En la Antigüedad europea y del Medio y Lejano Oriente, además de la India, los eclipses y otros fenómenos astronómicos eran interpretados como señales de los dioses, apuntalando las religiones antes que el conocimiento científico.
El registró más antiguo de un eclipse se dio en China, 500 años antes que cualquiera en Mesopotamia o Egipto; probablemente ocurrido el 22 de octubre del 2134 a.C.,[1] el primer día del último mes del otoño, sobre una región del cielo llamada Fang, entre las actuales constelaciones del Libra y Escorpión. Dos astrónomos reales, de nombre Ho y Hi, fueron colgados hasta morir porque no se percataron —y, por ende, no registraron— lo que ocurrió en los cielos; según algunas versiones, los astrónomos estaban borrachos en esos momentos.
De todos los fenómenos astronómicos —cometas, conjunciones planetarias, estrellas fugaces, auroras, supernovas, alineaciones, ocultaciones—, los más importantes eran los eclipses. El astrónomo debía vigilar y registrar los movimientos de los astros. La información se manejaba con tanto celo y secreto que el observatorio real estaba dentro de la Ciudad Prohibida. Los astrónomos y sus subordinados tenían terminantemente prohibido cualquier relación con gente de otras áreas gubernamentales, e inclusive con gente común. Cualquier desobediencia era tomada como traición. Entre los registros de eclipses solares en la Antigüedad los chinos son los más viejos y numerosos.

Cada parte del imperio —no sólo geográficamente, sino administrativamente, incluyendo a la familia real— estaba representada o tenía una contraparte en el cielo. Además de registrarlos, había que interpretar los movimientos de los astros. Para ello los astrónomos se auxiliaban de otros métodos, como leer las líneas en las palmas de las manos o las frentes, las formas que dibujaban los lunares en las personas, los asientos en las tazas de té, las vísceras o los huesos de animales, llamados huesos oraculares, y en especial los caparazones de tortugas, omóplatos y cornamentas.
Los eclipses eran emisarios de crisis y catástrofes para el emperador, hijo del Cielo y la Tierra, y para su imperio. Un registro hecho entre los siglos XX al XVII a.C. sobre un eclipse probablemente del 29 de abril de 2072 a.C. —principios de la dinastía Xia— dice que tres tribus Miao se rebelaron contra el rey y el cielo ordenó que fueran exterminadas. Además, llovió sangre durante tres mañanas, un dragón apareció dentro de un templo, los perros aullaron en los mercados, hubo inundaciones en verano, la tierra se abrió hasta que brotó agua de ella y los granos cambiaron.
En las mitologías puranas y védicas del hinduismo los nodos estaban representados por dos creaturas, demonios o planetas oscuros hechos de sombras llamados Rahu o Raju y Ketu. Ellos, de vez en cuando, se acercaban al Sol o a la Luna para comérselos y ocasionaban los eclipses.
Los eclipses ocurren cuando la Luna, en su órbita alrededor de la Tierra, corta el plano eclíptico, el plano que contiene la trayectoria de la Tierra alrededor del Sol o el camino del Sol por el cielo. Por este hecho las palabras eclipse y eclíptica tienen la misma raíz.
En el mundo antiguo se creía que los eclipses se daban cuando un dragón —que vivía o se escondía en los nodos lunares— se comía al Sol. Esta imagen recorrió varias culturas hasta convertirse con el tiempo en símbolo de los nodos: la cabeza del dragón es el nodo ascendente y la cola del dragón es el nodo descendente. En las mitologías puranas y védicas del hinduismo los nodos estaban representados por dos creaturas, demonios o planetas oscuros hechos de sombras llamados Rahu o Raju y Ketu. Ellos, de vez en cuando, se acercaban al Sol o a la Luna para comérselos y ocasionaban los eclipses.

Raju y Ketú originalmente formaban un solo demonio llamado Svarbhanu. Éste y otros demonios robaron a los dioses el néctar de la inmortalidad o amrita. Para recuperarlo, Vishnú tomó la forma de una mujer muy atractiva y seductora, capaz de enloquecer a cualquiera, llamada Mojini o Mohini. Ella se presentó ante los demonios y empezó un baile muy provocador y sensual, que de inmediato captó su atención. Sus movimientos lograron ponerlos en una especie de trance, que aprovechó para recuperar el néctar, o amrita, y llevarlo de nuevo a los dioses. Éstos se formaron para recibir el néctar de la inmortalidad de manos de Mojini. Pero el demonio Svarbhanu había sido testigo de la artimaña de Vishnú–Mojini, y para tener una parte del néctar se formó junto a los dioses. Justo después de probar un poco fue descubierto por Mojini, quien lo decapitó. Sin embargo, se mantuvo vivo por las pocas gotas de néctar previamente bebidas.

La cabeza de Svarbhanu se convirtió en Rahu y su cuerpo en Ketu, y ambos formaron parte de los nueve navagrahas o planetas: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, el Sol, la Luna y los dos nodos. Rahu y Ketu se tornaron enemigos del Sol y la Luna y, cada vez que se los comen, causan un eclipse; aunque es sólo por un momento, porque el Sol o la Luna siempre logran salir por el otro extremo.

Durante la Edad Media parte de estas ideas hinduistas se incorporaron al mundo árabe y fueron mezcladas con la mitología griega, en especial con relatos de dragones. Éstos representaban una prueba, un problema, un obstáculo o un enemigo a vencer. Carentes de una diferenciación clara, los dragones eran mezclas caóticas de varias creaturas, siempre custodiando algo preciado que, para obtenerlo, había que eliminarlos. Hércules mató al dragón Ladón y recurrió a Atlas para obtener las manzanas de las Hespérides. Jasón, con la ayuda de Medea, consiguió el vellocino de oro, que era custodiado por otro dragón que no dormía. Perseo, con la cabeza de Medusa, convirtió al Ceto en piedra para liberar a Andrómeda y casarse con ella. La historia de san Jorge y el Dragón tiene su origen en estos mitos.

La cultura y la cosmología árabe fusionaron a Rahu y Ketu en un ser llamado Al–Tinnin o Al Jawzahr, o “el Dragón”, y la enriquecieron con la herencia griega. El resultado fue un cielo por donde circulaban siete planetas y un dragón de oscuridad, dividido en cabeza y cola, que vivía en la Luna. Europa —que lentamente redescubrió a Grecia a través de las traducciones árabes, primero en la Edad Media y finalmente en el Renacimiento— heredó muchas de sus estructuras y cosmovisiones.

Las obras de Pedro Apiano, o Peter Bienewitz (Leisnig, Sajonia) son un excelente ejemplo. Astrónomo, impresor y profesor de matemáticas de la Universidad en Ingolstadt, Alemania, sus primeros trabajos incorporaron nombres y características árabes, en especial de las tribus beduinas. En Cosmographicus Liber o Cosmographia (1524) y Horoscopion Generale (1533), Pedro Apiano mostró a la actual Osa Menor como una mujer mayor con tres doncellas —que bien podrían ser Venus y las Tres Gracias, ya que las presenta desnudas—. La actual constelación de Draco está formada por cuatro camellos, y a Cefeo lo dibuja como un pastor con su rebaño y su perro; al Boyero lo describe conduciendo a tres perros; a la Osa Mayor como una carreta jalada por tres caballos con el conductor montado en medio. Éstas fueron las únicas obras astronómicas de la Europa Renacentista que incorporaron las tradiciones beduinas[2].

En 1540 Pedro Apiano publicó su obra cumbre, en que la ciencia y el arte quedaron unidos: Astronomicum Caesareum o la Astronomía de los Césares. Hecha expresamente para Carlos V (Carlos I de España) y su hermano Fernando I, de Habsburgo, emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico, le tomó ocho años escribirla, diseñar e ilustrar el trabajo. Su hermano, Jorge Apiano, ayudó en su impresión y Michael Ostendorfer (Ostendorf, Alemania, c. 1490–1559) en los diseños artísticos. Pedro Apiano tomo como base el almagesto de Ptolomeo,[3] y en El Libro de las Estrellas Fijas, del astrónomo persa Abd al–Rahman Al–Sufí (Ray, Irán, 903–986). Introdujo o mantuvo muchas de las ideas astronómicas árabes en Europa, como la representación árabe del Boyero con sus tres perros o los nombres árabes para nombrar algunas estrellas en lugar de los números utilizados por Alberto Durero (Núremberg, Alemania, 1471–1528). Sin embargo, de este último tuvo una clara influencia en el arte. Ésta se aprecia en las constelaciones del planisferio cuyo estilo se asemeja, de forma casi idéntica, a los planisferios realizados por Durero en 1515.[4]

Para evitar las complicadas operaciones matemáticas a sus lectores, Astronomicum Caesareum contó, entre sus 55 páginas dobles o folios, con 36 grabados y 21 volvelles o ruedas de papel movibles —coloreadas a mano por el mismo Pedro Apiano—, que al deslizarse unas respecto de otras y auxiliándose de hilos con perlas en sus extremos, calculaban en el tiempo la posición de los planetas, las fases de la luna, los eclipses solares y lunares. Además, incluyó las observaciones del cometa Halley en su tránsito de 1533.
El elemento árabe más importante en el Astronomicum Caesareum fue el dragón símbolo de los nodos lunares. La imagen se incluyó en el frontispicio de la obra y al interior, en tres de los volvelles para calcular las fases y la posición de los nodos con respecto al tiempo. Se produjeron cien copias de esta obra, acabando muchas de ellas en las cortes europeas, como la de Enrique VIII en Inglaterra.

La magnitud de esta obra, la más importante obra geocéntrica del Renacimiento, le valió a Pedro Apiano un título nobiliario, y las críticas de algunos astrónomos heliocéntricos, como Georg Joachim Rheticus, discípulo de Copérnico, quien la consideró “el arte de hilos”, o Johannes Kepler, que, al ver la obra esclavizada a un sistema falso, comentó: “¿Quién me dará un torrente de lágrimas para admirar el triste esfuerzo de Apiano, que, confiado en Ptolomeo, ha desperdiciado tantas horas fabricando enredados laberintos y entrelazando vueltas?”[5] ®
Continuará.
Lee la primera parte aquí.
[1] El registro se realizó cerca de 200 años después del eclipse mencionado, por lo que no hay una certeza absoluta, ya que varios eclipses fueron visibles en China durante ese periodo. La mayoría de los historiadores concuerdan con la fecha antes propuesta.
[2] En la edición de 1529 del Cosmographicus Liber la Osa Mayor cambió a la forma actual. En las publicaciones de 1540 (Astronomicum Caesareum), sólo quedaría la forma del Boyero con los tres perros.
[3] Utilizo la traducción hecha en 1175 por Gerardo de Cremona (Cremona, Italia, 1114–1187), conocido por sus más de ochenta obras de medicina, astronomía y matemáticas traducidas del árabe al latín.
[4] Tanto Alberto Durero como Pedro Apiano trabajaron desde 1521 en las cortes del Carlos V, emperador de Sacro Imperio Romano Germánico.
[5] William Poole y Daniel Fried, New College Notes 12, núm. 5 (2019), University of Oxford, ISSN 2517–6935; Astronomía Nova, 1609, Johannes Kepler.
