Está bien que sepan que lo único que me interesa en el futbol son básicamente dos cosas: la primera es que gane el FC Barcelona (el club de mi niñez y de mis revivals afectivos ya que es de lo poco que me une simbólicamente a mi tierra natal); la segunda, que pierda el Real Madrid, el odiado rival que representaba en ese entonces al imperio franquista y obviamente los que recibían los favores arbitrales para que ganaran casi todo.
Hasta el día de hoy la combinación de esos dos factores, victoria culé y ridículo merengue, me pone inmensamente feliz, mejora mi vida sexual y alegra mis semanas.
Hablando de esa rivalidad eterna, ya secular, concluyo que lo más grande de Leonel Messi, el mejor jugador del mundo en la actualidad, radica en que juega en el Barcelona. De nuevo para la fortuna de todos los aficionados al Barça y para desdicha de los madridistas que gracias o por culpa de los malabares marcianos de la pulga han pasado otras dos temporadas más en blanco que su uniforme de gala (por eso les llaman merengues).
Todo lo demás referente al futbol me parece anecdótico o trivial y no puedo ver un partido entero de ningún equipo o selección, por mucho que se jueguen. La liga inglesa, la italiana, la alemana, turca o portuguesa me producen menos emoción que un taco de chicharrón expuesto al sol sobre la calle Monterrey a su paso por Campeche —en la colonia Roma chilanga. Ni qué decir de la liga mexicana, un cúmulo de despropósitos y mafias encubiertas que se aprovechan del fervor popular y la algarabía coronatoria que da tener dos campeones en un año, y de contar con delanteros centro importados de alguna barata subtropical que funcionan igual de bien con un agujero de bala en el cerebro (mi teoría al respecto es que los futbolistas esconden la materia gris en los meniscos o en alguna otra parte recóndita de su musculosa anatomía).
Así las cosas, la cervecería la Villa de Sarría, en la emblemática Roma Sur, se ha convertido en el campo de batalla de mis pasiones panboleras, puesto que como tienen Sky, pasan los partidos en tiempo real y lo más mejor y superlativo es que lo pasan a la hora de la botana, gozando particularmente los partidos de la Champions League, a la que el Barça últimamente se ha convertido en asiduo semifinalista y en la anterior edición campeón, que comienzan religiosamente a las 1.45 con puntualidad y rigor suizos, que para eso ahí se resguarda de los hinchas enloquecidos la Federación Internacional del Futbol. Justo a tiempo para degustar la primera chela y a mitad del primer juego empezar a entrarle a la botana que Fidel o el Tío esmeradamente han preparado a lo largo de la mañana e incluso a veces desde el día anterior. Pero ya saben, lo del esmero en la preparación de la botana es igual que en el futbol, no siempre se refleja en el resultado.
“Agua mi niño”, de la rola del tri de Álex Lora, es el grito de guerra de la cantina. La emoción del futbol que muchas veces comparto con mi amiga T., otra ferviente fan del Barça, se mezcla con la locura desatada de los comensales cuando alguien programa esa canción en la rockola. Cosa que sucede dos o tres veces en el lapso de una hora en los momentos más celebrativos de la cervecería.
En esa cantinucha tapizada con banderines y posters con formaciones y trofeos de latón de las águilas del América, donde también hay una fracción de la clientela que le va a los Pumas de la UNAM, vi el partido que le daba el pase a semifinales de la actual Champions al Barça frente al Arsenal, que se fue a Londres goleado con 4 tantos de Messi, de los pocos jugadores que han conseguido un póker de ases en un partido de esa competición.
Mi gozo ese día fue indescriptible. Si bien todo estaba de cara para el pase a semifinales, el Arsenal se presentó en el Nou Camp con bajas importantes, en el futbol las sorpresas nunca se descartan. Empecé a ver el partido con nerviosismo y con una bola de cerveza oscura. A la que llegó el primer gol me relajé y pedí otra bola oscura. A la que llegó el segundo se desató la euforia colectiva de todas mis personalidades y nacionalismos y empecé a brincar y a jalear a Messi, y a nacionalizarlo catalán, en cada una de sus apariciones y gritar que amaba a ese tipo y que si algún día me tatúo el nombre de un güey, sin duda será el de la pulga.
Oh, qué delirio de felicidad rebosante y espumeante de bolas oscuras. El pase a semifinales parece estar asegurado y lo que queda del partido una fiesta y exhibición de juego de uno de los equipos que precisamente mejor tocan la pelota. Otra bola de cerveza oscura y ante el tercer gol de Messi, hat-trick!, mi euforia se dispara y mi amor por Leonel Messi se torna descomunal y desbordante, y empiezo a gritar que Messi es divino, un ser sobrenatural, una maravilla, que lo amaba, y hasta les enseñé a todos los comensales el lugar donde me iba a tatuar LA PULGA en colores blaugrana y en ésas que el gran Messi remata su estelar partido metiendo el cuarto gol y entonces mi alegría y mi amor y admiración y pasmo cósmico ante la belleza se desbordaron definitivamente y empecé a gritar que a Messi lo amaba tanto que le mamaría la verga, ante la sorpresa de los cantineros y el Tío que se me quedaron viendo un par de segundos y me dijeron con cara de fuchis: No mames, güey (valga la redundancia o el oximorón o lo que sea que sea esa figura), y loco de euforia y amor verdadero les dije que sí, que se la mamaría, se la mamaría, se la mamaría y que por supuesto que en mi vida me he comido y metido cosas peores en la boca que la verga de Messi, y muchas de ellas precisamente a la hora de la botana en esa cantina. ®
Jorge
Jajajaja.
Es usted grande mi estimado Bonet, casi tanto como Messi… aunque yo no se la mamaría a ninguno de los dos.
Abrasivos