A Ramón y a Juanito los mataron el viernes y los velaron el sábado. Nunca había escuchado que alguien llorara con tanto dolor como su madre. Me hizo sentir horrible, como vacío, ahogado en una oscuridad sin fondo…
Esta ciudad sangra todos los días. Cada 24 horas hay por lo menos un muerto en las calles. Papá dice que matan nada más a los que andan en malos pasos, que ellos se lo buscan porque no trabajan honradamente, como uno: “Ahí andan de vagos, drogándose y sintiéndose narcos porque traen una pistola. Dime tú, cómo no van a terminar muertos los hijos de su pinche madre”.
Yo creo que mi papá tiene razón, que ése fue el sueño de Ramón desde pequeño: tener un arma, y con el arma dedicarse a matar para ganar dinero y poder comprarle una estufa a su mamá y un sombrero a su papá y un celular a su hermano Juanito y, por qué no, un carro para él, para ver si con eso al final conseguía que Mariana se sintiera orgullosa de él, como la primera vez que le quitó la vida a un hombre, que dijo que se puso bien contento su patrón, hasta le invitó las cervezas y las mujeres y le dijo que era un buen muchacho.
A veces todavía pienso en él, cuando empiezan a perseguirme las preguntas que nadie quiere escuchar, ni siquiera mi papá. Y no creo que esté mal querer saber la verdad, quizás eso le traería un poco de paz a su mamá…
Pero los sueños no son para todos. Están contados y guardados en las cuentas del banco del patrón, y no se pueden tocar ni con la imaginación. Si acaso le hubieran dicho a Juanito esto quizás seguiría vivo. Yo traté de advertirle que a su hermano tarde o temprano se lo iban a chingar, que no le siguiera la cura, pero pinche Juanito, nunca hizo caso, y ahí fue a creerse chingón, tomándose fotos con las botas, el sombrero y el arma de su hermano, sintiendo que estaba en la cima del mundo, que ahora sí ya nadie le iba a decir nada en la escuela por sus camisetas rotas, porque ya no iba a traer camisetas rotas, ahora pura de marca y el iPhone 5 y unos lentes Ray Ban para impresionar a la Ismely. “¡Y ahora sí, con todo viejón!”, decía, imitando a su hermano mayor.
A Ramón y a Juanito los mataron el viernes y los velaron el sábado. Nunca había escuchado que alguien llorara con tanto dolor como su madre. Me hizo sentir horrible, como vacío, ahogado en una oscuridad sin fondo; era como si ella también estuviera muerta, pero el dolor la mantuviera viva. Entonces recordé lo que había dicho mi papá, que ellos mismos se lo habían buscado, y la angustia se fue, se ocultó detrás de la cortina, y aunque sigue ahí es más fácil dormir por las noches pensando que la culpa la tuvo Juanito desde el principio.
A veces todavía pienso en él, cuando empiezan a perseguirme las preguntas que nadie quiere escuchar, ni siquiera mi papá. Y no creo que esté mal querer saber la verdad, quizás eso le traería un poco de paz a su mamá… el saber a cuál de los dos mataron primero, saber sí Juanito alcanzó a ver cómo le quitaban la vida a su hermano o si él fue el primero en irse. Cuando pienso en todo esto aparecen preguntas llenas de rabia. ¿Quién los mató? ¿Por qué la policía no lo evitó? ¿Por qué nadie hace nada para evitar que nos sigan matando? ¿Por qué dejé que mataran a mi mejor amigo? ®