La depauperación de la clase política debería de ser una meta tan alta y prioritaria para el desarrollo del país como el pleno empleo, la seguridad social universal, la cobertura total de la demanda educativa obligatoria y la estabilidad de las variables macroeconómicas.
I
Si se redujera el número de diputados serían más poderosos. En vez de recortarse el presupuesto se repartirían más lana y serían como otros senadores diciendo que sus responsabilidades no merecen menos y que es mejor ganar más para que no vayan a tratar de corromperlos. ¿Pero qué tal si en vez de quinientos, hubiese cinco mil diputados que ganasen diez veces menos, sin posibilidad de darse sueldo o prestaciones que por mandato constitucional no fuese superior a siete salarios mínimos? Y en vez de 128 senadores que fueran 1,280 con la misma lana. De todos modos la población completa de cada estado está representada por tres individuos. Pues mejor que los representen treinta.
El quid de la democracia moderna es la representación y cinco mil o 1,280 pueden representar más y mejor que quinientos y 128 al mismo costo.
II
Para representar a los intereses de la mayoría es más importante la depauperación de la clase política que la competencia electoral. Que dejen de ser gente importante. Así como hay una secretaría para el dizque desarrollo social que reparte limosnas, lo que falta es un entramado institucional dedicado a empobrecer a los políticos, obligarlos a que envíen a sus hijos a escuelas públicas, a que les sirvan leche de Liconsa en sus desayunos de trabajo y que se paguen de su sueldito todos sus gastos como hace cualquier empleado.
La depauperación de la clase política debería de ser una meta tan alta y prioritaria para el desarrollo del país como el pleno empleo, la seguridad social universal, la cobertura total de la demanda educativa obligatoria y la estabilidad de las variables macroeconómicas.
III
Mis ingresos mensuales son de menos de 10 mil pesos. Nadie que gane el doble me representa. Sólo podría reconocer que me representa alguien que ganase máximo 16 mil pesos al mes. También podría reconocer que me representan quienes ganan menos. No me importaría de qué partido fuesen ni si son de izquierda, derecha, centro o lo que sea; ni que sean heterosexuales, homosexuales o algunaotracosasexual; ni que fueran mis vecinos, habitantes del mismo “distrito” o que hayan nacido en la misma entidad o municipio. Nada de eso importa. Sólo me siento representado por alguien que tenga una capacidad de consumo o ahorro similar a la mía o inferior. Las filiaciones políticas no valen de nada si no se tiene en común la condición de clase. Por eso tampoco los líderes sindicales no representan a sus agremiados ni los jerarcas religiosos al pueblo de dios.
“Sólo el pueblo puede salvar al pueblo”, afirman los que dicen representarlo o ser parte de él, pero no lo han hecho cuando han tenido oportunidad de gobernar y legislar, oligarcas de la política.
IV
El concepto de república, con fundamento en una voluntad general, implica la igualdad de todos. Es el colmo que los integrantes de los poderes republicanos instituyan la desigualdad para el cumplimiento de sus funciones con todo y ese nefasto atavismo decimonónico que es el del fuero como permiso de impunidad, violatorio del derecho a la igualdad de todos. El colmo de los colmos es el presidente del Consejo Nacional para Prevenir y Eliminar la Discriminación con un sueldo de 146 mil pesos mensuales. En sí mismo es violatorio del derecho a la igualdad en un país en el que la mayoría tiene ingresos menores a cuatro salarios mínimos. Él, como todos los legisladores, ¿qué compromiso o intereses le va a importar defender o representar, salvo los que le convengan para mantener su carrera política?
V
La relación entre representante y representado está radicalmente mediada por la condición y percepción de igualdad, inferioridad o superioridad entre uno y otro. Ser diputado o senador, de cualquier signo partidario o ideológico, hace de cada supuesto representante miembro de una élite, no tanto por su capacidad de participar en la toma de decisiones como por su salario y privilegios. Ganar diez o veinte veces más que la mayoría de sus supuestos representados y las prestaciones conocidas, que incluyen cirugías estéticas para sus familiares, le colocan en una posición en la que no tiene nada-nada-nada en común con ellos. En democracias avanzadas, de sociedades equitativas, sería absurdo pensar que un legislador tuviese ingresos cinco veces mayores que los miembros de la sociedad menos favorecidos.
VI
El diputado que me representase sería uno que supiera lo que es rajársela todos los días en el infierno del transporte público, que llevara su comida en tóper y comiera en su curul durante la sesión. Al que le pareciese que es ganar muy poco o que ganase más en otras chambas, pues simplemente que se dedicase a ésas.
VII
Pero nada de esto va a suceder. Al contrario. Lo que va a pasar es lo que dicen los intelectuales: se va reducir el número de legisladores, aumentar su poder y prolongarlo con reelecciones. Nada, porque intelectuales y políticos son dos caras de la misma moneda. Se reconocen olfateándose el trasero como los canes. No pueden estar más de acuerdo. A los intelectuales no les importa mejorar la representación sino la distribución de los privilegios; el cómo hacerse los imprescindibles personificando la pureza de los valores de la democracia. Los políticos no van a depauperarse y los intelectuales los tienen a ellos como patrocinadores. ®