Historia como ficciones

A propósito de la idea del fin del mundo

La Historia aparece empíricamente como narrativas más que como ciencia. Son varias las que coexisten o contraponen por diversos sujetos de su enunciación. Las hay como explicaciones coherentes del pasado, justificaciones del presente, predicciones infalibles del futuro o correlatos religiosos.

La historia como ficción conservadora

La versión más común o coloquial de la historia, con la que podemos estar más familiarizados, es la de una rememoración coherente del pasado, la de enumerar cronológicamente un conjunto de hechos y procesos, y darles una interpretación en términos de causa y efecto. Es decir, “A”, el presente, es el resultado de “B”, un antecedente, que a su vez es el resultado de “C” más “D”, otros antecedentes.

En este caso el historiador, cuando señala algunos hechos del pasado para predicar que tienen relación entre sí que les da significado, hace lo mismo que el astrólogo con el zodiaco inventado según la proximidad a la vista que guardan algunas estrellas. El trabajo de ambos es darle sentido a lo que no lo tiene: lo azaroso y contingente de la vida individual y de las sociedades.

Los relatos de la construcción científica del pasado han sido la base ideológica para justificar las condiciones de injusticia que prevalecen en el presente. Si sus condiciones están ancladas en largos procesos y tendencias, las revoluciones sólo pueden empeorarlas. Hay, por lo tanto, que transformar con lentitud, pero con seguridad; ir creando, por medio de reformas, las condiciones que establezcan las causas de un futuro no tanto deseable como posible.

La historia como ficción de la modernidad

La modernidad hizo de la historia su metarrelato, como una (tele)novela de la idea del progreso, según la cual el presente es un punto intermedio entre un pasado primitivo y un futuro en el que la ciencia abolirá para siempre la explotación, la pobreza y toda forma de injusticia. Es decir, “A”, el presente iluminado de la Humanidad, será la causa de “B”, un futuro mejor, que a su vez será la causa de “C”, un futuro mejor, hasta llegar a “D”, un futuro insuperablemente mejor que se vuelva un presente permanente o definitivo.

El trabajo del historiador moderno es el de escribir una novela de ciencia ficción, en la que este proceso, el del progreso, ocurra de manera lineal, iluminada por enunciados verdaderos (universales y absolutos). En este caso, el historiador pretende ser un teleólogo, alguien que pronostica, que cuando señala metas y objetivos irrenunciables y plausibles hace lo mismo que el político: ideología, la cual exige o justifica el sacrificio de quienes viven el presente en aras de un supuesto bienestar del que disfrutarán a mediano o largo plazo de sus vidas, o que disfrutarán sus hijos, sus nietos o La Humanidad (quien quiera que sea), algún día. Los metarrelatos de la construcción científica del futuro que forjen un hombre nuevo han sido la base ideológica para los crímenes cometidos por los totalitarismos en el siglo XX y los discursos que pretenden justificarlos.

La historia como ficción posmoderna

Posmodernidad es el abandono de metarrelatos por microrrelatos. No debe decirse Historia, sino historias. El futuro sólo puede ser personal y, por lo tanto, a corto plazo, como sinónimo de lo inmediato. El progreso sólo es el que se pueda constatar por experiencia, verse sus avances. En este caso, “A”, el presente subjetivo, es resultado sólo de su propio pasado y causa sola de su propio futuro; “B” es resultado sólo de su propio pasado y causa sola de su propio futuro, al igual que “C” y “N” más. Sus pasados, presentes y futuros respectivos se cruzan, afectan o relacionan de uno u otro modo en distintos momentos, pero siempre son particulares. La suma de las historias no hace La Historia.

Los metarrelatos de la construcción científica del futuro que forjen un hombre nuevo han sido la base ideológica para los crímenes cometidos por los totalitarismos en el siglo XX y los discursos que pretenden justificarlos.

El trabajo del historiador posmoderno es el del cineasta, que le escribe-inventa a cada sujeto su (propia) historia sin discriminar por el rango que haya o no alcanzado en la sociedad, adapta su cuento o relato corto para hacerle una película o cortometraje. Su trabajo también es como el del sastre, que hace trajes a la medida de cada cliente, o como el del psicólogo, es un terapeuta. Los microrrelatos de la construcción subjetiva de la historia han sido la base emocional o emotiva para justificar los activismos de los nuevos movimientos sociales identitarios, por una parte, y, por otra, del narcisismo: no la superación de la sociedad, sino la superación personal, la autosuperación; cada quien que sea su propio mesías o caudillo revolucionario que satisfaga las necesidades de prosperidad económica, aceptación social y éxito profesional. Individuos que realicen en sí mismos lo que la modernidad prometió para todos algún día. Aquí y ahora cada quien puede ser más inteligente, más bello, más deseado, más amado, más sano y alcanzar el paraíso en el propio lugar donde vive. En suma, felicidad a la medida del individuo.

La historia como ficción premoderna

En las sociedades no secularizadas la historia fue y es un correlato de la religión, que se confunde o superpone uno al otro. Comúnmente los correlatos histórico-religiosos están construidos narrativamente como un devenir cíclico, como caminar alrededor de la tierra, que entre más se avanza, más cerca se está de volver al punto de partida. Ese camino está lleno de infortunios y por eso el historiador narra el proceso de religación con el pasado, el retorno al origen. Lo que hace el correlato religioso es añadirle al histórico un conjunto de supuestos respecto de las capacidades o poderes de los sacerdotes para guiar a su pueblo en la dirección correcta hacia el destino-origen, así como de las causas, los porqués y los cómo se dio la pérdida de la gracia-paraíso y se alcanza su recuperación.

En las sociedades no secularizadas la historia fue y es un correlato de la religión, que se confunde o superpone uno al otro. Comúnmente los correlatos histórico-religiosos están construidos narrativamente como un devenir cíclico, como caminar alrededor de la tierra, que entre más se avanza, más cerca se está de volver al punto de partida.

De modo que el éxito de toda religión se debe a la construcción, también narrativa, de una esperanza, y, sobre todo, de la confianza en el sacerdote, que se encarga de administrarla a partir de la enculturación de un conjunto de medios de administración temporales de gracia que llamamos ritos o liturgia, frecuentemente para tranzar con sacrificios el cumplimiento de peticiones. Para eso, el trabajo del historiador premoderno es el de construir un correlato en el que haya una secuencia como ésta: que al inicio “A”, paraíso; siga “B”, pérdida del paraíso, y termine en “C”, regreso al paraíso; o bien, dicho de otro modo: momento uno, creación-estado de gracia; momento dos, pérdida del estado de gracia (o desgracia) y el paraíso, y momento tres, recuperación de la gracia o el paraíso. De modo que “C”, el futuro o destino, sólo es posible a condición de que “B”, el presente, sea como supuestamente ordena “A”, el pasado u origen. Y el trabajo del sacerdote es el de asegurar o garantizar que “B”, el presente, sea exactamente como ordena “A”, el pasado.

La Historia premoderna es un relato que explica el origen y el fin del mundo, por lo que el trabajo de su historiador es explicar en una dimensión temporal las intervenciones de los dioses o divinidades en el mundo desde su creación, así como las consecuencias que éstas han tenido en los hombres. Hay varios fines del mundo posibles: uno, el personal o muerte de cada individuo; dos, el de todos los hombres o la Humanidad (profecía); tres, el del espacio o lugar que habitamos, y cuatro, el del Universo (escatología). Por lo tanto, el trabajo histórico premoderno sobre cada uno de estos finales ha sido la base normativa para justificar un orden social en el que todas las actividades y decisiones estén determinadas o en torno a preceptos religiosos y la voluntad de sus ministros.

Historia como ficciones

Si bien en cada una de estas narrativas expuestas los historiadores pueden presentar evidencias de veracidad, todas tienen en común que prevalece en ellas un componente de ficción. Todas, de algún modo, le dicen a su lector o público lo que quiere que le confirmen: que no tiene la culpa de su infortunio, que es conducido hacia una mejor situación, que su esperanza tiene fundamentos, que el sufrimiento tiene sentido y que el sacrificio tendrá recompensa. ®

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Publicado en: Letras libertinas, Noviembre 2012

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