Yo era muy joven, quería ser compositor y cantante. Mi papá me compró una guitarra y empecé a componer mis propias canciones. Incluso hice una audición para RCA. Pero las cosas no salieron nada bien.

Mi interés por la música estuvo siempre presente desde niño, tocaba la flauta dulce y cantaba en el coro.
Un día mi papá le compró una guitarra a mi hermana en una feria, una guitarra maluca muy corriente, pero era una guitarra.
A mi hermana no le interesó, pero yo quería aprender a tocarla.
No tenía maestros ni métodos para hacerlo, y la única forma era a través de los amigos, así fue como aprendí a afinarla; alguien me enseñó las “pisadas” o los acordes, el círculo de do, de la, de mi, etc., y empecé a tocar.
Mi familia se daba cuenta y lo apreciaba. Un sábado en la tarde mi papá llego con una guitarra de Paracho, fina, bien hecha, suavecita, con cuerdas de nylon. Un instrumento increíble que me hizo dedicarle más tiempo a tocar y aprender.
Como ya era bueno en los acordes y me había aprendido varias canciones, me entró la idea de componer mis propias canciones. Quería ser compositor y cantante, había leído los Veinte poemas de amor y una canción desesperada y empecé a ponerle música a algunos de ellos, y escribí mis propias letras, sobre el amor, la libertad, la liberación de los pueblos y la justicia internacional. “Libertad, hoy te vuelvo a encontrar”… Yo estaba feliz con mi repertorio, me sentía talentoso y comprometido con la historia.
Entonces yo viajaba de aventón. Un día, en el camión, frente al Monumento a la Madre, conocí a un cantante argentino que ya había grabado en RCA Victor Yo tengo una noche guardada para ti. Se llamaba Juan Carlos Abara. Eran los años setenta. Le dije que me gustaba escribir canciones y, antes de que me bajara, me escribió el nombre del A&R de RCA y me dijo: “Llámalo, siempre están buscando talento”.
Ahí estaba mi tan anhelado brake, un contacto en la disquera.
Al otro día lo llamé y me dio una cita para que fuera a verlo a RCA, en la avenida Cuitláhuac. Yo sabía cómo llegar en trolebús.
Fui una tarde. Sin decirle a mis padres salí con mi guitarra en una bolsa y un cuaderno con todas las canciones que había escrito.
Cuando llegué no me hicieron esperar, les daba gracia que un niño llegara a pedir una audición. Me llevaron a la oficina del A&R —del que no recuerdo su nombre…
Empecé con lo mejor de mi repertorio. Aún no llegaba a los tres acordes cuando me detuvo y me preguntó: “¿Tienes otra?”, y así, una tras otra, apenas empezaba y me detenía. “Otra”, y yo cantando sobre la libertad, el amor puro, la emancipación de los pueblos, Latinoamérica se levanta…
Al fin me dijo: “Mira, muchacho, tus canciones son muy complicadas y con temas muy aburridos, muy intelectuales, que no les interesan al pueblo. No tienen estribillo ni coro ni gancho, o sea, un desastre, y no nos interesan”. Así de plano, fríamente, aunque debo decir que le dedicó tiempo a escuchar todas mis canciones.
Me dijo: “Te voy a mostrar un nuevo cantante que acabamos de firmar, un chico muy talentoso, y vamos a lanzar su nuevo disco, que va a ser un exitazo. ¿Quieres escucharlo?
“Sí, claro me gustaría oírlo”, le dije.
Sacó un disco de 45 RPM y lo puso en el tocadiscos que tenía en su oficina. “Escucha con cuidado, habla de la realidad del pueblo y de lo que es estar enamorado de verdad.”
La música empezó con la letra más simple que había escuchado. La canción decía:
“Voy por la calle, caminando y platicando con mi amor.” ¿De verdad?, me pregunté…
“Y voy recordando cosas serias que me pueden suceder…”
Me quedaba claro que era una canción sosa, simple y algo estúpida. La canción llegó al coro:
“No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para amar.”
Emocionado, el A&R me decía: “¿Lo escuchas? Habla a la gente, al pueblo, el dolor de amar y ser pobre, algo con lo que todos nos identificamos”.
¿Todos?, me pregunté.
“Esto es lo que buscamos: música simple, pegajosa y real. Tu música es muy complicada, no tienes madera de compositor, mejor sigue con la escuela y estudia una carrera…”
Como ya lo saben, ese cantante se llamaba Juan Gabriel. Irónicamente, muchos años después, cuando ya me había convertido en un fotógrafo profesional, le tomé la foto para la portada del álbum Abrázame muy fuerte. ®
