. Creo que muchos salimos de aquella época con la idea de convertirnos en escritores profesionales. Muchos lo logramos. Otros llegaron a trabajar para la cultura, dentro del gobierno estatal y municipal. Sin mucha formación, pero muchas ganas de comunicar, demostramos que cuando quieres dar tu voz a conocer no necesitas más que una pluma y una fotocopia […] Plantamos la semilla de la cultura actual en Tijuana. No sólo nosotros, claro, sino todos los que entonces nos interesamos para que la cultura despertara en Tijuana. Cierto, el CECUT ya estaba. Pero era elitista. Nosotros aterrizamos la cultura y la llevamos a todos lados.
Roberto Partida opina lo siguiente:
Siempre hay factores técnicos que posibilitan movimientos de este tipo. Este movimiento surgió a partir de varios aspectos, una generación joven que reclamaba apertura de medios, o espacios de cultura joven y la necesidad de divulgar, pero sobretodo la relativa facilidad de reproducir documentos vía xerografías y el bajo costo de la imprenta. Cualquiera podía ir a un centro de copiado y reproducir su información. Por un lado estaba el proyecto Contracultura menor sin publicación alguna. Después generaría un fanzine pequeño hecho en fotocopias. Y por otro lado sin vínculo alguno en la Escuela de Humanidades [de la UABC] apareció Lunario. Una publicación en fotocopia con algunos adheridos en imprenta. Ya que el realizador Carlos Varela tenía una imprenta y esto se le facilitaba. Por otro lado estaba Qué qué, una revista de “moneros”, todos diseñadores con acceso a imprenta. El Centro de la Rabia de Rafa Saavedra ya no era vigente. Claudia Morfín, del grupo La Quinta Reunión, había dejado la banda e ingresó a Humanidades en la UABC y publicó 725. En 1993 organizaron en la Casa de la Cultura de Tijuana un encuentro de fanzines donde participaron Lunario, 725 y Contracultura menor. Y no recuerdo qué otras revistas coincidieron ahí. El Hocicón Nocturno asistió a vender sus fanzines. Éste también había surgido por esas fechas producto del acceso a imprenta y computadora de Javier Guerra. Había otras revistas en ese momento como La Zafra y Punto de vista (también producto de que su realizador tenía acceso a una imprenta). Surgió Ignorare y después como un boom, como lo llamaron los medios, aparecieron Velocet y fanzines tal y cual los conocemos (ediciones fugaces, inmediatas). Hubo muchas lecturas, en Casas de la Cultura de La Gloria, ICBC [Instituto de Cultura de Baja California], la Casa de la Cultura de Tijuana, el Palacio Municipal, El Nelson, en muchos lugares disímiles y, claro, en la Escuela de Humanidades y en la Preparatoria Lázaro Cárdenas, donde estudiaba la mayoría de los realizadores de fanzines. Mucha gente escribiendo, leyendo, acompañadas de bandas locales. Lo menos importante es el valor literario de los fanzines, sino la comunidad que lograban, no sólo como creadores y colaboradores, sino con el público. Gente siguiéndolos, escribiéndoles, asistiendo a sus lecturas. Luego en 1995 aparecieron foros jóvenes, el CECUT publicó El Puente, surgió la Red de Distribución y Diálogo y se crearon espacios de cultura joven. Creció la generación y desarrollaron proyectos con mayor profesionalismo.
Sol-Ho, miembro activo de Contracultura menor y de la escena alternativa de Tijuana a principios de la década de 1990, expresa:
A mí en lo particular me resultaba un tanto ajeno. No me interesaban los poemas adolescentes y “niurros” que publicaban la mayoría de éstos, y tampoco leía muchos de esos fanzines a menos de que me los encontrara en mi camino. Muchos de éstos se distribuían en la preparatoria Lázaro Cárdenas o quizá en la Escuela de Humanidades [de la UABC]. Sólo como dato mencionaré que Fran y yo comenzamos realizando un cómic antifascista/anticapitalista llamado Sulphurus en 1990; él escribía las historias y yo hacía los dibujos. Lo publicábamos bajo el sello de Anarchy Comics. En 1991 Fran realizó un fanzine que se llamaba La Prensa de los Arrabaleros Cósmicos, y creo que en el primer número hubo una entrevista al grupo No. Recuerdo que llegaron a hacerse eventos que involucraban a los realizadores de los fanzines.
Es difícil hacer un recuento completo de los fanzines que circularon durante esos años en Tijuana. Algunos que destacaron es este periodo son los ya mencionados 725, de Claudia Morfín y Karla Martínez; Lunario, de Carlos Varela; El Hocicón Nocturno, de Roberto Partida, Javier Guerra y Marvin Durán, y Auñur, de Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal y Bibiana Padilla. Otros fanzines son Cherry Bomb, La Zafra, Punto de Vista, Ignorare, Velocet, Los de Abajo, Jujetos, Proyecto Subterráneo, El Kolibri, Grieta, Los Terceros, Laiko, Masturbaciones, Naranja Mecánica, Los Hijos de Cicerón, Pantheos, Deidades, La Otra Cara de la Moneda, Matuz, Bufón, La Odisea, Amén, Estructuras, El Tercer Ojo, Silvania, Expresión Deforme, El Sueño de la Gallina, Playón City, La Vorágine, La Real Ramona, Réquiem, Mono Sapiens, Swenga, Cinemátik, Soñador, Tenedor, El Sueño de Venus, La Voz Humana, Dialéctica, Estructuras, La Parola Bichi, La Soria, Comix Humanos y Neonato, entre muchos más.
El soundtrack del movimiento
Esta escena no sólo se limitó a las letras, también abordó otras manifestaciones como la música, algo que encajó muy bien con el quehacer literario y editorial. Durante esa época existieron al menos cuatro puntos donde se escuchaba las más diversas propuestas musicales del momento en Tijuana. En Mexitlán, por ejemplo, se presentaban agrupaciones musicales de México y el extranjero. Además de grupos como Los Fabulosos Cadillacs, también se presentaban cotidianamente grupos del sello Culebra como Santa Sabina, Cuca, La Lupita, La Castañeda y Tijuana No, al lado de agrupaciones locales como Solución Mortal, Espécimen, Posición Ilustre, La Borrasca, Nessie y Los Mexican Jumping Frijoles, entre otras. En el Iguanas, ubicado en Plaza Amigo durante esa época, se presentaron grupos anglosajones por primera vez en tierra mexicana: Front 242, Iggy Pop, Nine Inch Nails, Smashing Pumpkins, Public Image Limited, Dee-Lite, OMD, Nirvana, Pearl Jam, The Cramps, Red Hot Chilli Peppers, The Creatures, Tom Tom Club, Ramones, Soho, My Life with the Thrill Kill Kult, Jesus Jones, EMF, Mudhoney, Dinosaur Jr., Buzzcocks, Social Distortion, Joan Jet, Primal Scream, The Sugarcubes, They Might Be Giants, Cracker y The Charlatans UK, entre varios más. Además de una tocada clandestina del grupo angelino Jane’s Adiction en el Rancho Grande, ubicado sobre la Avenida Revolución. En el escenario del Río Rita también era común escuchar a Maldita Vecindad, Café Tacuba y Julieta Venegas —quien en esa época se presentaba como Julieta y Gertrudis y comenzaba su carrera como solista—, además de La Faena. Además había espacios radiofónicos como El Arca de Neón, de Octavio Hernández, El Olor del Silencio y Ritmos de Ciudad, de Francisco “Tico” Orozco y Gloria González. Esos lugares para presenciar grupos de rock alternativo, las distintas propuestas sonoras de la localidad y los programas de radio fueron el soundtrack de este periodo.
Contracultura-menor: precursor de los colectivos tijuanenses
Uno de los colectivos tijuanenses más activos de esta época fue Contracultura menor, cuyo origen, según Lilia Martín [1994], se remonta a los últimos años de la década de los ochenta: “En 1987 nace el grupo de jóvenes recién entrados a la adolescencia, entre once y catorce años, con muchas inquietudes y cosas que decir”. Aunque su auge se dio a principios de 1993. Fran Ilich dirigió este conjunto multidisciplinario de jóvenes cuyas edades fluctuaban entre los quince y los dieciocho años al momento de su desintegración, en 1994. Enfocados en distintas manifestaciones, como la fotografía, el video, el dibujo y la literatura, se aventuraron a darle voz a sus inquietudes y puntos de vista distintos al del establishment cultural de la localidad, apostaron por la difusión de sus creaciones e ideas por medio de un discurso desenfadado que plasmaron en diferentes fanzines, en el periódico Diario 29, y en espacios alternativos y eventos multimedia donde expusieron sus propuestas. Según Karla Martínez, uno de los méritos de la labor de Fran y Contracultura menor fue que “Él y su equipo fueron de los primeros que obligaron a los adultos a adentrarse en la escena local de las letras jóvenes”.
Algunos de sus integrantes fueron Luis Humberto Rosales, Motta, Sol-Ho, Eduardo Pajarito —Pájaro—, José Luis Martín, Guillermo Echeveste —Meko—, Antonio Zárate —Ruso— y el propio Fran Ilich, entre varios más que estuvieron entre sus filas en diferentes épocas. Los fanzines que surgieron en el seno de Contracultura menor fueron La Prensa de los Arrabaleros Cósmicos y Para una Ciudad sin Estilo, ambos de Ilich; Las Alucinaciones de Felipe, de Luis Humberto Rosales, y Propaganda Barata, de Eduardo Pajarito; desde luego, la sección Contracultura menor en Diario 29.
Sol-Ho relata:
Creo que fue el primer colectivo —al menos por ese tiempo en Tijuana— que hacía cosas de muchos y distintos tipos. Nuestra postura era muy radical —y en el caso mío y de Fran lo sigue siendo— y no hacíamos concesiones. Debo mencionar que nosotros no nos veíamos a nosotros mismos —o no partíamos— desde el ramo de la “cultura”, sino desde una radicalidad más profunda, desde un modo de ver la vida que involucraba todas nuestras acciones: desde el hecho de ir a la escuela y nuestro desempeño en ésta, desde el modo de enfrentar la calle y su violencia, desde el modo de vestir cargado de teatralidad en una ciudad más bien opaca, desde el modo de crear, narrar y hacer del mundo si no un mejor lugar, al menos sí un mundo más agradable para nosotros. Tratábamos de buscar la experiencia transcendental donde quiera que ella se encontrara […] Realizábamos todo tipo de actividades: películas, textos, fanzines, narrativa, raves, conciertos, etc. […] Definitivamente creo (y sin ser arrogante) que fue un colectivo que rompió con lo establecido y marcó un tiempo. Éramos demasiado chicos (menores de edad), e hicimos demasiado trabajo de todo tipo, generalmente vinculado con la narrativa, pero también con la cotidianeidad (que es una forma de narrativa), con la vida en Tijuana y su relación con el mundo.
Roberto Partida escribe:
[Contracultura menor] me pareció una forma de hacer visible los gustos, las lecturas de un grupo de jóvenes no homogéneos (ni en el perfil ni en gustos). Fue un parteaguas para que muchos jóvenes publicaran y se desarrollaran en otras actividades. Asistí a la primera lectura que organizaron en la Casa de la Cultura de Tijuana [el 22 de abril de 1993], que estuvo abarrotada. Llegué tarde y estuve afuera, pero me encantó que pasara eso, que el círculo de amigos saliera a otros círculos, y que hubiera público. Hacían raves. De hecho participé en varias lecturas con ellos pero desde mi proyecto, El Hocicón Nocturno. Fue un motor para todo lo que se desarrollaría en cultura joven en Tijuana. Hubo proyectos antes y otros después, pero éste, debido a su exposición en Diario 29, tuvo otra visualización. Fue mediático. Lo otro que fue importante es que a diferencia de las publicaciones anteriores (digamos las de Rafa Saavedra) tenía una fuerte opinión editorial. En Contracultura menor escribían artículos de opinión, tenían una línea editorial muy precisa, muy combativa. Como todas las demás publicaciones hablaba de música, pero lo que los resaltó es la opinión que emitían (desde que una banda sin teclados no era digna de ser escuchada a sus burlas a las identidades juveniles, etcétera.).
En Contracultura menor escribían artículos de opinión, tenían una línea editorial muy precisa, muy combativa. Como todas las demás publicaciones hablaba de música, pero lo que los resaltó es la opinión que emitían (desde que una banda sin teclados no era digna de ser escuchada a sus burlas a las identidades juveniles, etcétera.).
Además de fanzines, participaron en programas de radio y televisión, realizaron presentaciones en distintos foros de Tijuana, entre otras actividades. Una de las vías para darse a conocer, como ya se mencionó, fue en las páginas del suplemento cultural Contraseña, dirigido por Bernal y Leobardo Saravia Quiroz, del periódico bajacaliforniano Diario 29, entre 1992 y 1993, un medio de comunicación con una cobertura amplia dentro del estado.
Hilda Leyva Pacheco, al referirse al momento en que se gestó este apartado destinado a las expresiones de Contracultura menor en Diario 29, dice:
La idea del suplemento vino del deseo [por parte de Fran Ilich] de dar a conocer lo que estaban escribiendo su grupo de amigos. No conocí a la mayoría. El primer nombre que pensamos [para el suplemento] fue Armario. Con la idea del lenguaje como un arma y de crear: armar [las diferentes piezas de las expresiones juveniles]. Bernal, quien dirigía el suplemento cultural del Diario 29, pensó que el nombre era horrible, más apropiado para algo del Insen [Instituto Nacional de la Senectud]. Bernal creó Contracultura menor. Cuando presentó a la nueva generación de creadores me mencionó como la Nanny de Fran.
Aunque no perduró este apartado destinado a los miembros de Contracultura menor, pues sólo se editó entre octubre de 1992 y marzo de 1993, es una muestra de la expresión que algunos miembros de este colectivo desarrollarían más adelante, principalmente Fran Ilich. Asimismo, la temática de estos materiales muestra una sensibilidad distinta a promociones de escritores anteriores, lo cual es palpable en cada una de las colaboraciones.
Fran Ilich reunió en fotocopias una compilación de los artículos publicados en esta sección, engrapada y con una portada con la imagen de Elvis Presley realizada por Andy Warhol. El cuaderno se presentó y distribuyó en el Café Rave en abril de 1993 con el título Contra-Cultura (menor), Vol. 1.
El evento más importante de este colectivo tuvo lugar en la Casa de la Cultura de Tijuana el 22 de abril de 1993, frente a unos 300 asistentes, momento en que se multiplican los fanzines en Tijuana: “La generación de zines 1992-1994”, según el autor de Metro-pop. Fran Ilich [1996: 85] evoca así esta lectura-presentación-exposición:
“Somos una generación secreta. Nadie sabe lo que pensamos. Como si nos importara”, era una de las frases que formaba parte de la invitación. La lectura había sido organizada con la ayuda de Regina Swain, hablamos de un tiempo que los jóvenes no hacían lecturas y que las instituciones nunca ponían atención a los menores de veintitantos. Aparte de la lectura que incluyó algunos cuentos macabros de Huicho Rosales, uno de los cuentos cortos de Betelgeuse (aquel que habla sobre la muerte de Napoleón y lo tonta que es la gente), un breve ensayo de los inicios del techno rave por Motta y tres capítulos de mi novela Metro-pop, también se incluyó música en vivo de El Taller (difunto grupo de música folkexperimental) y de Aurora (grupo de música dark gótica que ya tampoco existe) […] una exposición de fotografías y otra de dibujos (fotos y dibujos desaparecieron para nunca volver, en cuartos de adolescentes y destinos inciertos: prácticamente todo fue robado, ¿no es la vida maravillosa?). La presentación estuvo a cargo de un tal Bernal. Cosas extrañas se dijeron. “Aquí empieza el año 2000”, dijo Luis Humberto Crosthwaite, escritor del Gran Pretender, al referirse a la lectura.
El documento, redactado por Fran Ilich a la usanza de grupos vanguardistas de principios del siglo pasado, como el de los estridentistas, hace patente su hartazgo de las manifestaciones de la escena cultural de Tijuana del momento: las poses de los artistas, los wanna-be-rockstars, los festivales que no atraen gente, los cineclubes vacíos, las lecturas mediocres y los poemas izquierdistas.
Este movimiento además tuvo un manifiesto, escrito en 1993 por Ilich: el “Breve manifiesto de Contracultura menor”, el cual resume el sentir de la mayoría de aquellos que participaron en la escena alternativa de Tijuana durante esos años. En él Ilich expresa su desacuerdo con la escena cultural de Tijuana y con algunas de sus figuras en el gobierno, el periodismo cultural y el panorama en general que se les presentaba a los jóvenes en los primeros años de la década de los noventa. Aunque sus miembros difieren en varios puntos del manifiesto y o no convergen con las ideas de su autor, la mayoría de sus participantes sí compartieron el mismo espíritu que motivó su escritura.
El documento, redactado por Fran Ilich a la usanza de grupos vanguardistas de principios del siglo pasado, como el de los estridentistas, hace patente su hartazgo de las manifestaciones de la escena cultural de Tijuana del momento: las poses de los artistas, los wanna-be-rockstars, los festivales que no atraen gente, los cineclubes vacíos, las lecturas mediocres y los poemas izquierdistas, entre otras. Este manifiesto recoge el sentir de una parte de la juventud que en esa época en Tijuana comenzaba a explorar los diferentes caminos de la cultura, ya fuera en literatura, el cine, la fotografía, el teatro o la música, entre otras manifestaciones.
Café Rave: pionero de los foros alternativos de Tijuana
En esta breve época convulsa surgió el Café Rave —“uno de los múltiples centros neurales del movimiento”, según Fran Ilich— en las instalaciones de la Escuela Preparatoria Federal Lázaro Cárdenas, en el taller de música latinoamericana, durante un brevísimo pero productivo periodo, entre marzo y junio de 1993. Una de las varias particularidades de este espacio es que se llevó a cabo sin ninguna intervención por parte de la dirección —con Mario Ortiz Villacorta Lacave, actual cronista de la ciudad, al frente de esa institución. Café Rave —cuyo nombre fue acuñado por el autor de Tekno Guerrilla— fue un proyecto fundado y dirigido por Fran Ilich, Luis Humberto Rosales y Pedro Valderrama para que sirviera como un foro alternativo para explorar y presentar diferentes propuestas de organizadores e invitados. La promoción se hizo con flyers diseñados por Valderrama y reproducidos en fotocopias. Los jueves por la tarde se abrían las puertas del Café Rave para exhibir cine, video y teatro experimental, escuchar música electrónica, pequeños conciertos, lecturas de poesía, exposiciones de dibujo y fotografía —como las de Ingrid Hernández e Yvonne Venegas. Algunos de los participantes y asistentes —hoy escritores, fotógrafos, editores, promotores culturales, artistas visuales y músicos— que asistieron —muchos de ellos creadores también de fanzines y miembros de Contracultura menor— del Café Rave son Fran Ilich, Sol-Ho, Luis Humberto Rosales, Eduardo Pajarito, Pedro Valderrama, Ingrid Hernández, Karla Martínez, Guillermo Echeveste, Ruso, Horacio Ortiz Villacorta, Aaron Krile, Claudia Morfín, Roberto Partida, Ixca López, Abraham Cabrera, Josué de la Rosa, Javier Guerra, Motta, Juan Pablo Abascal, Gustavo Pedrero, Marvin Durán, Leticia Baker, Gabriela Chollet y Sandra Equihua, entre varios más.
Al rememorar el papel que cumplió el Café Rave, además de subrayar algunos de sus aciertos y desaciertos, Fran Ilich escribe:
El Café Rave fue uno de los múltiples centros neurales del movimiento. Un café donde casi nunca había café. Se presentó mucho material escrito, una exposición del comic mexicano, una exposición de fotografías, tal vez dos de pintura, una obra que nunca se ensayó y una película sin diálogo. Claro, aparte de su cineclub y de grupos musicales que estaban destinados a no tener futuro. Pero algo surgía, una serie de adolescentes se reunían para hacer de las suyas: en letras, imágenes y energía. Pero la necesidad creativa es una necesidad continua y dinámica, no se puede quedar en un solo lugar durante mucho tiempo. Debe seguir [1996: 86].
Sol-Ho recuerda el sello romántico y hasta cierto punto naive que imprimió este espacio:
La gente que acudía ahí eran alumnos pertenecientes al taller [de música latinoamericana], otros alumnos de la preparatoria interesados en una realidad distinta de la que se vivía en la escuela y algunos colados y despistados que por azares del destino terminaron ahí. En el Café Rave participé aportando ideas. Lo más importante [del Café Rave] es esa especie de conexión imaginaria con lo que ocurría en otras partes del mundo entre el rave y el asunto de los coffee shops. Recordemos que en ese tiempo, en Tijuana, no sucedía nada. Y nosotros no podíamos darnos el lujo de permitir que en el mundo se desarrollara una vida y nosotros estuviéramos sumidos en esa ciudad, en esa Tijuana donde no pasaba NADA. Teníamos que hacer que ocurrieran cosas, para asimismo poder vivir. Mi opinión es que era algo demasiado romántico e incluso naive. Donde más importaba la intención de que algo sucediera que lo que realmente sucedía ahí. Quizá sólo el hecho de imprimirle un poco de romanticismo y la sensación de lograr un espacio de ficción en la vida de algunos estudiantes de una escuela. Y quizá el Café Rave sirvió como punto de partida para futuras generaciones.
Marvin Durán recalca el papel clave que tuvo el Café Rave para los asistentes y lo que acaso detonaría posteriormente en Tijuana, distintos espacios alternativos para las más diversas manifestaciones artísticas:
Café Rave se organizaba los días jueves por la tarde en el taller de música latinoamericana. Para mí el factor que unía a todos era el hambre por hacer algo nuevo, por innovar, por hacer cultura. Hoy en día [en Tijuana] hay demasiados grupitos y cada quien jala para su propio lado. Entonces no había tales diferencias. No digo que los movimientos nacieron en el Café Rave, pero sí creo que el espacio fungió como el Café de la Rosa en París, donde los intelectuales —y aspirantes a serlo— se reunían para compartir ideas. Fueron los primeros que tomaron con seriedad el tema de lanzar a Tijuana al resto del país. Que buscaron hacerlo por medio de impresiones y eventos formales, con orden y con una intención. Ellos empezaron a abrir la brecha que muchos de nosotros ampliamos más adelante.
Esto es sólo una breve recapitulación de dos de los actores —Contracultura menor y Café Rave— en este activo movimiento. Un primer capítulo de un libro cuyas páginas dispersas difícilmente podrán reunirse en un solo tomo, pues este acontecimiento tuvo un carácter anónimo. Pareciera que ésa fue su intención desde un principio, pues los diferentes grupúsculos que manufacturaron estos fanzines trabajaron casi de manera clandestina. Fue el despertar a la vida cultural para varios de ellos, un primer peldaño hacia otros aún por explorar. Correspondería, pues, a cada editor —o grupo— escribir su propio capítulo para así completar la crónica de los primeros años del movimiento de los fanzines de Tijuana antes de que el tiempo borre esas huellas. ®
Referencias bibliográficas
Fran Ilich [1996], “Frente Norte”, en Norte y Sur. Reflexiones frente a un tomate y otros ensayos, Tijuana: CECUT.
Marín, L. [1994], “Contra-cultura (menor) deja de existir”, en La tarde de Baja California, miércoles 11 de mayo.
Saavedra, R. [1996], “Malos tiempos en la lírica: el enredoso asunto de las fanzines”, en El Puente, núm. 2
_________ [2012], Border Pop, Tijuana: Gobierno de Baja California.
Trujillo Muñoz, Gabriel [1993], De diversa ralea, Tijuana: Editorial Entrelíneas.
_________ [2004], Mensajeros de Heliconia. Capítulos sueltos de las letras bajacalifornianas 1832-2004, Mexicali: UABC.