El mal de Portnoy, obra con la Philip Roth saltó a la fama en 1969, podría definirse como “una perversa y divertida obra judía”. Y es que sus escenas sexuales explícitas (“¿He mencionado ya que cuando tenía quince años me la saqué del pantalón y me la meneé en el autobús 107, volviendo de Nueva York?”) junto con el autodesprecio judío, aportan un toque de humor que hace más llevadero el drama que se narra: “Doctor Spielvogel, ésta es mi vida, y resulta que toda ella pasa en un chiste de judíos. Soy hijo de un chiste de judíos, ¡pero sin ser ningún chiste!”
La obra se plantea, narrativamente, como las confesiones de Alexander Portnoy a su psicoanalista, el doctor Spielvogel. Esta estructura permite saltos temporales, lamentaciones y un lenguaje deliberadamente obsceno en exceso. Además, la versión española mantiene unas palabras en hebreo, que aportan un tono aún más cercano. Se hace curioso observar cómo aumenta el ritmo de la narración en el último capítulo, tal vez la huella de la emoción final del autor, tal vez un recurso para finalmente mostrar a un personaje desquiciado (“¡Soy un fenómeno de feria! ¡Nada amo, ni a nadie! ¡Ni me quieren ni quiero!”).
La novela se estructura sobre la historia de sus relaciones sexuales y las consecuencias de ser judío. El carácter marcadamente sexual ya viene definido como “el mal de Portnoy”, enfermedad ficticia en la que “abundan los actos de exhibicionismo, voyeurismo y autoerotismo, así como el coito oral; no obstante, y como consecuencia de la moral del paciente, ni la fantasía ni el acto resultan en una auténtica gratificación sexual, sino en otro tipo de sentimientos, que se imponen a todos los demás: la vergüenza y el temor al castigo, sobre todo en forma de castración”.
¿Con que justifica Philip Roth la obsesión por la sexualidad de su creación? Aquí es cuando liga la obra con la conciencia judía: la sempiterna culpa y castigadora conciencia de Alexander Portnoy encuentra su explicación en la “educación judía”.
¿Con que justifica Philip Roth la obsesión por la sexualidad de su creación? Aquí es cuando liga la obra con la conciencia judía: la sempiterna culpa y castigadora conciencia de Alexander Portnoy encuentra su explicación en la “educación judía”. Esta obra frecuentemente se enmarca como fruto de la revolución sexual del 68 (y también de la revolución política, baste ver los dejes socialistas del joven judío y la relación con Naomi, una israelita sionista-socialista) (por si no fuera suficiente lo anteriormente explicado: la lectura con clave de complejo de Edipo de la relación materna, el hecho de ser una conversación con un psicoanalista, la tendencia post-joyceana del monólogo interior…).
Mierda, Sophie, ¿por qué no lo intentas? ¿Por qué no lo intentamos todos? Porque ser malo, madre, en eso consiste la auténtica lucha: en ser malo y disfrutar siéndolo. Eso es lo que nos hace hombres a los niños, madre. ¡Mira lo que le ha hecho mi conciencia a mi sexualidad, a mi espontaneidad, a mi valor! […] ¿Tendrá usted la amabilidad de liberarle la libido a este muchacho judío tan agradable? Cóbreme más, si hace falta ¡pagaré lo que sea! ¡Ya está bien de acobardarme ante los más oscuros y profundos placeres!
Sobre la educación y la culpa nos encontramos con un personaje muy marcado por su relación materna (obsesionada por la protección) y por una restrictiva moral encasillada, según el mismo protagonista, en castigar.
¿Por qué, por qué no puedo disfrutar de un poco de placer sin que el merecido castigo le venga inmediatamente detrás, como un furgón de cola?
Y ¿por qué no puedo divertirme un poco? ¿Por qué razón hasta lo más nimio que yo haga por placer se convierte inmediatamente en algo ilícito, mientras el resto del mundo se revuelca de risa por los suelos?
Y todo lo anteriormente mencionado impregnado por un humor muy propio (“Mira, Salvación mía, tienes un cerebro muy grande y una polla muy grande y yo te quiero mucho”) parecido al de Woody Allen (aunque sólo una película de Allen (Toma el dinero y corre, 1968) es anterior a la obra de Roth). Y es que el humor parece ser la fórmula con la que generaciones de judíos en diáspora afrontan sus penas. Philip Roth se enmarca así, voluntariamente, un una larga tradición de personajes populares judíos cuya fama no duda en criticar1 (el pervertido protagonista es un importante defensor de los derechos del pueblo estadounidense).
Se ha especulado mucho sobre los posibles rasgos autobiográficos de El mal de Portnoy y ya Roth hizo burla de esas suposiciones en su novela Zuckerman desencadenado (Zuckerman Unbound), de 1981, en la que su alter ego es acosado por personas que niegan que sólo con sus facultades creativas pudiera haber escrito las escenas de sexo de Carnovsky (novela que simboliza a la que aquí comentamos). En definitiva, y pese a su carácter obsceno, es una obra de lectura obligada para el que quiere conocer el panorama literario estadounidense actual, y es que Philip Roth fue uno de los seis candidatos al premio Nobel de literatura en 2011, ganó el premio a la Mejor Novela Estadounidense de la revista Time y un Pulitzer. No merece menos alguien que ha sabido cultivar el arte de reírse de uno mismo:
“—Señor Portnoy —dijo ella, recogiendo del suelo la mochila—, no es usted más que uno de esos judíos que se desprecian a sí mismos.
—Sí, Naomi, pero quizá seamos los mejores”. ®
Notas
1 Sobre la presencia judía en los medios baste mirar la televisión y las continuas burlas de ésta: en Family Dad, serie con diez temporadas y hasta ocho millones de televidentes, se burlan insinuando que “hasta Optimus Prime es judío”, y la presencia en Los Simpson (23 temporadas) de un rabino y un payaso judío revelan la presencia popular de esta comunidad.
Ana
Acabo de leer este impresionante libro. En tan sólo 4 días y en medio de trabajo y ocupaciones leí este libro resultándome catártico en algún sentido.
Me encantaría compartir pareceres sobre el final: qué sucede allí? Qué le dice el psicólogo?
Voy a releerlo y comento mis impresiones. Si esto lo lee alguien más, exprese su interpretación.
Ana