Kapuscinski y su viaje sin regreso

Los últimos días del reportero

“Se sentía esclavo de ser Ryszard Kapuscinski”, dice desde Varsovia su secretaria personal, Agnieska Flisex, quien fue capaz de ver al hombre detrás del aventurero. Acá el último viaje del reportero, relatado por sus más cercanos.

Kapuscinski en Angola

“A la edad de 74 años muere el gran maestro del reportaje”, titulaba la prensa mundial hace cuatro años. La noticia conmocionó al mundo literario y sus compatriotas sólo asumieron el dolor cuando veían en la televisión internacional los más sentidos homenajes.

¿Viajar? Una tragedia o un vicio. En todo caso, es una actividad que va en contra de la naturaleza, decía Ryszard Kapuscinski, quien a pesar de ser un trotamundos reconocido, su alma era sosegada. Trabajaba en un pequeño estudio del centro de Varsovia. Un taller cuyas paredes eran repisas empotradas repletas de libros. En esa ciudad, de aproximadamente 2 millones 785 mil habitantes aproximadamente se “estableció” luego de cubrir más de veinte revoluciones y guerras por el mundo.

En una tarde varsoviana —de un día cualquiera— celebraban en su casa una fiesta de despedida. “Me alcanzaste justo. Mañana me voy a España a hacerle clases a Leticia, tu futura reina”, dijo entre risas. No entendí el chiste, ni siquiera hoy. Desde ese entonces han pasado seis años. Seis años, donde mi relación con el “señor K” creció con base en mi interés por encontrar respuestas a miles de interrogantes que ahora, jamás, serán respondidas.

“No, él está de viaje. Llegará en dos semanas”, era la frase recurrente de Alicia Mielczarek, su esposa, quien de Penélope —la mujer que espera a su eterno enamorado en la estación de trenes— tiene mucho. La última vez que hablé con ella fue el jueves 25 de enero del año 2007. Tres días después de enterarme de que el “señor K” había muerto en el Hospital Banacha de Varsovia. “Se salvó de la malaria, lo mordió una serpiente venenosa, un escorpión, pasó hambre. Muchas veces su vida estuvo en las manos de otros y murió así, tan repentinamente”, dijo sin resignación y a punto de llorar. “No tengo fuerzas para hablar, menos hoy día, me siento mal y muy triste”, se disculpó sollozando, antes de colgarme el teléfono. Su muerte había sido tan súbita que aún se escuchaba en su contestadora el mensaje que alguna vez Ryszard grabó para sus interlocutores.

Adiós, Polonia

Según explica su secretaria, Agnieska Flisex, Kapuscinski comenzó con los malestares en diciembre del 2006, después de una larga estadía en las islas de Nueva Guinea, en el Pacífico sur. “Cuando le pregunté qué enfermedad tenía, él me respondió ‘No quiero hablar de eso’. Y así lo hizo, no habló, ni conmigo ni con nadie. Así que asumí que era lo mismo de siempre. Su dolencia a la cadera”.

¿Viajar? Una tragedia o un vicio. En todo caso, es una actividad que va en contra de la naturaleza, decía Ryszard Kapuscinski, quien a pesar de ser un trotamundos reconocido, su alma era sosegada.

Sin embargo, las decisiones tomadas por el autor le iban indicando que el problema era grave. El 5 de enero de ese mismo año Ryzsard la llamó para que le ayudara a suspender todos sus compromisos. Se sentía cansado y sus problemas gástricos no lo dejaban en paz. Esa mañana Agniezka lo notó distinto, como lleno de esperanzas. “Él tenía la ilusión de que esta operación le ayudaría a estar mejor para volver a trabajar. Creo que no había asumido el peligro de la intervención”.

El viernes 19 de enero “el reportero tercermundista”, como lo llaman sus seguidores, entró en el pabellón del hospital y, cuatro días después, falleció producto de un ataque cardiaco. “Para todos fue un shock. Fue tan repentino. Si dos semanas antes habíamos estado hablando de su nuevo proyecto. Quería escribir sobre los libros del antropólogo polaco Bronislaw Malinowski (uno de sus mentores), quien estudió la cultura de los isleños trobiandeses. Con la enfermedad, todos sus planes se fueron a pique. Incluso los más sencillos”.

Agniezka se enteró de la muerte de su jefe a los treinta minutos de haber sucedido. “La prensa, la televisión, las revistas, las radios, publicaron muchos artículos sobre la muerte de Kapuscinski. No sé si en tu país pasa, pero acá tenemos la costumbre de homenajear a nuestros artistas o personajes destacados cuando ya no están”, explica molesta.

“Recuerdo la conclusión de un solo locutor de televisión, porque me llamó la atención. Él criticaba la importancia de Kapuscinski para los polacos ya que sólo le dimos la relevancia merecida cuando se fue. Cuando murió. Si hasta el fallecido presidente (muerto en accidente aéreo el año pasado), Kaczynski, se portó igual. Dijo que había sido una gran pérdida, pero lo declaró sólo después de que los reyes de España dieron el pésame. Los polacos sentimos la pérdida sólo cuando vimos que en otras partes del mundo le rendían homenaje”.

De otra galaxia

La infancia de Kapuscinski fue dura. Vivía en la pequeña localidad de Pinsk, que actualmente pertenece a Bielorrusia. Al iniciarse la II Guerra Mundial Polonia fue ocupada por las tropas armadas soviéticas, entonces tuvo que huir hacia Polonia central, a una aldea más pobre y más analfabeta que su ciudad natal.

Agniezka concuerda con Stasinski. Cuenta que cuando comenzó a trabajar con Ryszard él estaba terminando de confeccionar su libro más personal: Viajes con Heródoto, “y fue realmente impresionante verlo pasearse portando, de aquí para allá, tomos gigantes del griego antiguo, historia, apuntes compilatorios, mapas de Grecia de la época de Heródoto, entre otras cosas. Kapuscinski era una gran biblioteca”.

Durante la guerra los polacos no podían estudiar más que siete años de primaria y para Ryszard no fue distinto. Su educación fue muy atrasada. Todo lo inició tarde: comenzó a leer muy tarde, a escribir muy tarde, a estudiar muy tarde. Los diez años fundamentales en la educación de un niño, Kapuscinski los tuvo perdidos. “Para mí, Kapuscinski es un misterio. Siempre pensé que un buen escritor debía formarse desde niño. Con buenas lecturas y buena educación. Dos cosas que él no tuvo. Y míralo, léelo”, cuenta desde su oficina Maciej Stasinski, editor de la sección internacional de la Gazeta Wyborcza, periódico donde el “señor K” publicaba sus crónicas.

Agniezka concuerda con Stasinski. Cuenta que cuando comenzó a trabajar con Ryszard él estaba terminando de confeccionar su libro más personal: Viajes con Heródoto, “y fue realmente impresionante verlo pasearse portando, de aquí para allá, tomos gigantes del griego antiguo, historia, apuntes compilatorios, mapas de Grecia de la época de Heródoto, entre otras cosas. Kapuscinski era una gran biblioteca”.

—¿Alguna vez te comentó qué autores, de todos los que leía, eran para él un bodrio?

—Sí, a Kapuscinski le enervaban los escritores que son tratados como autoridad. No te voy a dar nombres, pero son ésos que escriben libros de viajes sin siquiera haber estado ahí una semana. Eso lo enojaba mucho.

—Maciej Stasinski me dijo que Ryszard era un hombre del siglo pasado, que no tenía correo electrónico, no tenía computadora, y que apenas usaba el fax, pero a pesar de todo sus trabajos son perfectos…

—Sí, pero lo del fax es mucho. Mira, no tenía facilidad al escribir, porque siempre estaba buscando el estilo perfecto. Lo primero que hacía al confeccionar un libro era escribir a mano. Y de estas múltiples versiones a mano, pasaba otra a máquina de escribir. Siempre estaba buscando superarse.

De narrador a mito

—En sus biografías siempre destaca su interés exacerbado por el otro…

—Sí, es verdad. Nos veíamos pocas veces. Kapuscinski era un hombre muy accesible, muy cálido, toda la gente que lo conocía coincidía en eso. Cuando nos juntábamos las conversaciones partían del interés por su interlocutor. Me preguntaba sobre mis cosas, qué hacía de mi vida, qué hice el fin de semana. Siempre muy interesado por mí, ja já.

—Podríamos decir que sus libros son su gran biografía…

—Todos sus libros son confecciones sobre lo que le pasaba, sobre su trabajo de reportero, aunque no revelaba su personalidad íntima, sólo quería saber sobre el otro. Los libros no revelan al hombre. Sólo un poco, pero no nos permiten descubrirlo entero.

—En cuanto a su ánimo, ¿cómo lo sentiste las últimas semanas?

—El mundo lo ve como una gran autoridad del periodismo, pero estaba bastante cansado de esos viajes que suponían más promoción de sus libros que investigación. Él siempre me decía que se sentía un esclavo de la editorial y esclavo de ser Ryszard Kapuscinski.

—¿Aparte de su libro sobre el antropólogo Malinowski, se quedó con otro trabajo inconcluso?

—Sí, se había quedado con un libro de poemas, pero lo publicaron. Y cuando murió ya estaba traducido al español. Aunque no sé si lo publicaron allá. Pero sé que existe.

—¿Qué crees que pasará con su legado y con la figura de Ryszard Kapuscinski?

—Espérate.

Me deja en línea y en el auricular se oyen ruidos de páginas volteándose. Luego de unos minutos comienza a leer: “¿Qué condiciones tiene que cumplir hoy, en la época de los medios de comunicación, una persona para convertirse en mito? Su muerte tiene que sobrevenir en el momento en que la persona se halla en la cumbre de su éxito y cuando se esperaba de ella que consiguiera mucho, mucho más; esa muerte tiene que ser repentina: debe contener un elemento de conmoción, de violencia y sorpresa; hay que ser encantador, tener carisma y una personalidad seductora; hay que pertenecer al gran mundo, en el sentido más amplio de la expresión. ¿Responde a tu pregunta?”, me dice mientras yo supongo que eso bien pudo haberlo escrito Kapuscinski. ®

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Publicado en: Destacados, Diciembre 2011, Literatura y viaje

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