Jorge Martín: una vida marcada por la historia y la memoria

Memoria de una lucha sindical

Después de cincuenta años Jorge Martín se prepara para enfrentar el final de un juicio de lesa humanidad. En 1974 nació “El Villazo”, una lucha histórica de los obreros de Villa Constitución, Argentina.

Jorge Martín, «La justicia a destiempo no es justicia». Fotografía: Iván Bonnici.

Más de 12 mil personas se congregaron en la plaza central para festejar el triunfo de los trabajadores y el fin de la burocracia sindical. En 1975 se desató el operativo “Serpiente roja del Paraná”, con el objetivo de secuestrar, torturar o asesinar a quienes apoyaban la lucha. Hasta la fecha, más de cien personas declararon.

Las calles, opacadas por el paso del tiempo, me llevan de vuelta al principio, donde todo empezó. Donde hace cincuenta años se instaló el primer centro clandestino de detención en el país, fundado en las inmediaciones de la empresa siderúrgica Acindar. En Villa Constitución, al sur de la provincia de Santa Fe, un joven de diecinueve años ayudaba a los detenidos sin saber que se convertiría en sobreviviente.

No es que sé de historia porque soy profesor de historia, sé porque la viví. Muchas cosas las aprendí más por esa vivencia que por leer libros de historia.
—Jorge Martín

Sentado en el sofá de su living Jorge Martín cruza las piernas. Alto, de cabello lacio ceniza y ojos azules, viste un jogging y un buzo negro. Frente a él, sobre una pequeña mesa de madera, hay un portarretratos con una foto suya y de su esposa Silvia. Detrás imágenes de sus hijos: Paula, Agustina y Santiago.

Jorge tiene sesenta y nueve años y está jubilado. Fue profesor de historia y director del Instituto Superior del Profesorado N° 3 Eduardo Laferriere. Dejó de ejercer, pero nunca dejó de enseñar ni aprender. Hoy dedica su tiempo libre a practicar yoga, mantener su huerta y buscar justicia o hacer historia, que en lenguaje son sinónimos.

La historia corre por sus venas. Su legado se remonta a la llegada de su bisabuelo, Manuel Martín, desde Málaga. Por entonces Argentina era conocida como el “granero del mundo”, porque exportaba grandes cantidades de trigo, maíz y lino. En 1890, con la habilitación del Puerto y el Ferrocarril, muchos se instalaron en Villa Constitución por trabajo.

Manuel Martín, ferroviario, contrae matrimonio con una criolla: Soledad Batú. Fruto de aquella descendencia, el 12 de junio de 1955, nace Jorge Víctor Martín, hijo de Matilde Angélica Larroquette Couland y Rafael Mario Martín. Desde su niñez es amante de las revistas de historia y la jardinería, costumbres que heredó de sus padres.

Las mujeres presentes en El Villazo.

—De chico siempre me interesó la historia. Mi papá leía mucho, le gustaba el tema de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, entonces tenía colecciones de revistas. Creo que ahí me empezó a gustar —expresa emocionado—. Después lo que era prehistoria, arqueología, cultura clásica, grecorromana, siempre me apasionó.

Si en 1973 le hubieran preguntado qué le gustaría estudiar tal vez no sabría qué responder. Ese mismo año dejó la secundaria para trabajar. Apenas cumplió dieciocho años cargó con el peso de llevar el pan a la mesa. Sus padres estaban divorciados y vivía con su mamá y su hermana Analía.

—Económicamente estábamos muy mal. Lo que pasa es que al padre de familia en esa época no se le exigía cuota alimentaria —deduce desde su experiencia.

En la mayoría de las familias el trabajo se transmitía de generación en generación.

—Prácticamente, en mi familia fueron todos ferroviarios. Mi bisabuelo, mi abuelo y mi padre —relata Jorge.

En diciembre del 73 llegó su turno. A diferencia de sus familiares, se desempeñó en la Asociación Mutual Ferroviaria, donde continuó hasta 1975, cuando fue reclutado para cumplir con el servicio militar obligatorio en la Prefectura. Debía realizar tres meses de instrucción en San Nicolás y después le permitían reincorporarse a su trabajo. Sin embargo, en junio de ese mismo año, el curso previsible de los acontecimientos se interrumpió abruptamente.

* * *

En la madrugada del 20 de junio de 1975, mientras todos dormían, alguien tocó a su puerta. Jorge abrió. Del otro lado, se encontró con al menos quince hombres, algunos encapuchados y vestidos de civil y otros con uniforme de la Policía Federal. Recibió un golpe tras otro.

—Al otro día desfilaba como escolta de la bandera en un desfile militar —cuenta.

Pero ese 20 de junio, con la bandera argentina como testigo, lo subieron a un Ford Falcon verde sin matrícula y aquel desfile fue sólo otro sueño que no se cumplió. Esposado, con los ojos vendados y los pies atados, lo trasladaron al “Albergue de solteros”, un centro clandestino de detención que funcionaba dentro de la empresa Acindar. Ahí operaban la Policía Federal, Prefectura, Los Pumas y la Triple A.

El Albergue de solteros era una especie de chalet, de mayor tamaño que el resto de las instalaciones de la fábrica. Los detenidos estaban concentrados en un mismo espacio, con las manos sobre la nuca o sobre las paredes.

Esposado, con los ojos vendados y los pies atados, lo trasladaron al “Albergue de solteros”, un centro clandestino de detención que funcionaba dentro de la empresa Acindar. Ahí operaban la Policía Federal, Prefectura, Los Pumas y la Triple A.

—Estuvimos ahí torturados, con simulacros de fusilamiento, muchos golpes e interrogatorios —dice Jorge. Fueron tantas las veces que contó su historia que el relato de los eventos permanece intacto en su memoria.

Desde ahí los trasladan a Rosario.

—Me acuerdo de que íbamos el 20 de junio hacia Rosario. Justo estaban poniendo el himno, y vos sabés que no sé qué pasó y nos pusimos a cantar el himno —sonríe y recuerda aquel instante como si de repente pensar en los colores celeste y blanco le hiciera olvidar todo el tormento que vivió.

Por un momento, le quitaron la venda y vio un rostro conocido entre los detenidos: su hermana, Analía. Sintió preocupación y alivio a la vez.

—Yo no sabía que ella estaba, ni ella sabía que yo estaba ahí. Ellos me decían: “A tu hermana ya la hicimos mierda”. “Aprovechá vos y salvate pendejo” —dice con impotencia, y por primera vez puedo percibir la tristeza en su mirada.

Analía Martín estudiaba Ciencias Económicas en San Nicolás. La noche del 19 de junio, horas antes de que se llevaran a Jorge, se bajó de un auto en la entrada de Acindar para buscar una campera que se había olvidado en la casa de un primo. Pero no regresó.

Tres compañeros la esperaban en el auto y fueron interceptados por la policía. Los oficiales registraron lo que había dentro y encontraron papeles donde recaudaban fondos para los detenidos del 20 de marzo de 1975.

Entre los detenidos estaba su tío, Tito Martín, una figura que influyó mucho en la vida de Jorge. De él heredó la resiliencia y la determinación que hoy lo caracterizan. También su pasión por la enseñanza y la militancia. Tito Martín fue ferroviario, dirigente sindical, creador de la CGT regional, maestro, vecinalista y dirigente del Partido Comunista. Seguramente mucho más. En palabras de la municipalidad, “un hacedor”.

Tito Martín. Fotografía: Municipio de Villa Constitución.

Jorge mueve sus manos como si estuviera por dar una clase frente a sus estudiantes, pero en realidad se prepara para dar una clase sobre su propia vida.

—Se comienza a conformar lo que se denomina un “comité de lucha”. Nosotros militábamos en el Partido Comunista y de alguna forma participamos en ese comité de lucha, juntando apoyo económico y alimentos para colaborar con la familia de los trabajadores y los detenidos.

Los hermanos Martín participaban desde los dieciséis años en el Partido Comunista fundado por su tío Tito.

—Dentro de la familia Martín la mayoría eran radicales de la línea intransigente, los radicales del pueblo; Yrigoyen, Frondizi, Ilia. De ahí surgió Tito, que a los dieciséis años se identificó con el Partido Comunista, con las ideas socialistas y de alguna forma transmitió eso dentro de la familia —relata.

Tito Martín fue detenido el 20 de marzo de 1975, Analía Martin el 19 de junio y Jorge Martín al día siguiente, pero para entender el origen de los hechos hay que retroceder un año.

En 1974 los metalúrgicos reclamaban mejoras en las condiciones de trabajo, obra social y sueldo, además del derecho a elegir a sus representantes gremiales. Pero su petición fue rechazada.

Ahí se dio lo que se denominó “El Villazo”, la toma de fábrica de parte de los trabajadores, donde en dos meses de huelga obligan tanto al gremio de la UOM Nacional como a la empresa Acindar a elecciones libres.

El sindicato metalúrgico de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), que agrupaba a los trabajadores de las fábricas Acindar, Metcon y Marathon, dependía de la UOM Nacional en su totalidad. No representaba los intereses del pueblo obrero, sino los del sector empresario.

—Ahí se dio lo que se denominó “El Villazo”, la toma de fábrica de parte de los trabajadores, donde en dos meses de huelga obligan tanto al gremio de la UOM Nacional como a la empresa Acindar a elecciones libres —así lo explica Jorge, quien para entonces ya había mutado hacia su faceta como profesor de historia.

El 16 de marzo de 1974 alrededor de 12 mil personas celebraron en la plaza central una victoria histórica para el movimiento obrero: el triunfo del Villazo y la liberación de la burocracia sindical. En noviembre, la Lista Marrón, liderada por Alberto Piccinini, arrasó en las urnas con más del 65% de los votos. Pero lo que ya era una lucha ganada desató el enojo de los más poderosos y se levantó un operativo por un “complot subversivo” en contra de la industria.

—Se le llamó “Serpiente roja de Paraná”.

El 20 de marzo de 1975 quedaría grabado para siempre en la memoria de Villa Constitución como el día en que las calles amanecieron bajo el poder de más de cuatro mil efectivos policiales.

—Fue el día más emblemático porque llevaban a cientos y cientos de detenidos, todo lo que fuera la comisión directiva de la UOM, de Acindar y de otras fábricas; dirigentes políticos, sociales y sindicales —explica Jorge.

El gobierno de María Estela Martínez de Perón, la UOM Nacional, las fuerzas de seguridad y algunos directivos de Acindar fueron cómplices de esta cacería.

La represión dejó un saldo de 300 detenciones y decenas de asesinatos. Un ensayo de lo que para muchos sería el golpe final: la dictadura de 1976.

—Hubo cientos de detenidos donde estábamos mi hermana y yo, y al año siguiente, en marzo del 76, se dio el golpe de la dictadura más genocida que se conoce en la historia de la Argentina. Y Martínez de Hoz, que era el presidente de Acindar, pasa a ocupar el cargo de ministro de Economía de la dictadura.

* * *

Si hoy le preguntan a Jorge por sus años en el calabozo bromeará y dirá que “más o menos sanos hemos salido…”, pero “al principio era terrible”.

—Me sacaban al patio, me sentaban en una silla contra un caño de bajada de agua, me esposaban ahí y ése era mi recreo.

Injusticias sufrió un montón. El primer año durmió en el suelo hasta que lograron a través de los jueces darle un colchón. Si quería ir al baño tenía que llamar para que lo sacaran.

—Tenías que tener el control del esfínter, para cuando ellos te abrieran, no cuando tuvieras necesidad —expresa con impotencia.

Le tocó padecer hambre. La comida se traía desde la jefatura de policía en una olla grande.

—Muchas veces la ponían en un pasillo ahí delante del calabozo y comían primero los perros y después a la tarde la ingresaban y comía yo.

Pero, en el encierro y la oscuridad de aquel confinamiento, había algo que le preocupaba más que todo lo anterior: la soledad.

—En un calabozo, con la puerta ciega de hierro y una rejilla arriba. Ahí estuve más de tres años y medio, solo, solo, solo, siempre solo —recuerda.

Jorge es un conversador nato. Disfruta de socializar. Ésa fue una de las cosas que más extrañó cuando se jubiló.

—Me costó el primer año. Calculá que en un cargo de directivo hay casi 200 personas trabajando, entre docentes, administrativos, auxiliares escolares, bibliotecarios, alumnos, y eso te demanda un contacto social muy fuerte. Pero enseguida lo superé estando en contacto con otras actividades —dice y recuerda—. En este momento hago yoga, dejé hace tiempo natación, tengo que volver a retomarla.

Hoy tiene la libertad de decidir cómo relacionarse con los demás. Pero durante su detención sólo le permitían visitas los domingos.

—¿Qué hacías mientras estabas ahí?
—Fundamentalmente leer. Leía de todo. Muchas novelas. Tal así que me costó, y lo tengo como mi libro de cabecera, el Quijote de la Mancha, en castellano antiguo. Realmente me costó, pero nunca me divertí tanto como esos dos personajes que eran el Quijote y Sancho Panza —sonríe—. Considero que eso me marcó muy a fuego, la visión que tenía cada uno de la sociedad, de la vida, realmente muy hermoso.

La detención marcó un antes y un después en su percepción de la realidad, le ayudó a pensar con claridad sus metas. Se prometió a sí mismo que iba a terminar sus estudios. Desde entonces no hubo barreras que pudieran frenarlo.

El 24 de diciembre de 1978, después de más de tres años cautivo, quedó en libertad. Volvió a la casa donde creció, a recorrer las calles de Barrio Talleres, entre 9 de julio y Libertad.

—¿Qué fue lo primero que hiciste cuando saliste?
—Cuando salí… cuando salí… —mira hacia arriba y hace memoria—. Esa noche, mi hermana, que había salido antes que yo, y una vecina me esperaban con una obra de teatro en casa. Realmente no me acuerdo cuál era el tema de la obra, pero fue muy emotivo todo. Cuando llegué a mi casa fue toda una alegría, mi familia, los vecinos, todos… Realmente un recibimiento de parte de la sociedad hermoso, maravilloso, fue muy lindo.

El siguiente año terminó la secundaria y se inscribió en el Profesorado de Historia en el Instituto Superior del Profesorado N° 3 Eduardo Laferriere.

La lucha antiburocrática y antipatronal.

—En el secundario fui re–vago, me llevaba todas —dice, para mi sorpresa–. En primero me llevé una. En segundo dos, en tercero siete, en cuarto nueve. Pero iba, las rendía todas en un saque y pasaba. Y, sin embargo, el instituto me encantó. Tal así que fui el segundo mejor promedio en más de 600 alumnos. Era el primer escolta de la bandera. Fijate vos las contradicciones, ¿no? —sonríe y entiende que cada uno tiene su proceso.

Pasaron cincuenta años desde el operativo “Serpiente roja del Paraná”. Jorge considera que fue un momento oscuro de su vida, pero no influyó negativamente en su futuro, sino que lo volvió más fuerte.

—Sí, me impulsó a un montón de cosas. Yo no era así, me hubiera conformado con quedarme en la Mutual Ferroviaria y haberme jubilado ahí. Era joven, tenía una vida, no es que sea mala, pero más conformista —afirma.

* * *

En 2013 Jorge declaró por primera vez ante el juzgado de Comodoro Py, en Buenos Aires.

—Fue el lunes 4 de noviembre de 2013. Lo recuerdo porque mi hermana estaba ya con un cáncer terminal y fuimos citados a Comodoro Py a declarar. La primera declaración — expresa, y cuando habla de ella se esfuerza por no llorar—. Fui yo, porque ella ya no podía moverse.

Al peso que implicaba declarar por primera vez se le sumaba la angustia por la enfermedad de su hermana. Ese día se le tomó la declaración por escrito y le explicó a la secretaria la situación de Analía.

—Ella me dijo: “Yo no tendría inconveniente. Si ella quiere declarar, que declare ante un escribano público, certifique la declaración y me la envían”. El martes, mi hermana me dice: “Mañana voy a declarar”.

Y así sucedió. Su declaración fue grabada, se tomó nota de ésta, se certificó por escribano y se envió al juzgado.

—Y el 11 de noviembre del 2013 falleció.

Murió una semana después de la declaración de Jorge y días después de dar la suya.

—Y había sido cuatro años concejal, la primera mujer concejal socialista. Renovaba la banca el 10 de diciembre. Pero, bueno, falleció el 11 de noviembre, pobre —dice, y cada vez que la recuerda sus ojos brillan con una mezcla de tristeza y  admiración. Eran muy unidos.

Pasaron cincuenta años desde la represión en Acindar y tanto para las víctimas como para los imputados el tiempo pasa factura.

—La mayoría de los querellantes somos gente adulta. Vos calculá que el más chico soy yo, con sesenta y nueve años. Hay gente que tiene más de ochenta años.

Lo que más le preocupa a Jorge es el tema de la impunidad. Los que participan en la represión mueren impunes, mientras las víctimas se van sin obtener justicia.

La investigación de los hechos se frenó hasta el 2004 a causa de las leyes de obediencia debida y punto final, promulgadas en 1986. Ambas impedían los procesos judiciales por delitos de desaparición forzada de personas o cometidos por las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar.

—Nosotros sostenemos que hay una convivencia del poder judicial con estos grupos de poder económico para que no se sepa o, mejor dicho, no se pueda demostrar la participación civil empresarial en la dictadura.

Federico Pagliero, abogado querellante y miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), explica que la investigación de los hechos se frenó hasta el 2004 a causa de las leyes de obediencia debida y punto final, promulgadas en 1986. Ambas impedían los procesos judiciales por delitos de desaparición forzada de personas o cometidos por las Fuerzas Armadas durante la dictadura militar.

—La apertura de la causa fue en el año 2011, es decir, que se demoró muchísimo en que la justicia dictamine elevar la causa a juicio. Eso recién ocurrió en noviembre del 2023 —señaló Pagliero.

El juicio se desarrolla en el Juzgado Federal de Rosario, cuya jurisdicción abarca la región de Villa Constitución, e involucra a cincuenta querellantes y veinticinco imputados. Durante la segunda etapa los testigos declararon frente al Tribunal Oral, conformado por los doctores Germán Sutter Schneider, Ricardo Moisés Vázquez y Otmar Paulucci. El fiscal, Adolfo Villate, llevó adelante la acusación.

En los tribunales… Fotografía: Antonela Curti.

El 5 de febrero de 2024 Jorge Martín se presentó en los Tribunales de Villa Constitución para dar su declaración. Entre Belgrano y Lisandro de la Torre, lo acompañaban sus familiares y otros querellantes, quienes alzaban un pasacalle con la leyenda “Históricos del Villazo”. Con este nombre se conoce a aquellos sobrevivientes que aún tienen la oportunidad de luchar por obtener justicia. Como Jorge.

—Si lo tengo que describir en pocas palabras, es un ícono en nuestra ciudad en relación con la lucha por la memoria, la verdad y la justicia —afirma Pagliero sin dudarlo.

Es el primero que habla en las noticias sobre el juicio, el primero en exponer su mirada ante las injusticias. Aquel que comunica a los demás las novedades. Eso lo aprendió durante los quince años que fue delegado de base en el instituto.

—Siempre llevaba la información a mis compañeros, los volantes, organizaba cuando se tenía que votar para las elecciones, cuando se votaban las medidas de fuerzas —dice Jorge.

Representa los intereses de sus pares como alguna vez lo manifestó en otras áreas. Por ejemplo, cuando refundó el Partido Socialista Popular local o asumió la Secretaría de Cultura.

—A Jorge lo vi muy bien declarando. La verdad que es una persona muy formada. Lo que sí, justo iba a declarar a finales de diciembre del 2023 y no llegó, entonces quizás hubo un poco de ansiedad porque tuvo que esperar hasta después de la feria, en febrero del 2024. Declaró de una manera brillante, quizás con la carga emocional de tener que hablar de su hermana, Analía, y su tío Tito Martín, ya fallecidos.

En las audiencias es muy común que se crucen estas emociones.

—A mí, a diferencia de otros compañeros o compañeras, que les generó situaciones conflictivas de volver a recordar y revivir todos esos momentos, me generó mucha ansiedad, de querer estar presente y poder hablar —cuenta—. No he tenido grandes complejos, tal y así que hoy no me molesta hablar de esto, para nada, ni me dejó huellas feas, todo lo contrario. Me dejó un aprendizaje muy grande. Evidentemente, hoy en el juicio estoy y lo que pretendo no es venganza, para nada, es justicia. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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