El humor es virulento, nos embarga: una broma bien gastada nos contagia de la burla, es donde nos volvemos un saltador de altura —arcadas de risa— ensartamos la garrocha en el casi-punto —alma— del otro, entonces el sobre-ser, lo que nos rebasa, acontece.
El hombre, al ser a la vez ser, no-ser y sobre-ser, la encarna más allá de la muerte.
—Edmond Jabès
Porque hay humor en el tiempo, en el aroma, en los silencios obligados, en las miradas tardías que por serlo no son más que señales errantes, en los malos entendidos, en las interpretaciones que van y vienen de unos a otros, porque una mueca dice tanto como una palabra, por ello un hombre desiste de su chulería ante una mujer que lo desprecia bajo un solo signo de piel, ¿no es acaso una sonrisa un pliegue en la superficie del rostro?
El rostro es un pergamino.
El humor habita en nosotros y nosotros en él.
Igual que un temporal se dice —mal día, buen día— del humor lo mismo, llegar con el semblante indispuesto hace huir con la misma excatitud que una tormenta, la gente se cubre de los gruesos hilos de agua, huir para no empaparse/humedecerse, retirarse para no mimetizarse con el diluvio, así con el humor: una risa contagia risa, del bostezo a otro bostezo y de la ira a la ira.
La meteorología se extiende hasta la antropología que no encuentra definiciones para definir lo que es el humor, pero jamás aceptará la ciencia la entrega inmediata —la experiencia cotidiana— como la fuente principal de la esencia del humor, ahí se origina y ahí se consuma.
Michel Serres narra la manera en que el alma aparece justo cuando él lucha en medio de una tormenta, el barco mercante en el que se encontraba es golpeado por las olas, el hombre es derrumbado por el vaivén, el navio sucumbe ante la fuerza del agua, y justo cuando se encuentra atrapado entre dos maderos el alma hace su aparición, el punto de contacto donde entorno, adentro y afuera, toman sentido. El alma se vuelve el casi-punto donde la garrocha encaja para propulsar al saltador.
¿Qué es eso del sobre-ser? Jabès escribe ese término al hablar de la mentira, ésta habita en el ser, no-ser y sobre-ser del hombre. Lo mismo ocurre con el humor, nos va en lo que nos afirmamos (ser), negamos (no-ser) y nos sobrepasa (sobre-ser).
La percepción del humor llega como un rumor de la presencia: la mujer abatida de placer que no encuentra el momento oportuno para dejarse despojar del aroma de su amante, el olor a sexo perdura por todo el espacio, manto que todo lo cubre. El libro de cabecera de Greenaway, la piel es el texto abierto, papiro, manuscrito de humores, olores, tactos y contactos. El alma reside en la carne magra: el mundo.
Todo va impregnado de eso que se denomina humor.
El humor abarca la esencia de cada persona, el fluido que se amalgama con la personalidad y que entonces por nada del mundo podría dudar que se trata de ti, o de mí.
El carácter y la personalidad es la humedad de cada quien.
Esa huella digital, el tatuaje único, individual, es “ese humor” que te caracteriza de cómico frustrado, de viejo prematuro que todo aborrece y desprecia.
Habría que considerar al humor el sexto sentido, porque ralentiza lo que los otros cinco sentidos proveen a la experiencia.
La piel sabe explorar las proximidades, los límites, las adherencias, las bolas y los nudos, las costas o los cabos, los lagos, los promontorios y los pliegues. El mapa de la epidermis expresa ciertamente más que el tacto, se sumerge profundamente en el sentido interno, pero parte del tacto. De esta manera, lo visible dice más que lo visible. No existe una consigna del orden del tacto para designar algo intocable, algo intangible, en un sentido próximo a este invisible presente o ausente en lo visto complementario a éste, abstraído de éste, encaranado en su carne […] El alma intacta encanta al tacto como lo invisible de la topología frencuenta e ilumina lo visible de la experiencia, del interior.1
Serres nos hace notar que no es posible abstraer un sentido del otro, pues la mirada ve texturas, relieves, dureza, en general las cosas de la mano; el oído capta amanecer en un acorde mayor, noche en el menor, cosas del ojo; así con los demás sentidos.
Humor, piel, carne magra: sentido: papiro: mundo.
El saber de ti me pone de mal humor, el no saber de ti, también.
La ambigüedad nutre la humedad —fuerza— del humor, en eso que se llama vacío —el espacio abierto— está tocado, con-tactado, ¿recuerdan lo del olor a sexo por la habitación?
No hay nada virgen que le sobreviva al umor —cualquier cosa húmeda o fluida— del hombre. No hay cosa en este mundo —porque los objetos no existen más que en la conciencia— que no sea o haya sido de alguien, porque la historia de ese anónimo se dice en sus bienes; ese alguien, es el ser de cada uno de nosotros, cuya orfandad nos obliga a repensar lo que es el ser del hombre en el sobre-ser.
El humor es la humedad del ser.
Saber de ti me humedece, no saber de ti, también.
¿Qué es eso del sobre-ser? Jabès escribe ese término al hablar de la mentira, ésta habita en el ser, no-ser y sobre-ser del hombre. Lo mismo ocurre con el humor, nos va en lo que nos afirmamos (ser), negamos (no-ser) y nos sobrepasa (sobre-ser).
El humor es virulento, nos embarga: una broma bien gastada nos contagia de la burla, es donde nos volvemos un saltador de altura —arcadas de risa— ensartamos la garrocha en el casi-punto —alma— del otro, entonces el sobre-ser, lo que nos rebasa, acontece. ®
1 Serres, M. Los cinco sentidos. Ciencia, poesía y filosofía del cuerpo, p.29. Taurus, 2002.