En la Antigüedad europea y del Medio y Lejano Oriente, además de la India, los eclipses y otros fenómenos astronómicos eran interpretados como señales de los dioses, apuntalando las religiones antes que el conocimiento científico.
En los capítulos VII y VIII de Historias (430 a.C) Heródoto de Halicarnaso escribió sobre otro eclipse durante las Guerras Médicas entre Grecia y Persia. Se acercaba la primavera del año 480 a.C. y Jerjes I el Grande[1] de nuevo intentaba conquistar Grecia. Ordenó a su ejército de tierra marchar desde Sardes hasta Abidos, para desde ahí invadir Europa cruzando el Helesponto. Sus naves seguirían a su ejército bordeando la península de Anatolia. Supuestamente el día que sus ejércitos iniciaron la marcha, aunque no había presencia de nubes, el Sol súbitamente desapareció y el cielo se oscureció. El acto fue interpretado como un mal augurio y el temor reinó entre sus tropas. Jerjes I detuvo el avance de su ejército tanto en tierra como en el mar y consultó a los astrólogos y sacerdotes zoroastristas. Según ellos no había nada de que temer: el eclipse solar anunciaba la derrota de los griegos y la destrucción de sus ciudades.

La marcha se reanudó y en abril del 480 a.C. el ejército persa intentó cruzar el Helesponto utilizando un puente construido sobre casi 700 barcas. Fue necesario construirlos dos veces, ya que el mar destruyó el primer puente durante una tormenta. Según Heródoto, Jerjes I mandó decapitar a los constructores del primer puente, y luego ordenó a sus hombres castigar al mar con 300 azotes mientras le gritaban insultos, arrojándole grilletes y bolas metálicas, y marcarlo además con hierros al rojo vivo. Supuestamente la pausa originada por el eclipse dio a los griegos la oportunidad de organizarse y con ello obtener la victoria en la batalla de Salamina. Sin embargo, los hechos y los cálculos astronómicos no concuerdan con el relato. El eclipse solar ocurrió el 2 de octubre y no a principios de la primavera, como indica Heródoto; además el eclipse fue parcial, con un máximo de 50%, haciéndolo imperceptible para los habitantes.
Antes de alcanzar la victoria, los griegos sufrieron varias derrotas importantes: en la batalla de las Termópilas, donde después de varios días y muchas bajas los persas lograron vencer a Leónidas y sus 300 espartanos. También la derrota en la batalla naval de Artemisio, donde la flota persa, después de tres días y dos tormentas, logró la victoria contra los griegos. Luego de estas victorias el ejército de Jerjes I tomó y destruyó las principales ciudades de Beocia y marchó sobre Atenas.
Muchos historiadores concuerdan en que el relato de Heródoto, aunque inspirado en hechos históricos, está lleno de recursos literarios: el eclipse solar, el puente sobre el estrecho de los Dardanelos o el castigo al mar tuvieron la finalidad de engrandecer la victoria de los griegos sobre Jerjes I.
Hasta la batalla naval de Salamina, en septiembre del 480 a.C., los griegos vencieron definitivamente a la flota persa cuando éstos perdieron cerca de 200 naves. Por miedo a que la flota griega les cortara la retirada a Asia y los dejara atrapados en Europa, Jerjes I, gran parte de su ejército de tierra y lo que quedó de su flota, regresaron a toda prisa a cruzar el Helesponto. El remanente del ejército persa en tierra fue definitivamente derrotado casi un año después, a finales de agosto del 479 a.C. en la Batalla de Platea. Muchos historiadores concuerdan en que el relato de Heródoto, aunque inspirado en hechos históricos, está lleno de recursos literarios: el eclipse solar, el puente sobre el estrecho de los Dardanelos o el castigo al mar tuvieron la finalidad de engrandecer la victoria de los griegos sobre Jerjes I.
Fue Anaxágoras (Clazómenas, Turquía, 500–428 a.C.), en el siglo V a.C., el primero en proponer que los eclipses eran fenómenos naturales que ocurrían cuando la Luna se interponía entre el Sol y la Tierra, o cuando la Tierra se interponía entre la Luna y el Sol. A mediados del siglo III a.C. Aristarco de Samos (Samos, Grecia, c.310–c.230 a.C.), que ya contaba con un modelo heliocéntrico[2], había concluido que la distancia al Sol era veinte veces mayor que la distancia a la Luna. Llegó a esa conclusión al observar que durante un eclipse total la Luna tapaba completamente al Sol; luego midió los ángulos internos del triángulo que se formaría por la Luna–Tierra–Sol durante los cuartos creciente y menguante y calculó las distancias entre los vértices.[3]

En esa época los lidios, gobernados por el rey Aliates, llevaban seis años peleando contra los medos y su rey Ciaxares, y en todo ese tiempo ninguno de los dos bandos pudo imponerse sobre el otro.

El día predicho por Tales los ejércitos lidio y medo se encontraban de nuevo, en alguna parte a orillas del río Halis, actualmente Kizilirmak, que era la frontera entre los dos reinos. Durante el enfrentamiento, narra Heródoto, repentinamente el día se tornó noche y los soldados, al ver esto, dejaron de pelear e interpretaron el hecho como un llamado a la paz. Ésta se selló con el matrimonio entre la princesa lidia Arienis y el príncipe medo Astiages.

Cayo Plinio Segundo o Plinio el Viejo (Como, c.23–79) y Marco Tulio Cicerón (Arpino, 106–43 a.C.) fueron testigos de la predicción hecha por Tales de Mileto. Sin embargo, ninguno coincide con la fecha, lo que engendra dudas de cómo Tales de Mileto predijo el eclipse. Tal vez tenía conocimiento del ciclo de Saros, ya que el reino de Lidia era la puerta de entrada a Europa y tenía un gran intercambio cultural y comercial con Babilonia; sin embargo, la trayectoria que tomaría el eclipse ¿cómo pudo saberla Tales de Mileto? Él vivía en Jonia, y desde ahí predijo que ese año un día que se convertiría en noche. El eclipse anterior, el de Larissa, pasó por Egipto y el golfo Pérsico el 18 de mayo del 603 a.C.
El historiador Dmitri Panchenko (San Petesburgo, 1956) propone que Tales de Mileto fue testigo o tuvo noticias de los dos eclipses solares que ocurrieron previamente en Asia Menor: el 29 de julio de 588 a.C., cuando el Sol se cubrió un 84%, y el ocurrido 17 meses después, el 14 de diciembre de 587 a.C. Tal vez Tales de Mileto simplemente sumó 17 meses al último eclipse para calcular el próximo, en mayo del 585 a.C. Dmitri Panchenko propone que las predicciones de Tales de Mileto intentaban demostrar a los jonios que los eclipses eran fenómenos naturales y periódicos.
Las investigaciones arrojaron que la embarcación se hundió en el año 87 d.C.; dos años después del hallazgo —en 1902—, entre los restos, se identificó un mecanismo capaz, entre otras cosas, de predecir los eclipses. Se le llamó la máquina de Anticitera, por la cercanía a la isla, y está datada entre el 200 al 100 a.C.
Otro elemento suspicaz en la predicción de Tales de Mileto fue la época tan temprana y la exactitud alcanzada. En 1900 un pecio —restos de una embarcación— se descubrió cerca de la isla de Anticitera, en las aguas del Mar Egeo, en Grecia. Las investigaciones arrojaron que la embarcación se hundió en el año 87 d.C.; dos años después del hallazgo —en 1902—, entre los restos, se identificó un mecanismo capaz, entre otras cosas, de predecir los eclipses. Se le llamó la máquina de Anticitera, por la cercanía a la isla, y está datada entre el 200 al 100 a.C.
Marco Tulio Cicerón (Arpino, 106–43 a.C) relata que en Grecia, entre los siglos III y II a.C., ya existían este tipo de mecanismos para medir el tiempo, determinar las posiciones de los planetas, predecir los eclipses solares y lunares, y que ellos ayudaban a calendarizar algunas contiendas deportivas como los juegos Píticos, Ístmicos, Olímpicos y Nemeos.

La Máquina de Anticitera es considerada la computadora análoga más antigua de la historia. Dentro de un volumen de 34 por 18 por 9 cm de lado existían acoplados más de 30 engranes metálicos de cobre y estaño. Por las inscripciones en ellos se sabe que calculaban los eclipses contenidos en un ciclo de saros, o sea, en 223 ciclos lunares o meses sinódicos equivalentes a 6,585.32 días o 18 años, 11 días y 8 horas. La máquina tenía grabados los meses egipcios, los nombres de los signos zodiacales griegos y la posición de algunas estrellas importantes como Altair, Arturo, Vega, las Pléyades y las Híades. Es casi imposible que Tales de Mileto tuviera acceso a una máquina como la de Anticitera, por los cerca de 200 años entre uno y otro. Sin embargo, muchos de los conocimientos astronómicos, matemáticos, geométricos y mecánicos necesarios para su construcción ya circulaban en su época.
Stonehenge y la prehistoria
Antes de la Máquina de Anticitera hubo otras herramientas —no mecánicas— capaces de predecir la posición de los astros y los eclipses. Stonehenge fue un lugar multifuncional dedicado a la observación y el cálculo de fenómenos astronómicos, así como al culto religioso, peregrinaje, la adivinación, el comercio. Se sabe que sirvió como templo, lugar de enterramiento y de peregrinaje.
Se construyó en etapas, realizadas por diferentes grupos étnicos. Las primeras estructuras se erigieron alrededor del 2600 a.C., a la par de otras estructuras y arreglos similares en la Gran Bretaña, como, por ejemplo el crómlech o arreglo de menhires de Callanish, conocido también como las piedras de Callanish.
En la década de los veinte William Hawley y Robert Newall identificaron que los hoyos descubiertos por Aubrey en 1666 se trataban de un conjunto mayor —56 en total— y formaban una circunferencia alrededor de Stonehenge.
En 1666 John Aubrey (Kington St. Michael, Wiltshire, 1626–1697), anticuario, escritor y filósofo, en una visita a Stonehenge descubrió una serie de hoyos, los cuales registró. Fue William Stukeley (Holbeach, Lincolnshire, 1687–1765), médico, clérigo anglicano y anticuario, quien en 1740 descubrió la alineación que ocurría en Stonehenge en el solsticio de verano. William Stukeley la bautizó como “Dracontia” dada la semejanza entre la forma circular de sus estructuras y el culto a las serpientes y dragones de los druidas. En la década de los veinte William Hawley y Robert Newall identificaron que los hoyos descubiertos por Aubrey en 1666 se trataban de un conjunto mayor —56 en total— y formaban una circunferencia alrededor de Stonehenge. Estudios posteriores mostraron que los hoyos eran en realidad sepulturas con restos humanos incinerados; probablemente las tumbas más antiguas de su tipo en toda la Gran Bretaña.

Sir Fred Hoyle (Gilstead, Bingley, Yorkshire, 1915–2001), astrónomo y astrofísico inglés, propuso en 1966 que los hoyos de Aubrey también pudieron servir para predecir eclipses; al poner en esos hoyos marcadores para la Luna, sus nodos y el Sol, distanciados correctamente entre ellos y moverlos a cierto ritmo cada uno, es posible predecir eclipses. Esta teoría ha sido muy criticada por varios historiadores y astrónomos; sin embargo, esta herramienta funciona muy bien.
La Edad Media y la batalla de Simancas
En la Edad Media, durante la reconquista española de la Península Ibérica, un eclipse marcó un punto de inflexión del dominio árabe sobre esa parte de Europa. El 6 de agosto del año 939 los ejércitos cristianos de los reinos españoles de León, Castilla, Pamplona y Navarra comandados por Ramiro II, rey de León, se enfrentaron a Abd al–Rahman Ibn Muhammad o Abderramán III y los ejércitos del califato omeya de Córdova.

Este capítulo de la Reconquista comenzó cuando el califa de Córdoba Abd al–Rahman III reconquistó la ciudad de Zaragoza en 937, que había sido entregada por uno de sus súbditos, el gobernador Muhammad ibn Hashim at–Tuyibi, o Abu Yahya, a Ramiro II, rey de León. No contento con reconquistar Zaragoza, Abderramán III decidió acabar con el Reino de León. En Toledo reunió a mercenarios, voluntarios, soldados regulares y rebeldes de los reinos españoles del norte y formó un ejército de casi 100 mil hombres.
A finales de junio de 939 salió de Córdoba con rumbo al reino de León y en su camino conquistó cada fortaleza, villa o ciudad que encontraba, como Olmedo, Íscar y Alcazarén. Cruzaron el río Cega y avanzaron al norte hasta el castillo de Portillo, o de los Condes de Benavente, donde se instalaron. Los primeros días de agosto Abderramán III, que había avanzado al noroeste, se encontró con Ramiro II y su ejército, a la derecha del río Pisuerga, cerca de Simancas. La batalla comenzó el 6 de agosto y duró cuatro días. Los relatores de ambos bandos cuentan que un eclipse de Sol ocurrió al mediodía, pero las versiones difieren en detalles importantes. La versión árabe, de Muhammad bin Abd al–Munim al–Himyari sitúa el eclipse dos días antes del enfrentamiento y dice que generó tanto temor que no hubo movimiento entre las filas de ambos ejércitos.[4]

Por el otro lado, la Crónica Najarense del bando leonés dice que antes de la batalla Dios mostró una gran señal en el cielo, oscureciéndose el mundo por una hora. Ramiro II lo interpretó como una señal a su favor y junto a su ejército decidió enfrentar a Abderramán III. La victoria se obtuvo el jueves, víspera de las fiestas de San Justo y San Pastor. Otro cronista, Manuel Bachiller, situó el eclipse al final de la batalla, el mismo día que Abderramán III fue derrotado.
La tradición popular cuenta que en la refriega de la batalla San Millán y Santiago Apóstol aparecieron apoyando a los ejércitos españoles. La leyenda creció tanto que en los siglos XIII y XIV los partidarios de San Millán se enfrentaban a golpes contra los de Santiago Apóstol por ver quién de los dos tuvo más protagonismo en la batalla de Simancas. Los cálculos astronómicos se acercan más a los relatos árabes. El eclipse ocurrió el 19 de julio del año 939, con una totalidad arriba del 95%, comenzando a la 6:42 de la mañana y teniendo su máximo a las 7:30 am. El eclipse y la derrota encontraron a Abderramán III muy desprevenido. Ese día por poco muere a manos de los españoles durante la batalla. Al huir dejó tras de sí una cota —o malla— hecha de hilo muy fino de oro y un ejemplar del Corán bellamente encuadernado y ornamentado que había sido traído desde el Medio Oriente.

Corolario
Con tan sólo trece años Tycho Brahe descubrió su interés en la astronomía gracias a un eclipse de Sol. Aunque éste estaba predicho, su predicción contaba con casi un día de error. Fue buscando una mayor exactitud en las predicciones de estos fenómenos como Tycho Brahe encontró la inspiración para estudiar astronomía y matemáticas. Años más tarde, el que llegara a ser el más grande astrónomo —y también un ferviente creyente en la astrología—, razonó que Dios no hubiera creado las maravillas de los cielos si éstas no tuvieran una influencia en el Universo y en los hombres. El haber dedicado su vida al estudio de los cielos es el mejor ejemplo de ello.
La astronomía, además de aportar los cimientos de muchas creencias religiosas, asesoró y validó muchas de las decisiones tomadas por los gobiernos en la Antigüedad. Decisiones que conquistaron naciones y salvaron vidas. Hubo un tiempo cuando los gobernantes, los astrónomos y los sacerdotes se confundían entre sí, con nulas o muy pequeñas diferencias en sus funciones. El conocimiento astronómico transformó a sacerdotes y gobernantes mundanos en figuras divinas y celestiales. El descubrimiento de los ritmos y las reglas que gobiernan a los astros del cielo permitió regir a los pueblos de la Tierra. ®


Ver
Guerra bajo las estrellas, I
Guerra bajo las estrellas, II
Guerra bajo las estrellas, III
Guerra bajo las estrellas, IV
Referencias
- Sun, Moon, Earth, the history of solar eclipses from omens of doom to Einstein and exoplanets. Autor: Tyler Nordgren; editorial Basic Books.
- Eclipse, History, Science, Awe. Autor: Bryan Brewer; editorial Earth View.
- In the Shadow of the Moon, The Science, Magic and Mystery of Solar Eclipse. Autor: Anthony Aveni; editorial: Yale.
- Celestial Charts, Antique Maps of the Heavens. Autor: Carole Stott; editorial Smithmark.
- Maps of the Heavens. Autor: George Sergeant Snyder; editorial: Abbeville Press, Publishers, New York.
- Star Tales. Autor: Ian Ridpath; editorial: Universe Books, New York.
- Cosmigraphics, Picturing Space Through Time. Autor: Michael Benson; Editorial: Abrams.
- Diccionario de la Biblia. Director: Dr. Franz Kogler; editorial: Mensajero, Editorial Jesuita & Editorial Sal Terrae.
- Gran diccionario ilustrado de los Símbolos. Autor: Alfonso Serrano Simarro y Álvaro Pascual Ghenel; editorial: Marín, editorial Libsa.
- La Batalla de Simancas. Rafael Jiménez y Raúlo Cáceres; Cascaborra Ediciones.
Enlaces
https://prior.space/timeline/ancient-ugarit-eclipse-amarna-tablet
http://www.ianridpath.com/startales/apianus.html
https://archive.org/details/Cosmographicusl00Apia/page/n17/mode/thumb?view=theater
https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Imagines_syderum_coelestium_RMG_F9889.tiff
https://www.rmg.co.uk/collections/objects/rmgc-object-551748
https://corazonleon.blogspot.com/2007/03/el-eclipse-de-sol-de-la-batalla-de.html
https://www.theguardian.com/science/1999/jul/15/technology
https://armstronginstitute.org/169-analysis-the-hezekiah-bulla
https://www.ub.edu/ipoa/wp-content/uploads/2022/01/04-Guerrero.pdf
https://groups.io/g/NewChronology/topic/ktu_1_78_eclipse_tablet/88257811
https://www.academia.edu/11896945
https://www.bbc.com/mundo/articles/cn0q54zeje4o
[1] Probablemente nombrado Asuero en el libro bíblico de Ester. Otra posibilidad es que Asuero se trate de Artajerjes I, hijo de Jerjes I.
[2] Nicolás Copérnico se basó en los trabajos de Aristarco para proponer su modelo heliocéntrico en su obra De revolutionibus orbium caelestium, pero no lo mencionó por miedo a la crítica y a correr la misma suerte que Aristarco.
[3] Debido a que el ángulo Luna–Tierra–Sol durante las fases lunares de cuarto creciente y menguante es muy cercano a 90° fue difícil medirlo con exactitud. Esto trajo errores en el cálculo de la distancia; en realidad la distancia entre la Tierra y el Sol es 400 veces la distancia entre la Tierra y la Luna.
[4] Escrito en la obra Kitab al–Rawd al–Mitar.
