Larga vida tuvo el poeta que se asumió como hijo del silencio. Aquel que desde su humilde infancia entre mineros supo que hay que silabear y hay que entender lo que es lo vocal para deletrear este mundo que lo vio nacer en Chile en el lejano 1917. Su poesía fue premiada en múltiples ocasiones porque, en demasiados momentos, imantó almas y corazones hacia su trémula palabra.
Inflexible y puntual como un verdugo inglés, donde quiera que estuviera, Gonzalo Rojas bebía un whiskey al filo del mediodía. Así ocurría todos los días, desde hacía muchos muchos años porque el poeta chileno, además del don de la palabra, poseía la sabiduría que brinda una larga y saludable vida.
Por eso no era nada quejumbroso y caminaba muchísimo, recuerda Armando Alanís Pulido, poeta regiomontano que fue su guía en todas las visitas que hizo el vate a Monterrey, desde el año 2000 hasta su última estancia en 2007, cuando impartió una cátedra en el Tecnológico y dio una lectura pública en el Museo de Arte Contemporáneo, gracias al mecenazgo de Janet Clariond.
El Premio Cervantes 2003 no ocultaba su entusiasmo por “la imantación” que ejercía Monterrey en él. Porque había conocido a Alfonso Reyes en 1959, pocos meses antes de su muerte, el chileno sentía una deuda con la ciudad y sus escritores.
Por eso le agradaba tanto tener a Armando Alanís Pulido por Virgilio. Y no fueron pocos los whiskeys que compartieron, generalmente en el bar 1900 del Hotel Ancira, debajo de sus emplomados vitrales, entre porfirianos aires y chácharas de hombres negocios y esos políticos que se les parecen tanto, en la riqueza, en el espanto.
En uno de esos tantos crujires de hielos, Armando escribió un poema en su honor que llamó, con acierto, “Quien grita cautela”:
Ahí estaba el viejo amigo con su capital desbordante,
nadie habló de dinero, es con-ver-sa-ción
y yo muy humanístico —sí como no—
ávido eso sí, jugando en el tablero relampagueante de la literatura
resisto la hipnosis
me hago el valiente, y pienso ligeramente en la pasión del lector.
Mira niño, búscate una vida de 70 años
porque la vida comienza a los 70, me lo dijo Matta y vive 10, yo tengo 20
no hubo bulla ni fanfarrias
lo celebré con una sonrisa que denotó mi miedo
¿qué digo qué hago qué escribo?
ya sé —le dije— besemos a las piedras
entonces la conversación se tornó infinita.
Como poeta, decía siempre don Gonzalo a todo aquel que quisiera escucharlo, tengo sentido del rigor y de la imaginación en todo su despliegue. Así es como se conservaba más o menos fresco, más que menos. —Hay un poemita mío que anda por ahí y que se llama 80 veces nadie. Esa palabra, nadie, es la que más me ha maravillado en mi existencia. Siempre he tratado de descubrir más y más lo que significa, porque nadie es mucho más que decir abolición del yo. El maestro Jorge Luis Borges, que era tan grande, hablaba demasiado, para mi gusto, acerca de abolir el yo. Cuando se habla demasiado de algo se termina por abolir nada. Prefiero ese nadie oscuro, oculto, esa especie de enigma mayor. Esa figura ya viene desde Homero cuando, en La Odisea, dice: “Nadie me ha herido”, y Paul Celan sostiene: “Alabado seas nadie”. Eso me encanta.
Quizás por ello se consideraba un hijo del silencio.
Como poeta, decía siempre don Gonzalo a todo aquel que quisiera escucharlo, tengo sentido del rigor y de la imaginación en todo su despliegue. Así es como se conservaba más o menos fresco, más que menos.
—Soy un animal, aunque parezca sensualote o, por lo menos concupiscente, lo cual no niego, que está vuelto hacia el balbuceo de lo que no sé, por lo tanto amo el silencio. Si bien es cierto que la poesía se hace con palabras, la poesía se hace también con el silencio. Y el que no sabe entrar en el “callamiento”, inventemos de buena vez la palabra, no tiene derecho a nada en poesía, porque se convierte en un fosfórico señor verbaliento y verbaloso, bastante inútil por cierto. Hay que saber medir el juego y hay que saber callar, hay que silabear y hay que entender lo que es lo vocal, lo que es la cromatización de las vocales, tal y como pensaba Arthur Rimbaud, quien le daba colores a cada una las vocales. El silencio guarda relación con la dimensión fónica de la palabra, no con la vertiente semántica, pero es tan poderoso que modifica el sentido de cualquier palabra. Lo que a mí más me importa es jugar con la palabra, desde el secreteo verbal y el balbuceo, desde el misterio mismo.
Por eso, Poeta, en la hora de tu partida, el lunes 25 de abril de 2011, te seguimos escuchando cuando sopla el viento, cuando la luz mengua, ante la coraza de estrellas y el sin descanso de las olas.
Hijo de minero
A las entrañas de la fiera tierra se lanzaba el padre de Gonzalo Rojas. “Minero inmortal” que murió a los 37 años dejando huérfanos a ocho niños en Lebú, Chile. Juan Antonio Rojas es todavía visitado por el séptimo de sus hijos que se volvió poeta y que con pasos o palabras recorre túneles abiertos a fuerza de sangre. Su infancia “azotada por la intemperie y la crueldad de lo difícil” se yergue desafiante desde el 20 de diciembre de 1917, a pesar de estar lejos de sus hermanos en un internado de Concepción, donde aprenderá a leer.
A finales de los años cuarenta, en Santiago de Chile, Rojas inicia estudios de Derecho después de formar parte del grupo Mandrágora. Su primer libro de poemas, La miseria del hombre, se publica en 1948 en Valparaíso, y al que se unirán Contra la muerte, Qué se ama cuando se ama, Oscuro, Del relámpago, El alumbrado, Materia de testamento, Desocupado lector, entre otros. A partir de aquel año, lo erótico, lo social, el hombre y su miseria se fundirán en su obra.
Consejero Cultural en China durante el gobierno de Salvador Allende, el poeta se verá hundido en la errancia del exilio después del golpe militar que derroca a Allende en 1973. Cuba, Alemania, Venezuela y México se convierten en residencias transitorias. En 1991 el Fondo de Cultura reúne sus poemas bajo el nombre de Antología del aire. Un año después, en medio de la celebración del V Centenario del Encuentro entre Dos Mundos, recibe el primer Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y el Premio Nacional de Literatura de Chile. En noviembre de 1997 su obra inaugura otro galardón más. Se trata del primer Premio José Hernández que otorga Argentina. Al collar de galardones se sumarán los premios Octavio Paz y Cervantes. Ahora, con su muerte, se une a ese olimpo de autores. ®