Feminismo heteropop, Madonna y reggaeton

Ya basta de tener que ser las malas feministas

La intransigencia frente a la heterosexualidad es lo que aleja a miles de mujeres del feminismo. A veces seguir en el feminismo pareciera una cuestión de resistencia y terquedad, porque en muchas ocasiones parece que el feminismo no nos quiere.

Madonna.

En mis redes una vez leí de una estudiante esta pregunta: “¿Hay alguna feminista heterosexual que valga la pena?” Sus contactos le decían que trágicamente no era posible y que el planteamiento era hasta un oxímoron. Finalmente tampoco era nuevo. Yo me atreví a sugerir tímidamente que Silvia Federici, pero pude haber dicho también Simone de Beauvoir, pero no pasaron la prueba: que si defiende el trabajo sexual, que su marxismo chafa, que si Calibán y la Bruja no es la gran cosa. Si Federici es cuestionada en su feminismo porque a su deseo lo llaman los varones, qué podemos esperar nosotras, simples mortales, que no hemos evolucionado en nuestra emancipación lo suficiente como para dejar de reproducir hijos varones y de compartir la cama y hasta la vida con estas criaturas de evidentemente tremendas limitaciones de origen.

Ya veo a los varoncitos lamiéndose los bigotes y frotándose las manos frente a lo que piensan será una defensa de los señores frente a las malvadas feministas, pero se equivocan, nada más fuera de mi interés. No defiendo la permanencia de los hombres en el feminismo sino de la heterosexualidad, porque es una característica irrenunciable para muchas mujeres, incluyéndome. Tampoco defiendo la heteronormatividad, pues creo junto con el feminismo queer que ontológicamente la heterosexualidad tiene la misma importancia que cualquiera otra identidad sexual. Estoy muy alineada al transfeminismo, pero con un énfasis analítico en la heterosexualidad como posición política feminista.

Defender la heterosexualidad en el feminismo no es fácil. Lynn Segal dice que las feministas heterosexuales hemos enfrentado tres obstáculos para ser reconocidas por el feminismo dominante en los últimos años: la masculinidad hegemónica que se basa en la persecución sexual de las mujeres, lo que deriva en miedo y horror a la intimidad y lo femenino; el silencio de las feministas heterosexuales para problematizar la sexualidad frente a esta realidad, y finalmente la postura de las radicales sexuales y movimientos políticos como el lesboterrorismo frente a la heterosexualidad. Recientemente “ha sido una tendencia poderosa del propio feminismo la que, desde la última década, ha hecho más por sobresimplificar la heterosexualidad amarrándola, inevitablemente, a la subordinación de las mujeres”, dice Segal.

No se necesita cambiar a la mitad de la humanidad para que las mujeres heterosexuales reivindiquemos una sexualidad empoderada y libre de subordinación, aun cuando evidente y afortunadamente incluye —horrorrrrr— la penetración.

Defender la heterosexualidad como posición política feminista no es fácil, y no porque las feministas odien a los hombres, como sostiene el discurso machista mainstream. En realidad tiene que ver con que los hombres no ayudan mucho para que las feministas aboguen por las relaciones erótico–emocionales con ellos: nunca es posible decir que sí, que en lo general hay más equidad en el placer y las relaciones de pareja, o que la violencia sexual ha disminuido. Vaya, que no se les quiere fuera del club de forma gratuita. Quienes disfrutamos de la intimidad con hombres querríamos que nos dieran más argumentos para legitimar su presencia y papel en la sexualidad femenina y el feminismo, pero en lo general y en lo sexual decepcionan bastante. Claro que hay hombres que se han dedicado a deconstruir la masculinidad hegemónica basados en los aportes académicos, otros que se han dedicado a escribir sobre la necesidad de la equidad en el placer sexual, y muchos que libran su propia lucha en los talleres de masculinidad sin violencia. Pero hay que reconocer que son una minoría.

No obstante, esto no excluye que las mujeres aboguemos por la legitimidad de la heterosexualidad en el feminismo, no como defensa de los varones sino como reafirmación de algo que es irrenunciable y en todo caso es placentero para un gran número de mujeres. No se necesita cambiar a la mitad de la humanidad para que las mujeres heterosexuales reivindiquemos una sexualidad empoderada y libre de subordinación, aun cuando evidente y afortunadamente incluye —horrorrrrr— la penetración.

En defensa del feminismo heteropop

En el artículo ya mencionado Lynn Segal dice que la sexualidad hetero siempre ha sido menospreciada si no es que ridiculizada en los estudios feministas. Dice que en investigaciones feministas muy tempranas surgió el dato de que sólo un tercio de las mujeres decía haber alcanzado el orgasmo por vía de la penetración, y esto fue tergiversado para decir después que la mayoría de las mujeres no disfrutaba en absoluto la penetración. Luego esta falacia fue la base para argumentaciones de que las mujeres inteligentes e independientes, en contacto consigo mismas, evitarían una sexualidad con penetración por ser “pasiva” y “autodestructiva”, en comparación con la sexualidad dirigida al clítoris, más “activa” y “autocontrolada”. Este desprecio se ve en el discurso feminista cuando en sus glosarios no hay definiciones de la palabra “vagina” y en la iconografía se le describe como un simple “canal de nacimiento”.

Sin ser una feminista intelectual —vaya, que no me dedico a la investigación o reflexión feminista académica—, me atrevo a decir que en el feminismo ha habido incontables feministas heterosexuales, entre las que destacan Federici y Beauvoir, pero no han podido poner al frente el tema de la sexualidad por la deuda que nos tienen los varones en términos de equidad, como ya se mencionó. No obstante, creo también que cuando algunas feministas se manifiestan por el trabajo sexual y la sexualidad como formas de empoderamiento o resistencia frente a su situación de subordinación son inmediatamente expulsadas del parnaso feminista. Es el caso de Marta Lamas, que ha analizado empáticamente el trabajo sexual y más recientemente ha cuestionado el discurso legal que reduce el acoso al hostigamiento sexual, y lo acusa de colocar a las mujeres en un lugar de victimización.

Lamas recalca que en la experiencia de muchas mujeres no todo el avance sexual de un hombre se percibe como violencia o es indeseado. El argumento de Lamas pone en la mesa lo que las feministas radicales se han negado ya no se diga a reconocer sino a discutir académicamente: el deseo y la sexualidad proactiva de las mujeres heterosexuales. Decir que cualquier avance sexual —entre pares, sin asimetrías de poder— es acoso significa infantilizar, minimizar y despreciar la forma en que las mujeres heterosexuales negocian la seducción con los varones. Este argumento no es para desmentir a las víctimas de acoso sino para poner en la mesa el hecho de que no todo acercamiento sexual es acoso, y que la subjetividad es importante, que el decir de las mujeres es fundamental para denunciarlo o para reivindicar su deseo aun cuando de él hayan obtenido un beneficio —como los casos de las actrices que se acuestan con productores—. En ocasiones se hace pasar el acoso por moral y conservadurismo. No es casual, ejemplifica Lamas, que en las campañas de las feministas de la dominación contra la pornografía y la prostitución hayan encontrado un aliado en las sectas religiosas más conservadoras de Estados Unidos.

Por otra parte, algunos temas del llamado neofeminismo, como la reafirmación de papeles establecidos por la heteronormatividad, son rechazados de inmediato. No es que esté de acuerdo en los postulados de ninguno de estos movimientos, pero sí creo que el linchamiento inmediato a temas sociales que inquietan a las mujeres heterosexuales no permite poner en la mesa el tema del sexo heterosexual y la serie de negociaciones individuales que eso implica para muchas mujeres, que van desde lo familiar hasta la proyección de una femineidad considerada heteronormada —maquillaje y vestidos— que algunas mujeres disfrutamos y que en el caso de una posición feminista es independiente de las presiones de la pareja. Pareciera que para el feminismo lo importante no es que las mujeres encuentren empoderamiento y autonomía, sino que la sociedad de producción del discurso feminista las apruebe y cumplan con el programa político de su metanarrativa emancipadora, que entre muchas otras cosas incluye liberar a todas las mujeres del capitalismo y erradicar cualquier relación con los hombres —incluyendo a las mujeres trans— porque como en el capitalismo, en el patriarcado no existe afuera ni gente buena. Podría asegurar que esta intransigencia frente a la heterosexualidad y su agenda —desde el sexo mismo hasta las implicaciones individuales de su erotismo— es lo que aleja a miles de mujeres del feminismo. A veces seguir en el feminismo pareciera una cuestión de resistencia y terquedad, porque en muchas ocasiones parece que el feminismo no nos quiere.

Decir que cualquier avance sexual —entre pares, sin asimetrías de poder— es acoso significa infantilizar, minimizar y despreciar la forma en que las mujeres heterosexuales negocian la seducción con los varones.

Me parece que el discurso heterofeminista no ha evolucionado en la defensa de la sexualidad porque la descalificación y el linchamiento no deja que madure como discurso en su propio derecho, pero hay un sector de mujeres empoderadas que no necesitan la aprobación de la sociedad del discurso —el feminismo a través de la publicación de libros y artículos académicos— para poder erigirse como poderosas feministas heterosexuales. Éstas son por supuesto las celebridades, las exponentes de la cultura pop, las malas feministas, las feministas neoliberales, las que actúan según la filosofía de Sex & The City. Por ello es que sus discursos me parecen el mejor lugar para construir lo que quiero proponer: un feminismo heteropop. Éste, como se verá en el análisis del discurso feminista de las celebridades y géneros pop, radica en tener una posición crítica y de cambio frente al patriarcado, sin renunciar a una parte importante de lo que nos constituye como mujeres: la heterosexualidad. Para ello tomaré dos ejemplos: el discurso de Madonna (que podría sumar mucho del discurso que esgrimen otras estrellas blancas como Emma Watson; aunque dejaría fuera a Beyoncé, Alicia Keys y Rihanna, quienes además de conformar el canon de la heteronormatividad deben jugar la carta de “negra sexy”) y el reggaeton de mujeres.

Madonna, sobre tener algo duro entre las piernas y ser mala feminista

En 2016 Madonna recibió el premio a la Mujer del Año durante la entrega de los Billboard Women In Music Award y pronunció un poderoso discurso sobre lo que es ser mujer en la industria musical. Claro que fue un discurso desde donde ella puede hablar —mujer blanca y de alto ingreso— que puede ser descalificado por la interseccionalidad, pero lo que me gustaría resaltar es su experiencia como mujer que se define a sí misma como heterosexual. Madonna ha sido reconocida por experimentar con su sexualidad, y el género nunca le ha parecido un obstáculo, pero al comenzar su discurso hizo un statement heterosexual muy poderoso: se paró con las piernas abiertas y se colocó el tripié del micrófono frente a sí, tocando su entrepierna y espetando sardónica y en abierto reto al escándalo: “Siempre me siento mejor teniendo algo duro entre las piernas”.

Acto seguido, Madonna describió el juego al que deben entrar las mujeres en la industria musical de Estados Unidos:

Se te permite ser bonita y linda y sexy, pero no demuestres ser muy inteligente. No tengas una opinión o no tengas una que esté fuera de línea del status quo. Se te permite ser escrutada por los hombres y vestirte como una puta, pero no seas dueña de tu propio “puterío”. Y no compartas, repito, no compartas tus propias fantasías sexuales con el mundo. Sé lo que los hombres quieren que seas pero, lo que es más importante, sé lo que las mujeres quieren que seas para que se sientan cómodas cuando estás cerca de otros hombres. Y, por último, no envejezcas, porque envejecer es un pecado. Serás criticada y vilipendiada y no se te escuchará en la radio.

Madonna habló de lo que afecta a todas las mujeres: la sexualización de los cuerpos y la cosificación de las mujeres jóvenes, que implica renunciar a la propia voz, reprimir la expresión del deseo sexual mientras se le exige ser un símbolo sexual, apaciguar con el matrimonio la desconfianza de otras mujeres, y, sobre todo, retirarse al envejecer. Los hombres están exentos de ese juego, claro está. Ellos podían expresar una sexualidad andrógina sin ser cocinados en leña verde, como Prince o Bowie. Dice Madonna que fue llamada “puta” y su cuerpo y vida sexual fueron la comidilla de la industria porque se atrevió a hablar de ellos. Aun así, insistió en no esconderse, enfrentó el aparato heteronormativo de la industria musical estadounidense. Pero eso no fue una atenuante frente al duro juicio del feminismo que no hace matices cuando se trata de condenar estas paradojas a las que está expuesta una mujer heterosexual en una industria machista y poderosa: “Camille Paglia, la famosa escritora feminista, dijo que yo hacía retroceder a las mujeres al exponerme sexualmente. Y pensé: ‘si eres feminista, no tienes sexualidad, la niegas’. Y dije: ‘Que se jodan. Soy una feminista diferente, soy una mala feminista’. La gente dice que soy muy controvertida, pero creo que lo más provocador que he hecho es mantenerme firme”.

Madonna tuvo toda la razón. Desde la aceptación y reconocimiento de su sexualidad hizo una prescripción que no difiere mucho de las prescripciones de feminismos que abogan por la sororidad y la promoción de la colectividad de mujeres. Dijo:

Lo que quiero decir a todas las mujeres que están aquí hoy es esto: Las mujeres han estado tan oprimidas durante tanto tiempo que creen lo que los hombres dicen de ellas. Creen que tienen que apoyar a un hombre para que haga el trabajo. Y hay algunos buenos hombres a los que merece la pena apoyar, pero no porque sean hombres, sino porque se lo merecen. Como mujeres, tenemos que empezar a apreciar nuestra valía personal y la de todas. Tenemos que buscar mujeres fuertes para hacernos sus amigas, para unirnos a ellas, para aprender de ellas, para que nos inspiren, para colaborar, para apoyarlas y para que nos iluminen.

El feminismo lírico de Madonna, surgido desde la resistencia heterosexual frente a la heteronormatividad, es una posición política feminista, no me queda la menor duda. No contiene la metanarrativa de cambio —ej. el derrumbe del patriarcado— pero encierra una resistencia que va más allá de lo individual porque de la experiencia y su lugar privilegiado como celebridad —que es hasta más poderoso que el lugar de enunciación de la academia o la política— prescribe sobre empoderamiento, autonomía y ejercicio rebelde de la heterosexualidad. En todo caso hay más mujeres que escucharán el discurso de Madonna de las que leerán a Butler.

El reggaeton y el dispositivo de la sexualidad

Está muy de moda manifestarse contra el mal gusto del género musical del reggaeton. Ya expresé en otro artículo que escribí con Jorge Rueda que la crítica a este género abiertamente sexual está plagada de falacias, que un prejuicio sobre la sexualidad esconde un prejuicio de clase. Recientemente a raíz de mis clases he reflexionado que en realidad es lo contrario: un prejuicio de clase esconde lo real: la negación de la sexualidad de las mujeres. No lo digo yo, lo dice Michel Foucault. En lo que denominó el dispositivo de la sexualidad —el conjunto de discursos usados para reprimir y controlar la sexualidad— el filósofo francés estableció que la represión de la sexualidad no fue usada para controlar los cuerpos del proletariado y las clases populares para evitar que el placer interfiriera en la maximización de la producción económica. No. La represión fue un invento de la burguesía que se impuso a sí misma para regular la raza de su estirpe. Reprimir la sexualidad permitía conservar la blancura de la burguesía porque el sexo se reducía a su función biológico–reproductiva, los señores buscaban sexo por placer fuera del dispositivo de alianzas, pero al dejar a las mujeres en la casa garantizaban que sus descendientes lo fueran de sangre. El pudor impuesto a las mujeres tenía el fin de que éstas no cayeran en la tentación de expresar su sexualidad fuera de los dispositivos de alianza, en particular el matrimonio.

La crítica al reggaeton es el inconsciente de clase hablando por las buenas conciencias que dicen que el reggaeton es odioso porque cosifica a las mujeres, pero el argumento de fondo es uno de raza y clase que va dirigido a lo que es muy evidente en ese género: el deseo sexual. No hay nada de más mal gusto que mujeres diciendo que sí al sexo. Es la represión clasista del deseo. Pero a este control, otra vez, se han impuesto las mujeres heterosexuales y cantan sobre ello. No hablaré aquí del reggaeton lésbico, que lo hay y que referimos en el artículo citado arriba, sino el heterosexual de Becky G y Karol G, quienes no sólo hablan cómodamente de su sexualidad sino que expresan su deseo por el hombre al que le cantan, desde una posición de control y autonomía, nada que ver con la posición “pasiva” o subordinada que según el feminismo antihetero es intrínseca al sexo con penetración.

No hay nada de más mal gusto que mujeres diciendo que sí al sexo. Es la represión clasista del deseo. Pero a este control, otra vez, se han impuesto las mujeres heterosexuales y cantan sobre ello.

En “Sin pijama”, Becky G propone: “Si no hay teatro deja el drama/ enciéndeme la llama/ como yo vine al mundo, ese es mi mejor pijama/ Hoy hay toque de queda/ seré tuya hasta la mañana/ La pasamos romantic/ sin piloto automatic/ botamos el manual, ’tamos viajando en cannabis/ Siempre he sido una dama (una gyal)/ pero soy una perra en la cama”. Esta actitud proactiva en la búsqueda de sexo es aun más clara en “Mi cama”, de Karol G, quien le da un twist a las letras “ardidas” de la infidelidad. No sólo le dice al susodicho que no lo quiere de vuelta, sino que desde que está solo su cama “suena y suena”: “Que desde que no estás me sobran las vacantes/ Mi cama suena, y tu recuerdo se va/ Pensaste que entré en depresión/ y yo viviendo pena/ Se enteró que estaba sola y me estalló el Instagram/ Ahí vi un DM que escribió Benzema”.

El deseo sexual expresado en la música de estas artistas no es explícitamente feminista como de alguna forma lo es el discurso, la música y la estética e iconografía que ha manejado Madonna a lo largo de su carrera. Sin embargo, en la expresión abierta de una heterosexualidad proactiva y empoderada es posible decir que hay una rebeldía tan sexual como de clase. Estas cantantes poco a poco se están colocando en el mainstream del género, junto a estrellas reggaetoneras tan famosas como machistas —Maluma y J Balvin, por mencionar algunos—, lo que yo interpreto como un statement feminista que habla —ahora sí— a mujeres tanto de clases populares como medias, a aquellas que disfrutan de la sexualidad implícita en la cadencia y las letras del género.

Para resumir, el feminismo heteropop no difiere mucho de otros feminismos contemporáneos en su causa por la colectividad, la sororidad, la lucha contra la homofobia/lesbofobia/transfobia, oposición a la violencia sexual y sexista, y en general contra el heteropatriarcado. Su particularidad es que reivindica la heterosexualidad como una identidad política del feminismo —tan legítima como aquellas que se reafirman como lesbianas o transexuales— y que debido a la renuncia de la academia a problematizarla, se construye con el discurso popular de mujeres heterosexuales, de diversas clases sociales, que han hecho de su sexualidad un momento de goce pero también de reafirmación. Ya basta de tener que ser las malas feministas. ®

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Publicado en: Ensayo

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