En películas que tratan de cuestiones éticas se muestra a un sujeto que comete un acto moralmente bueno pero legalmente malo. La forma de justificar la condena de esa persona y de exculpar a la sociedad es la de hacer que ese sujeto cometa otro acto completamente ilegal e inmoral.
Ya hace algún tiempo que hemos cuestionado la teoría de Nietzsche de la inversión de los valores al indicar que tanto derecho tiene la fuerza a manifestarse como fuerza como la astucia a mostrarse como astucia; ninguno, puesto que no hay ninguna ley que, en la sociedad, permita a uno imponerse a otro. El uso de la fuerza o de la astucia sólo está legitimado como defensa, pero la sociedad se reserva el derecho de utilizarlas. El grave problema surge cuando es la misma sociedad la que comete la agresión pues no hay forma alguna de obtener justicia.
El velo de Maya, que impide al hombre egoísta ver al otro, ha sufrido una interpretación en el mundo social por la cual se desprecia el derecho y el sufrimiento ajenos cuando ese otro no forma parte de la sociedad oficial.
La señora Penny Fleck, madre del protagonista, Arthur Fleck, en la película Joker (Todd Phillips, 2019), vive en ese estado de idiocia en el que se sumen los seres sociales, muy respetuosos con las normas establecidas pero no con la verdad, y todavía espera que su antiguo amante, Thomas Wayne, un poderoso empresario que aspira a la alcaldía de su ciudad, se apiade de su situación y, reconociendo una obligación hacia su hijo, Arthur, les ayude económicamente para salir de la miseria en la que viven. Pero el respetadísimo señor Wayne no hizo más que aprovecharse de una simple empleada a la que dejó embarazada y tirada como un kleenex usado cuando se cansó de ella, a pesar de lo cual, como ciudadana bien amaestrada, ella todavía confía en la bondad y honestidad de su señor. Éste, como miembro respetable de una comunidad bien organizada, se ocupó de que los hechos aparecieran de manera bien distinta a como fueron en realidad, de forma que su hijo ya no era su hijo, sino un niño adoptado por una señora demente a la que nada debe. En la sociedad la verdad es lo que llamamos verdad, incluso en asuntos como el de salud mental. La cuestión de la sobrediagnosticación de la enfermedad por parte de los psiquiatras está reconocida hasta por ellos mismos, lo que nos debe hacer pensar que el problema ha de ser mucho más grave de lo que nos dicen.
Arthur también está en tratamiento psiquiátrico y, supuestamente, por motivos fundados. Ahora bien, aunque el hecho fuera cierto, no por ello el protagonista habría de dejar de comprender la injusticia, como la comprende quien la sufre pero no quien la produce. Sin embargo, tratándose de una obra artística, la enfermedad, metafóricamente, tendría mayor sentido, a saber, el de expresar que, desde un punto de vista social, los hechos siempre tienen una interpretación que deja en buen lugar la actuación de los seres sociales.
La maldad del hombre bueno
Así, por ejemplo, Arthur sufre el acoso de unos muchachos —pues hasta los chicos sociales tienen poder sobre los adultos marginados de la sociedad—, sufre, en el metro, el acoso de los respetables directivos de una importante compañía financiera propiedad de Wayne, porque quien tiene poder en el mundo social tiene derecho a imponerse a quienes estén por debajo de su rango, y a despreciar a quienes no alcanzar a existir en el mundo oficial. También sufre las burlas del presentador de TV, Murray Franklin, sufre las faenas que le hace uno de sus compañeros de profesión, Randall, y su propio padre le da un puñetazo. ¿Es eso la civilización? ¿No debería ese hombre civilizado ser corregido o aniquilado? O, por el contrario, ¿deberíamos aprender a comportarnos todos de la manera civilizada en la que lo hacen los buenos ciudadanos? La respuesta de Arthur ante estas situaciones será, en principio, la de aguantarse y reír, como exige la sociedad civilizada a sus componentes. Más tarde, responderá con violencia a la violencia, lo que, socialmente, se considera desproporcionado y fruto de su demencia.
En ese mundo de verdades invertidas y de interpretaciones viciadas por consideraciones sociales, Arthur ríe. Le han dicho que su deber es traer alegría al mundo, e intenta reír ante la tragedia. Su conducta es una respuesta condicionada: socialmente, el ciudadano debe ser feliz pues vivimos en una sociedad perfectamente estructurada, lo que debe desembocar en la felicidad general. Hasta el Papa exige a sus fieles que sean felices, para que no den la lata con sus penalidades. Arthur ríe cuando uno de los payasos cuenta una desgracia familiar, pues, si en el mundo civilizado no es correcto no ser feliz, debe reír ante las desgracias ajenas, como deberían reír los demás cuando las sufren, como hace él. Pero descubre que los demás no ríen por sus problemas y que la risa no es la única respuesta al sufrimiento. Su risa pasa de ser una conducta social a una ironía: el mundo no es tan perfecto como nos dicen y la risa, aunque no lo demuestra, lo cuestiona. En una conversación con la empleada de los servicios sociales, dicen:
—Creo que le dije que me gustaría dedicarme a la comedia.
—¿No lo hiciste?
—Yo creo que sí.
Efectivamente, Arthur se dedica a la comedia, pero a la comedia filosófica, no a la artística, haciendo con ella crítica de lo establecido. La risa convierte la tragedia en comedia, pero también puede convertir la lógica en absurdo, y el absurdo del mundo social es lo que denuncia el bufón.
Kill the rich
Las revueltas que se producen en la calle por la muerte de un payaso nos dicen que lo que sufre el Jokeres el sentimiento generalizado de una parte de la población que se considera oprimida y que no es un sentimiento personal fruto de una enfermedad, es decir, se trata de una interpretación del mundo no condicionada por conceptos sociales, puesto que el hombre posee una existencia y una realidad que no se reducen a su existencia comunitaria. Arthur lo ha ido comprendiendo a base de recibir golpes, a base de vivir situaciones que contradicen la visión impuesta del mundo. Sigue su conversación con su asistente social:
—Hasta hace poco tiempo, es como si nadie me viera, ni siquiera yo sabía que existía.
—Arthur, tengo malas noticias.
—No escucha, ¿Cierto?, creo que nunca me escucha, en realidad, hace las mismas preguntas todas las semanas. ¿Qué tal el trabajo? ¿Tienes pensamientos negativos? Lo único en mi mente son ideas negativas. Pero usted no escucha, de todos modos. Yo dije que durante toda mi vida no sabía si realmente existía, pero existo, y las personas comienzan a notarlo.
—Hicieron un recorte, cerraremos la próxima semana. La ciudad está haciendo muchos recortes, incluyendo servicios sociales. Es la última vez que nos veremos.
—Ok.
—Gente como tú les importa un carajo, Arthur. Y, también, les importan un carajo las personas como yo.
—Bueno, ¿cómo voy a conseguir mis medicinas ahora? ¿Con quién hablo?
—Perdóname, Arthur.
El Joker se percata de su existencia no social (pero existo), aunque ve que es una existencia que está atrapada en la sociedad, la cual sigue sin reconocerle. Cuando la sociedad percibe que el paciente descubre la verdad y que es imposible de someterle lo considera una causa perdida y lo abandona (no hay más pastillas). Un ser no social que ya no está sometido por la sociedad, porque no recibe nada de ella, se enfrenta a ésta, como hacen los alborotadores en la calle que cometerán lo que socialmente está calificado como delitos. Los abusos de los poderosos carecen de calificación, porque son ellos quienes los califican.
Entonces, los alborotadores matan al señor Wayne y a su esposa, pero no al niño que es inocente (prueba de su justicia) por las mismas razones por las cuales Arthur mata a su madre, a su excolega Randall y matará a Murray, el presentador, porque son parte del sistema corrupto: unos, porque le establecen, otros, porque le sostienen. Esos crímenes parecen resultado de un brote psicótico consecuencia de la falta de medicamentos, pero el medicamento es el símbolo para representar la obligación de aceptar la interpretación social de los hechos (sólo drogado, quien tenga sentido común puede aceptarla) y la enfermedad mental es la explicación social de la negativa de algunas personas a aceptar la imposición comunitaria, una interpretación por la cual el poderoso tiene poder sobre los demás en virtud de la estructura social establecida. Arthur ya había matado a los directivos de la compañía de Wayne, pero como defensa de su ataque, bien que desproporcionada, comprensible: no cree en la bondad del mundo y no se somete a sus caprichos. Ante la desgracia que sufre, ya no ríe, ya no traga. Ahora quiere cambiar el mundo y mata por convicción, para reestablecer el orden moral, un orden opuesto al social, en el que no haya ninguna jerarquía ni superioridad de un hombre sobre otro. Las últimas muertes son un acto revolucionario de justicia contra un orden injusto, como lo demuestra el hecho de que matara a Randall, un payaso, pero no al otro colega, Gary, que le acompañaba, al que incluso ayuda a salir de su casa, sin preocuparse de que pudiera delatarle.
Todos somos payasos,
dicen las pancartas de los manifestantes contrarios a la aspiración de Wayne a la alcaldía, que había calificado a los menos favorecidos de payasos. En su intervención en el programa de Murray el protagonista quiere cambiar el mundo, quiere cambiar la calificación del bien y del mal, porque los valores impuestos son falsos, obligan a la gente a someterse al poderoso, obligan a los payasos a reírse de su desgracia. Desde ahora, Arthur reirá por las desgracias ajenas:
‒Ya no tengo nada que perder, mi vida es una completa comedia.
‒A ver si lo entendí: ¿Crees que matar a esa gente fue gracioso?
‒ Sí, claro, y estoy harto de fingir que no lo es. La comedia es subjetiva, Murray, ¿no es lo que dicen? Todos ustedes, el sistema, que sabe tanto siempre, decide lo que está bien o mal, del mismo modo que deciden lo que es gracioso o no.
(Gritos y murmullos)
‒Sáquenlo de aquí…
‒Ok, creo que me estás diciendo que incitaste un movimiento para convertirte en un símbolo
‒Por favor, Murray. ¿Parezco un payaso que pueda incitar un movimiento? Maté a esos tres porque eran una basura. Todo el mundo es horrible estos días. Suficiente para volver loco a cualquiera.
‒Ok, ahí está, estás loco. ¿Así te justificas por matar a tres jóvenes?
‒No, no eran tan afinados como para salvar sus vidas.
(Gritos de desaprobación).
¡Ay!.. Por qué está todo el mundo tan obsesionado con esos tres. Si yo fuera el que cayera muerto en la acera pasarían encima de mí. Paso a su lado todos los días pero nadie me nota. Pero esos tres, ¿Qué? ¿Porque Thomas Wayne lloró por ellos en televisión?
‒¿Tienes un problema con Thomas Wayne o qué?
‒Sí, sí lo tengo. ¿Has visto lo que ocurre ahí fuera, Murray? ¿Alguna vez sales del estudio? todo el mundo le grita e insulta a los demás, ya nadie es civilizado, nadie se pone en los zapatos de la otra persona. ¿Crees que hombres como Tomas Wayne alguna vez piensan lo que es ser alguien como yo? ¿Empatizar con los demás? No lo hacen. Ellos creen que nos quedaremos sentados y toleraremos todo como niños buenos, que no responderemos ni atacaremos.
El final de la ilusión
Pero, en el estudio, no había payasos como en la calle, sólo había gente decente que desprecia la violencia cuando no sean ellos quienes la practiquen. Las formas civilizadas de conducta se las reservan ellos.
Normalmente, en las películas que tratan de cuestiones éticas, como ocurre en ésta, se muestra a un sujeto que comete un acto moralmente bueno pero legalmente malo. La forma que tienen los guionistas de justificar la condena de esa persona y de exculpar a la sociedad es la de hacer que ese sujeto cometa, posteriormente, otro acto completamente ilegal e inmoral, de forma que la justificación que inicialmente tenía desparezca y que la sociedad pueda condenarle mediante las leyes y los tribunales. Es el sistema del cine para defender el orden instituido pues el cine está en manos de seres sociales que, por revolucionarios que parezcan, no pueden justificar el delito ni tienen la menor intención de que cambie otra cosa que el gobierno, pero no el estado de las cosas, razón por la cual, siempre, critican a sus oponentes ideológicos pero nunca al sistema, que es lo que quieren dirigir. Así que esos seres tan elevados sólo buscan dominar, demostrando que carecen de altura moral e intelectual. Si para alcanzar sus fines tienen que destruir la honestidad de los honestos —carentes ellos de esta virtud— lo harán gustosos y con un sentimiento de superioridad por estar haciendo lo correcto, a su modo de entender las cosas, que no es otro que el que ha establecido la comunidad, de la misma manera que se establece qué es lo que se considera incorrecto recurriendo a la sobrediagnosticación. La sociedad dispone de numerosos mecanismos para defenderse de la verdad. Esa actitud de poseer una supuesta superioridad moral por defender la opinión de la comunidad, es decir, de criticar lo que se tiene por inadecuado, la vemos muy bien representada en esta cinta en la actitud del presentador, Murray, cuando el Joker habla de sus crímenes. Pero esa postura es hipocresía y carece de justificación. Bastaría con que un cambio en la política o con que una autoridad superior establecieran un nuevo criterio para que pudiéramos advertir un cambio borreguil de la postura en esos seres tan orgullosos de sus consideraciones y de sus valores, que se demostrarían completamente falsos. Pero ese cambio sería tan generalizado que la falsedad no querría ser reconocida por la comunidad que podría quedar catalogada y establecida su especie.
Verdad es lo que llamamos verdad
Lo que encontramos en el mundo social es una auténtica inversión de valores, un mundo construido para organizar la existencia en el que se ha establecido una jerarquía que soluciona los problemas materiales pero no los humanos. Las sociedades las han construido los poderosos y facilitan la vida de la mayoría de la gente. Pero hay gente a quien no se le soluciona nada, pues toda ventaja ha de mostrar algún inconveniente, y de esos pobres desgraciados nos olvidamos escondiéndolos en el inframundo social. Y una gran parte de la población, aun disfrutando de las ventajas de la civilización, vive en desventaja con respecto a otros que, con mayor injusticia que justicia, dirigen sus vidas.
Si Occidente mira con desdén las leyes y la moral de otras culturas lo hace sin haberse sometido ella a un higiénico análisis ético, siendo un juzgador que, no estando libre de pecado, tiene la desfachatez de tirar la primera piedra, porque adopta la postura del hombre honesto en un mundo tan falso que la apariencia suple la falta de esencia.
Como decía un político español, las clases medias lo soportan todo. Y tenía gran razón, la clase media puede cambiar la política y eso le satisface, de tal modo que no reclama otra cosa. Son los desfavorecidos y sin nada que perder los que ponen en evidencia la falsedad de este sistema. La verdad resulta que es justamente lo opuesto a lo que esta sociedad considera verdad. Si Occidente mira con desdén las leyes y la moral de otras culturas lo hace sin haberse sometido ella a un higiénico análisis ético, siendo un juzgador que, no estando libre de pecado, tiene la desfachatez de tirar la primera piedra, porque adopta la postura del hombre honesto en un mundo tan falso que la apariencia suple la falta de esencia.
Esa injusticia del dominio de unos poderosos sobre la masa ha sido la norma en nuestra cultura, y, si hoy, una película como la analizada se atreve a denunciarlo es porque en estos días la evolución cultural ha llegado a una forma en la que, al igual que el arte es el objeto del arte, la sociedad analiza la composición de ella misma, llegando a la conclusión de que una comunidad es la simple agrupación de individuos donde no hay cargos predeterminados ni ninguna persona predestinada a ninguna alta misión. Los reyes han sido decapitados y, según dicen, hasta Dios ha muerto. Nada hay, en la sociedad, y no en el mundo, que no haya sido configurado por el interés de los poderosos y con la intención de servirse de todo ello.
El bufón acaba, en ese mundo social, encerrado en un manicomio en el que sigue riendo porque todo sigue igual, la verdad no es capaz de cambiar el mundo, que sigue en manos de los poderosos y no de los veraces.
‒¿Sabes lo que realmente me hace reír? Antes creía que mi vida era una tragedia, pero me di cuenta de que era una puta comedia. ®