Entre los alaridos de la derecha más cerril, la candidez de quienes creen y la doblez de aquellos a quienes les conviene hacer creer, los libros de texto son los de un gobierno perfecta y absolutamente funcional en el marco de los supuestos, los fundamentos y los propósitos de la economía capitalista.
Es difícil que en el mundo haya mercancía más singular que los libros. Son impresos, vendidos, encuadernados, reseñados y a veces hasta escritos por gente que no los entiende.
—Georg Christoph Lichtenberg
I
Para quienes creen conocer al ingenioso hidalgo por aquello de “ladran, Sancho, señal de que vamos avanzando”, o eso otro de “con la iglesia hemos topado” —a pesar de que la primera frase no es de Cervantes ni aparece en ninguna de las partes del libro y de que la segunda rece: “con la iglesia hemos dado”, y carezca por tanto de ese atribuido sentido anticlerical e indique simplemente que, buscando en el Toboso don Quijote y Sancho los palacios de Dulcinea, cree aquel en la oscuridad que la masa del edificio podría pertenecer a los aposentos de su dama—, será necesario indicar que el tal Orbaneja era un pintor de Úbeda cuya anécdota cita don Quijote en dos ocasiones, el cual, “cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: ‘Lo que saliere’; y si por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: ‘Este es gallo’, porque no pensasen que era zorra”.
Me parece que ello puede aplicarse, en gran medida, tanto a la manufactura como al cariz general que ofrecen los nuevos libros de texto. Éste es el problema real y no la humorada del comunismo que inficionaría a esos libros, expectorada con una pasmosa originalidad por el empresario más lenguaraz y vulgar entre los que adornan a este país; uno que, por cierto, forma destacada parte del consejo asesor empresarial del justiciero que iba a poner en su lugar a “la mafia del poder” y desde el primer día la tiene de consultora.
Lo que resulta es una ensalada sin orden ni concierto, sin una estructura coherente y con una secuencia caótica, tanto más confuso todo cuando va dirigido a niños y adolescentes de primaria y secundaria y a sus maestros.
Con ello aquel se la puso fácil a los defensores de oficio de la teatralmente llamada cuarta transformación, cortesanos de espinazo flexible que salieron en tropel a defender los libros sin haberlos leído, desempolvaron los vagos recuerdos de sus vagas lecturas echando mano de la novela de Bradbury, de la Inquisición, de Savonarola. Con estas lanzadas a un fantasma unos y otros eludieron el tratamiento de los aspectos epistemológicos y pedagógicos, que no son fáciles ni llamativos, pero sí los que verdaderamente importan.
De esta manera el debate —si es que alcanza a ser eso, que lo dudo— sobre los nuevos libros de texto ha sido 99 por ciento político y 1 por ciento pedagógico; algo similar, aunque en serio, a lo dicho por el Amado Líder en torno a la elogiada división porcentual entre capacidad y honestidad. Y no podía ser de otro modo, ocurriendo como ha ocurrido en medio de las campañas por la presidencia, aunque contra toda evidencia nacida del elemental sentido común se dijo que no lo eran y todo mundo hizo como que se lo creía. Asistimos así a una caricatura de debate entre dos bandos no precisamente académicos, cada uno con su respectivo manual y sus fidelidades a la mano.
II
El problema desde luego no es que los libros transformen a los niños en comunistas sino su calidad —aun suponiéndoles nobles propósitos, lo cual nada tendría que ver con los resultados— de auténtico collage, mezcolanza, batiburrillo, capirotada o el término que se prefiera; una suerte de manta hecha de retales corcusidos que además fue echada a la media luz al cuarto para las doce.
Las dudas acerca del proceso de elaboración, así como de sus autores/as* fueron enarboladas, naturalmente, por el bando opositor, y la defensiva e innominada respuesta del otro afirmaba que hubo una participación de “miles de docentes” asesorados por “especialistas y académicos”. Ante el muy mexicano grito de “¡nombres, nombres!” (ya saben ustedes que en esta new age todo es mexicano: la pedagogía, el humanismo, la escuela. Sólo falta que algún exaltado se anime a declarar el surgimiento de una “ciencia mexicana”. ¿Qué tanto podría ser si ya se habla sin rubor alguno de una “ciencia neoliberal”?), la Secretaría de Educación Pública, a cargo de una mujer de muy exiguas luces, contestó ocultando durante cinco años la información acerca precisamente del proceso de elaboración de los libros, como si un asunto como éste pusiese en peligro la seguridad nacional. Dos meses después declaraba, sin pestañear, que “primero los vamos a aplicar [los libros] y ahí se va viendo qué es lo que hace falta”.
El hecho impepinable es que en esta jocosa batalla emprendida a base de lugares comunes y frases hechas, partidista y en modo alguno académica, cualquier juicio crítico de estos libros atrae automáticamente sobre el atrevido la terrible calificación de conservador y títere del neoliberalismo. En tanto que yo jamás me he curado de estas cosas más que de las nubes de antaño, declaro con las solemnes razones de Jorge Pitillas que
He de seguir la senda de los raros,
Que mendigar sufragios de la plebe
Acarrea perjuicios harto caros.1
Y si algún alma caritativa me lo desaconsejara, con el mismo delicado y fino oráculo le contestaría:
¿Quieres que aguante más la turba ingrata
De tanto necio, idiota, presumido,
Que vende plomo por preciosa plata?
III
Partiendo de una mal comprendida y peor ejecutada concepción holística, los ignotos autores —que empiezan por calificarse a sí mismos como “individuos libres, emancipados”—2 pretenden ser innovadores al eliminar las asignaturas y sustituirlas por “proyectos”. En sus devaneos no se trata sólo de modificaciones en los contenidos y de una reestructuración de las formas en las que se les expone, sino de una “nueva” pedagogía y de un “nuevo” criterio epistemológico. Pero lo que resulta es una ensalada sin orden ni concierto, sin una estructura coherente y con una secuencia caótica, tanto más confuso todo cuando va dirigido a niños y adolescentes de primaria y secundaria y a sus maestros.
De originales no pecan, pues la pomposa y enternecedoramente llamada Nueva Escuela Mexicana es clarísima deudora —y yo diría que aun más que eso— de las ideas expresadas por Boaventura de Sousa Santos en los textos reunidos en Una epistemología del Sur, ensayos que, además, fueron publicados en México con un considerable retraso respecto a otros países latinoamericanos, como el propio editor se encarga de señalar.
En las bibliografías, que para empezar no distinguen entre libros y publicaciones periódicas e incluso leyes y decretos, nos encontramos también con desconcertantes mezcolanzas: Freire y Bourdieu al lado de Bakunin, lo mismo Heidegger que Enrique Dussel, el infaltable Bajtín e incluso, aunque usted no lo crea, National Geographic y la Clínica Mayo. Ellos, que tanto dicen detestar a la “ciencia neoliberal”.
Aún más: en un pasaje recomiendan estudiar, como si de textos ligeros y casi de entretenimiento se tratase, obras tan desemejantes como el Discurso del Método de Descartes; Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, El contrato social y hasta el Emilio, todos de Rousseau; El capital de Marx; ¿Qué hacer? de Lenin; los Cuadernos de la cárcel, de Gramsci; El hombre unidimensional de Marcuse; Vigilar y castigar de Foucault e Historia y conciencia de clase, de Lukács. La razón por la cual hacen esas sugerencias me retrotrae a aquellos programas televisivos con cámaras escondidas para hacer bromazos a los incautos: porque estas obras, dicen, “permiten reflexionar sobre la diversidad y los mecanismos que propiciarían relaciones comunitarias alternativas donde las dinámicas de opresión se detengan”, cualquier cosa que esto signifique.3
Ya que en ello estaban, construyendo un cajón de sastre en el que todo cabe y amontonando libros que solamente se conocen por los tejuelos, bien pudieron haber incluido el De inventoribus rerum (Venecia, 1499), traducido y publicado por primera vez en España en 1550 como Libro de Polidoro Vergilio, que trata de la invención y principio de todas las cosas. O la Suma Teológica de Tomás de Aquino, con las 4 mil 164 ligerísimas y amenas páginas en la edición publicada como Suma de Teología por los Regentes de Estudios de las Provincias Dominicanas [o dominicas] en España.
IV
Quizá todo obedezca simplemente al prurito del lucimiento, ése que recurre al siempre desternillante estilo ampuloso, bombástico. En él lo disparatado y la oquedad de contenidos se dan la mano:
La transformación de la realidad se realiza desde el presente [lo inédito sería que se realizara desde el pasado o el futuro] y su construcción histórica [¿la construcción histórica de qué?] permite que éste [si se refieren al presente, como parece ser, sería el primer “presente” que asume posiciones] tome una posición frente a un hecho concreto, ya sea de un acontecimiento pasado o actual.4
Entiéndase transversalidad horizontal a la vinculación de saberes de los diferentes campos formativos al interior de una misma fase. Mientras, transversalidad vertical se refiere a los saberes como un continuo articulado a lo largo de las fases, sin que ello implique un enfoque sumativo, es decir, que los saberes deben ser complementarios a través de la reactivación de los saberes previos.5
También para estos oropeles tiene saetas el suave y terso Pitillas:
Hácele la ignorancia más osado,
Y basta que no sepa alguna cosa,
Para escribir sobre ella un gran tratado.
O esta otra, paradigma de la sutileza:
¿Por qué nos das tormentos tan atroces?
Habla, bribón, con menos retornelos,
A paso llano y sin vocales coces.
Habla como han hablado tus abuelos,
Sin hacer profesión de boquilobo,
Y en tono que te entienda Cienpozuelos.
Incluso los autores —polifacéticos y casi polímatas que son ellos—, al hablar de la guerrilla de los años setenta e inmediatamente después de calificar a David Jiménez Sarmiento como “líder histórico” de la Liga Comunista 23 de Septiembre, algo que nunca fue, se ponen poéticos aunque también un poco galimateicos:
Hoy, los niños iluminan las sombras para impedir que la historia arrugue carteles, para lograr que las cartas se envíen, para evitar el miedo al despertador o que alguien inicie sus pasos con tanto verde alrededor, ubicando los horizontes que provoquen cultivar la memoria.6
V
Pero intentemos ponernos serios y pasemos con brevedad a considerar la noción de ciencia que albergan los autores y el maltrato que le asestan. Sólo una tercia de ejemplos:
1. El objeto de aprendizaje de este campo es la comprensión y explicación de los fenómenos y procesos naturales, tales como el cuerpo humano, los seres vivos, la materia, la energía, la salud, el medio ambiente y la tecnología, desde la perspectiva de diversos saberes y en su relación con lo social.7
Concediendo en señal de buena voluntad lo del cuerpo humano, los seres vivos y el medio ambiente, me parece que solamente con una colosal ignorancia o con una no menos formidable confusión, o con ambas, se puede afirmar que la salud y mucho menos la tecnología son “fenómenos y procesos naturales”.
2. En tanto construcción cultural, no se puede afirmar que las ciencias sean superiores a otros sistemas de conocimientos, ya que cada explicación puede ser adecuada en mayor o menor medida según el contexto en el que se aplique.8
En mi siempre humilde opinión esto no merece un comentario, y si lo hiciese me llevaría tres o cuatro cuartillas. Así que imito a Cide Hamete Benengeli, quien en un pasaje de la segunda parte del Quijote “pide que no se desprecie su trabajo, y se le den alabanzas, no por lo que escribe, sino por lo que ha dejado de escribir”.
3. Recuerde que las experiencias y saberes docentes que recupera del aula, la escuela, la comunidad y su vida misma, no sólo le permite hacer más pertinente el trabajo de los contenidos de los Campos formativos, también abre la perspectiva para pensar las matemáticas, la biología, la geografía, la literatura, la química o las artes desde las relaciones de género, clase o etnia, así como desde las interacciones culturales.9
Lo mismo que ocurre con el primer ejemplo. ¿Cómo se puede, por las barbas de Galileo, “pensar” las matemáticas, la biología y la química “desde las relaciones de género, clase o etnia”? Marcelino Menéndez Pelayo, que no es santo de mi devoción pero que en este caso me viene al pelo, habló alguna vez del “daño que resultaba de no investigar las causas y las razones, y contentarse con ver por ajenos ojos y oír por ajenos oídos”.10 Pues tal cual.
VI
Algo que informa todos los contenidos y recorre de arriba abajo los libros es un indigenismo que no por reiterado deja de ser hueco y meramente declarativo. A medio camino entre un marxismo que no entienden —cuyas complejidades y sofisticación, al estar fuera de su alcance, reducen a tres o cuatro frases “revolucionarias”— y un bucólico pasado que ensalza a los indígenas de antes mientras que en la realidad se sigue manteniendo en la miseria, en la marginalidad y el menosprecio a los indígenas de ahora, los autores no logran más que reproducir el locus amoenus propio de la literatura pastoril.
Son útiles, eso sí —si no perennemente al menos desde los tiempos de Echeverría y a través de todos los sexenios, hasta éste que en varios aspectos fundamentales es una copia de aquel— como materia de discursos y sobre todo de fotografías, reducidos a comparsas y paisaje ornamental para candidatos y gobernantes. Y ahora también para imponer nombres en lenguas indígenas a las colecciones que agrupan a los diversos libros de texto: Ximhai, Sk’asolil, Nanahuatzin.
(Literalmente entre paréntesis: dado que los libros fueron elaborados no tanto pensando en los niños sino para satisfacer el “ideario” de la cuarta transformación y de su hierofante, me negué a buscar, porque temí encontrarlo, aquello de la fundación de México hace 10 mil años).
Un solo ejemplo. En un pasaje, después de una parrafada en la que se perora acerca de la “monocultura del saber” y de “procesos monológicos”, se procede sin transición a hablar de los migrantes mexicanos y se afirma que
el equilibrio medioambiental de sus comunidades originarias es una envidia para cualquiera de las ciudades urbanizadas de Estados Unidos [y] los problemas de salud mental, drogadicción, violencia y promiscuidad que deterioran aquellas mismas capitales industrializadas globales son inimaginables en las comunidades de origen de los migrantes.11
Y puede ser, sí, que todos los pueblos y comunidades rurales sean arcádicos. Pero lo que no se dice es que el asedio cotidiano y armado ejercido también en esos lugares por el crimen organizado los somete precisamente a la violencia y a la drogadicción. Y, por cierto: en la lectura en modo alguno exhaustiva pero sí amplia que me vi obligado a emprender, no encontré una sola mención al fenómeno de la violencia diaria y la ya casi normalización de los asesinatos, desapariciones y masacres aquí, allá y en todas partes. Un espantable mundo que no existe, si no es para minimizarlo, ni en las letanías ni en la parafernalia de la “4T”.
En cualquier caso, la interesada e hipócrita zalamería hacia los pueblos indígenas y los pobres en general, ensalzados en la palabrería —con términos similares a los de aquellas viejas películas Nosotros los pobres y Ustedes los ricos— y abandonados en su miseria constante y efectiva, me recuerda estas letrillas:
Ya tenemos una bula
que comer carne consiente.
¡Así tuviéramos otra
que mandara que la hubiese!12
Gramsci escribió que “los hombres del Risorgimento fueron grandísimos demagogos [pues] hicieron del pueblo–nación un instrumento, degradándolo, y en esto consiste la máxima demagogia”.13 Lo mismo puede aplicarse con precisión milimétrica a los héroes de la new age con su repetición salmódica, abundante e interminable de la palabra “pueblo”, pronunciada todos los días desde el desayuno hasta la cena, y no me sorprendería que también durante el sueño.
VII
El primer fulgente destello de genialidad por parte de los opositores —conservadores, adversarios, neoliberales, según enseña el nuevo catecismo— a este “gobierno de los pobres” fue denostar a los libros por “ideologizantes”, incluso con un inmarcesible desparpajo como el del arzobispo de Morelia, que se sumó a ese asombroso descubrimiento afirmando al mismo tiempo que “no los he leído ni los voy a leer”. En descargo suyo y en reconocimiento a su inverecunda sinceridad, habría que insistir en que la mediana turba escuderil que salió a defenderlos tampoco los había leído pues no estaban disponibles más que parcialmente.
Dejando a un lado el hecho de que ningún corpus oficial y organizado de educación escolar es ni puede ser ajeno a la ideología, lo cierto es que en los centones de los que he intentado hacer aquí un esbozo lo “ideologizante” se manifiesta aquí y allá de una manera muy torpe políticamente y harto famélica en cuanto a su sustento conceptual. No otra cosa podía esperarse de una construcción caótica hecha a base de pegotes disímiles entre sí, y por si fuese poco inspirada no por la reflexión epistemológica ni la preocupación pedagógica sino por el deseo de quedar bien con el paupérrimo discurso oficial y con los nuevos tiempos, que de nuevos tienen muy poco.
Pruebas al calce. En una invitación a los maestros a “reflexionar” sobre “las dinámicas de poder y control” les ofrecen como “guía para ayudarse” un “ejercicio de diagnóstico cualitativo” a base de preguntas diseñadas, afirman, bajo cuatro “variables”. Recojo una sola de ellas: “oposición de clase, es decir, la percepción que los miembros de la clase trabajadora tienen del capitalismo y sus agentes en tanto oponentes a sus intereses de clase”.14
Entre las preguntas —para reflexionar sobre las prácticas pedagógicas, dicen, aunque nada tienen que ver con ello— se encuentran, por ejemplo, “¿Reconoce la diferencia entre subalternidades y hegemonías, entre dominados y dominantes, entre oprimidos y opresores?”15 y “¿Reconoce que es posible una sociedad alternativa y que ésta se puede conseguir a partir de la lucha contra los oponentes de clase?”16
Esta mezcla de pellizcos a la obra de Gramsci al lado de las simplificaciones más notorias del marxismo de manual se adereza, por supuesto, con la introducción a golpe de calzador de los temas más queridos por el Supremo, trasladados de los shows “mañaneros” a un texto pretendidamente pedagógico.
En esas mismas páginas, esta mezcla de pellizcos a la obra de Gramsci al lado de las simplificaciones más notorias del marxismo de manual se adereza, por supuesto, con la introducción a golpe de calzador de los temas más queridos por el Supremo, trasladados de los shows “mañaneros” a un texto pretendidamente pedagógico. No podía faltar la cursilería extraída de los libros de autoayuda: “el éxito […] se alcanza con la voluntad, con una actitud positiva”; “la honestidad es un valor central”. Eché en falta, debo confesarlo, perlas tales como “sólo siendo bueno se puede ser feliz” y “amor con amor se paga”. Y después el neoliberalismo aquí, el modelo neoliberal allá y las instituciones neoliberales acullá; las organizaciones civiles en bloque como meros disfraces de “los sectores hegemónicos que oprimen a las personas”, etc., etc., etc.
Los primeros enunciados, con todo y su fuerte aroma manualesco, serían entendibles si se tratase de un gobierno de izquierda y antisistema, como ahora suele decirse. Pero no en uno como éste, que, contra los alaridos de la derecha más cerril y ultramontana, la candidez de quienes creen o quieren creer y la doblez de aquellos a quienes les conviene hacer creer que creen que sí lo es, configura un gobierno perfecta y absolutamente funcional en el marco de los supuestos, los fundamentos y los propósitos de la economía capitalista.
Hablar entonces de oprimidos y opresores, de identidad, intereses y conciencia de clase y de lucha contra los oponentes de clase no es, con perdón, sino simple flatus vocis.
En microscópico y anticlimático resumen: los libros son unos centones y sus autores unos gerundios (no por la noción gramatical, sino por la inextinguible estirpe de fray Gerundio de Campazas). Los primeros tienen dificultoso remedio, los segundos me temo que ni yendo a bailar a Chalma. ®
Notas
* Permítaseme, sin que por ello me motejen de atrasado o de macho antifeminista, que utilice solamente en esta ocasión la barra diagonal por cuestiones de género. Con todo, prefiero ese cargo a incurrir en el aún más horripilante uso de la @ o de la x, o de la igualmente espeluznante repetición de “las y los”, parientes todos ellos del “todes”.
1. Para los textos de Jorge Pitillas, seudónimo de José Gerardo de Hervás, véase “Sátira contra los malos escritores de este siglo”, en Diario de los literatos de España, tomo VII, Madrid, 1742, pp. 196–214.
2. Un libro sin recetas para la maestra y el maestro. Fase seis, p. 37.
3. Un libro sin recetas… Fase tres, p. 26.
4. Un libro sin recetas… Fase seis, p. 38.
5. Idem, p. 74.
6. Idem, p. 24.
7. Un libro… Fase tres, p. 58.
8. Idem, p. 59.
9. Un libro… Fase seis, p. 110.
10. En “La Antoniana Margarita de Gómez Pereira”, Revista de España, número 239.
11. Un libro… Fase tres, p. 39.
12. Bartolomé José Gallardo, Apología de los palos. En “Disculpa del impresor al autor”, tomo I de las Obras Escogidas.
13. Cuadernos de la cárcel 1, edición crítica del Instituto Gramsci a cargo de Valentino Gerratana, México, Ediciones Era, 1975, p. 171.
14. Un libro… Fase tres, pp. 24–25.
15. Idem, p. 33.
16. Idem, p. 35.