El autor reflexiona en torno de lo que es y significa la belleza, si se trata de un fenómeno natural o cultural, de sus mitos y de lo que dice la ciencia. Explica cómo a pesar de existir amplias evidencias del impacto de la belleza en la sociedad las ciencias sociales la ignoran. El culto de la belleza ha desempeñado un papel determinante en la transformación del hombre en cyborg.
The only way to be happy is for every one to be equal.
—Ray Bradbury, Fahrenheit 451
El cuerpo y los pigmentos
La relación entre tecnología y biología ha sido un tema constante en mi trabajo, sobretodo en el contexto del cyborg, un organismo cibernético que es una entidad que integra partes biológicas, producto de la evolución, y partes tecnológicas, producto del ingenio creativo que en ocasiones responden a la necesidad de sobrevivir y en otras a deseos de alterar la apariencia o mejorar el funcionamiento de los órganos. El cyborg es un recurso útil para estudiar la forma en que nos relacionamos con la tecnología y la manera en que ésta nos afecta, desde las relaciones cotidianas con nuestras extensiones electrónicas y extremidades virtuales hasta la manera en que la tecnocultura determina nuestro inevitable paso a una condición posthumana.Partamos pues de la idea del cyborg, el cual puede ser cualquier entidad viva que establece relaciones operativas con determinadas tecnologías, que pueden ser de necesidad (como sería una prótesis o un marcapaso), de mejoría sobre la naturaleza (como una vacuna o la posibilidad de implantar un dispositivo de comunicación y control en el cerebro con una computadora) o simplemente estéticas (que pueden ir desde el maquillaje hasta las más dramáticas modificaciones corporales).
La definición de cyborg es en extremo flexible, pues dependiendo del contexto podríamos asumir que:
· El cyborg es un organismo cibernético que combina elementos sintéticos y orgánicos. Es un ser que depende de la tecnología para realizar determinados actos físicos o mentales.
· El cyborg es un individuo que emplea la tecnología para recuperar parcialmente o compensar el uso de órganos o sentidos atrofiados o ausentes. Por tanto es un aspirante a la normalidad.
· El cyborg es cualquier persona que usa el lenguaje oral o escrito para comunicarse, emplea papel y pluma para ayudarse a memorizar o hacer cálculos, utiliza lentes, ha recibido alguna vacuna o tiene la piel tatuada.
Podemos decir que el homo sapiens desde el momento en que emplea cualquier tecnología para mejorar de alguna manera sus condiciones existenciales se convierte en una entidad biológica transformada por la cultura. En este caso todos los miembros de nuestra especie de homínidos no somos solamente homo faber, como el hombre que hace y que transforma su medio con herramientas y objetos artificiales, sino homo cyborg, en tanto a que establecemos relaciones de control y comunicación entre el cuerpo y el medio a través de los artefactos que fabricamos.
Uno de los primeros usos que dio el hombre a la tecnología fue la decoración de su propio cuerpo y rostro. El arreglo personal tenía un objetivo distinto a la protección que le daba la ropa, no se trataba de un uso pragmático sino de una transformación simbólica mediante pintura corporal, tatuajes y ornamentos. Esta práctica aparece desde muy temprano en numerosas civilizaciones primitivas y puede estar relacionada con objetivos rituales o bien simplemente estéticos. Los arqueólogos Christopher S. Henshilwood, Francesco d’Errico, Curtis W. Marean y otros describen detalladamente en un artículo 28 herramientas de hueso y otros artefactos encontrados en la cueva Blombos, en Sudáfrica. Estas herramientas especializadas que tienen más de 70 mil años tuvieron un enorme impacto porque pusieron en evidencia que desde entonces los homínidos tenían un comportamiento moderno que comprendía el empleo de herramientas “formales”, las cuales además eran producidas siguiendo secuencias técnicas deliberadas para dar forma al producto, un proceso que comenzaba con materias primas y terminaba con la herramienta terminada. Tomaría alrededor de 35 mil años más para que algo semejante sucediera en Europa. Estos artefactos requerían de “un nivel de planeación y conceptualización más alto que simplemente tallar a golpes pedazos de pedernal”1 y se manufacturaban de manera organizada y sistemática, con lo que desarrollaron una industria primitiva de herramientas de hueso (principalmente puntas de proyectiles y punzones) en el paleolítico medio (periodo que comenzó hace unos 300 mil años y terminó hace 50 mil).2 Un grupo que poseía esta capacidad creativa tenía por fuerza que haber desarrollado el pensamiento simbólico, por tanto sus creaciones no eran únicamente utilitarias y pragmáticas sino que los objetos que producían tenían significados diversos y no forzosamente aparentes.
Esto implica que muy probablemente ese pueblo tenía un lenguaje complejo con el cual concebía y articulaba ideas abstractas. En Blombos se encontraron evidencias del uso del pigmento ocre, el cual si bien servía para decorar objetos también se usaba para decoración corporal, quizás con fines sociales, estéticos o rituales. Henshilwood y Marean escriben:
La ornamentación personal con cuentas y pintura corporal con pigmentos son medios de almacenamiento externo de símbolos que pudieron haber sido usados para establecer su identidad cultural […] y pueden ser interpretados por los arqueólogos como significantes de comportamiento moderno. Aunque la evidencia directa de la pintura corporal no sobrevivió en el registro arqueológico, el descubrimiento de pigmentos trabajados como el ocre puede estar vinculado con la evidencia temprana de almacenamiento simbólico externo.3
Algunas de las herramientas encontradas están impregnadas de ocre, asimismo había dos pedazos de ocre tallados con símbolos abstractos, lo que muchos han considerado la primera manifestación artística de la humanidad. Pero también había lápices o crayones de ocre4 que fácilmente pudieron ser usados para decorarse el cuerpo.
Las otras venus
Durante el paleolítico superior comienzan a aparecer en Europa figurillas femeninas talladas en piedra suave, hueso, marfil, terracota y probablemente madera (aunque éstas no han sobrevivido al paso del tiempo). La mayoría de esas estatuas tenían en común que eran figuras femeninas obesas, con grandes senos, que a menudo carecían de pies o brazos. De manera que parecían representar la imagen misma de la fertilidad y la abundancia, de un inmenso vientre bien alimentado que daba vida y que no necesita de manos para defenderse o alimentarse ni pies para escapar a los depredadores o buscar comida. En un tiempo previo a la aparición de la agricultura resultaba muy poco probable encontrar humanos que comieran más allá de lo indispensable, por lo que la gordura parecía una utopía o un estado de semidivinidad. La más famosa de estas figurillas es la célebre Venus de Willendorf, la cual se caracteriza por tener una cabeza en forma de mora. Una interpretación reciente de esta pieza del paleolítico propone que la ausencia de rostro no se debe a la incapacidad del artesano primitivo ni a un tabú que prohibiera la reproducción de rasgos faciales, sino a que la “Venus” tiene la cara cubierta por un intrincado sombrero o tocado tejido de paja y el propio cabello. Este estilo denotaría que incluso esta madre primigenia, anterior a la escritura, al arte y al concepto de identidad hubiera tenido preocupaciones estéticas y cosméticas. Lo cual confirmaría que desde la edad de piedra los pueblos han invertido recursos, esfuerzos e ideas para transformar la apariencia de su cuerpo de acuerdo con sus gustos, ideales y creencias.
La capacidad de entender, buscar y disfrutar la belleza es tan antigua como nuestra especie. La belleza ha otorgado desde hace milenios una posición de privilegio y poder, es fuente de placer y fascinación, aunque también provoca angustia, envidia, miseria y malestar existencial.
Las Venus prehistóricas son entonces representaciones idealizadas de la figura femenina, arquetipos que sirvieron para influenciar y moldear la apariencia, conducta y condición de la mujer en lo sucesivo. Lógicamente estas estatuillas fueron eventualmente sustituidas por diosas, santas, ídolos del cine, estrellas pop, celebridades, personajes de ficción y uno que otro cyborg.
Ingenuamente muchos creen que el culto de la belleza es un producto del consumismo occidental y de valores imperialistas misóginos. Nada más simplista ni equivocado que pensar, como Naomi Wolf, que la obsesión con la belleza aparece después de 1830, “cuando el culto de lo doméstico fue consolidado por primera vez y fue inventado el índice de la belleza”.5 Podemos aceptar que en ese momento aparece una mercantilización sin precedente de la belleza pero no podemos reducir el fenómeno de la belleza de esa manera. La obsesión con la belleza y los esfuerzos desmedidos por decorar y embellecer el cuerpo eran comunes en las sociedades desde el origen de los tiempos. Está ampliamente documentado el uso de maquillaje, perfumes y elaborados procedimientos de belleza en el antiguo Egipto, por tan sólo mencionar el ejemplo más conocido. Es claro que esas remotas prácticas estéticas tenían una finalidad semejante a la aplicación de maquillaje en nuestros tiempos. La capacidad de entender, buscar y disfrutar la belleza es tan antigua como nuestra especie. La belleza ha otorgado desde hace milenios una posición de privilegio y poder, es fuente de placer y fascinación, aunque también provoca angustia, envidia, miseria y malestar existencial.
Belleza como señuelo
La belleza humana es un mecanismo evolucionario, un sistema de selección de los mejores genes y de discriminación de los candidatos menos aptos. No obstante, resulta hasta cierto punto paradójico que la belleza tiene la singular responsabilidad de haber inspirado la creatividad humana, probablemente más que ningún otro estímulo, las grandes obras de arte y de la cultura, los sueños románticos, las ilusiones eróticas y un número inimaginable de actos de locura y delirio perpetrados a lo largo de la historia de la humanidad.La belleza de un rostro es desde el punto de vista de la biología evolutiva un anuncio de salud y fertilidad. Una cara atractiva, simétrica, con piel suave, labios carnosos, grandes ojos, mejillas coloradas y una cabellera frondosa es un mosaico formado por una colección de señales inmediata y universalmente reconocibles por los miembros de la misma especie que sintetizan la condición del cuerpo y las ventajas que ofrece a la reproducción el propietario. Las características de un rostro serían meramente publicidad para los genes de manera semejante a las plumas coloridas de ciertas aves. A mayor atractivo mejores son las probabilidades de que el gen pueda encontrar al candidato más apto para el apareamiento. Estos indicadores durante milenios cumplían un papel fundamental para la supervivencia, ya que se trataba de preservar a los individuos más viables. Aunque es poco probable que la belleza sea tan sólo carnada o cebo para atrapar pareja.
Esta característica explica las diferencias entre la belleza femenina y su equivalente masculino, el cual deberíamos llamar de cualquier manera menos belleza, ya que en esencia el atractivo masculino tiende a vincularse más a su capacidad como proveedor que a sus atributos estéticos. El hombre busca de manera compulsiva la juventud y las características que garantizan la posibilidad de perpetuar sus genes, por tanto la mejor candidata será aquella mujer con los atributos que sugieran con mayor contundencia su fertilidad. En cambio, la mujer busca individuos con la mayor cantidad de testosterona, lo cual aparentemente se hace visible en características como pómulos prominentes, cejas intensas y mandíbulas fuertes, entre otras cosas.
Un recurso biológico de supervivencia de la especie sería un prodigioso motor de la imaginación y de la invención. La belleza es algo demasiado singular y escaso como para aceptar que se trata únicamente de una colección de signos e incitaciones a la reproducción, a cambio le atribuimos poderes casi mágicos. Podemos debatir lo que entendemos como bello, podemos tener todo tipo de diferencias pero no hay duda del efecto que produce la belleza. Su influencia es algo que no puede ser ignorado, especialmente cuando la belleza se manifiesta en sus formas extremas y nos deja literalmente boquiabiertos, incoherentes y temblorosos. La belleza llama a la imitación, a la copia, a la compulsión de asirla mediante un trazo. Lo bello invita a ser atrapado con la mirada y nos provoca una necesidad casi patológica de seguir mirando al sujeto bello, siendo incapaces de despegar la vista, con lo que llegamos a los extremos de vulgaridad típicos de quienes lanzan esas tristemente famosas y penetrantes miradas masculinas.
Podríamos preguntarnos ¿para qué tenemos cara? La respuesta es que se trata de la plataforma de los sentidos, los cuales bien podrían estar distribuidos por el cuerpo; sin embargo, al tener nuestros sensores concentrados en una sola superficie los empleamos para relacionarnos con los demás, dando prioridad a la visión al enfocar centralmente y relegando el olfato, el gusto, el tacto y el oído a un segundo plano. La primera relación que establecemos con nuestros semejantes es una apreciación visual, y con apenas un vistazo, en centésimas de segundo, evaluamos y clasificamos la apariencia del otro. Esa conclusión inicial, instantánea y fulminante que hacemos de manera irracional, tan sólo cambiará si la relación con la persona llegara a profundizarse y adquirir otras dimensiones.
La carne sublime
La belleza depende mucho menos de la percepción individual y mucho más de elementos universales. Esto parece un juicio lapidario pero el gusto personal no es tan personal como pensamos, y en general nos inclinamos hacia donde se dirige el consenso general.
La belleza física es sin duda tan sublime como un océano o el Himalaya. La belleza femenina es real y aunque está rodeada de mitos, no es en sí un mito, como quiso hacernos creer Naomi Wolf en su rencoroso best-seller El mito de la belleza, una obra que si bien tiene muchos aciertos ofrece una perspectiva histórica muy limitada y selectiva. La belleza no es simplemente una herramienta de opresión mediante la cual los hombres someten a las mujeres ni es un valor transitorio que cambia con las temporadas; la belleza no depende, como quisiéramos creer, del ojo que la ve. La belleza depende mucho menos de la percepción individual y mucho más de elementos universales. Esto parece un juicio lapidario pero el gusto personal no es tan personal como pensamos, y en general nos inclinamos hacia donde se dirige el consenso general. Los individuos tenemos manías, fetiches y obsesiones que rigen nuestras preferencias de parejas, así como nuestros deseos eróticos, pero eso no le resta universalidad a la belleza. Las modas cambian pero los ideales de belleza femeninos —que podemos resumir como la construcción social de nociones que sostienen que el atractivo físico es uno de los principales valores de la mujer— se mantienen en general estables. “El juicio de la belleza humana puede ser influenciado por la cultura y la historia individual pero las características geométricas generales de una cara que da lugar a la percepción de la belleza puede ser universal”, escribe Etcoff.6
La belleza puede ser comprensible y definible al vincularla con objetos o seres. Cuando, por el contrario, tratamos de entenderla por sí misma, como algo abstracto, entonces se torna confusa e impenetrable, un valor impermeable a definiciones y resistente a la lógica. Asumimos que es una cualidad relacionada con la simetría (ésta era la característica más importante para la belleza desde la antigua Grecia), la moderación y la armonía, este último es un término que hemos tomado prestado de la música y que básicamente se refiere a una concordancia agradable de sonidos y a una repetición estructurada de patrones. Y precisamente, con la excepción de la música, la belleza es una experiencia visual.
El atributo ignorado
Pero si algo es realmente asombroso es que a pesar de que todos sabemos qué tan importante es la belleza en todos los niveles, las ciencias sociales han mostrado un casi absoluto desinterés y desprecio por las características de la apariencia y su influencia en la vida y la cultura. Las certezas en torno a la belleza han sido empleadas para segregar pueblos, marginar grupos, y parecería que la belleza no tiene efecto en las actitudes, las relaciones o el comportamiento de la gente. La cuestión de la belleza está estigmatizada y está vinculada a estereotipos opresivos de género, raza y clase. Por ser algo dado es considerada una fuerza antidemocrática, como el azaroso resultado de una lotería y por tanto ilegítima.Independientemente de su calidad física la belleza es un criterio cultural y sus representaciones modernas son aún dictadas y matizada por los ideales estéticos occidentales, en donde dominan, como es bien sabido, características de la fisonomía del norte de Europa, como la cabellera rubia, los ojos claros, la tez blanca y la nariz afilada. Ahora bien, no debemos descalificar rápidamente estos criterios como meras señales de colonialismo cultural, propaganda, lavados de cerebro y de profunda enajenación social (lo cual son pero hasta cierto punto), ya que algunas de estas características tienen una carga evolucionaria no despreciable que en cierta forma las hace deseables desde el punto de vista meramente biológico. La tez clara, por ejemplo, es una “ventana más transparente a la salud, la edad y el interés sexual que la piel más oscura”, como apunta Nancy Etcoff en su libro La supervivencia de las más guapas.7 La piel clara deja ver más fácilmente las huellas de la enfermedad, se arruga más temprano y permite reconocer más claramente el sonrojamiento, de modo que permite leer con mayor precisión las señales de la fertilidad y salud. La fragilidad de este tipo de epidermis pone en evidencia con mayor facilidad los estragos del tiempo y los males de la carne.
Nada pone nuestros valores políticamente correctos en tantos aprietos como la belleza. Reconocerla en una mujer puede ser considerado muestra de sexismo, una apreciación inapropiada, una agresión, una intromisión y una invitación no solicitada al sexo. Por eso al abordar el tema de la belleza física lo hacemos la mayoría de las veces mediante eufemismos, sobreentendidos y doublethink orwelliano. Ningún prejuicio es más negado ni tan común como el “fisonomismo”, una forma de segregación que ni siquiera tiene un nombre reconocible y común. Basta ver las imágenes que ofrecen la publicidad y los medios en países latinoamericanos, asiáticos y africanos para entender qué clase de fisonomía es la que vende, cuál es el perfil del ideal de belleza y cómo se trata de imponer la certeza de que lo bello se deriva directamente de los modelos occidentales de influencia nórdica europea.
La belleza exclusivamente como una cualidad o característica física es un fenómeno considerado trivial, mundano y menor. La belleza física tiene una connotación casi pecaminosa y sucia, y durante siglos ha sido imaginada como un pasaporte a toda clase de perversión y aventuras sexuales, como una licencia para la corrupción carnal y un estigma de la perdición. El cristianismo asumía que la carne era algo que debía ser conquistado, sometido, mortificado, que la belleza representaba una invitación a la corrupción. Pero el cristianismo tenía una actitud esquizofrénica hacia la belleza porque al mismo tiempo en que se condenaba se le reconocía como una obra de dios y se asociaba con lo trascendente, con la pureza, con la espiritualidad, con la bondad y con la verdad.
Además, el rechazo académico de la belleza como un fenómeno digno de ser estudiado tiene un eco del repudio del cristianismo por la belleza. Reconocer y cultivar la belleza se considera algo frívolo, una expresión de narcisismo y por tanto es entendido como una patología. Etcoff señala que parte del temor de las ciencias sociales por considerar atributos físicos al comportamiento se debe al pavor de volver a caer en teorías catastróficamente fallidas como la frenología o la fisionomía.8 En la actualidad la tecnología nos pone en una situación en que la manufactura y conquista de la belleza se torna cada vez más accesible y crea cada día más situaciones paradójicas e inusuales. Ignorar este aspecto de la cultura no sólo es absurdo sino que es un acto de negligencia intelectual aborrecible.
Los cuentos de hadas y la obsesión de la belleza
Durante siglos se consideraba que la belleza física y la belleza interior (moral, emocional, sentimental) debían estar vinculadas, que la carne no podía ser más que el reflejo de la bondad. Esto se deriva en buena medida de la creencia en un especie de teoría general de la belleza, una capaz de explicar por igual la belleza de la naturaleza, el arte, la poesía y la espiritualidad. La belleza debe, desde este punto de vista, ser trascendental y eterna, debe manifestarse únicamente donde es apropiado y desaparecer cuando la verdad, el bien y la pureza están ausentes. Esta idea es repetida constantemente en la cultura popular y muy particularmente en los cuentos de hadas infantiles, los cuales muy a menudo giran en torno a la noción de que la belleza física está relacionada con la belleza interior y la fealdad con la maldad. A pesar de que esta noción es evidentemente falsa los pueblos desde la antigüedad parecen aferrarse a ella en busca de certezas, en un desesperado esfuerzo por volver visible lo intangible, por poder leer la verdad de las emociones ajenas en el rostro y los ojos. Los cuentos de hadas parecen llevar al extremo esta necesidad.
Los cuentos de hadas, las fábulas y las historias infantiles comienzan a menudo como relatos tradicionales y eventualmente son reimaginados de generación en generación como vehículos de socialización para los niños. Estos cuentos tienen por tema el sentido común, la convivencia y el respeto a las costumbres. De tal forma este tipo de historias sirven de puerta de acceso al mundo de la literatura pero también son propaganda para reforzar y propagar las ideas, dogmas y prejuicios dominantes en materia de género, raza y clase. Estos cuentos son extremadamente plásticos y se adaptan a los gustos y preocupaciones de la época para reflejar ansiedades y problemas sociales.
Hace unos doscientos años los hermanos Grimm se dieron a la tarea de recopilar cientos de relatos populares que se preservaban por la tradición oral en la campiña germana así como historias escritas por otros autores (como Charles Perrault) en otros países europeos. En 1812 publicaron una colección de setenta relatos en un volumen titulado Kinder und Hausmärchen (Niños y cuentos de hadas caseros). A éste siguió un segundo volumen dos años más tarde. Los Grimm modificaban las historias para eliminar sus elementos más perturbadores y hacerlas más apropiadas y digeribles para la niñez de la época. Estos relatos servían principalmente como lecciones de moral y buena conducta disfrazadas de entretenimiento para los hijos de la burguesía y de una minoría económicamente privilegiada. Entre las historias que recogieron destacan algunas que han sido recicladas en nuestros días y convertidas en espectáculos multimillonarios, con películas, series de televisión, juguetes, videojuegos y toda clase de artefactos. Las más famosas son La cenicienta, La bella durmiente y Blanca Nieves, todas recicladas por los estudios Disney y todas con notables coincidencias en la manera en que se aborda el tema de los ideales de la belleza femenina.
Los estudios Disney han lanzado 53 largometrajes de animación entre 1937 y 2011, sin contar telefilmes y cintas que han pasado directamente al mercado del video y DVD. El debut de Disney en el terreno entonces virgen de los largometrajes de animación fue Blanca Nieves y los siete enanos (William Cottrell, David Hand et al., 1937), inspirado en la versión de los hermanos Grimm del relato Schneewittchen. En la primera secuencia se presenta a la Reina, la madrastra de Blanca Nieves, preguntando a su espejo mágico, que nunca se equivoca: “¿Quién es la más bella en esta tierra?”
La historia tiene grandes variaciones de cultura en cultura pero, como señala Maria Tatar,9 a pesar de las diferencias el núcleo es el conflicto entre madre e hija, ya que en muchas versiones la reina es la madre biológica de Blanca Nieves. En este relato, como en otros, los Grimm optaron por preservar la idea de la pureza y bondad materna, por lo que convirtieron en madrastras a todas las madres malas, ausentes, crueles y egoístas. En este caso el conflicto es que la madre siente una envidia criminal por la belleza de su hija. En la versión de los Grimm la madre muere después de dar a luz a Blanca Nieves (quien debe su nombre a la imagen de una gota de sangre que al caer en la nieve provoca que la madre quiera tener una hija) pero su legado sobrevive en la belleza de su hija. La reina no puede soportar la idea de que haya alguien más hermosa que ella. En este caso la belleza no refleja la bondad ni la belleza interior de la hermosa reina. Su obsesión es tal que al saberse incapaz de competir con la belleza de su hijastra (quien es “mil veces más bella que ella”, de acuerdo con el espejo), ordena a un cazador matarla y traerle su corazón, el cual después manda a hervir en agua salada para comérselo en una especie de ceremonia ritual de apropiación de la belleza. Pero la reina ha sido engañada por el cazador, quien no puede matar a Blanca Nieves, dejándola huir, y le lleva un corazón de ciervo, el cual cocina y devora. En el relato de los Grimm el cazador le lleva los pulmones y el hígado de un jabalí.
Lori Baker-Sperry y Liz Grauerholz señalan que si bien la belleza es mencionada a menudo en los relatos y las historias de princesas y príncipes de los hermanos Grimm, los que han sobrevivido y han sido explotados ampliamente desde el siglo pasado son aquellos donde la belleza femenina cumple un papel prominente y es asociada con la juventud, la bondad, la laboriosidad, la devoción, el sacrificio y los privilegios económicos.
Disney volvió al tema de la belleza y el conflicto entre madre e hija en La cenicienta (Clyde Geronimi, Wilfred Jackson, Hamilton Luske, 1950) trece años más tarde. Esta historia puede rastrearse hasta un relato contado en el siglo I a.C. por el historiador griego Strabo, en el cual la joven esclava griega Rhodopis trabaja para un amo egipcio y es humillada por los demás sirvientes por ser extranjera, hermosa y tener la tez clara. El faraón ofrece una fiesta a la que la joven no puede asistir, pero el dios halcón Horus le roba una zapatilla que entrega al faraón, quien al saber que éste es un signo de los dioses busca en todo el reino a la propietaria y encuentra a Rhodopis. Otra variante antigua de la historia de La cenicienta es la de la joven china Yeh Hsien, que data del año 850 d.C. En Europa hubo una variedad de cenicientas: Cinderella, Cenerentola, Ashenputtel y Cendrillon. Charles Perrault publicó una versión literaria de este cuento folclórico en 1697 y los Grimm incluyeron también su propia versión en su recopilación de 1812, la cual estaba inspirada en el cuento Toda piel (también conocida como Todos tipos de piel), que narra la historia de una joven reina que al morir pide a su esposo que se case con alguien tan hermosa como ella. El rey busca por todas partes sin encontrar a ninguna mujer con una belleza comparable a la de su difunta esposa, hasta que descubre que su hija que ha alcanzado la pubertad es tan bella como su madre. La joven, horrorizada por los deseos incestuosos del padre, huye y se esconde en el bosque cubriendo su cuerpo con pieles de animales. Disney optó por la versión de Perrault en la que aparece la calabaza mágica y las hermanastras no se mutilan los pies para tratar de meterlos, sangrantes, en la zapatilla, como en la de los Grimm, donde éstas son bellas pero malvadas y terminan perdiendo los ojos. Estas historias giran en torno a los celos de una mujer madura que cree que está dejando de ser bella y que mira con desprecio la belleza emergente de su hija o hijastra. Se trata de una extraña competencia intergeneracional por el reconocimiento del padre, una figura más bien ausente o extremadamente débil de carácter en la mayoría de estos relatos. Los padres aparecen como espectros cargados de un cierto aire de bondad pero incapaces de defender a una hija que es convertida en criada, o bien se convierten en pedófilos irresponsables o su lugar es tomado por espejos mágicos u otros portentos capaces de emitir juicios categóricos en cuanto a la belleza.
Varias lecturas feministas de los cuentos de hadas han concluido que la dicotomía entre la joven angelical y la madrastra monstruosa impone a las mujeres la elección de un papel: el monstruo que adquiere poder engañando y conspirando, o el ángel que conquista su lugar a través de la sumisión, el silencio y la complicidad mientras es rescatada por un príncipe, como escriben Jerilyn Fisher y Ellen Silber.10
Es importante señalar un cambio de enfoque que aparece de manera evidente en los cuentos de hadas. En las sociedades feudales la preocupación de los jóvenes aristócratas era buscar una esposa que preservara la pureza de la sangre, mientras que para el pueblo lo que importaba era tener una mujer fuerte para el trabajo y apta para tener muchos hijos. Lo que buscan los príncipes en las versiones antiguas de los cuentos es identificar en la pobre Cenicienta o en la Bella durmiente o en Blanca Nieves un linaje superior, indicadores de la nobleza de su cuna. Con la aparición de la burguesía y eventualmente de la sociedad moderna aparece el ideal del amor romántico y adquiere relevancia la atracción sexual como criterio de elección de la pareja. Por tanto en las versiones modernas de estos relatos los príncipes hacen a un lado las preocupaciones de clase para concentrarse en la belleza de las jóvenes heroínas. Podemos aceptar, como asegura el canon feminista, que estas historias son simplemente vehículos de sometimiento y adoctrinamiento, y sin duda pueden serlo, aunque mucho antes de que los ideales de belleza llegaran a integrarse a estas historias la mujer ya era oprimida brutalmente.
Lori Baker-Sperry y Liz Grauerholz señalan que si bien la belleza es mencionada a menudo en los relatos y las historias de princesas y príncipes de los hermanos Grimm, los que han sobrevivido y han sido explotados ampliamente desde el siglo pasado son aquellos donde la belleza femenina cumple un papel prominente y es asociada con la juventud, la bondad, la laboriosidad, la devoción, el sacrificio y los privilegios económicos. Disney cimentó su fama y prestigio en el terreno de los filmes basados en cuentos de hadas protagonizados por bellas princesas con filmes como Blanca Nieves (1937), Cenicienta (1950) y La bella durmiente (1959); a éstos siguió La sirenita (1989) y La bella y la bestia (1991). A partir de 1992, con Aladino, comienza una diversificación de rasgos étnicos en las protagonistas. Así, a la princesa del Medio Oriente, Jasmine, inspirada por el folclor árabe, siguió una versión de la historia de Pocahontas (1995), luego vino la bailarina gitana Esmeralda de El jorobado de Nuestra señora de París (Kirk Wise y Gary Trousdale, 1996) y más tarde la joven guerrera china Mulan (Tony Bancroft y Barry Cook, 1998). Una noción de la belleza que viene a sustituir a la pureza de sangre para la aristocracia y a la fuerza física para el pueblo.
Moda y cirugía
Lipovetsky escribe que “la moda no es tanto signo de ambiciones de clase como salida del mundo de la tradición; es uno de los espejos donde se ve lo que constituye nuestro destino histórico más singular: la negación del poder inmemorial del pasado tradicional, la fiebre moderna de las novedades, la celebración del presente social”.11Para hablar de la belleza es indispensable diferenciarla de la moda, la cual es un conjunto de estilos de apariencia, vestido y arreglo personal en permanente cambio y evolución. La moda es una construcción mediática y de mercado, que se inspira en los elementos culturales y naturales más diversos para, echando mano de la tecnología, prometernos la transformación temporal de la apariencia. La moda consiste en estrategias diseñadas para confundir al observador mediante ilusiones creadas con tela y accesorios, al sustituir y copiar elementos y sobreponerlos al cuerpo con la meta de volver más atractivo al sujeto. La moda también establece parámetros intercambiables de lo que es la belleza, y éstos a menudo contradicen a las señales que usualmente interpretamos como belleza, de ahí que la apariencia anoréxica de las modelos o el look gótico parezcan atractivos a pesar de indicar una salud cuestionable.
La moda aparece en forma a partir del siglo XIV, con el surgimiento de una nueva clase pudiente en Europa que comenzó a adquirir ropas hechas a la medida y a reemplazar el vestuario que se usaba en las generaciones precedentes. La aparición de la moda vino a redefinir la función de la ropa y los adornos y a establecer una dictadura de la necesidad y de la obsolescencia.
Afirmar, sin humor o sarcasmo, que uno quiere ser más guapo(a) es considerado infantil, estúpido, ridículo, y es una señal de vanidad alarmante. Sin embargo, prácticamente todo mundo quiere verse mejor, no hay quién no se mire en el espejo antes de salir a la calle y, en mayor o menor medida, todos estamos conscientes y pendientes de la imagen que proyectamos a los demás. Algunos se valen simplemente de agua y jabón, otros de maquillaje y millones más invierten fortunas en procedimientos de belleza incluso dolorosos y peligrosos que tienen por objeto hacerlos más hermosos.
Plasticidad de la apariencia
Durante la Ilustración aparece la idea de que el hombre podía reinventarse, que ya no estaba sujeto a pasar su vida entera condenado a arrastrar las condiciones en que nació. Esto hablaba de una nueva sociedad de oportunidades de desarrollo en la cual era posible liberarse de sus cadenas sociales y económicas. Este idealismo y los desarrollos tecnológicos de la era dan lugar a la posibilidad de alterar los rasgos y las características faciales y corporales mediante la cirugía y otras técnicas para hacerlos más agradables a la vista. En un mundo que se urbanizaba vertiginosamente la apariencia física comenzaba a cobrar una gran importancia y la tecnología prometía remediar los defectos del cuerpo, aquellos elementos que limitaban el placer de la contemplación, con lo que volvían al sujeto más deseable.
La manipulación genética promete que en un futuro cercano será posible elegir las características deseadas en los hijos desde el óvulo fecundado. En términos técnicos cada día es más posible que se convierta en una realidad la fantasía de los bebés de diseñador.
La cirugía plástica se ha vuelto extremadamente popular y hasta cierto punto se ha abaratado. Tan sólo en Estados Unidos, en 2007 se llevaron a cabo oficialmente (es decir, sin contar los procedimientos clandestinos) 11.7 millones de procedimientos cosméticos12 (siendo el más popular las inyecciones de bótox y la cirugía más común la liposucción), de acuerdo con la Sociedad Estadounidense para la Cirugía Plástica Estética, lo cual representa un aumento de 457% con respecto a 1997. De todos estos procedimientos sólo 9% se practicaron a hombres. Además, es notable que países con serios problemas económicos y de desigualdad social, como el nuestro, ocupan lugares muy altos entre las naciones donde se hacen más operaciones y procedimientos estéticos.
Cuando los cosméticos y la cirugía plástica se emplean en narices, párpados, mandíbulas y dentaduras para modificar características no deseadas, y que no son resultantes del efecto de la edad, en esencia lo que se está haciendo es tratar de engañar a la evolución. Estos métodos diseñados para alterar u ocultar los supuestos defectos en la apariencia física, así como enfatizar el atractivo al acentuar, agrandar, marcar, reducir, disimular, mutilar o transformar rasgos de la fisonomía, tienen la singularidad de que alteran los efectos visuales pero no el código genético, que es responsable de esas deficiencias. Es decir, que esos defectos o imperfecciones que han sido rechazados por la persona se mantienen latentes y probablemente resurgir en sus descendientes. Al burlar de esta manera al darwinismo es posible preservar genes que presuntamente estaban condenados a desaparecer. De esta manera hay situaciones en las que una pareja tiene un bebé que hereda una deficiencia que fue corregida en la madre o padre. Es de imaginar que también querrán eliminar ese rasgo en su descendencia y al hacerlo se perpetúa la imposibilidad de aceptar las características heredadas, desarrollando fijaciones obsesivas con la presunta deformidad, como el trastorno dismórfico corporal.
Belleza desde los genes
La manipulación genética promete que en un futuro cercano será posible elegir las características deseadas en los hijos desde el óvulo fecundado. En términos técnicos cada día es más posible que se convierta en una realidad la fantasía de los bebés de diseñador. En lo que respecta a la ética la cuestión es más complicada. ¿Qué padres no aprovecharían la posibilidad de tener hijos superiores física e intelectualmente? ¿Quién optaría por el azar en un mundo donde se podría contar con la certeza de legar belleza y capacidades mentales privilegiadas a un hijo? ¿Quién pensaría en las consecuencias sociales, morales y económicas de un mundo donde los beneficios de la apariencia y la inteligencia pudieran comprarse? Esta división social entre un grupo capaz de pagar por la perfección genética y uno marginado de este progreso eventualmente podría traducirse en la separación de nuestra especie en dos o más ramas diferentes.Malestar de la belleza
Es posible rastrear los orígenes del malestar corporal que caracteriza a la cultura occidental en las severas páginas de Platón, quien reflexionó en torno a la belleza en su Gorgias, Hipias mayor, Fedras y El banquete. En este último, considerado el menos filosófico de sus diálogos, Sócrates, quien aparentemente tenía una diminuta y horrenda nariz, escucha a la sabia Diotima de Mantinea asegurar que la belleza humana es impura, una baratija insignificante cuando se le compara con la belleza del alma, la cual a su vez no es tan imponente como la belleza de las instituciones y las leyes, que por su parte es inferior a la belleza de las ciencias. Sócrates sabía que la belleza de un cuerpo joven y bien proporcionado podía convertir en esclavo y embrutecer hasta a los hombres más sabios, y aunque reconocía que la belleza femenina podía ser apabullante, enfatizaba también que era imperfecta y perecedera. Estas ideas son los cimientos del rechazo/obsesión/pavor social del cristianismo con el cuerpo y el inmenso temor a la belleza física, la cual san Agustín consideraba peligrosa o por lo menos sospechosa por incitar a los hombres a la perdición. Bien sabido es que para las grandes religiones durante los últimos dos mil años la peor amenaza a la civilización han sido los poderes de seducción de las jóvenes.
El filósofo renacentista Marsilio Ficino retomó las palabras de Platón y escribió: “Ningún cuerpo es bello en todas sus partes, porque es bello en algunas y feo en otras o bello hoy y feo mañana o es juzgado bello por una persona y feo por otra. Estos argumentos consolidaron la certeza de que la belleza del cuerpo, contaminada por el contagio de la fealdad, no puede ser pura, verdadera, perfecta”. La verdadera belleza debía ser incorpórea ya que el cuerpo, en particular el femenino, era sucio, corruptor y mortal. Toda belleza terrena quedaba opacada por la belleza de dios, por esa belleza insondable, desproporcionada e incapaz de provocar una erección o cualquier estímulo erótico. La emoción estética debía mantenerse en un plano espiritual, debía ser sublime.
Detectores innatos
Pero así como la historia de la belleza se remonta a la proverbial noche de los tiempos, se ha demostrado que desde que nacemos venimos equipados con detectores de belleza. Esto lo puso en evidencia en 1987 la doctora Judith Langlois, de la Universidad de Texas, quien realizó un conocido experimento13 en el que demostró que cuando se mostraba a un grupo de bebés de entre dos y seis meses una serie de fotos de rostros de personas desconocidas, éstos miraban durante un tiempo considerablemente más largo las caras atractivas. A pesar de que estos bebés eran ajenos a las normas de belleza que dicta la cultura tenían una clara preferencia por rostros hermosos, sin importar que fueran caucásicos, asiáticos o afroamericanos. Una de las hipótesis desarrollada por Langlois y su equipo recientemente es que estos rostros requieren de menos esfuerzo para ser percibidos y categorizados. Todos tenemos preferencias estéticas y nos inclinamos por elementos particulares que tienen que ver con nuestra historia personal, fetichismos, obsesiones y demás, pero el hecho de que hasta un bebé reconozca la belleza sin necesidad de ser adiestrado para ello pone en claro que la idea de que la belleza es subjetiva es errónea.Números
Desde antes del tiempo de Platón se creía que la belleza era una estética que dependía de números y proporciones, de medidas correctas y tamaños ideales. Así, la belleza sería simplemente una cuestión de distribución milimétrica de los elementos que conforman una cara. Stephen Marquardt, un cirujano plástico que fundó el Instituto Marquardt Aesthetic Imaging, ha retomado estas ideas para promocionar tratamientos y cirugías estéticas. En la página web del Marquardt Beauty Analisis el cirujano dice que su misión es investigar la “estética visual humana, incluyendo sus bases biológicas y matemáticas y utilizar los resultados de esa investigación para desarrollar y proveer información y tecnología para analizar y modificar positivamente (mejorar) el atractivo visual humano”.
Aparentemente los rostros bellos activan el sistema de recompensas del cerebro como lo hacen algunas drogas, la comida, el sexo o el dinero. La dopamina es un motivador de comportamientos que causa una sensación de placer, lo que provoca que repitamos la acción específica.
Marquardt, quien se había dedicado a trabajar con pacientes con casos de deformidad extrema, define la belleza como “La cualidad o combinación de cualidades en una entidad que evoca en el observador una mezcla de un sentido de ‘atracción fuerte’ y un sentido de ‘emoción fuerte positiva’”. O bien es una correlación estrecha entre lo observado y lo que subconscientemente esperamos que sea la “humanidad”. Marquardt señala que lo bello es lo humano, de tal forma, según él, que esculpir la carne y la piel con láser, bisturí, aspiradoras de grasa y bótox es una técnica de recuperación de la humanidad.
Marquardt ha adaptado el concepto jungiano del arquetipo, al cual define como “una idea inconsciente, un patrón de pensamiento, imagen, etc., heredada de nuestros antepasados y presente universalmente en las psiques individuales”. La humanidad tendría inscrito un arquetipo innato e inmutable del rostro humano ideal en el subconsciente. Esto implicaría que nuestra relación con la belleza es instintiva. Ésta es una conjetura en extremo atrevida, especialmente para quienes consideramos que el hombre es un ser que ha perdido los instintos.
Marquardt, como muchos otros, considera que existe un código matemático que rige la belleza, una fórmula que puede explicar el funcionamiento de la mística de la atracción de un rostro hermoso. Y la relación que parece responder a su búsqueda es la del número áureo o fi (también conocido como la tasa divina y la secuencia de Fibonacci, entre otros nombres)
Φ, phi o fi es una proporción descubierta en la antigüedad (probablemente en Babilonia hace unos cuatro mil años) que aparece recurrentemente tanto en la naturaleza como en una variedad de obras de arte. Hay quienes ven esta proporción en todo ser u objeto bello, quienes piensan que toda la belleza del universo puede reducirse a combinaciones de líneas, triángulos, rectángulos y dodecaedros áureos. En el caso de la anatomía humana tenemos que
· la cabeza debe formar un rectángulo áureo con los ojos en su punto medio;
· la boca y la nariz están situadas en secciones áureas de la distancia entre los ojos y la barbilla;
· la relación entre la altura de un ser humano y la altura de su ombligo;
Otras relaciones áureas:
· entre la distancia del hombro a los dedos y la distancia del codo a los dedos;
· entre la altura de la cadera y la altura de la rodilla;
· entre el primer hueso de los dedos (metacarpiano) y la primera falange, o entre la primera y la segunda, o entre la segunda y la tercera;
· entre el diámetro de la boca y el de la nariz;
· entre el diámetro externo de los ojos y la línea interpupilar.
Marquardt y sus seguidores creen que de cumplirse, aunque sea estadísticamente, esta serie de relaciones, el misterio de la belleza quedaría resuelto. Marquardt no es el primero en emplear el número áureo como base de un sistema para descifrar la belleza, pero su estrategia ha sido muy promocionada, debido a su uso de modelos computacionales, los cuales inyectan un aura de infalibilidad. Esta empresa ofrece una infinidad de técnicas para corregir los rasgos que divergen de esas proporciones doradas.
El trabajo de investigación de esta empresa ha dado como fruto una máscara facial áurea hecha con figuras geométricas con proporciones áureas que indican la perfecta distribución de los rasgos. Esta máscara sobrepuesta al rostro señala supuestamente las imperfecciones, es decir, marca los caminos que debe seguir el bisturí o bien puede ser empleado para aplicar maquillaje. No obstante, esta máscara está muy lejos de ser una herramienta confiable, no coincide con muchas caras hermosas y se ajusta a otras consideradas poco atractivas. La ilusión de que la belleza debe siempre respetar esta proporción depende de aproximaciones, valores estadísticos y redondeos afortunados. Esta tasa establece relaciones entre algunos de los muchos puntos en el rostro pero estas distancias dependen de la manera en que se miden, por lo tanto abundan las ambigüedades. Además, no hay un sistema matemático que pueda aplicarse al rostro completo.
Una teoría más afortunada de cómo apreciamos la belleza es la del antropólogo Donald Symons, quien en 1979 propuso que la belleza facial humana radica en el promedio. El promedio usualmente refleja las características y los rasgos físicos óptimos para la evolución, por lo que nuestro cerebro tiende a preferirlos. De tal manera, en vez de tener un arquetipo grabado en la mente lo que hace el cerebro es componer un rostro promedio al sobreimponer todos los rostros que ve. Lo que sí sería innato es el mecanismo que permite crear estos rostros compuestos. Es contra este promedio, el cual usamos pero paradójicamente desconocemos, con el que comparamos y calificamos toda nueva cara. Es de suponer que en las sociedades primitivas este rostro se componía de algunas decenas o centenas de caras, todas ellas relativamente homogéneas; en la sociedad supermediatizada que vivimos nuestro promedio debe contar con centenares de miles de rostros de todos tipos, colores y razas. De ahí que nuestro ideal de belleza hoy sea mucho más diverso, incluyente y rico que los de la antigüedad. En diversos experimentos, unos de ellos en línea,14 se demuestra que cuando se sobreimponen rostros en general se obtienen caras más atractivas que los rostros iniciales. Esta conclusión parece contraintuitiva, precisamente porque pensamos que la belleza es algo extraordinario y no algo promedio. Aquí tendríamos que distinguir que estas caras promedio son atractivas y reúnen elementos de simetría y orden que tienden a gustar a todos, pero la belleza extrema depende de características inusuales, a veces extremas, que rompen con la norma.
Los anteriores estudios no explican qué es lo que despierta nuestro voraz apetito por ver bellezas. La respuesta parece estar en el neurotransmisor dopamina. Aparentemente los rostros bellos activan el sistema de recompensas del cerebro como lo hacen algunas drogas, la comida, el sexo o el dinero. La dopamina es un motivador de comportamientos que causa una sensación de placer, lo que provoca que repitamos la acción específica.
Para concluir
Durante siglos hemos querido convencernos de que la belleza no es gran cosa. Esto era relativamente posible en los tiempos en que la belleza era un fenómeno raro y para muchos desconocido. Pero desde el surgimiento de las ciudades, de los grandes asentamientos humanos y, sobre todo, de los medios masivos de comunicación, convivimos incesante, abrumadora e incómodamente con ese desfile de bellezas que protagonizan el infoentretenimiento popular. Y lo más sorprendente es que no parecemos cansarnos ni perder interés en la belleza.
No hay probablemente un dominio humano en el que el encuentro y la colisión entre las tecnologías y la carne se dé manera más directa, intensa y controvertida que la persecución de la belleza. ¿Qué otro nombre podemos dar si no el de cyborg a los millones de clientes y consumidores de procedimientos que tan sólo tienen por objetivo alterar la apariencia? La cirugía plástica tiene por objetivo reinventar al ser, fabricar nuevas identidades y construir seres transgenéricos y transtemporales, individuos con rasgos despojados de historia, personas con fisionomías clonadas del torrente mediático.
No es fácil reconocer a la belleza como un valor tan digno para ser analizado por su impacto social como la inteligencia o la destreza atlética. A pesar de que buena parte de las sociedades han cambiado y se han liberado de prejuicios y de criterios de marginación, el fisonomismo sigue vivo, profundamente enquistado en la cultura. La única forma de cambiar este sistema de discriminación es aceptando su existencia, descifrándolo y entendiendo que a medida en que avanzamos en el proceso de volvernos cada vez más cyborgs, la belleza, o la ilusión de ésta, se vuelve un fascinante producto de consumo cada vez más difícil de evadir. ®
Notas
1 Alison Brooks, citado en “African Artifacts Suggest an Earlier Modern Human”, John Noble Wilford, New York Times, 2 de diciembre 2001.
2 Christopher S. Henshilwood, Francesco D’Errico, Curtis W. Marean, Richard G. Milo y Royden Yates, “An early bone tool industry from the Middle Stone Age at Blombos Cave, South Africa: implications for the origins of modern human behaviour, symbolism and language”, Journal of Human Evolution, Vol. 41, No. 6, dic. 2001, pp. 631-678.
3 Henshilwood, Christopher y Curtis Marean, “The Origin of Modern Human Behavior Critique of the Models and Their Test Implications”, Current Anthropology, Vol. 44, No. 5, Chicago: University of Chicago Press, dic. 2003.
4 “An early bone tool industry…”, p. 668.
5 Wolf, Naomi, The Beauty Myth. How Images Of Beauty Are Used Against Women, Nueva York: Perennial Harper Collins, 2002, p. 15.
6 Etcoff, Nancy, Survival of the Prettiest. The Science of Beauty, Nueva York: Doubleday, 1999, p. 23.
7 Survival of the Prettiest, p. 105.
8 Survival of the Prettiest, p. 21.
9 Grimm, Jacob y Wilhelm, Maria Tatar (ed. y comentarios), The Annotated Brothers Grimm, W.W., Nueva York y Londres: Norton & Co., 2004, p. 242.
10 Fisher, Jerilyn y Ellen S. Silber, “Good and Bad Beyond Belief: Teaching Gender Lessons through Fairy Tales and Feminist Theory”, Women’s Studies Quarterly, Vol. 28, No. ¾, pp. 121-136.
11 Lipovetsky, Gilles, El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, Barcelona: Anagrama, 2007, p. 11.
12 Véase
13 Developmental Psychology (Vol. 23, No. 3, pp. 363–369), 1987.
14 Véase.
antonio tovar
? Y que ocurrrira con los que no somos bellos? En una sociedad globalizada que, muy a pesar de todo, impone y dicta conductas que se enquistan y transforman hasta nuestras partes mas intimas: en una sociedad globalizada en la cual los canones de belleza son muy pocos y, por tanto, sutilmente inducen y gestan mutaciones y clonaciones.
Vale mencionar el caso de la cirujia estetica. La cual, aparte de estirar la piel como cuero de tambor, de quienes recurren a ella, tambien afila y achata narices que, como resultado final, en los ultimos anos, han producido una serie de rostros, sobre todo femeninos, que, al verlos, mas que evocar la belleza nos obligan a pensar en un Androide… Personajes que en otra epoca pertenecieron a las peliculas y novelas de ciencia ficcion. Pero, hoy, son un Ser mas que mueve por nuestro espacio circundante. Quiza como simbolo o representacion de algunos avances de la ciencia medica.
Si en este nuevo mundo, en el cual cada quien es libre de ejercer sus libertades y, por lo tanto, dueno de manipular su naruraleza; ?llegara el momento en que para alcanzar cierto ideal de belleza habremos de vivir en un mundo de apariencias en el cual todos pareceremos personajes de un cuento?
Excelente texto.
Un cordial saludo.