Gutierre Aceves Piña ha sido profesor, investigador, curador y gestor cultural. Durante veintiún años estuvo al frente de la Casa ITESO Clavigero, en Guadalajara. Con estas palabras el autor expresa su reconocimiento a este personaje multifacético.
Gutierre Aceves en la Casa ITESO Clavigero. Fotografía: ITESO/Luis Ponciano.
Muy queridos Gutierre y Alfonso. Amigas y amigos.
Me gustaría complementar lo que aquí se ha dicho con algunas experiencias que he vivido con Gutierre. Más a manera de ejemplo o de ilustración de algunos de los rasgos que ya han compartido el Rector y Alfonso.
Lo haré a manera de viñetas.
Gutierre, el especialista
Por pura buena suerte, porque yo no tenía ninguna vela en ese entierro, tuve la fortuna de ser invitado a una cena que ofrecieron Cristina Romo y Juan Pablo Rosell en su casa. El motivo era el libro Cocinar en Jalisco, cuya elaboración fue alentada por Gutierre.
Cuando pasamos a la mesa apreciamos en un muro una nutrida colección de platos de cerámica. Rosell, el anfitrión, lanzó un reto juguetón: “Dime, Gutierre, ¿de dónde son esos platos?” Lo que siguió no fue sólo una deliciosa cena, sino toda una cátedra de cerámica y arte popular.
Gutierre fue describiendo, uno por uno, no sólo el tipo de cerámica, sino las características de producción, el lugar de origen, el proceso cocimiento, las características de los motivos decorativos. Incluso, en algunos casos, se aventuró a nombrar al autor de la pieza y la época de elaboración. Y acertó en todos.
Gutierre Aceves flanqueado por el periodista y académico Juan Carlos Núñez y el doctor Alfonso Alfaro, investigador del legado jesuita. Fotografía de Lilián Solórzano.
En otra ocasión visitamos el templo de Loreto en la Ciudad de México con un grupo del ITESO. Gutierre y yo fuimos los primeros en llegar. Frente a la enorme puerta nos esperaba el sacristán. “Ya llegaron los padres”, gritó. Antes de poder aclarar nuestro estado civil ya nos habían metido en la sacristía, donde nos esperaba el señor cura. En una pared había un gran cuadro que parecía virreinal, sin firma. Los encargados del templo desconocían si era de la época y la autoría.
Unos minutos más tarde se incorporó el resto del grupo en el que iba también Alfonso Alfaro. En la penumbra del antiguo recinto, y con ayuda de una linterna, Gutierre y Alfonso comenzaron a analizar cada detalle del cuadro. Los materiales, la técnica, los colores, los detalles de las manos de los personajes.
Fue impresionante la manera en que ambos fueron analizando la obra y haciendo deducciones para llegar a la conclusión de que, a reserva de un peritaje oficial, era un cuadro virreinal, autoría de alguno de los grandes pintores de la época.
Yo me sentía en medio de una película. Fue impresionante la manera en que ambos fueron analizando la obra y haciendo deducciones para llegar a la conclusión de que, a reserva de un peritaje oficial, era un cuadro virreinal, autoría de alguno de los grandes pintores de la época, ahora no recuerdo cuál.
El cura se quedó feliz. Yo, boquiabierto, por la sabiduría de mis amigos.
Gutierre, el maestro
En ese viaje visitamos también un par de exposiciones en el antiguo Colegio de San Ildefonso. Cuando llegamos a la última sala el grupo ya se había desbalagado. Quedábamos unos cuantos. El cuadro que cerraba la muestra era enorme, repleto de personajes religiosos y muchísimos angelitos.
De un vistazo a la pasada, y desde mi gran ignorancia, lo que vi fue una típica estampita celestial. Estampota, en este caso. No presté mucha atención. Cuando estaba dando el paso para cruzar la puerta hacia el patio escuché la voz de Gutierre que se decía a sí mismo: “Qué maravilla”. Le salió del alma.
Durante el homenaje a Gutierre Aceves en la Casa ITESO Clavigero. Fotografía de Lilián Solórzano.
Volví la mirada. Su expresión al contemplar la obra era señal inequívoca de que había que regresar. ¿Qué veía? Y empezó a explicar cada detalle. Los colores, la composición, los personajes, sus relaciones, el lugar que ocupaban en el cuadro, los símbolos. Lo ahí había era una novela completa fascinante.
Gutierre nos dio una clase de pintura virreinal a partir de ese cuadro, con una pasión y una capacidad didáctica que envidiaría cualquier pedagogo.
Ésa es una de las cualidades que distingue también a Alfonso Alfaro. Si los ven cerca de una obra de arte acérquense a ellos, sin dudarlo. Tendrán un gran regalo.
Gutierre, el sabueso
“Ve nomás lo que conseguí…” Con esa frase me ha recibido Gutierre muchas veces en esta casa. Y emocionado, como el niño que va a presumir el regalo navideño, me lleva a ver el cuadro, el florero, el recetario, el bordado… A veces todavía medio empacado.
Tan interesante como el propio objeto es la historia de cómo llegó hasta aquí. La búsqueda, la negociación, los obstáculos y las burocracias. Ojalá, Gutierre, que escribas un libro sobre el detrás de cámaras de las exposiciones.
Es un gran sabueso que investiga, rastrea y persigue las obras de arte hasta conseguirlas. No va tras cualquiera, sino por la precisa, la pieza que se requiere para completar el rompecabezas, la historia.
Y es que él tiene algo de detective. Es un gran sabueso que investiga, rastrea y persigue las obras de arte hasta conseguirlas. No va tras cualquiera, sino por la precisa, la pieza que se requiere para completar el rompecabezas, la historia.
Le va siguiendo la pista, deduce, ata cabos y encuentra el cuadro que necesita colgado en la sala de un coleccionista privado o en la casa de una comunidad religiosa o guardado en la bodega de un museo. Ahí donde esté, lo encontrará.
Pero, además de encontrarlo, hay que traerlo. Y no cualquiera puede convencer al propietario de una valiosa pieza d que la preste. Pero es Gutierre. Y eso merece otra una viñeta.
Gutierre, la autoridad
A lo largo de los años Gutierre se ha constituido en toda una autoridad en el mundo del arte. No sólo es una autoridad en términos académicos y profesionales, también en una autoridad moral por su responsabilidad, profesionalismo y ética.
“A Gutierre se le cuadran”, me dijo alguna vez uno de sus colaboradores. Y lo constaté en aquel multicitado viaje. En todos los museos que visitamos fue recibido con mucho respeto y gran cariño. En uno de ellos, la directora de un museo nacional dejó a medias una importante reunión para bajar a recibirlo y darle la bienvenida en la puerta.
Lo mismo ocurre con los coleccionistas. Saben que si le prestan una pieza a Gutierre será tratada con sumo cuidado y resguardada celosamente, pero también que volverá en mejor estado del que tenía cuando se fue.
En una ocasión me pidió prestadas algunas calaveras de mi colección. Me llamó la atención las que eligió. “¿Esas?”, me pregunté en silencio. No eran las más vistosas.
Y que lucirán espléndidamente en la exposición. En una ocasión me pidió prestadas algunas calaveras de mi colección. Me llamó la atención las que eligió. “¿Esas?”, me pregunté en silencio. No eran las más vistosas. Cuando las aprecié montadas en la exposición entendí lo que alguien llamó alguna vez “el buen ojo de Gutierre”.
Gutierre, el tragón
Hay que decir que Gutierre ha tejido buena parte de sus variados vínculos alrededor de muchas mesas con buena comida. Porque le gusta comer bien y disfruta compartir con otras personas esa edificante afición.
En los itinerarios culturales que organiza tan importantes son los museos y los templos como los restaurantes y las fondas. Si te vas a reunir con él es probable que te diga: “Claro que sí, nos echamos unos chilaquilitos y ahí platicamos”.
Gutierre Aceves escucha el texto de Juan Carlos Núñez que tú lees ahora. Fotografía de Lilián Solórzano.
Dicen que además cocina muy bien. De eso todavía no puedo dar fe, pero sí me ha contado sobre algunas maravillas de su antiguo recetario familiar, que custodia con esmero.
Gutierre, flor de asfalto
A Gutierre le encanta la naturaleza. Siempre y cuando esté en un cuadro. En un paisaje de José María Velasco, por ejemplo. La naturaleza real le provoca mucho más que escozor. Es profunda aversión. Cualquier prado que mida más de dos metros cuadrados es para él naturaleza salvaje, terra incógnita, peligro inminente.
“Yo aquí los espero en la camioneta, no se preocupen por mí. Disfruten”, nos dijo cuando, para llegar al acueducto de Xalpa, había que recorrer unos doscientos metros sobre una grama que apenas rebasaba la suela de los zapatos.
“Que extraño que a Gutierre no le guste el campo”, le comenté a una compañera en alguna ocasión.
“¿Qué tiene de raro?”, me respondió con naturalidad. “El agua, la humedad, el sol, los insectos destruyen la obra de arte. Él ama el arte y la naturaleza es enemiga del arte. Es obvio”.
Le recomendé a mi amiga que se vuelva psicoanalista.
Gutierre, el artista
Cuando conocí de cerca el trabajo de Gutierre fui reconociendo que era, más que un reconocido experto, un hábil gestor y un eficiente director de un centro cultural. Que su trabajo no era cumplir eficazmente con las exposiciones anuales que se programan.
Al testificar su manera de imaginar las exposiciones, investigar el tema y crear el guion, me quedó claro que posee una enorme creatividad.
Porque organizar una buena exposición de artistas reconocidos requiere, por supuesto, de gran conocimiento y capacidad de gestión, pero poner en una exposición un birote o el cartelito de “no molestar” de un hotel o el recetario de alguna de nuestras tías al lado de un bodegón de Roberto Montenegro es otra cosa.
Se requiere arrojo para animarse a experimentar con una exposición como la de Santa Teresa en la que solamente había un cuadro y un piano. Lo demás era el texto “Las Moradas” plasmado en los muros de la casa con enormes letras de diversos colores.
Hay que tener gran conocimiento para crear una exposición sobre los maestros del arte popular jalisciense. Es un notable mérito, pero concebir una muestra sobre la flor de Tonalá, sobre la representación de las plantas silvestres de la región en las piezas de barro tradicional, es otra.
Se requiere arrojo para, en conjunto de sus colegas, animarse a experimentar con una exposición como la de Santa Teresa en la que solamente había un cuadro y un piano. Lo demás era el texto “Las Moradas” plasmado en los muros de la casa con enormes letras de diversos colores para propiciar diversas lecturas. Eso va más allá de una curaduría tradicional.
Por eso agradezco a Alfonso Alfaro el texto que ya citó el Rector, pues con él pude poner palabras a algo que yo no había atinado a expresar: que Gutierre es “un verdadero artista de la comunicación museográfica”.
Gracias, Gutierre, por ser nuestro maestro y nuestro amigo. Gracias por contagiarnos tu pasión.
Muchas gracias. ®
Texto leído en la Casa ITESO Clavigero a propósito de los veintiún años de Gutierre Aceves al frente de este recinto cultural universitario. Guadalajara, 2 diciembre de 2025.
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