La biblioteca del erotómano

Mis libros eróticos y pornográficos

Buscando desempolvar un género soterrado y presentar ante cualquier lector un panorama de la literatura erótica, este recuento plantea algunas consideraciones para adentrarse en ella y reúne un conjunto de sus títulos más representativos y, acaso, imprescindibles.

Para Pablo S. y Eugenia R.

Me pregunto si en su origen el Infierno1 de la Biblioteca del Vaticano mantuvo un mejor orden que en el resto de ella, tan sólo para poder tenerle bien echado el ojo a esos libros transgresores. Envidioso, imagino que Marcial Maciel pudo haber conocido muy bien esa sección de libros prohibidos, pero apaciguo mi rencor al recordar a Borges, quien dijo que no nos está dado conocer todas las obras que ha escrito el hombre y que las bibliotecas pueden constituir esfuerzos impredecibles. Así que sólo me resta agradecer a los prelados que tomaron la decisión de preservar ejemplos de esos textos “para conocer las cotas de perversión a que puede llegar el ser humano” y propiciaron la creación de otras secciones prohibidas en distintas bibliotecas, asegurándonos buena parte de la historia de la literatura erótica.

Si tuviera que acomodar en la estantería de una biblioteca personal la virtual colección de los contados libros eróticos de los que por lo menos conozco algún fragmento, podría elegir varios modos: el que se sigue en las instituciones dadas al cuidado de los libros; el cronológico, que, por ende, ofrecería una descripción histórica de la literatura erótica; el de algunas mucamas que acomodan por estaturas los volúmenes —o uno más amanerado y acomodarlos por colores.

En un principio lo que me apeteció fue la distribución cronológica; poder contemplar, de un golpe de vista, los hitos literarios del erotismo. Ver los mojones subterráneos del camino de esta literatura por el puro gusto de tender la línea invisible que los hermana en el tiempo con la Literatura Autorizada, pero hoy día ya es posible consultar algunas historias de la literatura erótica en la red 2,3 que incluyen interesantes referencias.

Si mi menguada biblioteca personal tuviera la intención de introducir a cualquiera en el conocimiento de la literatura de entrepierna habría otro modo de presentar semejante quimera: establecer un orden que jerarquizara la distinta coloratura de los textos, mostrando gradaciones y particularidades del género, ya que podemos convenir que mostrar juntos la Historia de O (1954) y Lolita (1955) pudiera ser chocante a pesar de que se escribieron en años consecutivos; una cronología nos muestra los signos que deja a su paso la creación, pero ¿Lolita tiene la misma tesitura erótica que O?, es claro que no, igualmente no podemos invitar a cualquiera a que lea a Sade o los cuentos del Decamerón indistintamente “para que conozca algo de literatura erótica”.

Lo que para algunos es o fue excitante no lo es para otros; lo que una cultura consideró natural otra lo juzga impuro. Las gradaciones de lo erótico son absolutamente culturales y, más aún, personales, así que desde la perspectiva de hombre de inicios del siglo XXI éstas son las conjeturas que aventuro.

Eso lleva a la necesidad de definir qué es o como se caracteriza la literatura erótica, y brevemente —partiendo de lo que dice Pieyre de Mandiargues4—, convendré en que la literatura erótica tiene la clara intención de excitar (impactar) sexualmente a su lector, agradable o desagradablemente, y esa característica es parte fundamental de la obra, si no uno de sus principales deseos. Lo otro es erotismo en la literatura: por ejemplo, el diálogo barriobajero de Molly Bloom en el Ulises de Joyce no lo hace una obra erótica; el género puede sostenerse por sí mismo, no necesita sambenitos. Por ello es oportuna una gradación que muestre sus diferencias y ofrezca la posibilidad de que de un vistazo podamos apreciar sus variadas intensidades.

Ahora bien, también podemos acordar que “lo que excita” puede variar con respecto a su lector, y más claro aún, lo que puede soliviantar el deseo y provocar la censura ha dependido siempre de la época. Lo que para algunos es o fue excitante no lo es para otros; lo que una cultura consideró natural otra lo juzga impuro. Las gradaciones de lo erótico son absolutamente culturales y, más aún, personales, así que desde la perspectiva de hombre de inicios del siglo XXI éstas son las conjeturas que aventuro.

De literatura sensual

Ex libris eroticis

Como preámbulo podríamos referir la noticia de que algunas tablillas sumerias, en lenguaje cuneiforme, ya refieren las gratificaciones de la carne, confiriéndoles la virtud de regalo divino y algunos textos que no son propiamente eróticos, pero que también contienen loas a la unión de los sexos. Textos antiquísimos de carácter sagrado evocaban el ayuntamiento carnal como la manifestación del origen de la vida y como don de los dioses. Entre éstos algunos pasajes del Rig Veda, el Atharva Veda (ambos de 1500 a.C.) y el Upanishad (siglo V a.C.)5, y todas las tradiciones expandidas por la tierra vinculadas a los ritos de fertilidad.

Una vez citada la tradición milenaria de reconocimiento a las sensaciones (y consecuencias) que provoca la unión de los sexos, podríamos comenzar con el recuento de la literatura sensual, entendiendo por ésta aquella que busca despertar las sensaciones, la que refiere el gusto de los sentidos, especialmente aquellos que tienen que ver con la piel, la contemplación de la belleza, el recuento de las sensaciones y los sentimientos producidos por la excitación de los sexos.

Poética sensual. Podemos comenzar con algunos textos, a los que llamaré poéticos: algunas de las poesías egipcias contenidas en los papiros conservados en el museo de Londres y en el llamado Papiro de Leiden (1500 a.C.)6 y las Odas de Safo de Lesbos (hacia 600 a.C.) serían los ejemplos más antiguos. Del genio helénico y latino citaremos los Epigramas de Meleagro y las Elegías de Propercio (siglos II-I a.C.); las Canciones del peculiar Guillermo de Aquitania (1071-1127); El Libro del buen amor del Arcipreste de Hita (siglo XIV); los poemas arabigoandaluces de los siglos X-XIII;7 el Kyounshu del chino Ikkyu (1428); el Tirant Lo Blanc de Joanot Martorell (1410-1470). Venus y Adonis (1593), primera obra publicada de Shakespeare, convendría a este apartado —además de recordar que en varias de sus obras el sexo tiene una presencia continua y la existencia de algunos sonetos homosexuales.8 Lord Byron publicó los dieciséis cantos —de su versión del mito— de Don Juan entre 1819 y 1824. Ya en el siglo XX e.e. cummings (1894-1962) y Blas de Otero (1916-79) escriben su poesía, amorosa y sugerente. Incluso podríamos acomodar, antes de los textos de poesía más explícitos, algunos ejemplos de narrativa que aunque hayan causado escándalo en su tiempo ya no podría nombrarlas eróticas, sino, de nuevo, sensuales: Las amistades peligrosas (1782) de Pierre Choderlos de Laclos, El amante de Lady Chatterley (1928), de D.H. Lawrence, y algunos que no levantaron aquella ámpula: Dafnis y Cloe de Longo (siglo III); la novela Afrodita y Las canciones de Bilitis (ambos con gran éxito) de Pierre Louÿs (1870-1925), y me parece que hasta las Confesiones (1781-1788) de Rousseau y la novela gay Teleny (1893) atribuida, con razón, a un Oscar Wilde se encontrarían a gusto en este apartado, y finalmente con un dejo chovinista mencionaría la narrativa de Alberto Ruy Sánchez, quien comienza en 1987 con Los nombres del aire su poética tetralogía de Mogador.

Poesía erótica. Dentro del género de la poesía existe una vertiente de características más calientes en las cuales las referencias a la carne son explícitas: Por principio de cuenta los Priapeos latinos, cantos populares y festivos dedicados al dios Príapo, recogidos por primera vez el siglo I; muchos años después tendríamos la variopinta poesía erótica que se creó durante el Siglo de Oro en España (XVI a XVII) atribuida a distintos autores, el más conspicuo, entre ellos, Francisco de Quevedo, aunque mucha de ella permanece anónima, como por ejemplo La carajicomedia. Heredero de esa tradición situaremos el extenso y aleccionador poema El arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín (1737-1780). Del siguiente siglo y del país vecino podíamos mencionar las magníficas Obras prohibidas (1873) de Paul Verlaine, que suelen publicarse junto al desparpajado Soneto al ojo del culo, escrito al alimón con Arthur Rimbaud. Regresando a España, acomodaremos la antología de cinco siglos de picardías recolectadas en 1917 por López Barbadillo en su Cancionero de amor y de risa. Y de entre los autores contemporáneos: los delicados Indicios vehementes (1985) de Ana Rosetti. Acto seguido habría que mencionar algunos libros en los que los versos voluptuosos fueron acompañados de imágenes que potenciaban su erotismo y uno de los precursores de este maridaje fue I modi —Los modos o Los 16 placeres— (1524), del ilustre Pietro Aretino, con grabados de Raimondi;9 La puttana errante atribuida a Lorenzo Veniero, compuesta hacia 1650-1660, debió de haber tenido una reedición ilustrada famosa en el siglo XVI, porque se le conoce como un texto ilustrado (suerte que también corrieron muchos de clásicos del género y que por supuesto ayudó a su popularización). Y de la abundante tradición china y japonesa rescataría un libro chino de poemas y grabados del siglo XVII llamado Variedad de escenas del goce lujoso, así como el álbum de xilografías Poemas de la almohada, de Utamaro (1753-1806).

Picarescos. Después formaría aquellos que llamaré picarescos, pudiendo ser propiamente pícaros, satíricos o tan sólo divertimentos, textos creados con el fin de mover a risa. Mencionaré como divertimentos la onírica Sor Monika Documento filantropínico-filantrópico-físico-psico-erótico del Convento Secular de X en S… (1815), de E.T.A. Hoffmann —famoso por sus relatos el Cascanueces y El caldero de oro—; de Théophile Gautier Carta a la presidenta, fechada por él mismo en 1850, y que quizá escucharan Nerval, Flaubert y Baudelaire, ya que la carta se escribió para alegrar una tertulia de notables, y La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona de Camilo José Cela, de 1977, divertido lechazo compuesto seguramente para servir de ariete a la colección erótica La sonrisa vertical. Regresando en el tiempo, y como ejemplo de textos satíricos, habría que hacerle lugar a los Poemas satíricos de Sotades, del 300 a.C., que origina la primera denominación a nuestro querido género: literatura sotádica; las Sátiras de Horacio (65-8 a.C.) y Juvenal (55-138 d.C.); La lozana andaluza (1528) de Francisco Delicado; La academia de las damas o los siete diálogos galantes de Luisa Sigea (1660-65) de Nicholas Chorier, y las Fábulas libertinas de Jean de la Fontaine (1665-75), que inspirarán la recolección conocida como El jardín de Venus (finales del siglo XVIII), de Félix María Samaniego. Luego entraríamos a un terreno más conocido: los textos que popularmente se han citado como eróticos y que desde un punto de vista más acerado no son sino picarescos: el Decamerón, la primera obra en prosa escrita en italiano, su pieza gemela Los cuentos de Canterbury, de Chaucer, ambos del siglo XIV, y menos conocidas las “memorias” de Pierre de Brantôme (1535-1614). La compilación damas galantes y la novela del enciclopedista Denis Diderot, Los dijes indiscretos (1748), de la que renegaría en la vejez.

De consejos y posicionales. Dejando un poco de lado la narrativa, acomodaré ahora los textos que en su inicio fueron manejados por “médicos” o que estuvieron destinados a mejorar la salud carnal de los que fuera necesario se ayuntasen, algunos de ellos —como el Kamasutra (siglo III)— fueron llamados por Lo Duca de “erotismo posicional”. Aquí cabría también el Anangaranga (siglos XV a XVI), por citar los más famosos textos hindúes; los Diálogos del emperador de la China (200 a.C.), los Manuales de alcoba —también chinos— y el Arte de amar de Ovidio, piezas del siglo I, aunque de los chinos podríamos seguir acomodando textos de esta índole hasta llegar al siglo XVII, siendo uno de los más famosos Los discursos de la joven sencilla (1566); enumeraríamos también los Shungas japoneses de los siglos XVII al XIX,10 piezas que conjugan la pintura y la enseñanza, y habría que hacer notar que del archipiélago también se podrían acumular títulos de índole educativo, muchos de ellos conocidos con el nombre genérico de “libros de almohada”; un “refrito” árabe de los manuales hindúes, El jardín perfumado (siglo XVI) del jeque Nefzawi; un Kamasutra español del siglo XVII11 y el también español Speculum al joder del siglo XV —compendio de remedios, recetas y posiciones. Luego colocaría los textos escritos por hetairas y sus herederas, textos propiamente didácticos: los míticos Academia de elocuencia y Arte amatorio de Aspacia de Mileto (470 a.C.–400 a.C.) y los Manuales sexuales de Elefantis y Filenis de la Roma del siglo primero; La escuela de mujeres atribuida a Françoise d’Aubigné (Madame de Maintenon, esposa de Luis XIV) y dos textos más del mismo título, también de la Francia del XVII. Por último, debido el carácter reivindicatorio del gozo de la sexualidad femenina con que se lee, bien podríamos acomodar en esta sección el clásico de Erica Jong, Miedo a volar, de 1973.

Académicos y filosóficos. Antes de pasar a los textos que ya colocaría en anaqueles más altos, tendríamos que mencionar aquellos de índole académico, es decir, libros para leer con dos manos, textos dados al recuento y el estudio del propio género: Manual de erotología clásica (De Figuris Veneris) (1824), de Friedrich Carl Forberg; El Índice de libros dignos de ser prohibidos (1877), los Cien libros dignos de ser escondidos (1879) y la Cadena de libros dignos de ser silenciados (1885), los tres del bibliófilo y erotómano Henry Spencer Ashbee;12 la Bibliographie des Ouvrages Relatifs a l’Amour (1861) de Jules Gay y la Bibliotheca Scatologica (1849) de Pierre Jannet; la Bibliotheca germanorum erotica et curiosa (1885) de Hugo Hayn; las Historias sobre el arte erótico editadas en volúmenes (1908, 1923, 1926 y 1931) del cofundador del Partido Socialista Alemán, Eduard Fuchs; el Bilder-Lexikon der Erotik publicado, también, en cuatro volúmenes en Viena por Leo Schidrowitz (de 1928 a 1931). La escurridiza y sesuda Historia del erotismo (1961) de Joseph Lo Duca (quien auxiliara a Bataille con la iconografía de su ensayo Las lágrimas de Eros y fuera cómplice de Jean-Jacques Pauvert en la aventura de la Bibliothèque internationale d’érotologie); el estupendo e ilustrativo resumen que hiciera R. H. Van Gulik de su obra mayúscula La vida sexual en la antigua China (del 1500 a.C. al 1644 d.C.)13 publicado en 1960; la Anthologie des lectures érotiques (1979) de Jean Jacques Pauvert; la Historia de la literatura erótica (1989) de Sarane Alexandrian;14 el ameno estudio sobre la sensualidad cultural del mundo árabe Tras los velos del Islam (1993) de E. Heller y H. Mosbahi. La deliciosa Antología universal de arte y literatura eróticos de Charlotte Hill y William Wallace, editada en 1992, y el ensayo Erotismo en el arte de A. Muthesius y G. Néret (1993); los excepcionales libros del erudito Hans-Jürgen Döpp: The Erotic Museum in Berlin (2000) y el compilatorio dedicado al Museo de Viena de 2001, estos últimos cuatro textos magníficamente ilustrados, más el acucioso trabajo de recolección iconográfica de Gilles Néret editado en 1995 con el nombre de Erótica universalis (aunque el nombre correcto sería occidentalis). El trabajo detectivesco de Ian Gibson El erotómano (2001);15 la abundante (excedida) y agradecible Antología de la literatura erótica (1998) de Gregorio Morales; la novísima Encyclopedia of Erotic Literatur recopilada por G. Brulotte y J. Phillips (2006); el estudio —y compilación— Cancionero de amor y risa de Joaquín López Barbadillo, editado por Espuela de Plata en 2007, y para explorar el séptimo arte una apuntalada guía de D. Keesey y P. Duncan del mismo año llamada Erotic Cinema. Finalmente, de tintes filosóficos: la exploración de la condición humana respecto a El erotismo (1957) y de la relación entre Eros y Tanatos de Las lágrimas de Eros (1961), ambos de Georges Bataille; el estudio más traído a la cotidianeidad sobre El erotismo (1986) de Francesco Alberoni y la peculiar y atinadísima reflexión sobre el amor y el erotismo del Nobel mexicano Octavio Paz La llama doble (1993).

Gamiani, Achille Deveria

Porno. Dentro del género sería imposible ignorar textos que desde su origen fueron decididamente onanistas y que podemos catalogar como porno (no pornográficos, para no caer en nuestro prejuicio hacia esa categoría, pero sí hacer referencia a ella, porque bien dice Mandiargues: lo erótico es pornográfico). Textos escritos con el loable fin de concitar erecciones y humedades para procurarle a su lector un amable aliciente a sus masturbaciones pero que al paso de los años adquieren carácter de literatura semicostumbrista, porque si bien no ofrecen un panorama “realista” de su época sí describen fantasías, obsesiones y una visión del sexo y los géneros de la época. Quizá algunas de esas primeras piezas sean El portero de los cartujos, escrita por Jean-Charles Gervaise de Latouche hacia 1741; Las memorias de una pulga, cuya primera parte es posible que se escribiera en el siglo XVIII y, de ese mismo siglo, las Memorias de una cortesana veneciana; El libertino de calidad y La cortina levantada de Mirabeau (1749-1791), así como la obra “expiatoria” La hija seducida del atormentado Restif de la Bretonne. Más adelante, ya en el siglo XIX los ingleses mostraron su preferencia por este tipo de lecturas: El turco lujurioso (1828), de autor desconocido, y Las memorias de Cora Pearl (atribuidas a E. Emma Crouch). Señeros en este género fueron los pasquines por entregas, ejemplos de ello son La Perla (1879-1880), en 18 volúmenes; The Boudoir (seis números) y La ostra. Regresando a la novela, tendríamos La novela de la lujuria (1863-1866), pieza anónima que se contrapuntea con My Secret Life (1894) (atribuida a H. S. Ashbee), donde la primera es una idílica recolección de cogidas mientras que la segunda, totalmente escatológica, describe un inmenso inventario de actos de la carne, con mucho menos romanticismo, ofreciéndonos una visión muy clara de la represiva época victoriana; incluso podríamos colocar en este apartado la Gamiani de Alfred de Musset (escrita al alimón con George Sand en 1833), aunque habrá quien se moleste; la supuesta novela rusa Grushenka —que no obstante ser claro que se trata de un gazapo, por ello mismo, constituye una pieza de ejemplo, teóricamente introducida en occidente en 1879—, y las peculiares Memorias de la cantante alemana, falsamente atribuidas a W. Schröder-Devrient, compuestas a partir de dos partes, la primera editada en 1868 y la segunda en 1875.

Gamiani, Achille Devería

En la isla la producción onanista, perdón, quise decir victoriana, continúa: tres piezas atribuidas a George Reginald Bacchus, entre ellas El placer sale a flote y Maudie, en los albores del siglo XX; de China se conoce la Colección de escritos sobre la elegante fragancia (Shanghai, 1909-1911) “muy completa colección de reimpresiones de libros antiguos y recientes […] en 20 secciones y un total de 80 volumenes”.16 Después de los ocho millones de muertos que produjo la I Guerra Mundial se da un fenómeno sobre todo en España y en Francia que repercute en la edición (poco documentada) y lectura de piezas galantes que exaltan y convocan al goce del momento, ejemplo de ello son los textos de Anne-Marie Villefranche (Placer de amor y La alegría de amar. Memorias eróticas del París de los años veinte, entre ellos) que permanecieron inéditos hasta 1982, mientras que en España se comienzan a publicar textos que podríamos llamar softporno, como los pasquines editados en la sevillana colección “La Novela Pasional” (p.e. Las aberraciones de Margot, La romántica viciosa, Pecar y vuelta a pecar) y el trabajo —más pulido— de Álvaro de Retana (desde Los extravíos de Tony en 1919 hasta El paraíso del diablo en 1927). Aunque habría que hacer aquí un apartado y mencionar el trabajo de edición y traducción del escritor Joaquín López Barbadillo (1875-1922) y sus amigos, quien ofrece a sus lectores hispanos en su Biblioteca los clásicos del erotismo (aunque fuera en tirajes limitados), en cambio, después y durante la II Guerra sobresalen escritores más reflexivos, sin que esto quiera decir que no existieron múltiples reimpresiones y ediciones ilustradas de las piezas favoritas del género. Por último, como libros más modernos que agruparía en esta repisa estarían la dislocada y excitante Opus Pistorum (1942), de Henry Miller; la famosa Emmanuelle (1959) y La misión (1991) escritos por la escritora tailandesa Marayat Andrianne bajo el seudónimo de Emmanuelle Arsan, y de los menos meritorios libros de Xaviera Hollander publicados a partir de los años setenta, podríamos elegir el que la lanzó a la fama: The Happy Hooker, de 1971, y que sin duda le trajeron popularidad al erotismo escrito y a ella la llevaron de ser una alegre madame a reconocida columnista de consejos en la revista Penthouse y a convertirse en un incono de la libertad (y la permisividad) sexual.

Erótica. En la repisa más alta —en más de un sentido— acomodaría piezas más relevantes dentro del género, obras importantes y piezas de gran calado, aquellas obras que no sólo llaman a la excitación sino que poseen mayor calidad en su factura y profundidad en su tratamiento. Obras a las que todos deberíamos poder acceder una vez que se tiene la estatura suficiente para llegar a ellas. Como dije al principio, cualquier clasificación es absolutamente subjetiva y cultural (y la mía además abreva casi exclusivamente en piezas traducidas al castellano), pero estas obras trascienden los arrebatos y las flaquezas de los tiempos y se mantienen, por ellas mismas, como obras aptas para codearse con cualquier otra pieza literaria.

Aun sin conocer más que versiones adaptadas e ilustradas de Lisístrata (411 a.C.), de Aristófanes; El asno de oro, de Apuleyo (siglo I d.C.) e I Ragionamenti (siglo XVI), de Pietro Aretino, serían las primeras en situarse (y hago la aclaración de la ilustración porque a lo largo de los años esta característica ha potenciado el carácter lúbrico de algunas piezas). También, sin haber tenido entre mis manos más que fragmentos, pero apoyado en la opinión de Van Gulik, anotaré El loto dorado17(Chin P’ing Mei) publicado entre 1610 y 1618 —libro del que Clement Egerton publicó una traducción al inglés en 1939—; un ejemplo más conocido en occidente es La alfombrilla de los goces y los rezos (1654) de Li Yü; otra pieza china famosa es Pasando el verano en Chiangan del siglo XVII, mismo siglo en que los manchúes toman el control, hacía 1644, y los chinos vuelven a los conceptos confucianos de recato y contención sexual y el arte erótico “cae en desuso”.

En tanto, en occidente, en 1749 John Cleland escribe en Inglaterra la eufemística Fanny Hill, lo cual no obsta para que podamos convenir con Alexandrian18 que es principalmente en Francia e Italia donde se crean las más originales e influyentes piezas de lo que llamamos literatura erótica.

En tanto, en occidente, en 1749 John Cleland escribe en Inglaterra la eufemística Fanny Hill, lo cual no obsta para que podamos convenir con Alexandrian18 que es principalmente en Francia e Italia donde se crean las más originales e influyentes piezas de lo que llamamos literatura erótica: Teresa filósofa (1748) de Boyer D’Argens, que inspirara al mismísimo Marqués; las famosas y escasas novelas del caballero napolitano Andrea de Nerciat: Las afroditas (1789) y El diablo en el cuerpo (1803). Dando licencias aceptaríamos las Memorias —Historia de mi vida— de Giovanni Giacomo Casanova (siglo XVIII), y por supuesto la obra del Marqués de Sade —La filosofía en el tocador de 1795; Los ciento veinte días de Sodoma, escrita en 1785 pero publicada hasta 1931-3519 y sobre todo La nueva Justine, seguida de la Historia de Juliette, con sus 101 grabados, publicada en 1799—, y un siglo después La Venus de las pieles (1870), del austriaco Leopold Sacher-Masoch, tomaría su lugar para completar la díada con la que dio nombre Krafft-Ebing20 a las preferencias sexuales más famosas.

Así como el siglo XIX no ofreció muchas piezas de gran profundidad, el siglo XX compensó con creces esta circunstancia y comenzando la centuria, en 1906, Félix Salten (también autor de Bambi) da a la luz Las memorias de Josephine Mutzenbacher, que puede parecer demasiado porno para este apartado, pero se brinda como el ejemplo más acabado de la erotolalia21 y da nombre (Pepitas) a las que después el mundo llamaría Lolitas. Posteriormente el género humano conocería las piezas más acabadas de la literatura erótica: la estupenda y dislocada novela de Guillaume Apollinaire Los once mil falos (1907); la escandalosa Mi vida y mis amores (1922-1925), de Frank Harris; la divertida y medular parte de la obra de Pierre Louÿs —Las tres hijas de su madre, el Manual de urbanidad para señoritas y Los diálogos de cortesanas (1925-28), entre otras—; el personal, homosexual y negado Libro blanco (1928) de Jean Cocteau, y de ese mismo año lo que quedó de otra pieza “castigada” por su autor y que se conoce como El coño de Irene, de Louis Aragon (que en la documentada edición de Tusquets incluye dos textos más: El instante y Las aventuras de Don Juan Lapolla Tiesa), y de ese mismo año fecundo la premonitoria Historia del ojo, de George Bataille —y el resto de su producción de narrativa: El azul del cielo (1935), Madame Edwarda (1941) y El abad C (1950), por citar algunos—; aquí podríamos anotar como detalle de color que los Diarios de Anaïs Nin fueron escritos en esos años, entre 1931 y 1939. Después de la II Guerra Jean Genet escribe Querelle de Brest (1947), y entre 1949 y 1953 Henry Miller publica su trilogía Sexus, Plexus y Nexus, aunque ya en los tempranos cuarenta había ofrecido sus Trópicos. Durante los años cincuenta se editan la paródica fantasía El inglés descrito en un castillo cerrado (1953), de André Pieyre de Mandiargues, y un año después la pieza que ofrece el contrapunto anuente a la idea de la dominación; la magnífica Historia de O, de Anne Desclos (aka Pauline Réage), necesariamente emparentada con el inglés y de ella misma, catorce años después, Retorno a Roissy; y Pierre Klossowski produce la onírica Roberte esta noche (1954); la Lolita de Nabokov también es de esta década, así como A los pies de Omphalos (1957), novela publicada bajo seudónimo (Henri Reynal) aún no conjurado. Durante los sesenta se escribió el inquietante cuento de Kawabata La casa de las bellas durmientes, en 1961; en 1969 y 1970, en Inglaterra y Francia, respectivamente, se editaron las simpáticas Memorias de un librero pornógrafo bajo el nombre de Armand Coppens, y los obtusos Escritos de un viejo indecente (1969), de Charles Bukowski, quien en la siguiente década produciría La máquina de follar y sus Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones, ambos de 1972. Ese mismo año Marco Vassi edita su genial novela Dulces degenerados; en 1977 Anne Cumming produce El hábito del amor; Anaïs Nin da por fin a la imprenta su Delta de Venus en 1979, con textos escrito en 1940, igualmente que su colección de cuentos llamada Pajaritos.

Klossowski

Para 1977, en España, Tusquets editores, en su colección “La sonrisa vertical”,22 inicia su trabajo de recuperación y más adelante de promoción23 a la escritura de obras eróticas y que ha ofrecido piezas como Diez manzanitas tiene el manzano (1979) bajo el seudónimo de Ofelia Dracs (que cubre a ocho escritores), El bajel de las vaginas voraginosas de Josep Bras, en 1987, y en 1989 Las edades de Lulú, de Almudena Grandes. Aquel mismo año Cyril Collard edita en Francia su descarnada e inquietante novela Las noches salvajes, de la que se derivaría, también, una versión cinematográfica.

Al despuntar la década de los ochenta Marguerite Duras escribe las terribles visiones de un angustiante erotismo: El hombre sentado en el pasillo (1980) y El mal de la muerte (1982), y en 1984 su novela El Amante. En 1984 otro intelectual francés da a la imprenta, bajo el seudónimo de Antoine S., Florian o El placer de vivir, novela que anticipa el recurso olfativo de El perfume y de desenlaces más alegres; Mario Vargas Llosa da a la imprenta en 1988 el Elogio de la madrastra (y su “continuación” Los cuadernos de Don Rigoberto en 1997); The Still Point, de Subniv Babuta, es la última recomendación de Hill y Wallace25 y se edita en 1991; la Mater erótica y Espía doblemente tuyo de la dramaturga argentina Diana Raznovich son de 1992, al igual que la hilarante hagiografía Entre todas las mujeres de Isabel Franc y la narración telefónica del sexo plasmada en Vox de Nicholson Baker. La pieza introspectiva El Eros del escritor italiano Alberto Bevilacqua se convierte en éxito el año que se publica, 1994; la colección de imaginativos relatos El bosque de la serpiente del mexicano Andrés de Luna es editado —tristemente sólo en nuestro país— en 1998.
Si hacer un recuento es complicado (y siempre limitado), entre más cercanas son las fechas es más difícil ya que se pierde perspectiva, así llego al cambio de centuria en este texto y acomodaría La vida sexual de Catherine M (2001), de Catherine Millet, sin mucho palmarés, para además situarla en la lista de las obras confesionales, explícitas y de autoría femenina que se han sucedido este siglo XXI; Satisfaction de Alina Reyes se edita en 2002 y su esclarecedora novela La séptima noche en 2005. La anal, divertida e igualmente renegada colección de cuentos Eso no del argentino Marcelo Birmajer en 2003, mismo año en que se otorga el último premio La sonrisa vertical a la permisiva novela Llámalo deseo de José Luis Rodríguez del Corral, al igual que el confesional Diario de una ninfómana de Valérie Tasso —por anotar algo de esta combativa sexóloga—; la escandalosa novela de iniciación de la lolita Melissa Panarello Cien cepilladas antes de dormir ve la luz en 2004 y en 2005 los relatos de El himen como obstáculo epistemológico de la filósofa argentina Esther Díaz. Finalmente, y como pista para interesados acomodaría, de 2007, el tercer trabajo de edición de cuentos de Tusquets y Luis García Berlanga: Cuentos eróticos de San Valentín, que se reunirían con los de Verano editados en 2002 y los de Navidad de 1999 y que concitan, entre los tres, el trabajo de más de una treintena de variopintos escritores.

Aquí detendría este escaso ejercicio por mi falta de exactitud en los datos pero básicamente por detener en algún momento el inventario, aunque podría recapitular en las siete divisiones que he realizado dentro de lo que se conoce como literatura erótica; porque me parece que dividir entre opúsculos y piezas importantes deja chata la visión de este género vituperado, ya que si bien las obras principales muestran un género vigoroso y espléndido, desestimar nosotros mismos el resto de la producción sensual las relega —de nuevo— al calabozo en que las mantiene el statu quo y continuar englobándolas todas con el género de literatura erótica no permite apreciar la gama de coloraturas con que se han referido los embelesos de la carne, en cambio, distinguiendo intensidades cualquiera podría hacerse una idea de qué puede gustarle y comenzar una búsqueda que pueda satisfacer su curiosidad en algún momento específico.

Quede entonces este inventario como una invitación a revisar la categoría de literatura erótica y, por supuesto, este incompleto pero ardoroso recuento. ®

Notas

1 Como Infiernos se conocieron las secciones de libros prohibidos, no sólo eróticos, por supuesto.

2. Wikipedia: Historia de la Literatura erótica.

3. Art and popular culture: Erotic literature.

4 Prólogo a Sor Monika, de E.T.A. Hoffmann. Barcelona: Tusquets editores, col. La sonrisa vertical, 4a ed., 2004.

5. Joseph Marie Lo Duca, Historia del erotismo, 1961 (trd. Juan José Sebreli), p. 35 (acá otra liga a esta misma obra).

6. Lo Duca, ibid, p. 13. Y como ejemplo del erotismo en el antiguo Egipto también podemos disfrutar el Papiro de Turín y algunas otras piezas gráficamente explícitas.

7. Gregorio Morales, Antología de la literatura erótica, Madrid: Espasa Calpe, 2da. ed. 1999.

8. Morales, ibid, p. 486

9. Aunque sin imágenes, de I modi y de otros libros el blog Literotismos tiene una sección de ejemplos acomodada en buen orden.

10. Michael Dunn, “Los shunga: el Ars Amandi japonés”, El Paseante, no. 6, 1987, pp. 29-45, Madrid: Ediciones Siruela.

11. Luce López Baralt, Un kama sutra español, Madrid: Siruela, 1ra. ed., 1992.

12. Henry Spencer Ashbee, quien con el pseudónimo de Pisanus Fraxi, publicó estos Índices y una vez muerto, a través de su testamento, “obligó” a la British Library a preservar su biblioteca erótica.

13. R. H. Van Gulik, La vida sexual en la antigua China, Barcelona: Siruela, 1ra. ed., 2005.

14. Alexandrian, Historia de la literatura erótica, Buenos Aires: Planeta, 1ra. ed., 1990.

15. Ian Gibson, El erotómano, Barcelona: Ediciones B, 1ra. ed., 2002. Texto que busca demostrar que Henry Spencer Ashbee es el autor de My Secret Life.

16. Van Gulik, ibidem, p. 24.

17. Van Gulik, ibid, p. 483.

18. Alexandrian, Ibidem, p. 8.

19. Donatien Alphonse François, Marqués de Sade.

20. Richard von Krafft-Ebing, Psychopathia Sexualis (1886).

21. Paul J. Gillette, Prólogo a Memorias de Josephine Mutzenbacher, México: Editores Americanos, 2da. ed., 1978.

22. El listado de la colección, más claro que en la página de Tusquets (aunque falten los últimos seis títulos, de los 145 actuales).

24. Datos del premio La sonrisa vertical.

25. Ch. Hill y W. Wallace, Erotismo. Antología universal de arte y literatura eróticos, Singapur: Taschen, 1ra. ed., 2006, p. 459.

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Publicado en: Destacados, Erotismo y pornografía, Febrero 2011

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